El
31 de agosto de 1951, Eva Perón debió archivar su deseo de ser vicepresidente
de la Argentina. El peronismo disimuló esa frustración hablando del “Día del
Renunciamiento”.
Durante
el primer gobierno de Juan Domingo Perón se llevaron a cabo importantes
modificaciones en el régimen electoral de Argentina.
El 23
de septiembre de 1947, fue promulgada la denominada Ley N° 13.010/47 de
Enrolamiento Femenino que permitía a las mujeres argentinas no sólo votar sino
también ser candidatas a cargos electivos. En esta forma la mujer se
incorporaba con plenitud de derechos a la vida política del país.
Además,
la reforma constitucional de 1949 modificó el régimen presidencial
estableciendo la reelección indefinida del presidente de la Nación.
Aunque
su mandato presidencial vencía recién el 4 de junio de 1952, Perón estableció
como fecha para los próximos comicios nacionales el 11 de noviembre de 1951. En
estos comicios votarían por primera vez las mujeres.
Era
evidente que el presidente Perón iría por la reelección la incógnita era quién
lo acompañaría en la fórmula presidencial. Es así como en un sector del
peronismo comenzó a tomar entidad la posibilidad de una fórmula presidencial
formada por Juan y Eva Perón.
La
candidatura a la presidencia de Eva Perón parece haber surgido entre los
sindicalistas peronistas hacia 1951. Por ese entonces era un secreto a voces
entre la dirigencia peronista que Evita, a los 32 años, padecía de un cáncer
terminal y que sus días estaban contados.
Por lo
cual la candidatura vicepresidencial era un último homenaje que el peronismo
quería hacer a la “Abanderada de los Humildes”.
Perón,
en un principio indeciso, dejó que la iniciativa lanzada por el sindicalismo
peronista prosperará.
Sin
embargo, la posibilidad de que Eva Duarte se convirtiera en vicepresidente era
inaceptable para amplios sectores de las fuerzas armadas. Debió ser el ministro
de Ejército, el incondicional teniente general Franklin Lucero el encargado de
manifestarle al presidente el malestar existente entre los militares y
advertirle que si la candidatura se concretaba podría producirse un golpe de
Estado contra el presidente.
Perón
comprendió inmediatamente la gravedad de la situación y prefirió dar marcha a
tras a la iniciativa, pero de forma que no se hiciera evidente que respondía a
presiones de las fuerzas armadas.
Mientras
tanto, a principios del mes de agosto, el principal partido de oposición la
Unión Cívica Radical presentó su binomio presidencial, formado por los
dirigentes intransigentes Ricardo Balbín y Arturo Frondizi. Balbín era
presidente del bloque de 44 diputados radicales y Arturo Frondizi era el
presidente del Comité Nacional.
Entonces
el peronismo convocó a un “Cabildo
Abierto del Justicialismo”, para el 22 de agosto con el aparente propósito
de solicitar a la esposa del presidente que acompañara a este en la fórmula
presidencial.
El
lugar elegido para la convocatoria fue la avenida 9 de Julio frente al balcón
del ministerio de Obras Públicas donde se colgó un cartel con la leyenda “Juan
Domingo Perón – Eva Perón: 1952 – 1958, la fórmula de la patria.” La
manifestación fue realmente imponente.
Los peronistas hablaron de un millón de
asistentes. Difícilmente haya alcanzado esa cifra, pero sin duda fue
majestuosamente masiva.
Alrededor de las cinco de la tarde, Perón se hizo presente en el
palco. Fue saludado con una ovación, pero la multitud reclamaba la presencia de
Evita. Ante la insistencia de los reclamos, el Secretario General de la CGT,
José G. Espejo tomó el micrófono y se dirigió a Perón con su habitual tono
cortesano: “Mi general; notamos la
ausencia de su esposa, Eva Perón, la que no tiene igual en el mundo, en el amor
y veneración del pueblo argentino. Compañeros, no podemos continuar sin la
presencia de Eva Perón”, concluyó con su habitual sobriedad y recato.
Se estima que más o menos a las seis de la tarde ella subió al
palco. Cuando Espejo, transformado en un improvisado maestro de ceremonia, la
anunció por los altoparlantes la ovación fue prolongada, tal vez la más
calurosa y multitudinaria que recibió en su vida.
