lunes, 27 de agosto de 2012


NACE EL PERONISMO

 

            A partir de su triunfo electoral, el futuro peronismo debió enfrentar la necesidad de hallar un sistema de organización política que unificara al conglomerado de fuerzas políticas que se agrupaban en torno de la figura de Perón, pero que mantenían profundas diferencias entre ellas por cuestiones ideológicas y de aspiraciones políticas personales. Como señalan Floria y García Belsunce en tanto que la oposición tenía una estructura nacional de apoyo en el tradicional partido radical, el nuevo oficialismo debía establecerla para asegurar el pleno aprovechamiento político de su victoria electoral. Algunos de los seguidores de Perón comprendían mejor que otros la necesidad de unificar fuerzas en una única estructura partidaria. La construcción de esta fuerza política unificada no sería un trámite de sencilla concreción. Los dirigentes provenientes del radicalismo y los sindicalistas nucleados en el laborismo representaron los sectores menos dispuestos a la unificación. Las disputas entre estos sectores databan de la definición de candidaturas en la etapa previa a las elecciones y se agudizaron en el periodo de organización del nuevo gobierno en que cada formación política pretendía disputar espacios de poder e imponer sus propios hombres en los cargos del nuevo gobierno.[i]

            Perón debió tomar una enérgica resolución y no dudó en hacerlo. En un discurso radiofónico, pocos días antes de asumir la presidencia el 23 de mayo de 1946, hizo referencia a la breve pero intensa historia de conflictos  y pujas internos que caracterizaron al naciente movimiento y termina por ordenar: “1.- la caducidad en toda la República de las autoridades partidarias actuales de las fuerzas que pertenecen al movimiento peronista; 2.- la organización de dichas fuerzas como Partido Único de la Revolución Nacional, tarea que estará a cargo de los camaradas legisladores que forman las autoridades –mesas directivas y presidentes de bloques- de ambas cámaras legislativas nacionales; y 3.- esta etapa sólo durará hasta que la masa partidaria elija autoridades en comicios internos libres y puros”[ii]

            La agonía del Partido Laborista, especialmente, se prolonga hasta el 17 de junio, para finalmente desintegrarse en el nuevo partido que no conservaba ninguna de las características estructurales del laborismo. Sin embargo un pequeño núcleo disidente encabezado por Cipriano Reyes resistió la medida y terminó por alejarse del peronismo.

            La decisión de la conducción peronista de disolver los partidos que habían posibilitado la victoria electoral, puede comprenderse mejor al considerar que el Partido Laborista reposaba fuertemente en los sectores obreros, y su estructura hubiera podido crear una dependencia institucional del peronismo con respecto de estos sectores, insuficientemente contrarrestada por el débil brazo de la Unión Cívica Radical o el insignificante grupúsculo conservador que fueron sus aliados. Disolviendo esas estructuras políticas de extracción radical y los caudillos locales de las provincias, cada uno de los cuales proporcionaba votos de distintas fuentes. Puede decirse que Perón conducía una alianza frágil, no una clase monolítica ni un movimiento de masas. Con todo, el papel obrero dentro del estilo político peronista continuó siendo muy importante y, lejos de haber sido los sectores obreros cooptados a través de este proceso, parecía que más bien impusieron de hecho pesadas condiciones a su marcha ulterior, obteniendo recompensas que resultaron ser irreversibles en la historia futura del país –en términos de institucionalización, poder de negociación, participación en la distribución de la riqueza, etc.-

            Durante el año 1946 Perón se propuso reunir todos los recursos políticos dispersos, organizar sus fuerzas y definir un programa político que sintetizó en tres consignas que tendrían gran eficacia proselitista: justicia social, independencia económica y soberanía política. Con estas tres “banderas” Perón lograba reunir la esencia de la prédica nacionalista, de postulados socialistas y de principios expuestos por el catolicismo social. La oposición, mientras tanto, apenas reaccionaba de las consecuencias de la inesperada derrota electoral.[iii]

1. EL PARTIDO PERONISTA

            El fugaz Partido Único de la Revolución Nacional –PURN-, tampoco resultó la organización adecuada para canalizar las distintas fuerzas integrantes del peronismo. Por otra parte, la denominación de “único” tenía demasiadas connotaciones totalitarias para resultar adecuada. Finalmente el 14 de enero de 1947 un comunicado del PURN, que distribuyó la Secretaría Política de la Presidencia de la Nación, justifica la nueva denominación de “Partido Peronista”, en la insistencia ante Perón para que permitiera usar su patronímico “Como bandera en la formación del gran partido nacional”. Félix Luna –quien no oculta su poca simpatía por el peronismo- nos explica el porque de la nueva denominación: “Pero hay que reconocer que el nombre de Peronista era la única solución para rotular una fuerza sin historia, compuesta por un rejunte de elementos heterogéneos vinculados solamente por la adhesión a su líder. Todavía no había acuñado Perón la palabra ‘justicialismo’, y sólo su nombre, como un sello enérgicamente colocado sobre ese compuesto, podía unificarlo. Fue un acto realista, pero a la vez prefiguraba lo que sería en poco tiempo el nuevo partido: un simple apéndice del Estado”.[iv]

            Una vez lograda la unificación de las fuerzas peronistas, la primera Carta Orgánica Nacional, aprobada en diciembre de 1947, estableció las bases de la organización partidaria. Ciria nos dice que dos artículos ilustran con claridad la naturaleza del Partido Peronista. El artículo 1º señalaba que el partido era una “unidad espiritual y doctrinaria” y que su fuente de inspiración estaba constituida por la doctrina del propio Perón que lo pone al servicio de la patria, el régimen republicano de gobierno y la justicia social. En su seno “no serían admitidas posiciones de facción o bandería atentatorias de esa unidad”[v]

            La Carta Orgánica estableció como elementos de base a las “Unidades Básicas” para diferenciarlos de las denominaciones utilizadas por otros partidos políticos. Perón explicó años más tarde el porque de la nueva denominación. En un discurso pronunciado el 25 de julio de 1949 dijo a los delegados del Partido Peronista “No queremos comités porque huelen todavía a vino, empanadas y tabas, para que los usen ellos. Lo que fue antro de vicio queremos convertirlo en escuela de virtudes; por eso hablamos de ateneos peronistas, donde se eduque al ciudadano, se le inculquen virtudes, se les enseñen cosas útiles, y donde no se los incline al vicio”.[vi]

            La Unidad Básica corresponde al tipo de organización de base que Maurice Duverger denomina “secciones”.[vii] Las secciones son elementos de base menos descentralizada que los comités. La Unidad Básica no es más que una parte de un todo, cuya existencia separada no es concebible. De hecho la experiencia muestra que los partidos fundados en secciones son más centralizadas que los partidos –como la Unión Cívica Radical- fundados en comités. Pero la originalidad de las unidades básicas estaba en su estructura y no en su articulación entre sí. La unidad básica –o sección- trata de buscar miembros, de multiplicar su número, de engrosar sus efectivos. Si bien no desdeña la calidad, la cantidad importa antes que nada. La sección apela permanentemente a las masas, trata además de guardar contacto con ellas: de ahí su base geográfica, a menudo más limitada que la del comité. Estos funcionan sobre todo en el distrito; las unidades básicas estaban constituidas en el marco de la comuna. En las grandes ciudades tienden incluso a multiplicarse sobre la base del barrio.

            Finalmente, la permanencia de la sección se opone a la semipermanencia del comité. Fuera del periodo electoral, éste vive una fase de letargo en la que sus reuniones no son frecuentes ni constantes. Por el contrario, la actividad de la unidad básica, muy grande en época electoral, continúa siendo importante y sobre todo regular en el intervalo de los escrutinios. Las reuniones de la unidad básica no tienen, por lo demás, el mismo carácter que la del comité; no se trata sólo de una táctica electoral, sino también de educación política –proselitista, estudio, difusión-. Oradores del partido tratan problemas frente a los miembros de la sección; su exposición es seguida de una discusión. Desde luego las reuniones frecuentemente se desvían sobre las pequeñas cuestiones locales y electorales, pero el Partido Peronista intentó en muchos casos hacer lugar a los debates de doctrina y de interés general.

            Como la unidad básica constituía un grupo más numeroso que el comité; poseía una organización inferior más organizada. En el comité, la jerarquía era un elemento muy disperso: generalmente, la influencia personal de un “puntero” –caudillo o boss-. A veces había funciones y títulos oficiales: presidente, vicepresidente, tesorero, secretario, etc. Pero no correspondía a una división del trabajo rigurosa; había que ver en ellas distinciones honoríficas. La jerarquía la unidad básica por el contrario era más clara y la separación de funciones era más precisa. Se necesitaba una oficina organizada para dirigir la asamblea de los miembros, que comprendía al menos un secretario que asegure la convocatoria de los miembros y la revisión de la orden del día y un tesorero que se encargaba de las finanzas de la unidad básica.[viii]

            La unidad básica estaba concebida para organizar a las masas, darles una educación política y forjar en su seno elites populares. La sección correspondía a esta triple exigencia. Frente al comité radical, órgano de expresión política de los sectores medios, la unidad básica aparecía como el órgano normal de expresión política de las masas.

            Dentro de las unidades básicas debían realizarse las elecciones de los integrantes de las juntas provinciales. Estas elecciones por lo general no se efectuaron porque desde un primer momento el Partido Peronista en las provincias estuvo intervenido, es decir, que a partir de su creación el Consejo Superior dispuso las intervenciones temporarias en todos los distritos, pero éstas se hicieron permanentes hasta la finalización del gobierno peronista. Cada provincia funcionaba entonces con el interventor del Partido Peronista, la delegada censista de la rama femenina y el delegado de la Confederación General del Trabajo. La coordinación entre estos tres sectores la realizaba el general Juan D. Perón, a quien se le reconocía –así estaba estipulado en la Carta Orgánica- como jefe máximo del partido y tenía decisión sobre todas las cuestiones partidarias. Con respecto a la elección de las autoridades, éstas nunca fueron elegidas por el voto de los afiliados, sucediendo lo mismo para la elección de candidatos para cargos públicos. Quien fuera propuesto debía ser afiliado al partido. En este aspecto el peronismo conservó el rasgo introducido por el laborismo, de adhesión reglamentada con padrinazgo obligatorio. Todas las candidaturas nacionales y provinciales surgieron de reuniones que se realizaban en la Capital Federal y que eran presididas por el general Perón.

            El Partido Peronista en su funcionamiento formal y real no tuvo ningún punto de similitud con el Partido Laborista. La autonomía y democracia propia de aquella organización fueron reemplazadas por la verticalidad, método de toma de decisiones que comprendía la manipulación, subordinación y centralización política como medio más eficaz que garantizaría el programa de realizaciones de Perón y la seguridad política del nuevo orden en formación.

            Así fue aceptado por los sindicatos y por el conjunto del movimiento obrero que no cuestionó la verticalidad en la conducción política, fue admitida como un hecho natural y necesario, como lo más eficaz, más operante para que se realizara la transformación social, económica y política del país, y que garantizaría la rápida solución de sus problemas más urgentes.

 

6. LA INCONOGRAFÍA PERONISTA

            Para concluir el análisis del Partido Peronista parece necesario incluir el análisis de algunos elementos de la iconografía peronista que realiza Alberto Ciria en su obra anteriormente citada “Política y Cultura Popular: la Argentina peronista 1946 – 1955” a quien seguimos en este punto: “El distintivo más difundido –señala Ciria- de la primera época peronista fue el conocido popularmente como escudito, que identificaba a los leales. Su inspiración directa era el diseño del escudo nacional”.

            “Si bien preservaba las referencias a la pica, el gorro frigio, los laureles, el sol y hasta el celeste y blanco de la bandera patria, con mínimas alteraciones sobre el original, la mayor discrepancia estaba dada por las manos estrechadas en sentido diagonal antes que el horizontal del modelo: ello podría sugerir la relación de subordinación entre el pueblo unido y organizado y su máximo Conductor. Por su parte, una versión infantil para alumnos de escuela primaria explicaba así este ‘escudo de valientes’. Dialogan un niño y un adolescente.

“- Sobre los colores patrios, dos manos se estrechan y sostienen el gorro de la libertad”.

“- ¿Por qué no están los dos a la misma altura?”

“- Porque una trata de elevar a la otra. Es como si tú cayeras y yo te ofreciera mi mano para levantarte. En este escudo su significado es parecido. La mano del fuerte se ofrece a la del desvalido. Además, esas dos manos unidas simbolizan la hermandad”.

“- El laurel significa la gloria, ¿verdad?”.

“- Claro; y el sol naciente el comienzo de una Patria Nueva”.

“Entre otras manifestaciones de la confusión entre movimiento y nación, el escudo peronista se convirtió en símbolo oficial de la nueva provincia Presidente Perón”.[ix]

Sobre el origen del “escudito peronista” Hugo Gambini aporta interesantes datos: “Un estudioso de los símbolos partidarios, Eduardo S Rosenkrantz, se lo adjudica al diseñador de copas y trofeos deportivos Ángel R. Guzmán, quien tenía un taller en Cangallo 2069 y al que en 1943 un instituto militar mendocino le encargó el diseño de su distintivo. El dibujante y grabador Rodolfo Isidoro Ruiz, yerno de Guzmán, le contó a Rosenkrantz que el primer boceto fue rechazado por parecerse demasiado al escudo nacional, pues estaba estilizado, de perfil y apenas se diferenciaba porque tenía el sol con un solo ojo y la rama de laureles únicamente del lado derecho. Parece que Guzmán le agregó después una escotadura en el ángulo inferior izquierdo, para que se asemejara al casco del ejército argentino de aquellos años. […] Cuando Perón buscaba un distintivo para su flamante partido, un viejo amigo suyo, el periodista Enrique F. J. Wehmann (que escribía sobre temas militares y tenía contactos con las fuerzas armadas) le mostró el boceto. Como a Perón le encantó el diseño, Guzmán lo registró enseguida, pero luego se la cedió a cambio de la exclusividad para fabricarlo”[x]. En un reportaje al diario Clarín, publicado el 23 de octubre de 1993, Guzmán dijo que llegó a fabricar por día hasta 16.000 distintivos del Partido Peronista[xi].

“Dentro del folklore de la subcultura política peronista –señala Alberto Ciria-, la marcha “Los muchachos peronistas” ocupó y ocupa un claro lugar de preferencia desde aproximadamente 1948, si bien sus orígenes en cuanto a música y letra todavía carecen de pacífica verificación. La canción reforzó el hondo contenido emocional y simbólico de la relación líder – partidarios antes y después de 1955. Durante años se la prohibió, exhumó, reactivó o sirvió para despertar afinidades políticas ante su tarareo. A ese impacto no fue ajena la grabación definitiva de sus estrofas por Hugo del Carril, hacia 1949, que expresó la voz del peronismo en la canción popular”.  

            “El esquema de ‘Los muchachos peronistas’ es simple:

a)    glorifica al Líder con el trato familiar de los argentinos; el estribillo dice: ‘!Perón, Perón, qué grandes sos! / ¡Mi general cuánto vales! / ¡Perón, Perón, gran conductor, / sos el primer trabajador!’’;

b)    la unidad del pueblo con amor e igualdad, se basa en los principios sociales de Perón, ‘que se supo conquistar / a la gran masa del pueblo / combatiendo al capital’; y

c)    se debe imitar el ejemplo del jefe, ya que el país con que soñó San Martín es la realidad efectiva que debemos a Perón”[xii]

Por su parte Hugo Gambini, nos da una particular versión del origen de este himno partidario: “Los muchachos peronista –dice Gambini- fue una adaptación de la versión sindical Los gráficos peronistas, pero ésta a su vez había sido plagiada de la vieja marcha del club de fútbol Barracas Juniors cuyas estrofas iniciales decían ‘Vamos muchachos unidos / todos juntos cantaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra del corazón. / Por esos bravos muchachos / que lucharon con fervor / por defender los colores / de esta gran institución’. Se entonaba con la misma música que después tuvo la marchita, compuesta en los años 20 por uno de sus socios, el bandoneonista Juan Raimundo Streiff.[xiii]

 

7. LA DOCTRINA PERONISTA

El peronismo fue acumulando a través del tiempo un complejo cuerpo doctrinario cuya esencia se consigna en diversos documentos. Así, por ejemplo, la Ley 14.184 –Segundo Plan Quinquenal-, en su primera parte establecía la obligatoriedad de acatamiento de la “doctrina nacional” para funcionarios y ciudadanos. Definía el art. 3º: la Doctrina Peronista o Justiciaismo “tiene como finalidad suprema alcanzar la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación, mediante la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política, armonizando los valores espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad”.

            La Doctrina Nacional debe orientarse hacia la realización de la armonía y el equilibrio entre los derechos del individuo y los derechos de la sociedad para que la comunidad posibilite el máximo desarrollo posible de los fines individuales de sus componentes” –Doctrina Política Interna de la Nación-.

            “Los objetivos de la comunidad organizada solo pueden ser alcanzados mediante la leal cooperación económica y social entre el capital y el trabajo” –Doctrina Social de la Nación-.

            “El Plan General de Defensa Nacional debe establecer particulamente la correlaciones necesarias entre las actividades civiles y militares de carácter industrial” – Doctrina de la Nación en materia de Defensa y Seguridad-.

