En el
mundo, más de 1.500 millones de personas dependen de tierras que se degradan
por el cambio climático y el uso agrícola intensivo. La mayoría de esas
personas son pobre, viven en el sur, y en poco o en nada contribuyen al calentamiento
global.
Imaginemos
que nos encontramos en un territorio árido, que se extiende por kilómetros, sin
un rastro de vegetación, sin un solo árbol que nos alivie con una sombra o un
hilo de agua que humedezca la tierra seca, mientras el viento levanta letales
tormentas de polvo. Después imaginemos que este desierto devora las tierras
fértiles a un ritmo de doce millones de hectáreas al año. Bueno, eso es
precisamente lo que ha estado sucediendo en más de cien países a lo largo del
planeta.
El
mundo cuenta con tan sólo 7.800 millones de hectáreas capaces de ser utilizadas
para producir alimentos. Alrededor de dos mil millones ya están degradadas y
quinientos millones de hectáreas productivas, hoy han sido abandonadas. El
mundo pierde doce millones de hectáreas de tierra cultivable por año, lo que
equivale a 33.000 hectáreas diarias, de 30 a 35 veces más que la proporción
histórica.
Al
obtenerse el 99,7% de las calorías que consumimos de la tierra, la degradación
del suelo es una seria amenaza para la humanidad. Para agravar el problema, según
estimaciones de la organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura, para alimentar a la población mundial, en 2050, que alcanzará a
9.700 millones de personas, la producción agrícola deberá incrementarse entre
el 70 y el 100%, en los países en desarrollo.
Aunque
los científicos advierten que el rendimiento de cultivos como el trigo, el
arroz y el maíz podrían disminuir un 20% en la próxima década por efecto de las
temperaturas más elevadas.
Pero,
el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estima que la
desertificación, es decir, el proceso de degradación del suelo generado por la
actividad humana, está afectando a más de 1.500 millones de personas en por lo
menos cien países.
Además,
la pérdida de productividad asciende anualmente a 42.000 millones de dólares.
Los
efectos socieconómicos de la desertificación se siente cada vez más a escala
global, pues las víctimas se convierten en refugiados medioambientales,
desplazados internos, que frecuentemente se ven obligados a emigrar o se
radicalizan en conflictos potenciados por la escasez de recursos.
El
grado de desertificación aumenta en todo el mundo, aunque algunas regiones son
más afectadas que otras.
África,
el segundo continente más extenso del planeta, después de Asia, con
aproximadamente el 66% de su superficie ocupada por tierras desérticas o secas,
se ve especialmente afectada por el incremento de la desertificación.
Sus
efectos más severos se hacen sentir en particular en las zonas áridas del Norte
del continente, el Sahel y el Cuerno de África.
Las hambrunas se aproximan mientras las sequías y la
desertificación se extienden en África y distintas guerras acordonan áreas que
sufren necesidades extremas. Los funcionarios de la Organización de las
Naciones Unidas dicen que necesitan un enorme flujo de efectivo para responder
a esta situación. Hasta este momento les faltan miles de millones de dólares.
Los funcionarios de ayuda humanitaria sostienen que
toda la comida y agua necesarias existen en abundancia, incluso dentro de los
países afectados. Sin embargo, los conflictos armados, a menudo surgidos por
rivalidades personales entre unos cuantos hombres, afectan la vida de millones,
destruyen mercados y hacen que el precio de los artículos básicos se
descontrole.
En algunas áreas de Somalia central, un bidón de 20
litros de agua costaba cuatro centavos de dólar. En las últimas semanas, el
precio se ha disparado hasta 42 centavos.
Eso puede parecer barato. Sin
embargo, cuando ganas menos de un dólar al día y tu rebaño de animales —el
patrimonio y orgullo de tu familia— se ha reducido a un montón de huesos
desteñidos y tu granja se convirtió en mero polvo, es posible que no tengas los
42 centavos.
Si los ríos y otras fuentes relativamente limpias
de agua comienzan a secarse, como está sucediendo ahora mismo en Somalia, esto
dispara un círculo de la muerte. Las personas comienzan a enfermarse del
estómago por el agua turbia o barrosa que se ven obligadas a beber. Huyen de
sus aldeas con la esperanza de conseguir ayuda en los pueblos.
Entonces los pueblos se forman campos de
desplazados. Pero en esos sitios tampoco hay agua suficiente, y es difícil
encontrar letrinas o agua para que las personas se laven las manos.
Rápidamente, los campos se convierten en auténticas trampas mortales.
El agua, por supuesto, es menos negociable que la
comida. Un ser humano puede sobrevivir semanas sin nada que comer, pero difícilmente
pueda soportar cinco días sin beber agua.
En Yemen, los incesantes bombardeos aéreos por
parte de Arabia Saudi y un bloqueo comercial han mutilado la economía, lo que
ha generado una espiral ascendente los precios de los alimentos y ha
llevado a cientos de miles de niños al borde de la inanición.
En el noreste de Nigeria, miles de desplazados han
contraído enfermedades transmitidas por el agua sucia y la falta de higiene,
mientras se extienden las batallas entre los militantes islamistas y el
ejército nigeriano. La fuerza aérea nigeriana lanzó bombas sobre un campo de
desplazados en enero, con lo que mató a miles aunque sostiene que se trató de
un accidente.
En Sudán del Sur, tanto las fuerzas rebeldes como
los soldados del gobierno bloquean intencionalmente la llegada de alimentos de
emergencia y secuestran los camiones de transporte. Hay comunidades enteras
abandonadas en pantanos de malaria, donde tratan de sobrevivir con plantas
de loto apenas masticables y agua de la ciénaga, infestada de parásitos.
Mientras que otros países están técnicamente al
borde del desastre, Naciones Unidas ya ha declarado a ciertas regiones de Sudán
del Sur como zonas de hambruna.
Durante años los científicos han dicho que el
cambio climático aumentará la frecuencia de las hambrunas. Sin embargo, los países
más afectados no producen casi nada de las emisiones de carbono que causan el
fenómeno climático.
Sudán del Sur y Somalia, por ejemplo, tienen pocos
vehículos y casi nada de industrias pero sus campos se están secando y sus
tierras de pastoreo desaparecen, según los científicos, por los efectos
globales de la contaminación. Las personas de esos países sufren por los autos
de otras personas, las fábricas de otros países, y el apego de otros seres
humanos a artefactos que la mayoría de los somalíes y sudaneses del sur no
poseen.
No es fácil llevar alimentos ni agua limpia a estas
áreas donde todo está seco, amarillo y muerto.
La
superficie de África afectada por la desertificación alcanza a 1.600 millones
de hectáreas y a una población de 500 millones de personas, un poco menos de la
mitad de todos los habitantes del continente, estimada en 1.200 millones
individuos.
Los
efectos de la desertificación en África se incrementan, especialmente, debido
al excesivo cultivo, pastoreo o prácticas de riego inadecuadas y a la
deforestación producto de la tala indiscriminada en búsqueda de maderas
preciosa o simplemente leña para consumo doméstico.
En
América Latina, la desertificación podría producir en los próximos años caídas
de entre el 8 y el 14% del producto interno bruto.
En
Mongolia la desertificación ya ha vuelto improductivo al 78% del territorio
nacional.
El presidente
Donald Trump puede pensar que el cambio climático es una patraña, pero lo cierto
es que en el tercer mundo el calentamiento de la Tierra está matando en forma horrible
a millones de personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario