Los
últimos ataques yihadistas más que unas demostraciones de fuerza parecen actos
de desesperación
Cuando
el espanto y el dolor provocado por los ataques terroristas en España aún no se
ha atemperado, surgen algunas necesarias reflexiones sobre las causas y
motivaciones por detrás de estos repudiables actos criminales.
En
primera instancia debe destacarse que estos atentados responden a la necesidad
del Estado Islámico (o ISIS, como se lo conoce por sus siglas en inglés, o DAESH
como se lo denomina en el mundo árabe) de recuperar protagonismo internacional
después de perder el control de su base en Mosul y el acoso que sufren en Raqa.
Pero,
si este era el objetivo, los ataques en Barcelona no hacen otra cosa que
mostrar la debilidad en que se encuentra el Estado Islámico en todo el mundo.
En
Barcelona, los yihadistas estaban acumulando explosivos para un atentado de
grandes proporciones. Pero, sus planes se vieron frustrados cuando por
impericia o falta de medios se produjo una explosión accidental que frustró sus
planes y atrajo la atención de las autoridades españolas sobre los integrantes
del grupo.
Luego
pretendieron realizar un ataque de mayor envergadura cargando un vehículo de
gran porte con explosivos.
Tampoco
pudieron concretar esta acción porque no pudieron alquilar un camión que
cumpliera las condiciones necesarias para el para el montaje que pretendían
preparar. Debieron conformarse con una camioneta de menor parte, que, aunque
resultó un arma letal, terminó provocando un número más reducido de víctimas
fatales.
El
ataque en Cambrils, por otra parte, muestra más claramente de precariedad de
medios y de preparación con que están operando los terroristas yihadistas.
No
sólo los terroristas fueron neutralizados al inicio de su ataque por las
fuerzas policiales en estado de alerta, sino que empleaban cinturones
explosivos simulados.
Es
decir, que empleaban armas falsas por no poder contar con armas reales.
Algo
similar ocurre con los ataques que se llevaron a cabo en la ciudad de Truku, al
oeste de Helsinki, capital de Finlandia, en la ciudad rusa de Surgut, región
autónoma de Khanti-Mansiski, en Siberia Occidental, casi a tres mil kilómetros
de Moscú y en Wuppertal – Elberfeld. En todos los casos, como en Cambrils, los
terroristas emplearon armas blancas (cuchillos y hachas) porque no tuvieron
acceso a armas de fuego que podrían haber multiplicado el número de víctimas
fatales.
Los
atentados llevados a cabo por atropellamientos y apuñalamientos, por muy
cruentos y letales que parezcan, solo muestran la debilidad de la logística
terrorista que no logra abastecer a sus eventuales kamikazes con los medios
ofensivos necesarios para hacer más mortífero su accionar.
También
muestra que el seguimiento que realizan los servicios de inteligencia
occidentales y los controles que realizan los cuerpos policiales son eficaces
en cuanto al restringir a los yihadistas su acceso a armas de fuego y
explosivos.
Podría
deberse a ello que cada vez son menos frecuentes los grandes ataques como el
ocurrido en España el 11 de marzo de 2004.
También
el hecho de que deban recurrir a la Internet y a las redes sociales para el
reclutamiento de nuevos miembros indica lo limitado que es su despliegue
territorial y la carencia que tienen de cuadros ideológicamente preparados para
efectuar la captación de nuevos reclutas en un trabajo cara a cara en las
madrazas y otros centros islámicos.
Nuevamente,
su apelación a las redes sociales es más un símbolo de debilidad que un factor
de fortaleza.
Por
último, las sociedades occidentales se han resignado a convivir con la
constante amenaza del terrorismo yihadista sin que ello altere la esencia de su
idiosincrasia.
Es
cierto, que las medidas de seguridad se han incrementado, que la desconfianza y
las incomodidades son mayores, pero la vida europea continúa adelante y las
tropas occidentales seguirán combatiendo al terrorismo en Afganistán, Irak,
Siria, Mali o donde se hagan presentes.
Ningún
atentado del Estado Islámico o de cualquier otro grupo yihadista cambiará esto.
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