            “El gobierno y el Estado auspiciarán preferentemente la creación y desarrollo de las empresas cuyo capital esté al servicio de la economía en función del bienestar social” – Doctrina Económica de la Nación-.

            “Las unidades regionales y continentales facilitan el progreso económico general y el bienestar de los pueblos y promueven la paz entre las naciones” –Doctrina Política Internacional de la Nación-.

            Esta doctrina peronista fue resumida en las denominadas “Veinte Verdades del Justicialismo”, leídas por Perón el 17 de octubre de 1950 desde los balcones de la Casa de Gobierno, son:

“1.- La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo.

2.- El justicialismo es esencialmente popular. Todo círculo político es antipopular, y por lo tanto, no es justicialista.

3.- El justicialista trabaja para el movimiento. El que en su nombre sirve a un círculo o a un hombre o caudillo, lo es sólo de nombre.

4.- No existe para el justicialismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan.

5.- En la Nueva Argentina el trabajo es un derecho, que crea la dignidad del hombre, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.

6. Para un justicialista no puede haber nada mejor que otro justicialista.

7.- Ningún justicialista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un justicialista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca.

8.- En la acción política la escala de valores de todo justicialista es la siguiente: primero, la Patria, después el movimiento, y luego los hombres.

9.- La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la patria que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional.

10.- Los dos brazos del justicialismo son la justicia social y la ayuda social. Con ellos damos al pueblo un abrazo de justicia y amor.

11.- El justicialismo anhela la unidad nacional y no la lucha. Desea héroes, pero no mártires.

12.- En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños.

13.- Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el peronismo tiene su propia doctrina política, económica y social: el justicialismo.

14.- El justicialismo, es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humana.

15.- Como doctrina política, el justicialismo realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de la comunidad.

16.- Como doctrina económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio del la economía y esta al servicio del bienestar social.

17.- Como doctrina social, el justicialismo realiza la justicia social, que da a cada persona su derecho en función social.

18.- Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberanía.

19.- Constituimos un gobierno centralizado, un Estado organizado y un pueblo libre.

20.- En esta tierra, lo mejor que tenemos es el pueblo.”[xiv]

 

3. LA NUEVA ELITE DIRIGENTE

 

a. ¿QUIENES MANDAN CON EL PERONISMO?

            La aparición del estilo político peronista modificó la conformación de la clase política argentina. En esta época toca a su fin el predominio de un elenco dirigente, de carácter restrictivo, en el que el origen, las relaciones de tipo personal, la situación de la familia y los clubes de pertenencia operaban como criterios de selección. Como elemento supletorio el grupo aplicaba criterios de reconocimiento, entre los cuales el primero era la habilidad para los negocios, la capacidad jurídica, el prestigio intelectual o el éxito electoral. Pero la presidencia estaba reservada no sólo a los grandes políticos que pertenecieran al más alto estrato social. Esta elite dirigente poseía gran cohesión interna.

            La aparición del estilo político peronista modificará –como veremos posteriormente- los criterios de legitimidad imperantes. Así lo consigna el sociólogo José Luis de Imaz en su libro “Los que mandan” diciendo: “la nueva clase política que se instala tras el triunfo electoral peronista no reconoce valores adscriptos, y el régimen de lealtades que instaura nada tiene que ver con el preexistente...” Los nuevos dirigentes peronistas de 1946, constituyen un grupo de “accesión muy alto, abierto, extenso, basado en el reclutamiento amplio como hasta entonces no se había conocido”[xv] En 1946, todavía el valor para el ascenso era el exclusivo éxito. Pero este éxito debía haberse producido en alguno de los cuatro campos básicos sobre los que se estructuraría el peronismo: las altas finanzas, la actividad gremial y la política social, la experiencia política comicial y las fuerzas armadas.

            Las altas finanzas era un canal de ascenso relativamente nuevo. La novedad consistía que en lugar de apoyarse en los sectores cuya riqueza provenía de las actividades agro – exportadoras como había sido la práctica anterior, el peronismo reclutó sus apoyos en la naciente clase industrialista que no eran exportadores sino importadores. El ascenso al poder por medio de la carrera sindical era también un fenómeno hasta entonces inédito y que a partir del peronismo cambiaría a la clase dirigente argentina. Menos innovador era el reclutamiento de cuadros dirigentes marginales provenientes de la política tradicional, en especial del radicalismo aunque también del conservadurismo y socialismo -tal como se ha señalado-. Por último, muchos cuadros políticos y de la burocracia estatal provenían de las fuerzas armadas. Se trataba en la mayoría de los casos de militares en situación de retiro que no habían culminado su carrera profesional –entre los más destacados se encontraban el mismo presidente y todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires durante el peronismo, pero también legisladores, diplomáticos y otros funcionarios menores-. Esto también constituía una novedad. Al principio, el nuevo sistema de lealtades era difuso, salvo para los militares y quizás para los gremialistas. Con el tiempo, la conexión estaría dada por el tipo particular de liderazgo que implementó Perón y la adopción del “führerprinzip”.

 

b. EL FÜHRERPRINZIP O CULTO A LA PERSONALIDAD

            En el siglo XX, la democracia es la doctrina dominante que define la legitimidad del poder. Los partidos están obligados a tenerla en consideración debido a que actúan en el terreno político, donde la referencia a las doctrinas democráticas es constante. Las creencias relativas a la legitimidad tienen un carácter general, que es válido para todos los grupos sociales: pero se aplican más inmediatamente al Estado democrático y que trata de conquistar la adhesión de las masas. Consideran el poder democrático como el único legítimo. Debe tenerse mucho cuidado, pues, en darse una dirección en apariencia democrática.

            Los líderes políticos anteriores a Perón, en especial Roca e Yrigoyen, se basaron en el principio de liderazgo democrático. Podrá acotarse que Roca, con su pasado militar, conducía en forma más autoritaria mientras que Yrigoyen era más permisivo y explotaba más su perfil carismático. Pero ambos eran respetuosos de las formas democráticas.

            Perón, por el contrario, aunque llegó al poder por medios democráticos inmediatamente comenzó a implementar un estilo de liderazgo propio que tiene más vinculaciones con el “führerprinzip”, es decir con el principio de conducción adoptado por los líderes fascistas o autoritarios. Esta afirmación no significa en modo alguno identificar al peronismo con el fascismo europeo o con la figura del “hombre fuerte latinoamericano” que se perpetúa eternamente en el poder al estilo de un Stroessner, un Somoza o un Castro. Pero tampoco se pueden desconocer los rasgos autoritarios y el culto a la personalidad que imperó en la etapa inicial de la historia del peronismo.

            En esta versión vernácula del “führerprinzip”, o principio del líder que adoptó el peronismo, la dirección suprema del “Movimiento” quedaba en manos de un jefe –Perón- que circunstancias providenciales habían colocado en posición tal que sólo el podía asumir la dirección suprema  de la nueva formación política. La mayoría de los autores  afirman que sin lugar a dudas el tipo de liderazgo implementado por Perón se identifica con la figura del líder carismático de la tipología de Max Weber.[xvi] La autoridad del líder proviene de su persona, de sus cualidades individuales, de su propia infalibilidad, de su carácter de hombre providencial. El predominio de tal criterio de legitimidad tiene por consecuencia que la selección por el jefe del partido en virtud de su soberanía propia, sea el mecanismo adoptado para la promoción de los dirigentes partidarios.

            Tal como hemos señalado anteriormente, Perón conoció en forma directa la Italia Fascista, en 1939, donde fue enviado por el Ejército a especializarse en tropas de montaña. El naciente peronismo se inspirará sin lugar a dudas en el estilo político fascista. Así, el peronismo se apoyó en la natural aspiración de las masas hacia el poder personal y paternalista para reforzar la cohesión del movimiento y asentar su estructura. La personalización del poder fue acompañada por la divinización de la figura del líder –y de su esposa-. El general Juan D. Perón era infalible, infinitamente bueno y sabio; toda palabra, toda sentencia por él formulada era verdad absoluta; toda sugerencia proveniente de él era ley del partido. Eva Perón resume esta caracterización diciendo: “Perón es el aire que respiramos. Perón es nuestro sol. Perón es vida”.[xvii] Las técnicas modernas de la propaganda permitían conferirle una extraordinaria omnipresencia: gracias a la radio su voz penetraba en todas partes, su nombre se utilizaba para denominar provincias, localidades, hospitales y hasta buques de guerra, su busto estaba en todos los edificios públicos y su retrato presidía cada hogar peronista. Después de la muerte de Eva Perón fueron muchos los hogares humildes que contaban con un altar improvisado en donde se rezaba a “Evita” y se le pedían favores y milagros como si fuera una santa.

            Mediante la implementación de este estilo de liderazgo en que se personalizaba el poder, Perón ligaba a su persona a la mayor cantidad posible de personas, grupos y organizaciones; contaba, en la práctica, con facultades absolutas sobre todas las instituciones y factores de poder. En muchos casos no era necesario que expresara sus deseos o su posición frente a un tema o cuestión determinada, pronto aparecían entre los más fervientes de sus partidarios “intérpretes” de su voluntad o pensamiento que tomaban sus propias iniciativas e incluso iban más allá de lo que el mismo Perón deseaba o se atrevía a realizar.

            Es imposible concluir este análisis del liderazgo peronista sin una referencia a las grandes movilizaciones populares que se convirtieron en un signo característico del peronismo y de allí se proyectaron a todos los ámbitos de la vida política argentina. Las movilizaciones populares –en especial a la histórica Plaza de Mayo- se convirtieron en la forma de expresión del estado de ánimo popular y sirvieron tanto para conmemorar la transitoria recuperación de nuestras Islas Malvinas en 1982 o para celebrar la obtención de un campeonato mundial de fútbol.

            Tomadas posiblemente de los mitines romanos que Benito Mussolini organizaba frente al Palazzo Venezia las movilizaciones populares del peronismo eran más imponentes. Las mismas tenían lugar en determinados días –el 1º de Mayo Día de los Trabajadores o el 17 de Octubre bautizado como “Día de la Lealtad, entre otros- que por ese motivo eran declarados feriados, a raíz de algún suceso fuera de lo común, como por ejemplo antes de las elecciones o después de alguna conmoción política, cuando el general Perón quería impresionar a sus opositores con una muestra pública de apoyo popular. A estas manifestaciones, que eran objeto de una intensa preparación propagandística, acudían miles de partidarios de los sectores populares, desde los suburbios del Gran Buenos Aires. La masa iba colmando lentamente la histórica plaza con frente a la Casa Rosada y desplegaba grandes carteles y banderas con retratos y citas del presidente. Con frecuencia debían esperar largas horas hasta el comienzo del acto y hasta que los primeros oradores habían pronunciado sus discursos. Sólo después aparecía el general Perón acompañado de Eva Perón y los principales ministros del Gobierno, en el histórico balcón de la Rosada, en respuesta a los impacientes reclamos de la multitud. Esta los recibía con gran algarabía, en la cual se mezclaban gritos, bocinazos y el ensordecedor acompañamiento de los bombos. El aplauso y el griterío de aprobación se repetían y se intensificaban después de los pasajes particularmente vibrantes o provocativos de los discursos pronunciados por ambos líderes. Para los que no podían acudir a la Plaza los discursos eran transmitidos por la radio. En esos casos las distintas emisoras obligatoriamente debían suspender su programación del día e integrarse a la “cadena oficial” para transmitir el discurso oficial.

            Un acérrimo opositor a Perón, el ex diputado radical Raúl Damonte Taborda nos brinda el siguiente testimonio de un acto oficial en tiempo del peronismo: “Las calles adyacentes están abarrotadas de camiones, ómnibus, ‘colectivos’ y toda suerte de carruajes mecánicos en que han sido transportados ‘los grasas’, ‘los puntos’, ‘los desgraciados’, ‘la negrada’, ‘los chupamedias’, como los penates peronistas designan, no sin cariño, a las huestes, que se van agrupando en la Plaza de Mayo, presentándose a los capataces que, lápiz y libreta en mano, controlan la llegada de los distintos barrios, comités, fábricas, reparticiones públicas, agrupaciones, células, sindicatos, villas, ciudades y provincias. Desde camiones asediados por la muchedumbre se reparten refrescos, ‘sandwiches’, empanadas o chorizos calientes y chorreantes presas de asado. Se intercambian gritos, risotadas, exclamaciones, juramentos. Los altavoces atronan el espacio, caldeando, con música popular, que locutores rápidos y nerviosos matizan con frases retumbantes: ¡Cien mil personas! ¡Doscientos mil personas llenan la histórica Plaza de Mayo! ¡Siguen llegando las multitudes! ¡Se aprietan trescientas mil personas que van a decir, emocionadas, al líder ‘Presente’”.[xviii] En otro párrafo agrega: “Cada año, el 17 de octubre, hay un gran espectáculo en la Plaza de Mayo, y las muchedumbres corean: ‘¡San Perón! ¡San Perón!’ ‘¡Mi General, cuánto valés!’ Los coros y la escenografía permanecen casi inmutables. ‘San Perón’ anuncia siempre que el día siguiente es feriado, con salarios pagos”.[xix]

            Otro testimonio -también de un opositor acérrimo- lo brinda el escritor Jorge Luis Borges: “Recuerdo las melancólicas celebraciones del día 17 de octubre. El dictador traía a la Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos; los cuales eran tremebundos cuando todo estaba tranquilo, o conciliadores y pacíficos si las cosas andaban mal...”[xx]

            En algunas ocasiones, mientras Perón hablaba a las masas populares reunidas en la Plaza de Mayo se dejó llevar por la situación o por ciertos incidentes y terminó incitando a los manifestantes a la realización de acciones violentas. Así ocurrió, por ejemplo el 15 de abril de 1953 –Perón también se descontroló el 1º de mayo de 1974 cuando expulso a los sectores de la izquierda peronista de la Plaza de Mayo- cuando el presidente hablaba en un acto organizado por la CGT. En ese momento estallaron varias bombas que provocaron siete muertos y 93 heridos, en ese momento el clamor creciente de la multitud, lo llevó a agregar –según relata Luna- lo siguiente:

-          “¡Compañeros! Podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores, pero lo que nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya. ¡Y de esto, compañeros, yo les aseguro que no se saldrán con la suya! ¡Hemos de ir individualizando a cada uno de los culpables y les hemos de ir aplicando las sanciones que les correspondan! ¡Compañeros, creo que según se puede ir observando, vamos a tener que volver a la época de volver a andar con alambre de fardo en el bolsillo...!”

“La gente, ahora enardecida, corea: ¡Perón! ¡Perón! y ¡Leña, leña!”

-          “Eso de la leña que ustedes me aconsejan, ¿por qué no empiezan ustedes a darla?”[xxi]

            Esa noche grupos de exaltados atacaron e incendiados la “Casa del Pueblo”, la sede del Partido Socialista, la “Casa Radical”, el “Jockey Club”, ante la indiferencia de la policía y la demora de los bomberos. También intentaron atacar el “Petit Café”, la por entonces célebre confitería de Santa Fe y Callao –donde se reunían grupos antiperonistas pertenecientes a la alta clase media- y el diario “La Nación”. Días más tarde la policía responsabilizó por las bombas en Plaza de Mayo a un grupo opositor integrado por militantes radicales.

            El culto al líder era organizado y manejado fundamentalmente por los medios de comunicación, en parte en manos del Estado, en parte mediante el holding ALEA. Había una serie de diarios –La Época, La Razón, Crítica, Noticias Gráficas, El Mundo, Democracia- multitud de revistas y cuatro estaciones de radio. El Estado también ejercía el control de las restantes estaciones de radio y podía ordenarles unirse a la red oficial en cualquier momento.[xxii] La función de este aparato de difusión consistía en suministrar a todas las creaciones y triunfos nacionales el sello de autoría peronista y de esa manera “teñir” de peronismo a todo el acontecer político, económico, cultural o deportivo. Puede decirse que Perón no ahorró esfuerzos para que su nombre se convirtiera en sinónimo de Argentina en todos sus aspectos y manifestaciones.