Por primera vez en su cortísima carrera política Evita es contradicha
por la multitud. Una contradicción fundada en el amor o en adhesión política,
pero contradicción al fin.
Ella habla de renunciar. “Mi general:
-dice Eva Perón- aquí está el pueblo y yo
aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los humildes, a todos los
trabajadores, a todas las mujeres, niños y hombres de la Patria, que en su
corazón reconocido han levantado el nombre de una mujer, de una humilde mujer
que los ama entrañablemente y que no le importa quemar su vida si con ello
lleva un poco de felicidad a algún hogar de su Patria. Yo siempre haré lo que
diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros trabajadores que, así como
hace cinco años dije que prefería ser Evita antes de ser la esposa del
presidente, si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún hogar de mi
Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que siempre me
llevarán muy dentro de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué más puede
aspirar un ciudadano o una ciudadana que al amor del pueblo argentino!”
El pueblo dice “¡No!”.
Evita solicita tiempo para reflexionar y le reclaman que decida ahora. Espejo
interviene e intenta mediar y también es rechazado.
Perón está parado al lado de Evita y contempla lo sucedido. Las
fotos lo muestran serio, expectante, tenso. Los actores salen de la escena,
pero el pueblo, se queda en la calle vivando a Evita. Hace rato que ha
oscurecido y la escena nocturna le otorga a la reunión un tono espectral, un
inquieto contraste de sombras y luces.
Espejo propuso entonces pasar a un cuarto intermedio hasta el día
siguiente; la respuesta de la multitud fue unánime, “¡No!”. La insistencia de la gente provocó que volviera Evita al
micrófono, quien pidió un plazo de cuatro días para decidir. Le respondieron
nuevamente que no. Ella entonces pidió dos horas y, luego de insistir que “renunciaba a los honores y no al puesto de
lucha”, se puso a llorar en el hombro de Juan Domingo Perón.
Todos han entendido que efectivamente ella aceptó ser candidata,
que hizo lo que el pueblo le pedía. A la mañana siguiente los diarios
oficialistas y el propio Partido Peronista dirán que el objetivo se ha cumplido
y Eva Duarte será la compañera de fórmula del general para las elecciones
previstas para noviembre.
Recién nueve días más tarde, el 31 de agosto de
1951, la mujer de los “descamisados”, por cadena nacional de radiodifusión,
anunció su “irrevocable decisión”: renunciaba al honor que los trabajadores y
el pueblo de su patria quisieron conferirle.
“Ahora quiero que el Pueblo Argentino conozca por mí misma las
razones de mi renuncia indeclinable. En primer lugar y poniendo estas palabras
bajo la invocación de mi dignidad de mujer argentina y peronista y de mi amor
por la causa de Perón, de mi patria y de mi pueblo, declaro que esta
determinación surge de lo más íntimo de mi conciencia y por ello es totalmente
libre y tiene toda la fuerza de mi voluntad definitiva. […]
“No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que una sola
ambición. Una sola y gran ambición personal: que de mí se diga cuando se
escriba este capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón,
que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las
esperanzas del pueblo, que Perón convertía en hermosas realidades y que a esta
mujer el pueblo la llamaba cariñosamente Evita.”
Quien reemplazó su candidatura, por decisión de
Perón, fue el viejo radical antipersonalista Hortensio Jazmín Quijano, quien
falleció a causa de un cáncer antes de asumir el cargo. Perón asumió su segundo
mandato presidencial sin compañero de fórmula. Recién en 1954 se realizaron las
elecciones que llevaron a la vicepresidencia al almirante Alberto Tessaire,
quien asumió en mayo de ese año.
Recién en septiembre de 1973, los peronistas
pudieron darse el gusto de tener a una esposa de su líder, Juan Perón como
vicepresidente y la fórmula Perón – Perón se convirtió en un hecho.
María Estela Martínez Carta de Perón, más
conocida como “Isabel Perón” se
convirtió en la primera mujer vicepresidente y luego presidente de la Nación en
Argentina y en América Latina. Lamentablemente su gestión siempre será
recordada como una de las peores presidencias que han sufrido los argentinos.
Pero esa es otra historia.
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