A los 87 años de edad, falleció el ex canciller alemán
Helmut Kohl artífice de la reunificación pacífica de Alemania después de la
Segunda Guerra Mundial y arquitecto de la Unión Europea.
Helmut Joseph Michael Kohl, nació el 30 de abril de
1930, en la misma ciudad en que moriría casi nueve décadas más tarde. Como él
mismo se encargaría de señalar, Kohl tuvo la suerte de nacer tarde, así lo dijo
ante la Knesset, en su primera visita a Israel, por lo cual escapó al servicio
militar en la Segunda Guerra Mundial. Aunque fue reclutado por la Wehrmacht,
muy brevemente, al final de la contienda cuando era niño de apenas 14 años.
Si bien escapó a los horrores de la guerra, creció en
los duros tiempos que siguieron a la rendición, ocupación y división de su
patria a partir de 1945.
Su condición de católico lo orientó a incorporarse
tempranamente, en 1947, a la Unión Demócrata Cristiana, creada dos años antes.
Poco después ingresó a la Universidad de Heidelberg
donde estudio ciencia política e historia. El 1958, se convirtió en Doctor en
Historia con una tesis sobre: “El
desarrollo político en el Platinado y el surgimiento de los partidos políticos
después de 1945”.
Se transformó en Canciller de la entonces República
Federal Alemana, en 1982. Kohl reemplazó en el cargo al socialdemócrata Helmut Schmidt
a través de una moción de confianza, cuando el Partido Liberal de Alemania, que
hasta ese momento había apoyado a los socialdemócratas, decidió modificar su
alianza parlamentaria y pasó a apoyar a los demócratas cristianos.
Inicialmente se lo subestimó, pensando que sólo sería
un canciller de transición. Su imagen algo tosca de un hombre común, incluso
vulgar, un robusto gigantón de casi dos metros y aire provinciano que no
hablaba otro idioma que el alemán llevó a que sus adversarios se burlarán de
él, aplicándole a menudo el mote despectivo de “birne” (pera en alemán), ya que
la cabeza de Kohl era representada por los caricaturistas alemanes en esa
forma.
Sin embargo, Kohl sería el canciller alemán que
ejercería ese cargo durante más tiempo: dieciséis años. Sólo fue superado en
este campo por Otto Eduard Leopold von Bismarck -Shönhausen, Príncipe de
Bismarck y duque de Lauenburgo, conocido como Otto von Bismarck, el llamado “Canciller de Hierro”, el otro gran
reunificados de Alemania.
En 1862, Bismarck se convirtió en primer ministro de
Prusia y luego en Canciller del Imperio Alemán, hasta que, en 1890, debió
presentar su renuncia después de enfrentarse al emperador Guillermo II.
En síntesis, podría decirse que Helmut Kohl fue un
político normal, sin lo que Max Weber denomina “carisma”, pero dotado de una tenacidad y laboriosidad muy alemana,
que llevaría al presidente Bill Clinton a calificarlo como “el estadista
europeo más destacado desde la Segunda Guerra Mundial.”
Sin su claridad de ideas, su buen criterio y empeño, o
su capacidad para la toma de decisiones complejas y riesgosas o su liderazgo,
tanto dentro como fuera de Alemania, la reunificación de su país no habría
tenido lugar en tan sólo los once meses que transcurrieron desde la caída del
Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 y el 3 de octubre de 1990, cuando los
seis Länder que constituían la antigua “República
Democrática Alemana” se incorporaron a la República Federal Alemana.
En sus memorias, publicadas en 2009, bajo el título de
“De la caída del Muro a la Reunificación. Mis recuerdos”. Relata la aptitud de los
principales líderes europeos de entonces frente al resurgimiento de una nueva y
más poderosa Alemania en el seno de Europa.
“La caída del Muro y perspectiva de la reunificación
de Alemania supusieron una conmoción para nuestros vecinos y socios europeos.
Muchos contaban con que la unidad alemana se produciría algún día, pero no
pensaban que llegarían a verla con sus propios ojos. Por eso, para la mayoría,
la caída del Muro llegó simplemente a destiempo. Por supuesto, en muchos
tratados firmados en años anteriores se establecía el derecho de los alemanes a
la unidad. Ahora bien, eso se había hecho ayer con la vista puesta en pasado
mañana.
“Pero ahí estaba nuestra oportunidad histórica de
conseguir una patria alemana unida. Aunque no tardó mucho en avivarse de nuevo
la antigua desconfianza frente a los alemanes, por poco tiempo, pero de forma
intensa. Entre nuestros aliados europeos, solo hubo uno que nos apoyó
resueltamente desde el primer momento: el presidente español Felipe González,
que no dudó ni un instante acerca de cuál era la posición que debía adoptar.
“Margaret Thatcher, la más sincera entre los
adversarios de la unidad, llegó a decir: “Prefiero dos Alemanias a una”.
También dijo: “Hemos derrotado a los alemanes en dos ocasiones, ¡y aquí los
tenemos de nuevo!” La jefa del Gobierno británico, que finalmente dejó de
oponerse a la reunificación de nuestro país al comprender lo inevitable del
curso de los acontecimientos, había dado por sentado erróneamente que Gorbachov
jamás aprobaría la pertenencia a la OTAN de una Alemania unificada.
“Su posición coincidía, al menos en un primer momento,
con la de François Mitterrand. Del presidente de la grande nation también nos llegó alguna que otra palabra poco amable
hasta que finalmente, adoptó una posición clara y amigable hacia los alemanes.
Seguramente el cambio de parecer de Mitterrand desde su actitud inicial, crítica
hacia la reunificación alemana, se debió en buena medida a que logré
convencerle una vez más de que la unificación alemana y la unificación europea
eran dos caras de la misma moneda. Clara prueba de ello fue la iniciativa
franco – alemana para implantar la moneda común europea, el euro, la unión
política que impulsamos con pasos muy concretos en la primavera de 1990 en
paralelo al proceso de unificación alemana.”
Como muy bien destaca, en estos párrafos de sus
memorias, el canciller alemán fue también un gran impulsor de la unidad
europea, gestor de la creación de una moneda común, que se concretó en la Unión
Europea, instituida en 1993, cuando entró en vigor del Tratado de Maastricht.
Además, fue el generoso partidario de ampliar las fronteras comunitarias hasta
las puertas de la Federación de Rusia, con la incorporación de nuevos miembros
hasta alcanzar los 28 estados miembros.
Su última acción en asuntos europeos fue participar en
aprobación del Tratado de Ámsterdam que giraba en torno a varios aspectos
fundamentales: empleo, libre circulación de ciudadanos, justicia, política
exterior y de seguridad común, y reforma institucional para afrontar el ingreso
de nuevos miembros. Estos asuntos habían quedado pendientes en Maastricht. El
tratado entró en vigor en 1999, después de que Kohl perdió su cargo.
En 1998, fue derrotado en las elecciones por el
socialdemócrata Gerhard Schroeder y luego se vio obligado a abandonar la
política al año siguiente, por el escándalo de la financiación ilegal de la
Unión demócrata cristiana.
Su vejez fue amargada por el suicidio de su esposa
Hannelore Renner, en 2001, y las peleas familiares con sus hijos.
El 8 de mayo de 2008, contrajo matrimonio con una
antigua funcionaria de su gobierno, Maike Richter, 34 años, menor que él. Poco
después sufrió un accidente cerebro vascular que lo postró en una silla de
ruedas, pero no afectó su lucidez mental.
Hoy, sus padecimientos han cesado y el mundo lo
despide recordando su aporte a la reunificación alemana y a la construcción de
la Europa comunitaria.
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