            Estas medidas sólo tuvieron algún efecto sobre los sectores populares, a los cuales al parecer estaban destinadas, a juzgar por la escasa sutileza del mensaje. Con la elite y los estratos medios, en cambio, su éxito fue muy escaso. Estos sectores no sólo se burlaban de las absurdas caracterizaciones de aquella adoración desmedida sino que encontraban particularmente molesto el uso excesivo de los nombres del primer mandatario y su esposa para denominar cuanto había de importante en el país. El desmedido culto a la personalidad contribuyó en gran medida a alimentar – o justificar- el antiperonismo. Así años más tarde Jorge Luis Borges hablaría ácidamente del mito del “primer trabajador y el hada rubia”.[xxiii]

            El principal motivo de burla y de descrédito del régimen era la desmedida obsecuencia cortesana y la torpe adulación de que era objeto la pareja gobernante y que, después de 1950, fue invadiendo más y más todos los discursos de los miembros del régimen. El general Perón era demasiado inteligente para no comprender la competencia de adulación que ejercían quienes le rodeaban. Pero, muy posiblemente la sinceridad de estas declamaciones le importaba muy poco. Peter Waldmann señala con mucho criterio que sólo le importaba la declaración en sí, es decir, la demostración de admiración personal, que manejaba el culto a la personalidad como un ritual obligatorio por lo menos para sus partidarios. Aquellos que integraban el círculo íntimo de funcionarios peronistas –o aspirara a formar parte de él- debía esforzarse para encontrar nuevas formas de demostrar su adhesión incondicional a Perón. Cuanto más imaginativas y estrafalarias fueran las imágenes, tanto más entusiasta era el aplauso que recibían. En muchos casos Perón acentuaba aún más el efecto de estos elogios con su aparente actitud de modestia. Los antiperonistas recurrían al humor para burlarse de la obsecuencia de algunos funcionarios. Así por ejemplo se relataba una conversación entre el Presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires el mayor Carlos V. Aloé –este último era un blanco permanente de los antiperonistas quienes lo tildaban no sólo de ignorante sino también de obsecuente-, o del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor J. Cámpora, como la siguiente:

-          “Che Camporita, ¿qué hora es?”, preguntaba Perón mientras caminaban por la quinta de Olivos con el gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

-          “¡La que usted quiera mi general!” ¡La que usted quiera!, se apuraba a responder el servicial Diputado.[xxiv]

Waldmann opina que las manifestaciones del culto a la personalidad tenían, por un lado la función de un control político del grado de adhesión y lealtad de sus partidarios. Para entender esta función debemos tener presente que no se toleraban las críticas a la conducción entre los peronistas y que cualquier expresión de este carácter o de descontento era considerada como una forma de complicidad con la oposición. La importancia concedida por Perón a la unanimidad de todos los miembros de su movimiento y la subordinación de éstos bajo su conducción, no sólo tuvo por consecuencia la total ausencia de impulsos críticos sino que podrían haber contribuido a la rectificación y mejoramiento de su sistema de gobierno. Lo más peligros para él era que, de esta manera, no podía saber hasta que punto contaba con el apoyo de su gente. Esta deficiencia era compensada, en parte, por la apelación al culto de la personalidad, pues la magnitud y el contenido de los pasajes consagrados a honrar a Perón, en los discursos de políticos y funcionarios peronistas, podían considerarse como un seguro indicador de la conformidad política del individuo en cuestión. La ventaja decisiva de esta prueba de lealtad consistía en que, merced a él, se mantenía en pie la ficción de unanimidad, de total acuerdo en la orientación política e ideológica de todos los peronistas. Hasta cierto punto, cumplía las funciones de informal medidor del clima político, pues brindaba a Perón la posibilidad de percibir en que medida contaba con el apoyo de sus partidarios, sin por ello renunciar ante los opositores a sus pretensiones de unidad total de su movimiento.[xxv]

 

3. PERONISMO Y ESTADO

            Es imposible analizar el estilo político peronista entre 1943 y 1955 sin incluir el papel que dentro de él se asignaba al Estado. De hecho, la principal meta del general Juan D. Perón fue cambiar la estructura del sistema político argentino. El uso que del aparato estatal hacían los estratos superiores, que veían en ello casi una atributo natural de su posición en la sociedad, comenzó a chocar con la creciente resistencia de los estratos más bajos. Para que esta protesta –todavía apenas articulada- no se transformara de buenas a primeras en una actividad revolucionaria capaz de desintegrar el sistema, era necesario corregir las estructuras políticas, hacerlas más abiertas y flexibles.

            El estilo político peronista aportó esa corrección, pero no se detuvo en eso: contenía el plan de liberar al Estado, en general, de su estrecha ligazón con los factores sociales de poder e instalarlo en el punto de intercesión de las relaciones entre los grupos sociales. Ya no debía ser patrimonio más o menos exclusivo de los sectores que tuvieran más fuerza en una coyuntura política determinada, sino que debía cumplir un papel de árbitro entre los distintos sectores, sin una directa dependencia de ninguno de ellos. A tal efecto el Estado debía tener una mayor intervención en el ámbito económico y social para marcar el rumbo de los procesos políticos.

            Podemos decir que en alguna medida Perón era un conservador lúcido. En muchos aspectos es evidente que el propósito fundamental de su proyecto político era prevenir los cambios sociales abruptos, y de ser necesario, incluso impedirlos. Al respecto, en su célebre discurso en la Bolsa de Comercio, en agosto de 1944, Perón expuso su pensamiento en tal sentido, diciendo: “Señores capitalistas, no se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo, ya que yo también lo soy, porque tengo estancia y en ella operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos y de esta manera se neutralizan en su seno las corrientes ideológicas y revolucionarias, que puedan poner en peligro nuestra sociedad capitalista en la posguerra”.[xxvi]

            El peronismo al plantear la concialiación de clases para enfrentar las posiciones revolucionarias que planteaban la lucha de clases, se convertía en un elemento de estabilidad y de equilibrio de las distintas fuerzas sociales del momento. Pocas medidas adoptadas por Perón contenían un carácter antitradicionalista, o que pretendiera acelerar el cambio social. Por lo general pretendían restablecer, perfeccionar o continuar el desarrollo de las condiciones estructurales preexistentes. Aún en aquellas medidas que parecían más revolucionarias y demagógicas es posible reconocer una tendencia fundamentalmente conservadora en la determinación de objetivos y de los medios empleados. En este marco se encuadran las acciones del peronismo para reorganizar a la sociedad y el Estado.

Por iniciativa suya, a partir de 1944, el gobierno militar se convirtió en portavoz y defensor del movimiento obrero. Por primera vez el Estado asignaba una particular importancia a los trabajadores para proteger sus intereses. La preocupación del gobierno por los problemas sociales que afectaban a los sectores populares tuvo como contrapartida un cambio de actitud de los trabajadores con respecto al Estado y a sus representantes. El Estado dejó de ser percibido como una estructura represiva exclusivamente al servicio de los propietarios y capitalistas. Con la aparición del peronismo los trabajadores comprendieron que el Estado podía convertirse en un arbitro benévolo que defendiera sus intereses frente a los patrones. Pero, para convertir al Estado en un instrumento a su servicio, los obreros se vieron impulsados a intervenir en el proceso político, comprobando que su mayor participación convertía a sus ideas y aspiraciones temas centrales de la gestión de gobierno. En esta forma se incrementó el nivel de conciencia política de los sectores populares y su adhesión incondicional al peronismo.

La mayor conciencia política de los sectores populares puede apreciarse en el incremento de la participación electoral. En las elecciones de 1946 intervino un quince por ciento más de votantes que en las elecciones nacionales de 1938. Como se ha visto en esa oportunidad la coalición peronista se impuso por un ajustado margen.[xxvii] En la primera legislatura peronista –tal como se ha referido en detalle anteriormente- se convirtieron en diputados un importante número de obreros y empleados, lo cual permitió una importante transformación en los elencos políticos nacionales. Un proceso de renovación similar tuvo lugar en toda la administración pública, desde los mismos despachos ministeriales. El aumento del poder político de los sectores populares puede apreciarse también en la expansión de la sindicalización de los trabajadores. Durante los primeros años posteriores a la revolución de junio de 1943 se incrementó en forma abrupta el número de entidades sindicales, con la aparición de sindicatos en actividades donde los trabajadores no tenían una tradición en este sentido, como ser, locutores, músicos, artistas, etc. Por el contrario, a partir de 1947, creció el número de afiliados. En una primera etapa los afiliados pasaron de 500.000 a 1.550.000, hasta alcanzar en 1950 a cinco millones de trabajadores sindicalizados.

Si bien Perón apoyó la expansión de la participación política  de los sectores populares, lo hizo en la medida en que podía capitalizar y controlar esa participación. Así, por un lado, introdujo el voto femenino, incluyó el derecho de reunión en la Constitución Nacional, estableció el voto directo en la elección presidencial y en la de senadores. Mientras que, por otro lado, mediante el culto a la personalidad y la introducción del “verticalismo” en la conducción del Partido y del Estado subordinó esa participación a sus intereses. Perón solía desplazar en forma sistemática a los dirigentes intermedios que demostraban el menor signo de independencia política o que tan sólo se incrementaban su importancia política. En esta forma se aseguraba que la comunicación dentro del movimiento peronista fuera directa entre el líder o conductor y la masa conducida. Las grandes concentraciones en Plaza de Mayo donde Perón parecía dialogar con las masas contribuían a  acentuar esa tendencia.

 

EL USO DEL PATRONAZGO OFICIAL EN EL ESTILO PERONISTA

Como muy acertadamente destaca Peter Waldaman[xxviii], al analizar el funcionamiento de la administración estatal en los países en vías de desarrollo, actualmente la ciencia política ha abandonado la creencia de que la corrupción, el soborno[xxix], la venta de cargos y otras prácticas semejantes deben considerarse anomalías del proceso político. Lentamente se fue comprendiendo que, en ciertos países, están muy difundidas y que, en determinados casos, hasta surgen de una necesidad estructural. En el mundo en desarrollo el favoritismo, el nepotismo y las maniobras comerciales han figurado siempre entre los modelos de conducta más arraigados. Por eso no es sorpresa que numerosos dirigentes y funcionarios peronistas hayan usado el cargo para enriquecerse.

Así como en la época de los notables la elite sacó provecho de su situación política privilegiada para hacer uso del patronazgo oficial al igual que harían los sectores medios durante la vigencia del estilo político radical; durante el gobierno del general Perón, los elementos en ascenso de los sectores populares aprovecharon su flamante acceso al patronazgo oficial para obtener ventajas. La conducta de Perón –al igual que en su momento la de Roca y más tarde la de Yrigoyen- estuvo de un todo de acuerdo con estas prácticas, al demostrar su reconocimiento por el apoyo político prestado, otorgando a sus adeptos cargos públicos, comisiones, licencias y además ventajas materiales.

Sin embargo, debido a que los estratos que sirvieron al general Perón como base de poder eran mucho más amplios que aquellos sobre los cuales se apoyaron los gobiernos minoritarios de las décadas anteriores, el número de partidarios a recompensar era también mucho mayor. Por lo tanto, la recompensa ya no podía adoptar una forma más o menos discreta y legalista, como, por ejemplo, había ocurrido entre 1930 y 1943, cuando la opinión pública sólo se enteraba del enriquecimiento de algún influyente funcionario público –que por lo general ya contaba con una sólida posición económica antes de acceder al cargo público- a raíz de la ocasional divulgación de algún escándalo de corrupción. En el peronismo ese enriquecimiento tenía carácter público y aparecía como una parte integrante de un amplio proceso de redistribución de la riqueza y de integración social, lo cual añadía a estos hechos una nota particular de cuasi legalidad. Por otra parte, el estilo peronista al ampliar considerablemente la intervención del Estado en la economía y en la sociedad toda, dispuso de una gama de recursos materiales para volcar al patronazgo oficial mucho mayor de la que se encontraba al alcance de los gobiernos anteriores. El general Perón empleó estos recursos para lograr la adhesión absoluta de los elencos dirigentes – políticos y sindicales - a persona.

 

LA DIARQUIA PERONISTA

            Al tratar el papel que el mito del líder desempeño dentro del estilo político peronista no podemos pasar por alto el fenómeno que Floria y García Belsunce denominan “la diarquía peronista” haciendo referencia al liderazgo bicéfalo de Juan D. Perón y María Eva Duarte de Perón.[xxx] Evidentemente la presencia de Eva Perón es un factor relevante. Mujer singular, dotada de una personalidad espontánea  y arbitraria –producto tanto de sus orígenes humildes, de su presente juventud: tenía 27 años al convertirse en Primera Dama y 33 al morir-, que coronaba una belleza impactante y frágil a la vez, generaba adhesiones irracionales y odios también irracionales.

            Un testimonio de la condena que los sectores antiperonistas realizaban –y aún realizan- de Evita es la caracterización que de ella realiza Marcos Aguinis. “Eva María Duarte de Perón irrumpió como un cometa desbordado por la energía y el resentimiento. Llevaba cicatrices de la marginación y la injusticia, tenía envidia y necesitaba ser amada. Por sobre eso le sobraba un rasgo decisivo: coraje. Cuando ingresó en el poder evidenció apuro por desquitarse de sus carencias pasadas, gozar de pieles, joyas y viajes, hacerse obedecer por quienes gobernaban y maltratar a los poderosos como ellos la habían maltratado; hasta insultaba con palabrotas a los ministros que resistían sus órdenes. Era bastarda, como bastardos fueron millones de mestizos, el gaucho y Carlos Gardel y, a medias, el mismo Perón. Le sobraba desenfado para convertirse en una incontrolable diablesa”.[xxxi] 

            Los citados autores destacan el papel de mediadora que cumplía “Evita” dentro del estilo peronista, entre Perón, el gran líder y su pueblo. Evita con su espontaneidad  superaba la rigidez de la burocracia partidaria y oficial, y –según una arriesgada pero sugestiva tesis- como fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia deliberada e inconsciente del marianismo. Al mismo tiempo, a través de la Fundación que llevaba su nombre, Eva Perón cumplía con el propósito del peronismo de cambiar la “caridad” por la “ayuda social” que constituyera un remedio práctico a las desigualdades sociales, atenuando los aspectos más agraviantes de esas diferencias.  

            José Luis Romero, un historiador crítico del peronismo ha caracterizado el accionar de Eva Perón diciendo: “Introdujo en la política argentina un acento nuevo (...) Era el acento de los viejos caudillos populares pero impregnado de una sentimentalidad protectora que, sin duda, despertaba en las clases populares un eco que nosotros no sospechábamos. Si fue sincera o no, no lo sé ni ya importa. Hoy es un símbolo –quizá un poco desvanecido- de una manera nueva en la Argentina de percibir lo político en la que se mezclan lo ideológico y lo sentimental. Durante varias décadas –o acaso siglos- hemos sido incapaces de percibirlo. Quizás fuera necesaria una voz tan dulce, y al mismo tiempo, tan áspera como la de Eva Perón para que lo aprendiéramos”[xxxii]

            En la práctica llegó a constituirse, pues, una suerte de coparticipación en el poder, en la que el papel de Eva Perón –sin cargo oficial alguno- era decisivo para el dinamismo interno del régimen, de ahí que su muerte trastornase al peronismo y al hombre que detrás del líder pareció perder desde entonces su pleno equilibrio emocional.[xxxiii]

 

4. ENFERMEDAD Y MUERTE DE EVA PERÓN

            El día 9 de enero de 1950 mientras presenciaba la inauguración de un local sindical en Dock Sud, Evita sufrió un desmayo. No hubo información oficial sobre el hecho ni pareció preocupante, dado el intenso calor de la jornada. Tres días más tarde, Evita era internada en el Instituto del Diagnóstico y operada de apendicitis; poco después retornaba a sus actividades habituales, sin mostrar huellas aparentes del episodio.

            Sin embargo, la versión que años después brindó el cirujano que la operó, establecía que fue en ese momento, a través de los diversos análisis efectuados, cuando se evidenció la existencia de un quiste probablemente canceroso en la matriz de la enferma. El médico era el doctor Oscar Ivanissevich, eminente cirujano y, además, en ese momento, ministro de Educación. Pero, la sola sugerencia de que debía someterse a una revisión más prolija y, eventualmente, operarse de nuevo, chocó la férrea negativa de Evita.

            Es probable que, de haber sido intervenida en esa oportunidad habría podido continuar su vida  sin  mayores consecuencias. La madre de Evita había padecido el mismo mal años atrás, y una oportuna extracción quirúrgica terminó con su problema. De todas maneras esto no ocurrió y la enfermedad siguió su desarrollo.

            Durante 1950 Evita desarrolló una incasable actividad al frente de la Fundación Eva Perón y de la “rama femenina” del peronismo. Evita se encontraba en el cenit de su popularidad y de su influencia política. Estaba rodeada por un grupo de incondicionales, como Héctor J. Cámpora, Atilio Renzi, José Freire, y los dirigentes de la cúpula de la C.G.T., José Espejo, Isaías Santín y otros. También solía frecuentar un grupo de poetas y escritores con los que cenaba a veces.

            Por ese entonces, su aspecto personal sufrió un a gran transformación, la sobriedad en sus peinados y vestidos inauguró un estilo despojado, al mismo tiempo desaparecían las joyas con que se adornaba. Su piel, que siempre había sido hermosa, tomó un leve tono nacarado que subrayaba la línea de los pómulos y le agrandaba los ojos. Su imagen ganó distinción y fragilidad...

            El lunes 24, de septiembre, los médicos informaron a Perón que Evita “padecía  un cáncer de útero, muy desarrollado y con peligrosas consecuencias marginales”. El padre Hernán Benítez, que estaba presente cuando le dieron la noticia a Perón, dijo: “Este fue el mayor impacto jamás recibido por Perón. Su vida quedó alterada por completo. Supo exactamente lo que le aguardaba en el mismo momento en que le dieron la noticia, pues su primera esposa, Aurelia, había sufrido la misma enfermedad, y tras haber intentado todo tipo de tratamiento sin el menor éxito, murió entre grandes dolores que le afectaron más a él que a ella”.[xxxiv]

            Durante 1951 pese a los intentos de ocultar el estado de salud de Evita por parte del gobierno se hizo evidente que algo ocurría. El 24 septiembre Evita debió guardar cama y se le practicó una transfusión de sangre. Su estado de salud era tan delicado que no pudo participar de la campaña electoral. Sin embargo, el 17 de octubre, el Día de la Lealtad se festejó en honor de Evita, haciendo un supremo esfuerzo la “abanderada de los humildes” se hizo presente en el balcón de la Rosada para pronunciar un desgarrador discurso, que concluía diciendo: “Mis descamisados yo quisiera decirles muchas cosas, pero los médicos me han prohibido hablar. Yo les dejo mi corazón y les digo que estoy segura, como es mi deseo, que pronto estaré en la lucha, con más fuerza y más amor, para luchar por este pueblo al que tanto amo, como lo amo a Perón... Pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden al general, sigan fieles a Perón como hasta ahora, porque eso es estar con la Patria y con ustedes mismos”.[xxxv]

            La salud de Evita empeoró tras la aparición en público y se decidió que, a pesar de su debilidad física, no podía demorarse más una intervención quirúrgica. Veinte días después era internada en el Policlínico Presidente Perón, perteneciente a  la Fundación, ubicado en la localidad de Avellaneda. No se dio ninguna información, pero la noticia corrió de boca en boca, y en la calle del hospital se congregaron una veinte mil personas, algunas de las cuales permanecieron allí todo el tiempo que Evita estuvo en el hospital.

            Evita fue operada por un médico norteamericano, el doctor George Pack, cirujano del Memorial Sloane –Kettering Center de Nueva York ayudado por profesor argentino, Jorge Albertelli. El doctor Pack aceptó realizar la operación en total secreto e incluso no cobró honorarios por la misma. Tanto para Evita como para el resto del país la operación fue realizada por el doctor Ricardo Finochietto, el prestigiosos cirujano director del hospital Presidente Perón.

            El 9 de noviembre de 1951, desde su cama en el hospital, Evita -y otro 2,2 millones de mujeres argentinas- votó por primera vez. Las fotografías tomadas en la oportunidad muestran los estragos que la enfermedad había producido en su organismo.

            La habitación de la Residencia en la que Evita se recuperaba tenía cortinas de terciopelo rojo, alfombras de color rosa, un sofá tapizado en rosa y una cama de estilo. Evita, al verla, dijo: “pensar que tengo que morir para tener una habitación como está”.[xxxvi]

            Durante algún tiempo, mientras se recuperaba de la operación, a Evita le parecía que podría volver a iniciar alguna de sus actividades. Ya fuera por el dolor o por la medicación, o simplemente porque sabía que se estaba muriendo y le quedaba poco tiempo, los discursos de Evita se hicieron más y más violentos. Afectada por el intento de golpe de Estado del general Menéndez compró armas para la C.G.T. a fin de que los obreros pudieran defender a Perón. Mientras que efectuaba frecuentes amenazas contra los opositores y referencias mesiánicas a la otra vida. Posteriormente, algunos historiadores y políticos interpretaron que tales expresiones evidenciaban el carácter revolucionario del pensamiento y acción de Evita. Dos décadas después las palabras de Evita al borde de la muerte servirían a una generación distinta de peronistas -los partidarios de la “patria socialista”, jóvenes revolucionarios como los Montoneros-, para justificar el empleo de la violencia política.

Sin embargo, las palabras de Evita no eran más que desgarradoras expresiones de dolor e impotencia. El 1º de mayo de 1952, Evita, estaba tan debilitada que sólo pudo aparecer en el balcón de la Rosada sostenía por Perón. Allí y en esas condiciones pronunció uno de sus más violentos discursos. Después de defender a Perón como el “auténtico líder del pueblo” y atacó a sus enemigos ferozmente diciendo: “Si es necesario ejecutaremos la justicia con nuestras manos. Pido a Dios que no permita que esos insensatos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día!  Ese día, mi general, ¡yo saldré con el pueblo trabajador, con las mujeres del pueblo, con los descamisados de la Patria para no dejar ni un ladrillo que no sea peronista!”.[xxxvii] Ese sería su último discurso.

Estas palabras, como resulta lógico, incrementaron el odio de los opositores contra Evita. Ni la inminencia de su muerte podía atemperar el rechazo que Evita generaba en algunos sectores. En las paredes de la ciudad de Buenos Aires aparecían inscripciones diciendo: “Viva el cáncer”. También circulaban los rumores más disparatados se decía –por ejemplo- que en los hospitales se le sacaba clandestinamente sangre a los niños porque Evita necesitaba “sangre joven y fresca”.

El 4 de junio de 1952 Perón asumió la presidencia de la Nación por segunda vez y Evita acumuló sus últimas fuerzas para  ser parte de las ceremonias, pese a la oposición de Perón. Gracias a un armazón de yeso y alambre y a una abundante dosis de sedantes, Evita pudo asistir de pie a la ceremonia de jura ante la Asamblea Legislativa y luego recorrer la Avenida de Mayo desde el Congreso a la Casa Rosada al lado del Presidente en un automóvil descapotable, saludando a la multitud enfervorizada. Evita estaba –como dice Luna- más hermosa que nunca pero con el perfil de la muerte marcando su rostro. Por ese entonces, después de diez meses enfermedad pesaba tan solo treinta ocho kilos, y seguía perdiendo peso...[xxxviii]

Ante la inminencia de la desaparición de Evita sus partidarios se lanzaron a realizar toda suerte de homenajes y misas. En tanto que los funcionarios del régimen peronista comenzaron una suerte de competencia, donde los tributos más sinceros se mezclaban con la obsecuencia más aberrante.  El Congreso Nacional resolvió denominar “Período Legislativo Eva Perón” al de ese año y, por iniciativa del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor J. Cámpora, se el otorgó el título de “Jefa Espiritual de la Nación”; para no descompensar las cosas, el previsor diputado incluyó en su proyecto el título de “Libertador de la República” para el propio presidente... A mediados de junio, Cámpora presentó otro proyecto, aprobado inmediatamente, para conceder a Evita el gran collar de la Orden del Libertador General San Martín, una preciada obra de joyería que –según Fraser y Navarro- contenía 753 piedras preciosas y seis distintas reproducciones emblemáticas: el escudo peronista, la bandera nacional, una corona de laurel, un cóndor, los escudos de las catorce provincias y, por supuesto, el emblema nacional, realizado en oro, platino, diamantes y esmaltes.[xxxix] La nueva provincia de La Pampa se llamaría Eva Perón; la ciudad de Quilmes había cambiado su nombre colonial por el Eva Perón; escuelas, hospitales, barrios, buques, calles, plazas, etc. se bautizaban con su nombre; mismo tiempo se multiplicaban las misas y procesiones pidiendo por su salud.

El 26 de julio de 1952, un desapacible día de invierno a  las veinte y veinticinco de la noche María Eva Duarte de Perón falleció, y nació el mito de Evita.

A los efectos de preservar los restos mortales de Eva Perón, el Gobierno convocó al doctor Pedro Ara, un médico español, por ese entonces  catedrático de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba. El doctor Ara era una autoridad mundial en materia de preservación de restos humanos. Sus particulares métodos de conservación  permitían conservar todos los órganos del cuerpo y preservando su apariencia de vida, y su tarea se distinguía, especialmente, por sus cualidades estéticas. Era capaz de convertir a la escultura funeraria del cuerpo humano y dar a la muerte la apariencia de un sueño convertido en arte.

El doctor Ara trabajo en un taller construido especialmente según sus instrucciones en el segundo piso del edificio de la C.G.T. Un año después el médico informaba por escrito a la Comisión Nacional Monumento a Eva Perón, Ley 14.124 el estado de su trabajo en la siguiente forma:  “... el cadáver de la Excma. Señora Doña María Eva Duarte de Perón, impregnado de sustancias solidificables, puede estar permanentemente en contacto del aire, sin más precauciones que las de protegerlo contra los agentes perturbadores mecánicos, químicos o térmicos, tanto artificiales como de origen atmosférico.- No fue abierta ninguna cavidad del cuerpo. Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por actos quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en cualquier tiempo un análisis microscópico con técnica adecuada al caso.- No le ha sido extirpada ni la menor partícula de piel ni de ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin más mutilaciones que dos pequeñas incisiones superficiales ahora ocultas por las sustancias de impregnación. [...] Los elementales cuidados que en lo sucesivo deben prodigarse son, entre otros obvios, los siguientes: Primero, evitar que en el local donde sea depositado suba la temperatura a más de 25º C. Segundo, mantener fuera de la acción de los rayos solares la vitrina que contiene el cuerpo”.[xl]

El secreto en que fueron realizados los trabajos de preservación del cadáver dieron lugar a todo tipo de especulaciones y fantasías. La oposición creía que el cadáver había sido destruido y reemplazado por una réplica. Estas creencias darían lugar posteriormente a macabras comprobaciones sobre la autenticidad del cuerpo.

 

5. SANTA EVITA

              Eva Perón era una pieza clave del régimen peronista y resultaba evidente que ni su propia desaparición física podía alterar esta realidad. Tras un primer intento de ocultar su enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de su muerte se buscó la forma de realizar el mayor aprovechamiento político de este hecho inevitable. Si Evita viva era un centro de poder político autónomo que cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro de la estructura del Estado, al morir debía convertirse en un icono del movimiento peronista. En esta forma su figura alcanzaría la dimensión de un mito popular.[xli] El régimen propició la construcción de un gran monumento recordatorio donde reposarían sus restos mortales. Inspirándose, posiblemente, en el tratamiento dado al cadáver de Lenin en la Unión Soviética, que tras su momificación, fue encerrado en un monumento funerario situado en el centro de la Plaza Roja de Moscú. El mausoleo de Lenin fue convertido en un “centro de peregrinación” donde debían concurrir a rendir su homenaje desde los escolares a los visitantes extranjeros ilustres que visitaban la “patria del socialismo”.

            A principios de julio de 1952, el Congreso modificó una ley, aprobada en 1946, que disponía la erección de un monumento al descamisado y por Ley 14.124 creó la “Comisión Nacional Monumento a Eva Perón”. El monumento a Eva Perón, sería realizado conforme un proyecto presentado por el escultor italiano León Tomassi y debía ser más alto que la Estatua de la Libertad. El monumento se emplazaría en los jardines de Palermo y una réplica del mismo se erigiría en cada capital de provincia.

            La construcción del mito de Evita comenzó desde el momento mismo de su muerte con un apoteótico entierro oficial preparado como un gran acto de masas donde el dolor popular de la gente más humilde se mezclaba con la espectacularidad propia de los fastos del régimen peronista. Se cuidaron todos los detalles. Comenzó con un velatorio de quince días en el Ministerio de Trabajo, luego los restos fueron trasladados al Congreso Nacional donde se exhibieron otros dos días. La comunidad organizada en pleno –los trabajadores de la C.G.T., los cadetes de las escuelas militares y las voluntarias de la Fundación Eva Perón- custodiaba la cureña donde reposaba el féretro y que era arrastrada por miembros de la C.G.T. y rendía a la “Jefa Espiritual de la Nación” su postrer homenaje, en una procesión multitudinaria que la acompaño hasta lo que debía ser su morada provisoria, el local de la C.G.T., el 11 de agosto.

            Para ello, el gobierno supo utilizar muy bien el fervor popular que despertaba la figura de Evita, que de todas maneras hubiera ocupado un lugar destacado en el corazón de los argentinos, como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá o la Difunta Correa, para alentar una suerte de culto a “Santa Evita”.  Este culto comenzó con intentos de canonizar a Evita por parte de algunos, creció con la imposición de luto obligatorio a obreros y empleados públicos, pero alcanzó su verdadera dimensión en los humildes hogares peronistas que levantaron toscos altares para rezarle a Evita. El razonamiento era sencillo, si Evita había hecho tanto por los pobres, ahora que estaba junto a Dios como no iba a concederles un favor a ellos.

            Convertida Evita en un símbolo y bandera de lucha del régimen, su cadáver adquirió un especial valor político que lo llevaría a desempeñar un papel singular en la historia política del país. Este papel comenzó desde el mismo momento en que se encomendó al doctor Pedro Ara su preservación y embalsamamiento para convertirlo en un imperecedero objeto de culto para los peronistas y por consiguiente en blanco del odio de los antiperonistas. Ambos sectores pujarían macabramente por la posesión de ese cadáver durante los veinte años siguientes a su muerte.

 

6. LA DESPARICIÓN DEL CADÁVER

            Después del velatorio oficial y durante los poco más de tres años posteriores el cadáver de Eva Perón permaneció en el segundo piso del local de la C.G.T. Custodiado por su conservador el Dr. Ara y bajo protección de personal de la Policía Federal. Producida la Revolución Libertadora, el General Eduardo Lonardi no definió que aptitud adoptar con respecto al cuerpo, se limitó en hacer constar que el cuerpo realmente existía sin resolver como disponer del mismo pese a las indicaciones tanto del Dr. Ara como de la madre y hermanas de Evitas que le solicitaban un entierro cristiano.

            Antes que se adoptará una decisión, Lonardi fue desplazado por Aramburu y el régimen militar se endureció contra todo lo que se vinculase con el peronismo y la C.G.T. fue intervenida. Los militares antiperonistas temían que el cuerpo fuera utilizado para alentar la resistencia de los obreros y militantes peronistas aprovechando el fervor que siempre despertó Evita entre los humildes. Así surgieron dos posiciones con respecto al cadáver. Los sectores más cerradamente antiperonistas, en especial la Armada, eran partidarios de destruir el cuerpo por cremación, o por cualquier otro medio. Los sectores más moderados, en especial los miembros del Ejército, movido por una actitud más piadosa proponían su entierro. Finalmente, como veremos, se llego a una solución de compromiso entre ambas posiciones, el cadáver fue hecho desaparecer pero se le dio cristiana sepultura.

            Lo que ocurrió con el cadáver fue un misterio durante mucho tiempo, incluso después de su restitución a Perón. La más acertada reconstrucción de derrotero seguido por el cuerpo de Evita fue realizado por un equipo de periodistas del Diario Clarín y publicado por ese matutino el 21 de diciembre de 1997, en su segunda sección, bajo el título general de “Evita, entre la espada y la cruz”. La descripción que sigue se ha basado fundamentalmente en una síntesis de dicha investigación.[xlii]

El 24 de noviembre de 1955 el cuerpo de Eva Perón pasó a custodia del Teniente Coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe a cargo del Servicio de Inteligencia del Ejército por enfermedad de su titular el Coronel Héctor Cabanillas, tal como testimonia el mismo Dr. Ara.[xliii] Moori Koenig dispuso el traslado del cuerpo, pero como no disponía de un lugar seguro donde guardarlo, el transporte militar que guardaba los restos peregrinó por diversas instalaciones militares. Los militares no podían ocultar su nerviosismo debido a que, misteriosamente, allí donde se estacionaba el cadáver aparecían al pie flores y velas que indicaban que grupos peronistas estaban al tanto de su ubicación. “En su celo –dice Clarín- Moori Koenig la guardó algún tiempo en la casa del mayor Eduardo Arandía. Obsesionado por seguridad del encargo, Arandía mató de tres balazos a su mujer embarazada a fines de noviembre de 1955, la crónica policial asegura que fue al confundirla con un ladrón. Desde agosto de 1956, una vez bajo la competencia del Héctor Cabanillas, quien decidió despersonalizar esa cosa, fue rotando entre el edificio de Obras Sanitarias en la avenida Córdoba y el cine Rialto, en la esquina de Córdoba y Lavalleja, hoy demolido, donde la guardaron detrás de la pantalla. Por último fue depositado en una casa de la calle Sucre, que por entonces alquilaba el SIE, mientras se ultimaban los detalles del viaje oceánico.”[xliv]

Cuando Aramburu enterado de la precaria situación en que se encontraba el cuerpo, encomendó al Coronel Cabanillas que en colaboración con un sector de la Iglesia Católica, representado por el capellán militar Francisco Rotger, un sacerdote español perteneciente a la Compañía de san Pablo –muy vinculado al entonces jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo Teniente Coronel Alejandro A. Lanusse- encontrara la forma de dar cristiana sepultura a los restos fuera del país y en condiciones de absoluta seguridad.

El 23 de abril de 1957, el cadáver es embarcado en el buque “Conte Biancano”, rumbo a Génova, bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris, mujer nacida en Dálmine, Bérgamo, difunta a raíz de un accidente automovilístico.  A su arribo a Italia el cuerpo fue enterrado, el 13 de mayo de 1957, con ese nombre en el cementerio Maggiore de la ciudad de Milán, bajo el cuidado y protección de la Compañía de San Pablo.

El cadáver reposó en esa tumba anónima hasta 1971. Por ese entonces el Teniente General Alejandro A. Lanusse presidía el país en la etapa final de la llamada “Revolución Argentina”. Lanusse trataba de llegar a un entendimiento con Perón para asegurar una transición a la democracia en orden, atemperando el accionar terrorista que se efectuaba en nombre del peronismo. Como muestra de la seriedad de sus intenciones de pacificar el país y permitir al peronismo intervenir en la vida política, decidió restituir al general Perón los restos de su esposa.

El brigadier Jorge Rojas Silveyra, por entonces embajador argentino en España fue uno de los encargados de efectuar la devolución de los restos con la colaboración del coronel Cabanillas y el mismo equipo que trasladaran el cuerpo catorce años antes. Con la colaboración del gobierno italiano y del régimen franquista que gobernaba en España, el cadáver fue desenterrado y trasladado en automóvil hasta Madrid.

El 3 de septiembre de 1971 Rojas Silveyra entregó los restos en la residencia “17 de Octubre” del barrio madrileño de Puerta de Hierro. Junto a Perón, en ese momento, se encontraban la tercera esposa del líder Justicialista María Estela Martínez Carta,  el delegado personal del general Jorge Daniel Paladino y tres sacerdotes. Al día siguiente Perón convocó al Dr. Ara para que reconociera fehacientemente el cadáver y reparara algunos daños sufridos por el traslado y el tiempo en que estuvo enterrado.

El cadáver permaneció en la residencia “17 de octubre” aún después del traslado de Perón a la Argentina.[xlv] Finalmente, después de la muerte de líder justicialista, el 15 de octubre de 1974, la organización terrorista “Montoneros” secuestró los restos del Teniente General Pedro Eugenio Aramburu enterrados en el cementerio de la Recoleta, exigiendo que se trajeran los restos de Evita al país. Dos días más tarde el cuerpo viajó de Madrid a la quinta presidencial de Olivos, trasladado por el ministro de Bienestar Social, José López Rega y recibido por la presidente María Estela Martínez de Perón. Fue depositado en una cripta de la capilla, junto al féretro de Perón. Desde el 22 de julio de 1976 el cuerpo de Evita descansa en la bóveda de la familia Duarte en el cementerio de la Recoleta, bajo una gruesa plancha de acero, a seis metros de profundidad.[xlvi]

 


5. DECADENCIA Y CAÍDA DEL PRIMER PERONISMO


 

a)    LA CANDIDATURA DE EVITA

            Hacia fines de 1947, se convirtió en un tema recurrente entre los peronistas la idea de reformar la Constitución Nacional, divulgada antes de las elecciones y apoyada por la prédica nacionalista y antiliberal, pero también conforme con quienes postulaban cambios técnicos o la incorporación a su texto del Decálogo del Trabajador y los Derechos de la Ancianidad. Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue la reelección presidencial. A principios de 1948 se habían formado ligas, grupos y organizaciones de toda especie para proclamar la necesidad de que Perón siguiese en el poder. Su mandato expiraba en 1952, de acuerdo con el Art. 77 de la Constitución Nacional, y la modificación de esa cláusula fue el objetivo aglutinante del peronismo. Aún cuando faltaban tres años para los comicios del 51, era evidente que el peronismo no aceptaba otra conducción que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus elites.

            Con la sanción de la reforma constitucional del 11 de marzo de 1949 y la posibilidad de la reelección, se originó dentro del movimiento peronista –en especial entre los sectores sindicales- un grupo que impulsaba la candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia de la nación. Hugo Gambini atribuye la idea de la candidatura de Eva Perón a Serafín Román Yustine, un caudillo barrial conocido como “El Perón de la 13°”, quien la promocionó a través de un periódico parroquial denominado “Monserrat”. Otros dirigentes lo imitaron, hasta que la CGT tomó la iniciativa y la apadrinó.[xlvii] 

            La candidatura de Eva Perón fue un hecho político muy particular. Movilizó muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación: “El Cabildo Abierto del Justicialismo” convocada por la C.G.T., el 22 de agosto de 1951, que proclamó la vicepresidencia para la “compañera Evita”.

            La C.G.T., conducida por José Espejo, un incondicional de Evita, había trabajado duramente organizando una multitudinaria peregrinación a Buenos Aires desde los más apartados rincones del país, proporcionando a los asistentes transporte, alojamiento y alimentos gratuitos. Finalmente se declaró una huelga general para facilitar la concurrencia a la convocatoria. Su objetivo era reunir una multitud de dos millones de personas. En consecuencia, el lugar de la concentración fue la Avenida 9 de Julio, en un escenario montado frente al Ministerio de Obras Públicas.

            El acto se inició con la exclusiva presencia de Perón, a los efectos de permitir a la multitud reclamar la presencia de Evita. El propósito del encuentro, era la consagración de la fórmula Perón – Eva Perón, tal como lo señalaba la convocatoria y los carteles que decoraban el escenario. A las cinco de la tarde Eva Perón se hizo presente y dirigiéndose a la multitud señaló que estando Perón al frente del gobierno el cargo de vicepresidente era tan sólo honorífico y que el único honor al que ella esperaba era el cariño de su pueblo. Ante la insistencia de la multitud, Evita pidió cuatro días para dar una respuesta definitiva. Pero, debido a la presión ejercida por Espejo, incitando a los asistentes al acto a no desconcentrarse hasta que la “abanderada de los humildes” diera una respuesta, a las diez de la noche, finalmente Evita consintió en hacer lo que pueblo le pidiera.

            No obstante, no estaba dicha la última palabra al respecto. En un discurso radial difundido el 31 de agosto Evita comunicó su irrevocable decisión de no presentarse como candidata a la vicepresidencia. “No renuncio a la tarea –dijo Evita con voz desgarrada-, sino solamente a los honores. [...] No tengo... más que una sola y grande ambición personal: que de mí se diga... que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo, y que a esa mujer el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita”.[xlviii]

Desde comienzos de 1950, aunque la gente lo ignoraba, Evita se encontraba enferma de cáncer. No se había atendido a tiempo, desechando el consejo de los médicos. Cuando finalmente aceptó operarse fue demasiado tarde. Eva Perón moriría tan solo once meses después el 26 de julio de 1952.

            La candidatura de Eva Perón tuvo profundas implicancias tanto dentro como fuera del movimiento peronista. En las filas peronistas significó el alejamiento del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Coronel Domingo Mercante, un hombre de absoluta confianza de Perón y uno de los artífices del 17 de octubre de 1945, quien era el candidato natural a la vicepresidencia. Fuera del peronismo provocó una fuerte conmoción en las Fuerzas Armadas que se negaban a aceptar la posibilidad de que una mujer pudiera acceder a la presidencia de la Nación y por consiguiente a la Jefatura de las Fuerzas Armadas.

 

b) LA CHIRINADA DE MENÉNDEZ

            Hasta ese momento, las Fuerzas Armadas eran –junto a los sindicatos- las piedras básales del edificio peronista. Por lo tanto el régimen les dispensaba un trato especial en cuanto a sueldos, ascensos –se aumentaron los cargos de oficiales superiores y se redujeron los de oficiales subalternos- y prebendas varias. Esto significó entre otros aspectos una política de reequipamiento y adquisición de pertrechos militares de la Segunda Guerra Mundial, aumentos de salarios superiores al promedio, construcción de barrios militares y en especial el irritante tema de las licencias para adquirir automóviles. Perón, para cosechar voluntades entre los militares, otorgaba a los generales y otros oficiales de alta graduación licencias para importar vehículos. El agraciado podía comparar el auto o vender la licencia con una importante ganancia. El favoritismo que esta práctica implicaba amargaba a quienes no resultaban agraciados, así los oficiales subalternos solían calificar de “general cadillac” a los mimados del régimen. Sin embargo, el malestar entre los cuadros de oficiales comenzó con la imposición de asistir a clases de “doctrina nacional”, nombre con el cual se pretendía encubrir el adoctrinamiento peronista.

            Otro motivo de malestar entre la oficialidad era el tratamiento particular que merecían los suboficiales. Perón que había servido como oficial en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral conocía profundamente la mentalidad y aspiraciones de los suboficiales. En 1948, otorgó el derecho de votar a los suboficiales y aplicó una política tendiente a jerarquizarlos con buenos sueldos, viviendas y becas para sus hijos en el prestigioso Liceo Militar. Tales halagos hacían sospechar que se los pretendía captar como una suerte de “comisarios políticos” por parte del gobierno. Los oficiales afirmaban que estas prácticas atentaban contra la disciplina y el orden jerárquico, esenciales para el funcionamiento de las instituciones militares.[xlix]

            Mientras que un grupo de generales de alto rango – Sosa Molina, Jauregui, Lucero y otros- se complotó para “vetar” la candidatura vicepresidencial de Eva Perón. Otro grupo –formado principalmente por oficiales jóvenes encabezados por el viejo general Benjamín Menéndez- pretendía ir más allá, se proponían derrocar a Perón y retrotraer el reloj de la historia a 1943. Mientras que los primeros se conformaron con arrancar al presidente la renuncia de Eva Perón, los segundos decidieron pasar a la acción con el apoyo de varios dirigentes civiles.

            El 1 de agosto de 1951 estallaron bombas en varias estaciones ferroviarias cercanas a Buenos Aires y se cometieron algunos actos de sabotaje en las vías, sin mayores consecuencias. Los responsables eran algunos ferroviarios que no se resignaban a la violenta ocupación de “La Fraternidad” por elementos peronistas, y jóvenes universitarios de la FUBA vinculados al radicalismo, algunos de cuyos dirigentes, como Miguel A. Zabala Ortiz, participaban también de la conspiración de Menéndez y habían realizado los atentados para crear el clima de inquietud necesario para posibilitar el éxito del movimiento militar.

            Si bien el jefe era el general Menéndez, un viejo conspirador contra los gobiernos de Justo y Ortiz de ideas nacionalistas, que después de una vida agitada marcada por duelos, desafíos y conspiraciones, se encontraba en situación de retiro, pero conservaba gran prestigio dentro del Ejército y contactos con la oficialidad joven a través de sus dos hijos, ambos oficiales de caballería.

En realidad, el principal animador de la conspiración había sido el general Eduardo Lonardi, por entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército con sede en Rosario, otro prestigioso militar del sector nacionalista del Ejército que mantenía un antigua enemistad con Perón donde no faltaban cuestiones personales. Según relata Robert A. Potash[l] en 1937, Lonardi reemplazó a Perón como agregado militar en Santiago de Chile. Perón, que había dispuesto una transferencia de materiales con violación a las leyes chilenas de espionaje, dejó encargado a Lonardi que recogiera los datos sin informarle previamente acerca de la naturaleza o ilegalidad de la operación. Lonardi cayó en una trampa que las autoridades chilenas habían preparado a Perón, y aquél fue arrestado y alojado en una comisaría de policía de Santiago hasta que el embajador argentino pudo lograr su libertad. El episodio estuvo a punto de interrumpir la carrera militar de Lonardi, pero se le permitió continuar en parte gracias a la intercesión de su amigo y condiscípulo Benjamín Rattenbach, que estaba relacionado con el ministro de Guerra. 

Hacia fines de 1949, un grupo de oficiales, alumnos, profesores y miembros del personal superior de la Escuela de Guerra, inclusive el subdirector, coronel Pedro Eugenio Aramburu, comenzaron a contemplar la idea de derrocar al gobierno. En búsqueda de un oficial a quien pudieran persuadir de que asumiera la jefatura del movimiento, pusieron sus ojos en el general Lonardi a quien contactaron por medio del teniente coronel Bernardino Labayru.

Lonardi comenzó lentamente los trabajos preparatorios del alzamiento, la detención de un grupo de oficiales implicados en la conspiración en junio de 1951 y la vigilancia que las autoridades realizaban sobre Lonardi obligaron a este a reducir su actividad. Entonces la jefatura del movimiento pasó a Menéndez.

Menéndez consiguió el apoyo de varios dirigentes políticos: Arturo Frondizi y Miguel A. Zabala Ortiz de la UCR, el Américo Ghioldi por el socialismo, Reynaldo Pastor por los demócratas nacionales, y Horacio Thedy, de los demócratas progresistas, quienes se comprometieron de diversa forma en los trabajos conspirativos.

La eliminación de la candidatura de Evita –y con ella, de la principal causa de descontento entre los militares- sin duda influyó sobre las perspectivas del golpe de Estado en marcha. El general Menéndez, sin embargo, siguió firme en su posición y planeó el golpe inminente. La conspiración se realizó principalmente en la Escuela de Guerra y en unidades navales y aeronavales.

El levantamiento del 28 de septiembre de 1951 fracasó por su inadecuada planificación y por su deficiente ejecución. Puesto  que daba gran importancia al secreto y al factor sorpresa. Menéndez permitió que oficiales comprometidos en el complot viajaran al interior sin saber que el golpe era inminente. El y sus colaboradores contaban demasiado con la improvisación y así no previeron que los tanques del regimiento de Campo de Mayo, que esperaban copar, necesitarían combustible, o que los suboficiales se les opondrían. Las demoras ocasionadas por el aprovisionamiento de los vehículos permitieron a un oficial leal y a varios suboficiales entorpecer los planes y alterar los tiempos calculados. Pero el error fundamental del general Menéndez fue de cálculo. Supuso que una abrumadora mayoría de militares opinaba como él y que un valiente puñado de hombres, con un simple desafío al gobierno, concentraría las fuerzas necesarias para derrocarlo. Aunque así fuera, era imprescindible un resonante éxito inicial para persuadir a los indecisos a que tomaran parte en la acción. En ese sentido, el anticuado uniforme de Menéndez, con sus sesenta y seis años de edad y sus voces de mando caídas en desuso –estaba retirado desde hacía nueve años- causaron una penosa impresión entre los oficiales. Además, la pobre columna de tres tanques y doscientos hombres que salió de Campo de Mayo rumbo al Colegio Militar no ofrecía demasiado incentivo a los oficiales que simpatizaban con esa causa pero no estaban resueltos a arriesgar por ella sus carreras.

Por su parte, los elementos civiles que habían estado comprometidos en su casi totalidad y entre ellos importantes dirigentes políticos, no habían recibido a tiempo la información de la resolución adoptada por el general Menéndez la tarde del día 27 de septiembre y por lo tanto habían quedado totalmente marginados de los acontecimientos iniciados en Campo de Mayo en las primeras horas del día 28.[li]

El levantamiento de Menéndez fue escaso en cuanto a su alcance geográfico, su carácter y su duración. Sus objetivos principales eran las instalaciones de la Aeronáutica y la Marina situadas al noroeste de la Capital y la base aeronaval de Punta Indio. Sólo en Campo de Mayo hubo algunas víctimas, y su escasa importancia –el cabo Miguel Farina, fue abatido en un enfrentamiento que también dejó cuatro heridos en ambos bandos- indica que ese movimiento no estaba resulto a persistir hasta las últimas consecuencias, sino que era un intento de explotar la presunta disconformidad de los oficiales.

El general Lucero, ministro del Ejército, pudo reunir una importante cantidad de fuerzas leales y hacer que el general Menéndez se rindiera en horas. Mientras tanto, los obreros peronistas, convocados por la C.G.T., se reunieron para defender al gobierno de un ataque que nunca se produjo. Al rendirse Menéndez, rebeldes de la Aeronáutica y pilotos de la aviación naval que habían dejado caer sobre la ciudad de Buenos Aires una lluvia de panfletos que proclamaban el golpe de Estado abandonaron sus bases ante el avance de las fuerzas leales y buscaron refugio en el Uruguay.[lii]

Ante las primeras noticias del levantamiento, Perón firmó un decreto ordenando el fusilamiento de todo militar sorprendido con las armas en la mano y estableciendo el estado de guerra interno. El decreto, luego ratificado por el Congreso en una rápida sesión, se mantuvo hasta el derrocamiento de Perón cuatro años más tarde, salvo los días de elección.

La consecuencia inmediata del levantamiento fue alterar aún más el ya tenso clima político argentino. Los peronistas acusaban cada vez con mayor hostilidad a los opositores al gobierno de ser traidores aliados con las potencias imperialistas. La oposición, por su parte, encontraba dificultades que se agravaban sin cesar para hacer oír su voz. Por ejemplo, durante la campaña política previa a las elecciones del 11 de noviembre, los partidos opositores actuaron con desventaja: se les negó todo acceso a los programas radiales. Sólo podían organizar reuniones al aire libre con permiso policial, y aun cuando lograban llevarlas a cabo, con frecuencia eran hostigados por grupos de provocadores. Los principales afectados fueron los miembros del Partido Socialista: sus candidatos a la presidencia y vicepresidencia, así como la mayoría de sus candidatos a diputados, estaban detenidos o permanecían en la clandestinidad.

El impacto de la “chirinada” –como la denominó Perón- de Menéndez en las fuerzas armadas fue inmediato y profundo. Perón reemplazó a sus ministros de Aeronáutica y de Marina, y se ordenó una investigación de la conducta de cada oficial y suboficial durante esa emergencia. Las consecuencias abarcaron no sólo a quienes habían participado activamente en el complot, sino también a quienes tenían conocimiento del intento revolucionario y no habían actuado con energía para reprimirlo. Dentro del Ejército, se inició una depuración de los elementos desafectos al régimen que involucró a sus instituciones más prestigiosas, la Escuela Superior de Guerra, la Escuela Superior Técnica y el Colegio Militar. El gobierno expulsó a algunos alumnos cursantes, otros fueron dados de baja y condenados a prisión, y a otros se los obligó a pedir el retiro. Los generales que estaban al frente de los tres institutos militares fueron reemplazados; uno de ellos, el director del Colegio Militar, que se había negado a sumarse a Menéndez, fue dado de baja y sentenciado a tres meses de arresto.  

            El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas enjuició por rebelión al general Menéndez y a otros importantes partícipes de su movimiento. Aunque las publicaciones peronistas reclamaban la pena de muerte, el tribunal sentenció al general Menéndez a 15 años de reclusión, a los coroneles Bussetti -4 años-, Larcher –6 años-, Llosa –4 años-, Reimundes –3 años-, Repetto –5 años-, Pío Elía –6 años-, Alsogaray –5 años-. El tribunal se abstuvo de aplicar la sanción más severa de degradación, autorizado por el código de justicia militar.

De los restantes 104 jefes y oficiales juzgados simultáneamente, a 45 se les aplicó condenas de 3 a 4 años de reclusión, con las accesorias de destitución y baja. El resto tuvo condenas que oscilaban entre el arresto de seis meses o menos y prisión hasta un año. Otros 66 oficiales que no comparecieron ante la corte marcial porque habían abandonado el país fueron destituidos por rebeldía. Si se incluye a quienes no fueron juzgados por esa corte pero que debieron retirarse mediante procedimientos administrativos, el número total de oficiales en servicio activo que vieron interrumpida su carrera a consecuencia del levantamiento del general Menéndez fue de alrededor de 200.

En el frente político, repercutió inquietantemente la noticia de la compra, que por expresa decisión de Evita,  realizó la Fundación Eva Perón, de 2.000 fusiles y 5.000 pistolas para su entrega a la C.G.T. Empezaron a circular rumores sobre la posible formación de una milicia obrera.[liii]

Evita hizo su última aparición pública en la ceremonia en la cual Perón prestó juramento como presidente por segunda vez; ocasión, también, de la primera transmisión televisiva de Argentina. Veintidós días más tarde Evita moría.

 


6. LA DECADENCIA DEL ESTILO PERONISTA


            Es muy difícil realizar un balance equilibrado sobre la corrupción del régimen peronista. Es cierto que algunos personajes surgidos de la nada hicieron ostentación de un dinero que no podían haber ganado honradamente en breve tiempo de su actuación pública. También es cierto que algunos nuevos industriales obtuvieron una posición destacada en el mundo de los negocios en un tiempo asombrosamente corto. Pero acaso era la propia mecánica del régimen la mayor culpable del aura de corrupción que flotaba en el período final del segundo gobierno de Perón.

            Existían mecanismos complejos, mediante los cuales un favor o una excepción podían significar diferencias enormes. Una licencia de importación, un permiso de cambio, una subvención, manejados en los círculos en los que se tomaban las decisiones económicas, podían hacer o deshacer fortunas en un instante. El aparato de control de la prensa escrita y radial, con su obsesión por bloquear todo lo que pareciera a una crítica, contribuía a difundir versiones que circulaban largamente en todas las esferas, incluso en el propio peronismo. Los sectores más golpeados por la política económica –los vinculados al campo, los ganaderos, los pequeños comerciantes amenazados por las medidas contra el agio, los industriales afectados por la dificultad de importar repuestos, etc.- eran transmisores constantes y sinceros de vehementes acusaciones que, al no poder tomar estado público, se convertían en rumores que crecían y aumentaban, enrareciendo el clima social y político.

            En vida Evita obraba como una suerte de catalizador del régimen peronista: acumulaba en su figura los amores más apasionados y el odio más virulento. Pero, si alguien pensó que su desaparición eliminaba a un personaje conflictivo del régimen y que la oposición comenzaría a disminuir sus críticas, pronto fue evidente que no sería así. Si Evita “irritaba” estando viva, mucho más despertaba la ira de los opositores la pompa con que se realizó de su entierro, la imposición de luto obligatorio a los empleados públicos y los intentos de “canonización”.

Por otra parte, el régimen comenzó a dar signos de fatiga. El escritor Juan Pablo Feiman lo ha descrito claramente: “Todo el esquema de la conducción política se endurece, se cristaliza, en suma, se burocratiza. Y aquí comenzamos a detectar los errores del peronismo crepuscular, que transita los años que se extienden entre 1952 y 1955. Perón ya no es un líder combativo, que mantiene contacto con su  pueblo, que interpreta sus necesidades y actúa en consecuencia. La imagen de Perón se burocratiza. Perón es, ahora, un retrato burocrático. Un busto en una estación de trenes o en alguna repartición pública. La auténtica organización territorial del pueblo –la que nace del trabajo fecundo de los militantes, incansables, barrio por barrio, casa por casa, gastando las pilas de todos los timbres- es reemplazada por el facilismo compulsivo de la afiliación obligatoria. En lugar de propugnar la libre adhesión del pueblo a un proyecto nacional, se lo controla y vigila: aparecen los jefes de manzana. Es, en resumen, este peronismo burocrático y en retirada el que comienza a lucir las aristas autoritarias y verticalistas que siempre –hoy también, es bueno recordarlo- han abonado su debilidad, nunca su fortalecimiento”.[liv]

La atmósfera de impunidad, corrupción y frivolidad que, a los ojos opositores existía en el gobierno de Perón, se fue incrementando. Esta valoración no ponía su estabilidad, pero hacía vulnerable a todo el sistema y confería a algunos dirigentes de la oposición una autoridad moral en que basar sus críticas y su odio a Perón. La condena moral de la oposición tenía mayor consenso entre los sectores medios que no terminaban de digerir la presencia obrera.

            Perón comenzó a convertirse en protagonista de eventos y actividades poco usuales para un presidente de la Nación, en especial en esos tiempos. Uno de esos eventos fue el Festival Cinematográfico de Mar del Plata realizado en marzo de 1953. Fue una gran operación de propaganda, que congregó a un importante conjunto de artistas norteamericanos. Pero que la oposición aprovecho para criticar que el presidente dedicara una semana en atender a los visitantes e hizo correr toda suerte de rumores sobre los algunos hechos del festival. Con seguridad esos rumores fueron falsos y exagerados, pero no era muy aceptable la gran inversión de tiempo y dinero que el gobierno destinó a la realización del evento.

            Menos inocente era otra actividad protagonizada por el primer mandatario. A solo un año de la muerte de Evita, Perón inauguró, en la quinta de Olivos, una serie de instalaciones destinadas a la Unión de Estudiantes Secundarios –UES-, rama femenina, una creación del ministro de Educación Armando Méndez San Martín. Jóvenes adolescentes concurrían diariamente a la residencia presidencial de verano y practicaban diversos deportes. Con frecuencia se encontraban con Perón, que desde principios de ese año concurría a la Casa de Gobierno con una frecuencia mucho menor que la de los primeros tiempos de su gobierno, y muchas tardes se quedaba en Olivos mirando películas o conversando sobre temas sin importancia con los funcionarias que lo rodeaban.

            La prensa daba gran cobertura a estas actividades. El presidente aparecía en fotografías que despertaban sospechas y críticas. Perón, vestido con atuendo deportivo y usando una curiosa gorra de larga visera; solía aparecer rodeado de chicas en pantaloncitos que lo miraban con embelesadas, o encabezaba desfiles de motocicletas que daban vueltas por los senderos del parque y a veces realizaban cortos recorridos por la ciudad. Estas actividades, lógicamente, se convirtieron en blanco de sátira periodística y de los rumores más escandalosos difundidos por la oposición.

            Durante su primera presidencia, Perón hizo gala de una disciplina militar en lo que a trabajo presidencial se refería. Desde la muerte de Evita, cada día se hacían más frecuentes las pausas en su actividad y tenía dificultades para concentrarse en los asuntos de Estado.

            Para la oposición, las actividades de Perón en la quinta de Olivos encubrían orgías con las chicas de la UES. No era así, desde luego: el viudo solitario se distendía a veces conversando con ellas, invitando a algunas a almorzar o dejándose mimar por esas jóvenes que le habían puesto el sobrenombre de “Pocho”.

            Tanto la realización como la difusión de esas actividades con el consentimiento de Perón indican un grueso error de cálculo por parte del Presidente. Estas actividades eran interpretadas como dudosamente morales, aún por sus propios partidarios. El pueblo no parecía ver en él a un hombre casi sexagenario carente de todo tipo de afectos familiares. Solo veía a un presidente que no guardaba la dignidad propia de su cargo.

            Menos trascendente, pero igualmente inocultable fue la relación que Perón mantuvo, durante casi dos años, con una menor que, al iniciarla, contaba con catorce años de edad. Si bien el público en general se enteró de la existencia de Nelly Rivas pocos días después del derrocamiento de Perón, cuando se publicaron unas cartas dirigidas a ella por el ex – presidente, embarcado en ese momento en una cañonera paraguaya. En mayo de 1957, la propia Nelly Rivas hablo de esa relación en un artículo publicado por varios diarios norteamericanos.

            Al parecer, Nelly Rivas conoció a Perón en Olivos, a fines de 1953, llevada allí por alguna delegación de la UES. Inducida a acercarse a Perón por Méndez San Martín, al poco tiempo estaba instalada en la residencia presidencial –por ese entonces situada en la avenida Alvear-. Según la “Historia de la Argentina” publicada en conjunto por el diario Crónica y la editorial Hyspamérica, bajo la dirección de Félix Luna: “Las fotos de la época la muestran como una chiquilina de mirada viva, pelo negro corto, delgada, pero con una personalidad acusada y definida. Perón se exhibió públicamente con ella en varias oportunidades: en el Festival Cinematográfico de Mar del Plata; en una pelea del boxeador Rafael Merentino, en el Luna Park; y por supuesto, en la residencia, donde almorzaban juntos diariamente. El círculo íntimo de Perón conocía perfectamente esta relación que, como se ha dicho, no trascendió mayormente, a pesar de que el presidente no parecía intentar disimularla bajo ningún aspecto”.[lv]

            Valorizando esos hechos agrega la cita publicación: “Estos detalles personales, que se relatan aquí sin placer, sólo como elementos cargados de significación histórica por ser quien fue su protagonista, demuestran la decadencia de una personalidad política que hasta entonces se había cuidado de no presentar flancos vulnerables. Y explican, en cierta medida, los errores que empedraron el camino de Perón hacia su caída, en 1955”[lvi].

 

EL CONFLICTO CON LA IGLESIA

a)    LOS PRIMEROS ROCES

            Tal como se ha detallado al describir la coalición que dio origen a la formación del estilo político peronista, las relaciones entre Perón y la Iglesia fueron en un comienzo muy fluidas y el militar debía agradecer a la Iglesia por su colaboración en el triunfo electoral de marzo de 1946. Justo es reconocer que el apoyo electoral fue retribuido generosamente por Perón en 1947, cuando la mayoría peronista del Congreso ratificó el decreto del gobierno militar que establecía la enseñanza religiosa en las escuelas, entregando su manejo a la jerarquía eclesiástica. Muchos católicos –sacerdotes y laicos- observaban con preocupación esta vinculación con el régimen, pero la mayor parte de la feligresía la apoyaba con entusiasmo.

            Sin embargo, el idilio entre peronismo e Iglesia no estaba destinado a durar. El primer incidente se produjo en 1951 por la llegada de un pastor evangelista norteamericano. Theodore Hicks, conocido como el Hermano Tommy, afirmaba realizar curaciones milagrosas por medio de la fe. Hicks obtuvo autorización personal de Perón para realizar curaciones masivas en los estadios de fútbol de Atlanta y Huracán, en Buenos Aires. Miles de personas acudieron a sus actos y la Iglesia manifestó su malestar. Cuando el “evangelista sanador” se trasladó a la provincia de San Luis, el obispo Emilio di Pasquo publicó una carta pastoral advirtiendo a los fieles contra él, y criticando indirectamente el apoyo brindado por Perón, recordó que el “Artículo 77 de la Constitución Nacional establece que para ser presidente de la República hay que pertenecer a la religión católica, apostólica y romana”.[lvii]

            El segundo incidente se produjo por la existencia de una corriente que se impulsaba desde el Vaticano para la organización en todos los países de partidos demócrata cristianos anticomunistas que llevó a sectores importantes de la alta jerarquía eclesiástica en la Argentina y a militantes del nacionalismo católico a propiciar la formación de un partido político democristiano. Con el objetivo de ganar fuerzas para esta alternativa, la Iglesia comenzó a dar impulso a diversas organizaciones de tipo gremial, como asociaciones de médicos, maestros, abogados, industriales, ganaderos y obreros católicos. Tomó fuerza la actividad de la Acción Católica. Al mismo tiempo, estas organizaciones católicas combatían al peronismo en el propio seno de sus organizaciones sindicales, especialmente en la CGT y la CGE, y simultáneamente, se ligaban a los partidos opositores.

            A esto se agrego la creciente preocupación de la Iglesia por las actividades desarrolladas por la UES y el clima de escándalo que las rodeaba. Algunos sacerdotes comenzaron a incluir en sus sermones dominicales una advertencia a los padres para que evitaran enviar a sus hijos a clubes estudiantiles de dudosa moralidad. Cuando la UES decidió organizar los festejos del Día del Estudiantes en 1954, en la quinta de Olivos, fue duramente criticada por la Acción Católica, la organización oficial de los católicos laicos.

            La respuesta de Perón se hizo llegar un mes más tarde durante los festejos del “Día de la Lealtad”, el 17 de octubre de 1954. Al hablar a la multitud, El “primer trabajador” hizo referencia a los enemigos del pueblo, “las fuerzas de la regresión” y los clasificó en tres clases: los políticos, los comunistas y los  “emboscados”. Atacó duramente a las dos primeras categoría y luego hablo de los emboscados, quienes se dividían a su vez, en dos categorías: - los apolíticos, “algo así como la bosta de paloma; y son así porque no tienen ni buen ni mal olor” [...] y los otros emboscados, los disfrazados de peronistas. A estos los vamos conociendo poco a poco y eliminando de toda posibilidad...”[lviii]

            La jerarquía eclesiástica decidió enfrentar  la situación. Encabezados por los dos cardenales, Santiago Luis Copello y Antonio Caggiano, y el Nuncio Apostólico, dieciséis obispos acudieron a la Casa Rosada para una confrontación personal con Perón. Sin embargo, en la reunión ambas partes evitaron cuidadosamente mencionar nada sustancial, y los prelados se fueron como habían llegado. Pero el conflicto recién habían comenzado. Nueve días más tarde, con motivo de la celebración del Día de Todos los Santos, el episcopado emitió una carta pastoral conjunta, para ser leída en todas las iglesias del país, conteniendo un ataque a “las aberraciones del espiritismo”, que constituía un tiro por elevación sobre Perón. Mientras tanto, desde los púlpitos de muchas iglesias los sacerdotes y obispos, eran menos elípticos en sus acusaciones.

            Finalmente, en la mañana del 10 de noviembre de 1954 Perón organizó un plenario de todas las organizaciones que componían el estilo peronista en la quinta de Olivos, asistieron todo el gabinete, los gobernadores, legisladores, representantes sindicales y de la C.G.E., la C.G.U.; de la UES; del Partido Peronista. Después de escuchar los informes preparados por cada gobernador y representante de las distintas organizaciones sobre la actividad opositora desarrollada por miembros de la Iglesia, Perón pronunció un extenso discurso a lo largo del cual realizó acusaciones contra una lista de sacerdotes “perturbadores” que incluía a los obispos de Santa Fe y Córdoba, y a veinte sacerdotes de nueve provincias. Finalmente deslizó ironías y menospreció al naciente Partido Demócrata Cristiano:

-          “!Déjenlos que formen todo lo que quieran! Si quieren formar el Partido Demócrata Cristiano y Demócrata Católico, a nosotros no nos importa. Ahí tienen: que vayan, que presenten su plataforma y lo inscriben, y que se presenten después a las elecciones. ¡Vamos a ver cuántos votos sacan! Por lo menos, para salir de la curiosidad...”

El país entero quedó estupefacto y en el mismo seno del peronismo cundió el desconcierto. Pero lo que pareció en un primer momento un arranque temperamental del presidente, continúo manifestándose en otros discursos y posteriores aclaraciones. Pronto quedó claro que Perón deseaba llevar adelante un ataque en regla contra la Iglesia o, al menos, destinado a los sectores católicos que calificaba de “contras”. Sólo dos grupos se alegraron por la novedad. Los opositores más recalcitrantes vieron en esta apertura la oportunidad ideal para que todo el antiperonismo rodeara a la Iglesia, convirtiéndola en trinchera contra el régimen, ahora, los desarticulados núcleos de la oposición podían contar con una base de formidable, extendida en todo el país, apoyada emocionalmente en la fe religiosa. El otro sector que se alegró con la nueva política de Perón fue el de los sindicalistas de origen de izquierda: era el momento en que podrían dar rienda suelta a un anticlericalismo que, hasta entonces, habían debido silenciar, proporcionando, de paso, un buen motivo de distracción a sus bases.

Años después Perón, desde el exilio, se refería a este conflicto diciendo: “Los hechos se engarzaban como rosario de pobre. Cuando yo realicé una consulta que me permitiera captar la oportunidad de la separación de la Iglesia del Estado, que la habían sostenido, incluso prohombres acendradamente católicos como Estrada, la furia conjunta de los elementos clericales, que luego emergerían a la palestra con el nombre de demócratas cristianos, llegó a su paroxismo. Se me empezó a atribuir miras y propósitos completamente reñidos con mis sentimientos confesionales de católico. Justo sería advertir que en la pugna entre el Estado argentino y la Iglesia, ambas partes se vieron azuzadas con extrema habilidad en el sentido de adoptar formas de creciente virulencia, Nosotros también sacamos el problema a la calle; pero mientras nosotros organizábamos un mitin o una manifestación, ellos orquestaban miles de mitines diarios desde dos mil púlpitos. En las filas de los respectivos poderes en entredicho se exteriorizaba la labor de agentes provocadores que respondían a antiguos resentimientos”.[lix]

El conflicto se agravó rápidamente. En un solo mes Perón presentó al Congreso un conjunto de leyes que efectivamente separaban a la Iglesia Católica del Estado. El 3 de diciembre se suprime la Dirección de Enseñanza Religiosa del Ministerio de Educación y se la reemplaza por la llamada “Doctrina Nacional”, el 8, día de la Inmaculada Concepción, se reúne en Plaza de Mayo una gran multitud que viva a Cristo Rey y aclama a los obispos cuestionados.

Dos días más tarde, el gobierno clausura el diario católico “El pueblo” y la Editorial Difusión. La persecución se desplazó luego al ámbito legislativo. El 22 de diciembre se sanciona la ley 14.394 sobre el régimen penal para menores, bienes de familia y presunción de fallecimiento, a la que se agrega, sin despacho de comisión ni anuncio previo, un artículo que permite un nuevo casamiento a los divorciados. El Episcopado pide a Perón, infructuosamente, que vete la iniciativa. El 30 del mismo mes, el Poder Ejecutivo decreta la autorización para abrir los prostíbulos.

Los actos legislativos seguirían en mayo del año siguiente: la ley 14.401 suprime la enseñanza religiosa en las escuelas, y la 14.405 deroga las exenciones impositivas que beneficiaban, hasta entonces, a los institutos religiosos. Entre estas dos medidas, el mismo día 23 de mayo, el Congreso sanciona, en una rápida sesión, la ley 14.404, que establece la necesidad de reformar la Constitución para instaurar la separación entre la Iglesia y el Estado y se autoriza al Poder Ejecutivo para convocar a la respectiva convención constituyente antes de 180 días. Simultáneamente el proceso legislativo, el Poder Ejecutivo toma una serie de medidas coherentes con esta orientación: suprimir feriados religiosos, prohibir procesiones y otras manifestaciones de ese tipo en las calles, prohibir audiciones católicas por las radios, etc.

En los diarios oficialistas la campaña anticatólica adquirió máxima virulencia. En especial en La Prensa, publicación en ese entonces en manos de la C.G.T. Mientras que en Crítica, el historiador marxista Rodolfo Puiggrós escribía una columna titulada “El Obispero Revuelto” y en  Democracia los ataque a la iglesia era autoría de otro marxista compañero de ruta de los peronistas, Jorge Abelardo Ramos[lx], que escribía bajo el seudónimo de “Víctor Almagro”.

Perón había puesto en marcha un mecanismo ya imposible de detener, y los elementos más duros de la C.G.T. aprovechaban la campaña para extremarla. El 1º de mayo de 1955 decía Eduardo Vuletich, secretario general de la C.G.T.: “El clero predica la resignación de rodillas; nosotros lo preferimos a usted, general, que preconiza la dignidad de cara al sol y nos enseña a pelear por la conquista de nuestros derechos... Los curas siguen protegiendo a los mercaderes ricos en vez de cuidar los intereses de los humildes, tal como había prescrito el Nazareno, tal como lo hacía Eva Perón. ¡Preferimos al que nos habla en nuestro idioma a quien, rezando en latín, sigue de cara al altar y de espaldas al pueblo! Nosotros los humildes, los que fuimos la clase oprimida, sabemos que el clero no está a nuestro favor, como en los tiempos bíblicos. Las prédicas de resignación y mansedumbre han contribuido a fortalecer a la oligarquía, que lucra perpetuando la explotación, y tratando de mantener la ignorancia y la esclavitud que el justicialismo, expresión de los principios de Cristo, combate y repudia...” Palabras de este tenor jamás hubiesen salido de la boca de un peronista sólo unos meses antes.  

En esta atmósfera debía realizarse,  el 9 de junio, la tradicional procesión de Corpus Christi, trasladada al sábado 11 para aprovechar el feriado. En la víspera, Perón se dirigió por radio a todo el país. Dijo que: “como precaución era necesario alertar a todas las organizaciones. Preparar los medios de acción y los transportes; controlar por las organizaciones políticas los sectores de acción y mantener la vigilancia por los jefes de manzanas. No actuar sino en contacto y coordinación con la Policía por los comandos tácticos”. Finalizó diciendo: “Yo impartiré cualquier orden en cada caso, por los medios correspondientes. Por cada hombre que puedan poner nuestros enemigos, nosotros pondremos diez”[lxi].

La feligresía católica respondió con firmeza a las agresiones provenientes del gobierno. En vísperas de la procesión circularon panfletos invitando a los fieles a asistir desafiando las prohibiciones. La gente respondió masivamente, y lo que había sido habitualmente una inofensiva caminata de un grupo de beatas y caballeros tras el palio se convirtió ese día en una gigantesca manifestación antigubernamental en la confluían todas las corrientes opositoras, además de los católicos mismos.

Al otro día, la prensa oficial denunciaba atentados y desmanes que habrían perpetrado los manifestantes católicos. El diario La Prensa afirmaba que “los elementos clericales, digitados por cabecillas organizados pertenecientes a la Acción Católica”, habían efectuado disparos contra las vidrieras del diario. Se habían colocado bombas en las embajadas de Yugoslavia e Israel, y atentado contra los monumentos de Roca y Sarmiento. Pero la acusación más grave era la supuesta quema de la bandera argentina, por parte de algunos manifestantes, frente el palacio del Congreso, hecho que resultaba por demás ultrajante.

El episodio parece haber sido confuso: es posible que algunos jóvenes católicos hayan apagado con un trapo una llama votiva en honor de Eva Perón, y que la policía creyera, en un primer momento, que se trataba de una bandera. Cuando Borlenghi, ministro del Interior, se enteró de la versión, ordenó a la Policía Federal que presentara los restos de la enseña nacional; al no haberla, en la comisaría 8va., asiento de la famosa “Sección Especial”, se procedió a incinerar a medias una bandera para cumplir la orden. Algunos oficiales de la Policía Federal manifestaron, después del derrocamiento de Perón, que habían recibido del Jefe de Policía, Miguel Gamboa, la orden de quemar una bandera para culpar a los católicos. Cualquiera sea la realidad, lo cierto es que la prensa oficial publicó fotografías donde se veía al presidente Perón rodeado de sus ministros Borlenghi, Méndez San Martín, Aloé y otras figuras del régimen, observando, con preocupación los restos quemados de lo que parecía ser una bandera nacional.

El día 12 de junio hubo un ataque contra los asistentes a la misa vespertina en la Catedral de Buenos Aires efectuado por militantes justicialistas. Los jóvenes defensores del templo fueron detenidos mientras que los agresores no fueron molestados. El clima de tensión se fue incrementando. El día 14 de junio el obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Manuel Tato, y el canónigo de la Catedral metropolitana, monseñor Ramón Novoa, eran detenidos y luego expulsados del país, bajo la acusación de haber alentado los desmanes de las jornadas anteriores. Dos días más tarde de la medida, la Sagrada Congregación Consistorial del Vaticano fulminaba la excomunión latae sentetia contra los responsables. La noticia no fue publicada en la prensa argentina.

Este clima de tensión precipitó los trabajos revolucionarios que llevaban a cabo el jefe de la Infantería de Marina, contralmirante Samuel Toranzo Calderón, en la Armada y el general León Bengoa, jefe del 3º Cuerpo de Ejército con sede en Paraná, así como algunos oficiales de la Aeronáutica pertenecientes a la base de Morón. Los conspiradores fracasaron en obtener el apoyo de los generales Aramburu y Lonardi quienes también estaban preparaban un golpe de Estado. En el campo civil sus principales apoyos eran algunos políticos furibundamente antiperonistas: el radical Miguel Ángel Zabala Ortiz, el conservador Adolfo Vicchi y el socialista Américo Guioldi.

El plan de los golpistas incluía un ataque aéreo a la Casa de Gobierno con aviones de la Armada y de la Aeronáutica, a fin de matar a Perón. Un batallón de la Infantería de Marina, con asiento en el Puerto de Buenos Aires, dirigiría un ataque por tierra contra el edificio, con el apoyo de civiles armados, mientras otros grupos de civiles armados coparían las diversas emisoras de radio. El Plan preveía que la revuelta contaría a esa altura de los hechos con la ayuda de unidades del Ejército en el Litoral, bajo el mando de Bengoa, de las Escuelas de Artillería y de Aviación de Córdoba, y de la base naval de Puerto Belgrano. Allí, según se esperaba, oficiales sublevados tomarían la flota y ordenarían su salida al mar, así como el despliegue de unidades de Infantería de Marina y la aviación naval desde la base principal.[lxii]

            La circunstancia de que el 16 de junio un grupo de cazas de las Aeronáutica debía realizar un desagravio a la enseña nacional, brindó a los conspiradores la oportunidad para realizar el levantamiento sin despertar sospechas durante su preparación. Pero, casi nada salió según lo habían planeado los golpistas. No solo faltó el apoyo de las unidades del Ejército en el Interior, sino que una densa niebla sobre la Capital demoró el ataque de la Aviación Naval contra la Casa Rosada. El ataque estaba previsto para las diez de la mañana pero sólo a las 12.30 horas los primeros aviones, ahora con base en el Aeropuerto de Ezeiza, aparecieron sobre la Plaza de Mayo para arrojar sus bombas. Para entonces, los grupos de conspiradores civiles que esperaban en las calles adyacentes habían recibido orden de dispersarse. Lo más importante fue que esa demora reveló la existencia del movimiento y Perón, siguiendo el consejo del general Franklin Lucero, se había trasladado de la Casa Rosada al amparo del Ministerio de Guerra, a una cuadra de distancia. Desde el subsuelo de ese edificio, el presidente pudo seguir el desarrollo de los acontecimientos y coordinar las operaciones de represión. Perón encomendó la defensa del gobierno constitucional al general Lucero, quien desplazó unidades del Ejército para proteger la Casa de Gobierno y recuperar las instalaciones portuarias ocupadas por los rebeldes.

            Al final de la tarde, a pesar de los reiterados bombardeos y la metralla de los aviones de la Armada y la Aeronáutica, todas las bases en manos de los insurrectos habían sido recuperadas por las fuerzas leales, incluso el Ministerio de Marina, que había servido como cuartel general al almirante Toranzo Calderón. Los últimos aviones hicieron una pasada final sobre la Casa Rosada, y se dirigieron a Montevideo llevando a los comprometidos, entre ellos al dirigente radical Miguel A. Zabala Ortiz

            Allí, el ministro de Marina, contralmirante Anibal Olivieri, y el comandante de la Infantería de Marina, vicealmirante Benjamín Gargiulo, a pesar de que no había tomado parte en la conspiración, se asociaron a la frustrada rebelión en un acto de responsabilidad moral que provocaría la destitución y la cárcel para el primero y el suicidio del segundo.

            A media tarde sobre la ciudad reinaba el horror, las víctimas alcanzaban a unas mil personas entre muertos y heridos, todos ellos civiles, en su mayoría simples transeúntes sorprendidos en la calle por los acontecimientos. Pero, el mayor impacto era la visión de un ejército que volvía las armas que la Nación puso en sus manos para la defensa de la patria contra su propio pueblo. Ningún móvil político podía justificar este criminal acto de terrorismo.

            Apenas tuvo seguridad del triunfo, Perón habló por radio desde el subsuelto del ministerio de Ejército. Afirmó que todo había terminado, alabó al Ejército por su conducta y dijo que la Marina era la “culpable de la cantidad de muertos y heridos que hoy debemos lamentar los argentinos”. Pidió que nadie intentara hacer justicia por sus manos. “Hemos dado una lección a la canalla que se levantó, y a la que la impulsó a que se levantara”. Y una y otra vez se preocupó por rendir homenaje al Ejército, “que no sólo ha cumplido con su deber, sino que lo ha hecho heroicamente”.[lxiii]

            Poco después del discurso de Perón comenzó a desarrollarse un drama que atenuaría el impacto de las atrocidades cometidas por los aviones rebeldes en horas de la mañana. Tras el discurso del presidente habló el secretario adjunto de la CGT, Hugo di Pietro, convocando a un paro general en apoyo del gobierno para el día siguiente, en el centro de la ciudad aparecieron grupos de incendiarios. El primer blanco fue la Curia Metropolitana. Los saquedores robaron reliquias, volcaron los magníficos archivos de la época colonial y luego incendiaron las instalaciones después de rociarlas con nafta destruyendo una invaluable colección de 80.000 volúmenes. En la Catedral destrozaron altares y confesionarios sin incendiar el templo. Después fue el turno del convento y la iglesia de San Francisco, que fueron totalmente destruidos por el fuego. Esa noche también sufrieron ataques San Ignacio, Santo Domingo, San Miguel, La Merced, San Nicolás, La Piedad, San Juan, el Socorro, San Nicolás, San Juan Bautista, la capilla de San Roque en la Capital Federal y las iglesias de Asunción, en Vicente López, y Jesús del Huerto, en Olivos. Algunas iglesias sólo sufrieron parcialmente los efectos del fuego, pero todas fueron saqueadas y profanadas por los vándalos, que no dudaron en robar copones, candelabros y relicarios. Toda la noche continuaron los saqueos y destrozos. Mientras que grupos de fieles trataban consternados de salvar imágenes u objetos de culto, ante la ausencia de los bomberos y la policía. Durante estos hechos sacerdotes y feligreses fueron duramente castigados, pero no hubo ningún muerto.[lxiv]

            El gobierno peronista recibió, con la quema de las iglesias, un segundo golpe ese día. Perón –que por la mañana había expulsado del país a los sacerdotes Tato y Novoa- fue excomulgado ese mismo día y se produjo una ola de repudio mundial por los actos de vandalismo y la destrucción de objetos artísticos y religiosos. El Vaticano inició una campaña internacional contra el gobierno argentino comparando la quema de las iglesias con el incendio del Reichstag –parlamento alemán- por los nazis en 1933.

 

LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA

            Perón advirtió que el conflicto había escalado hasta niveles sumamente peligrosos e intento una “política de pacificación” apelando a la oposición. Pero ya era demasiado tarde.  El régimen había perdido el apoyo del poder moral, tanto ideológico como religioso, carecía de adhesión del poder económico y contaba ahora con un poder militar dividido y asediado por la presión de la opinión pública antiperonista, exasperada y militante. El movimiento peronista era aún mayoritaria y permanecía fiel a su “conductor”, pero quedó desconcertada ante el comportamiento de Perón.[lxv]

            El 29 de junio, el gobierno levantó el estado de sitio y muchos dirigentes políticos que inicialmente fueron detenidos por su vinculación con el intento de golpe de Estado quedaron en libertad. Además Perón reemplazó a los miembros más cuestionados de su gobierno, inclusive a los ministros del Interior y de Educación, aunque no a la totalidad del gabinete. Una figura muy cuestionada por la oposición, el director de prensa y propaganda del gobierno, Raul Apold presentó su renuncia, otro tanto hizo el secretario general de la C.G.T., este último fue reemplazado por Di Pietro.

            La política de pacificación  no fue más allá del cambio de algunas caras y de declaraciones conciliadoras de Perón, como el discurso del 15 de julio ante los legisladores justicialistas: “La revolución peronista ha finalizado; comienza ahora una nueva etapa que es de carácter constitucional, sin revoluciones, porque el estado permanente de un país no puede ser la revolución”.

            “¿Qué implica eso para mí? La respuesta es muy simple, señores: dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios”.

            “Mi situación ha cambiado absolutamente, y, al ser así, yo debo resolver todas las limitaciones que se han hecho en el país sobre los  procedimientos de nuestros adversarios, impuestos por la necesidad de cumplir los objetivos, para dejarlos actuar libremente dentro de la ley, con todas las garantías, derechos y libertades”.[lxvi]

            Hacia fines de agosto era evidente que la política de pacificación era tan solo un periodo de tregua en que ambos bandos se preparaban para dirimir sus diferencias en un asalto final. El 31 de agosto Perón realizó una de sus clásicas maniobras: efectuó una demostración de fuerza. Presentó su renuncia a la presidencia, no ante el Congreso –como marca la constitución- sino a las tres ramas del partido peronista. Ante lo cual la C.G.T. inmediatamente decretó la huelga general y convocó a Plaza de Mayo para pedirle al presidente que retirara su renuncia.

            A última hora de la noche Perón se dirigió a la multitud. Era evidente para todos –peronistas y opositores- que el presidente no insistiría en su renuncia, pero el tono de su discurso causó consternación y temor. En sus párrafos más alarmantes dijo Perón: “A la Violencia hemos de contestar con una violencia mayor [...] Con nuestra tolerancia exagerada, nos hemos ganado el derecho a reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino [...]

            Esta conducta que ha de seguir todo peronista no va dirigida solamente contra los que ejecuten actos de violencia, sino también contra los que conspiren e inciten.

[...] La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos [...] Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen, ¡pobres de ellos!”.[lxvii]

            Esta violenta arenga actuó como catalizador de la situación. Los elementos más moderados dentro del Gobierno comprendieron que la situación era insostenible. Entre los opositores reforzó la determinación de derrocar a Perón sin reparar en los medios.

            El centro de la conspiración siguió siendo la Marina a pesar de las medidas adoptadas por el Gobierno para neutralizarla: la disolución de los cuarteles generales de la Infantería de Marina y la Aviación Naval y de dos de sus unidades, el retiro de la jurisdicción naval sobre las gobernaciones territoriales de Tierra del Fuego y Martín García, y el secuestro de pertrechos navales, inclusive los detonantes de bombas de los aviones. Por otra parte, después de los sucesos de junio, los hombres de la Marina se sentían el blanco principal de cualquier represalia organizada por los peronistas, considerando que ellos vivían con sus familias en barrios militares situados en las proximidades de las bases. Parecía necesario anticiparse a cualquier intento por parte del Gobierno.

            Para  caldear aún más los ánimos, el 8 de septiembre, cuando Hugo di Pietro, en nombre de la C.G.T., se dirigió al ministro de Guerra solicitándole armas para la formación de “reservas voluntarias de obreros” para defender al gobierno. El pedido fue declinado con una nota en la cual el general Franklin Lucero calificaba esta iniciativa como “un rapto de entusiasmo patriótico”, y derivaba la decisión final al Poder Ejecutivo. En realidad, Di Pietro actuaba coherentemente, dada la incitación de Perón había formulado una semana atrás. Aunque rechazado, el pedido de la C.G.T. despertó un revuelo entre los hombres de las fuerzas armadas y significó la última y decisiva motivación para que los oficiales hasta ese momento indecisos apoyaran cualquier iniciativa revolucionaria.

            Hasta entonces a la conspiración le faltaba un líder con prestigio y autoridad suficiente. En la Marina los trabajos revolucionarios los llevaban a cabo los capitanes de navío Arturo Rial y Jorge Perren, a último momento se sumó el director de la Escuela Naval de Río Santiago, Contralmirante Issac Francisco Rojas. Mientras que en el Ejército, el oficial de más alta jerarquía comprometido en el complot era el General de División Pedro Eugenio Aramburu, hasta hacía poco tiempo al frente de la Dirección de Sanidad del Ejército y ahora director de la Escuela Nacional de Guerra, ambos cargos sin mando de tropas. Pese al clima de confrontación Aramburu consideraba que después de los acontecimientos de junio no estaban dadas las condiciones para una nueva intentona contra Perón.

            Entonces la jefatura del movimiento pasó al general Lonardi, quien contaba con elementos comprometidos en la Escuela de Artillería, en Córdoba. Lonardi a los cincuenta y cuatro años estaba mortalmente enfermo, pero animado por una profunda fe religiosa –la mística religiosa de Lonardi y sus seguidores se verá en la insignia de “Cristo Vence” que lucirían los aviones y vehículos rebeldes; las invocaciones a Dios y a la Virgen de las Mercedes, patrona del Ejército, serán habituales en sus transmisiones radiales-  creía que era suficiente con crear un foco revolucionario para que toda la estructura del régimen peronista se cayera como un castillo de naipes.

            La Revolución Libertadora –tal el nombre que asumieron las fuerzas golpistas después de su triunfo- estalló el 16 de septiembre a las cero horas. En ese momento, el general Eduardo Lonardi y el coronel Arturo Ossorio Arana junto a un pequeño grupo de oficiales, redujeron al jefe de la Escuela de Artillería, en las cercanías de la capital cordobesa, y se dispusieron seguidamente a tomar la escuela de Infantería y la Escuela de Tropas Aerotransportadas. Lonardi había recomendado a sus subordinados actuar “con la máxima brutalidad” y realmente les hizo falta recurrir a la violencia extrema para imponerse. Sólo después de una dura lucha con la Escuela de Infantería las fuerzas de Lonardi lograron asumir el control de todas las unidades del Ejército y la Fuerza Aérea en los alrededores de la ciudad de Córdoba; pero en el cuartel de Curuzú Cuatia, en Corrientes, el intento de insurrección encabezado por el general Aramburu fracasó totalmente y en la base naval de Río Santiago, los rebeldes, tras varias horas de lucha, debieron ser evacuados a buques de la flota fluvial.

            Al día siguiente, aunque oficiales rebeldes bajo el mando del general Julio Lagos lograron el control de Cuyo, fuerzas leales numéricamente superiores convergían sobre las posiciones del general Lonardi en Córdoba y sobre la base naval de Puerto Belgrano.

            Sin embargo, era en la ciudad de Buenos Aires donde se jugaba la suerte del golpe de Estado. La flota de mar, después de una rápida travesía de dos días desde Puerto Madryn, se encontraba en el Río de la Plata. El almirante Rojas declaró el 18 de septiembre un bloqueo de la costa y advirtió que la Armada atacaría las instalaciones de depósitos de petróleo en Dock Sur y de la refinería de YPF en  ciudad de La Plata. Al día siguiente, antes del medio día, la Armada advirtió por radio a la población civil que se alejara de las instalaciones de La Plata, ya que serían atacadas a las trece. Esa mañana, más temprano, la Armada ya había dado muestras de su resolución cuando un crucero, con unos pocos disparos certeros, destruyó los depósitos de petróleo en Mar del Plata. El bombardeo de los objetivos en La Plata nunca se produjo, sin embargo, debido a que poco antes de la hora señalada, el ministro de Ejército Franklin Lucero anunció por radio que pedía un parlamento entre los bandos opuestos y un inminente cese de las hostilidades. Casi inmediatamente después leyó una carta del presidente Perón en la que proponía entregar su mando al Ejército a fin de facilitar un acuerdo.[lxviii] Aunque todavía no estaba claro los golpistas habían triunfado.

Hacia 1955, el estilo peronista había dado todo lo que podía esperarse de él. Había incorporado al movimiento obrero al sistema político y al poder sindical a la constelación de fuerzas políticas de la Argentina. Había innovado en política económica: los mecanismos de control legados por los notables fueron utilizados para subvencionar no al sector primario, sino al industrial. Había aplicado una política económica neoconservadora cuando pasaron los tiempos de prosperidad, sin que llegaran a advertirlo sus partidarios, que en su mejor momento constituyeron casi el 65% del electorado. Y su líder, pese a la explosiva retórica que según las ocasiones y los auditorios empleaba, se reveló con el tiempo como un reformador sin vocación revolucionaria, un progresista social pragmático. Pero, que tuvo la virtud de poner a la Argentina, a las puertas de su historia contemporánea, en una situación de paridad social en la que todos los sectores habían circulado por el poder, pero ninguno había logrado imponer el proyecto que consideraba integral y satisfactorio. Una situación de equilibrio inestable y de conflictos acumulados.[lxix]

 



[i] FLORIA, Carlos y César A. GARCIA BELSUNCE: Historia de los argentinos. Ed. Larousse Bs. As. 1992. Tomo II, Pág. 399.
[ii] CIRIA, Alberto: Ob. Cit. Pág. 156.
[iii] FLORIA, Carlos y César GARCIA BELSUNCE: Ob. Cit. 399.
[iv] LUNA, Félix: Perón y su tiempo. Ed. Sudamericana. Segunda edición Bs. As. junio 1984. Tomo I, Pág. 56.
[v] CIRIA, Alberto: Ob. Cit. Pág. 163.
[vi] LUNA, Félix: Ob. Cit. Tomo I, Pág. 59.
[vii] DUVERGER, Maurece: Los partidos políticos. México 1979. Pág. 235
[viii] PONT, Elena Susana: OB. Cit. Pág. 97.
[ix] NUEVA PROVINCIA PRESIDENTE PERON: Este fue el nombre dado a la actual provincia del Chaco cuando pasó de territorio nacional a provincia.
[x] GAMBINI, Hugo: Historia del peronismo. La obsecuencia (1952 – 1955). Ed. Vergara. Bs. As. 2007. p. 43
[xi] GUZMAN, Ángel R: Yo soy el inventor del escudo peronista. Reportaje publicado en el diario Clarín, Bs. As. 5/7/1993. Citado por ROSENKRANTZ, Eduardo S.: Historia de dos banderas. Ed. Belgrano, Bs. As. 1997. Citado por GAMBINI, Hugo: Ob. Cit. p. 43.
[xii] CIRIA, Alberto: Ob. Cit. Pág. 284 a 286. Se han suprimido las citas que consigna Ciria para dar mayor claridad al texto.
[xiii] GAMBINI, Hugo: Historia del peronismo. El poder total (1943 – 1951). Ed. Vergara. Bs. As. 2007, p. 256.
[xiv] GODIO, Julio: La caida de Perón/1. De junio a setiembre de 1955. Biblioteca Política Argentina. Centro Editor de América Latina. Bs. As. 1985. Págs. 43 a 46.
[xv] FLORIA. Carlos A y GARCIA BELSUNCE, César. A.: Ob Cit. 372.
[xvi] LIDEREZAGO CARISMÁTICO: La identificación del liderazgo carismático de Perón, pude encontrarse en autores anteriormente citados como Alberto Ciria o Floria y García Belsunce y también en Rodolfo Puiggrós y Peter Waldmann.
[xvii] PERON, Eva: La razón de mi vida.  Bs. As. 1950. Pág. 100.
[xviii] DAMONTE TABORDA, Raúl: Ayer fue San Perón. Ediciones Gure. Bs. As. 1955. Pág. 36
[xix] DAMONTE TABORDA, Raúl: Ob. Cit. 67.
[xx] BORGES, Jorge Luis: “Realidad y Leyenda” nota enviada a la Comisión Promotora de Concentración Cívica en pro de la República y reproducida por el diario La Nación el 28 de mayo de 1971. Tomadaq de LUNA, Félix: “Perón y su juego” Historia de la Argentina. Suplemento del diario Crítica. Bs. As. 1994. Pág. 46.
[xxi] LUNA, Félix: Ob. Cit. Tomo III, Pág. 45.
[xxii] CRAWLEY, Eduardo: Una casa dividida: Argentina 1880 – 1980. Alianza Editorial Segunda Edición Bs. As. 1989. Pág. 144.
[xxiii] FLORIA, Carlos A. y César GARCÍA BELSUNCE: Ob. Cit. Tomo II. Pág. 389.
[xxiv] ALOE: El gobernador de la provincia de Buenos Aires fue una víctima recurrente del humor de los antiperonistas que circulaba clandestinamente de boca en boca. Por ejemplo, haciendo un juego de palabras decían de Aloé que había escrito dos libros “Mis afanes” y “Como pienso”.  En otro chiste de la época en que el gobierno peronista estaba enfrentado a la Iglesia relataban que Perón y Aloé concurrían a una confitería. Cuando el mozo preguntaba que se iban a servir Perón respondía: - A mí tráigame un Curazao. Entonces Aloé riéndose dice: - ¡Qué bárbaro mi general! ¡Muy bien! Mozo: a mí tráigame un cura frito.
[xxv] WALDMANN, Peter: “El peronismo”. Traducción de Nélida Meddilaharzu de Machain. Sudamericana. Bs. As. 1981. Pág. 103.
[xxvi] DEL CAMPO, Hugo: Ob. Cit. 178 y también ALONSO, María, Roberto ELISADE y Enrique C. Vazquez: Ob. Cit. 147.
[xxvii] ELECCIONES DE 1946: La elección de 1946 fue la peor elección realizada por Perón, que es el único argentino electo en tres oportunidades presidente de la Nación. En esa oportunidad se impuso por el 55,9% de los votos. En 1951 lo hizo por el 63,5% y en 1973 por el 61,85%.
[xxviii] WALDAMANN, Peter: Ob. Cit. Pág. 188
[xxix] SOBORNO: un ejemplo de lo difundidas que están ciertas prácticas corruptas en el Tercer Mundo, y en especial en América Latina son los distintos nombres populares con que se denomina a los sobornos. En México los llaman la “mordida”, en Venezuela “matraca”, en Colombia le dicen “corbata”, los cubanos la bautizaron “botella”, para los peruanos es la “cutra”, para los brasileños “caixinha”. Mientras que en el Cono Sur se lo denomina la “coima”.
[xxx] FLORIA, Carlos A. y César GARCÍA BELSUNCE: Ob. Cit. Tomo II. Pág. 410.
[xxxi] AGUINIS, Marcos: Op. Cit. Pág. 122.
[xxxii] ROMERO, José Luis en revista Panorama del 20/7/1972. Citado en CIRIA, Alberto: Ob. Cit. Pág. 114.
[xxxiii] DEL CAMPO, Hugo: Ob. Cit. Pág. 156.
[xxxiv] FRASER, Nicholas y Marysa NAVARRO: Eva Perón. Ed. Bruguera. Bs. As. 1982. Pág. 245.
[xxxv] LUNA, Félix: Eva Perón ha muerto. Historia de la Argentina. Ed. Crónica e Hyspamérica. Bs. As. 1992. Pág. 22.
[xxxvi] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 254.
[xxxvii] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 256.
[xxxviii] LUNA, Félix: Op. Cit. Pág. 33.
[xxxix] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 261.
[xl] ARA, Pedro: El caso Eva Perón. Ed. CVS. Madrid. 1974. Pág. 120
[xli] SANTA EVITA: Un proceso similar de “culto al héroe revolucionario” fue implementado en Cuba por el régimen castrista con respecto a la figura de Ernesto “Che” Guevara. Tanto el Che como Evita trascendieron, se convirtieron en mitos que sirvieron y aún sirven de inspiración a los revolucionarios latinoamericanos y a jóvenes inconformistas del mundo entero, que en muchos casos desconocen los aspectos más elementales de su vida y de su verdadero pensamiento político.
[xlii] DIARIO CLARIN: Los periodistas que firman los diversos artículos que componen el suplemento Evita, entre la espada y la cruz, fueron María SEOANE, Matilde SANCHEZ, Jorge BRISABOA, Alberto AMATO, Julio ALGAÑARAZ, Sergio RUBIN y Daniel URI.
[xliii] ARA, Pedro: Op. Cit. Pág. 259.
[xliv] DIARIO CLARIN: Op. Cit. 2da. Sección Pág. 6.
[xlv] Sin embargo, las penurias del cadáver de Evita no habían concluido. Según ciertas versiones José López Rega efectuaba rituales con el cuerpo de Evita para que los fluidos vitales de la muerta se encarnaran en la nueva espesa del general. Las versiones indican que López Rega hacía acostar a Isabelita sobre el ataúd que guardaba los restos de Evita mientras hacía ciertos ritos y pases mágicos.
[xlvi] DIARIO CLARIN: Op. Cit. Pág. 8.
[xlvii] GAMBINI, Hugo: Ob. Cit. p. 18
[xlviii] CRAWLEY, Eduardo: Una casa dividida: Argentina 1880 – 1980. Ed. Alianza. Bs. As. 1989. Pág. 150.
[xlix] SAENZ QUESADA, María: La Argentina. Historia del país y de su gente. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2001. Pág. 557.
[l] POTASH, Robert A.: El Ejército y la política en la Argentina 1945 – 1962. Ed. Sudamerciana. Bs. As. 1980. Pág. 162 y 163.
[li] LANUSSE, Alejandro A.: Protagonista y testigo. Reflexiones sobre 70 años de nuestra historia. Ed. Marcelo Lugones S. A. Editores. Bs. As. 1988. Pág. 78.
[lii] POTASH, Robert A.: Op. Cit. Pág. 188.
[liii] CRAWLEY, Eduardo: Op. Cit. Pág. 154.
[liv] FEINMANN, José Pablo: Estudios sobre el peronismo. Citado en LUNA, Félix: “Escándalos y Frivolidades”, Historia de la Argentina, suplmento del diario Crónica. Hyspamérica. Pág. 34 y 35.
[lv] LUNA, Félix: Escándalos y Frivolidades. Op. Cit. Pág.34 y 35.
[lvi] LUNA, Félix: Escándalos y Frivolidades. Op. Cit. Pág.36.
[lvii] CRAWLEY, Eduardo: Op. Cit. 158.
[lviii] LUNA, FéLIX: Perón y su tiempo. III El régimen exhausto 1953 – 1955. Editorial Sudamericana. Bs. As. 1986. Pág. 203.
[lix] PAVON PEREYRA, Enrique: Perón tal como fue. Tomo 1. Biblioteca Política Argentina Nº 137. Ed. Centro Editor de América Latina. Bs. As. 1986. Pág. 95.
[lx] Algunas figuras de la izquierda comienzan a incorporarse en esta etapa al peronismo, practican una técnica que se dio en llamar “entrismo” y que consistía en incorporarse a un movimiento de masas no marxista para llevarlo a la “revolución marxista”. Los más destacados fueron el historiador Rodolfo Puiggros quien sería rector de la Universidad de Buenos Aires, muy brevemente en 1973, durante la presidencia del peronista Héctor J. Cámpora y el también historiador Jorge Abelardo Ramos, fundador del Frente de Izquierda Popular, un pequeño partido de la llamada “izquierda nacional” que fue aliado del peronismo desde su legislación en 1972. Ramos incluso sería embajador en Méjico durante la presidencia de otro peronista: Carlos Saúl Menem.
[lxi] LUNA, Félix: “Perón contra la Iglesia Historia de la Argentina. Suplemento del diario Crónica – Hyspamérica. Pág. 29.
[lxii] POTASH, Robert: Op. Cit. Pág. 258.
[lxiii] LUNA, Félix: Los motivos de la oposición. Historia de la Argentina. Suplemento del diario Crónica – Hyspamérica. Pág. 13.
[lxiv] GODIO, Julio: “La caída de Perón/1. De junio a setiembre de 1955” Biblioteca Política Argentina Nº 114. Centro Editor de América Latina. Bs. As. 1985. Pág. 33.
[lxv] FLORIA, Carlos Alberto y César A. GARCIA BELSUNCE: Historia de los Argentinos. Ed. Larousse. Bs. As. 1992. Tomo Segundo. Pág. 428.
[lxvi] POTASH, Robert. Op. Cit. Pág. 265.
[lxvii] LA NACION: 1º de septiembre de 1955. Citado en POTASH, Robert. Op. Cit. Pág. 429.
[lxviii] POTASH, Robert: Op. Cit. Pág. 278.
[lxix] WALDAMANN, Peter: Ob. Cit. Pág. 198.