miércoles, 28 de junio de 2017

CUANDO EL CAMBIO CLIMÁTICO MATA




En el mundo, más de 1.500 millones de personas dependen de tierras que se degradan por el cambio climático y el uso agrícola intensivo. La mayoría de esas personas son pobre, viven en el sur, y en poco o en nada contribuyen al calentamiento global.

Imaginemos que nos encontramos en un territorio árido, que se extiende por kilómetros, sin un rastro de vegetación, sin un solo árbol que nos alivie con una sombra o un hilo de agua que humedezca la tierra seca, mientras el viento levanta letales tormentas de polvo. Después imaginemos que este desierto devora las tierras fértiles a un ritmo de doce millones de hectáreas al año. Bueno, eso es precisamente lo que ha estado sucediendo en más de cien países a lo largo del planeta.

El mundo cuenta con tan sólo 7.800 millones de hectáreas capaces de ser utilizadas para producir alimentos. Alrededor de dos mil millones ya están degradadas y quinientos millones de hectáreas productivas, hoy han sido abandonadas. El mundo pierde doce millones de hectáreas de tierra cultivable por año, lo que equivale a 33.000 hectáreas diarias, de 30 a 35 veces más que la proporción histórica.

Al obtenerse el 99,7% de las calorías que consumimos de la tierra, la degradación del suelo es una seria amenaza para la humanidad. Para agravar el problema, según estimaciones de la organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, para alimentar a la población mundial, en 2050, que alcanzará a 9.700 millones de personas, la producción agrícola deberá incrementarse entre el 70 y el 100%, en los países en desarrollo.

Aunque los científicos advierten que el rendimiento de cultivos como el trigo, el arroz y el maíz podrían disminuir un 20% en la próxima década por efecto de las temperaturas más elevadas.

Pero, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estima que la desertificación, es decir, el proceso de degradación del suelo generado por la actividad humana, está afectando a más de 1.500 millones de personas en por lo menos cien países.
Además, la pérdida de productividad asciende anualmente a 42.000 millones de dólares.

Los efectos socieconómicos de la desertificación se siente cada vez más a escala global, pues las víctimas se convierten en refugiados medioambientales, desplazados internos, que frecuentemente se ven obligados a emigrar o se radicalizan en conflictos potenciados por la escasez de recursos.

El grado de desertificación aumenta en todo el mundo, aunque algunas regiones son más afectadas que otras.

África, el segundo continente más extenso del planeta, después de Asia, con aproximadamente el 66% de su superficie ocupada por tierras desérticas o secas, se ve especialmente afectada por el incremento de la desertificación.

Sus efectos más severos se hacen sentir en particular en las zonas áridas del Norte del continente, el Sahel y el Cuerno de África.

Las hambrunas se aproximan mientras las sequías y la desertificación se extienden en África y distintas guerras acordonan áreas que sufren necesidades extremas. Los funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas dicen que necesitan un enorme flujo de efectivo para responder a esta situación. Hasta este momento les faltan miles de millones de dólares.
Los funcionarios de ayuda humanitaria sostienen que toda la comida y agua necesarias existen en abundancia, incluso dentro de los países afectados. Sin embargo, los conflictos armados, a menudo surgidos por rivalidades personales entre unos cuantos hombres, afectan la vida de millones, destruyen mercados y hacen que el precio de los artículos básicos se descontrole.
En algunas áreas de Somalia central, un bidón de 20 litros de agua costaba cuatro centavos de dólar. En las últimas semanas, el precio se ha disparado hasta 42 centavos. 
Eso puede parecer barato. Sin embargo, cuando ganas menos de un dólar al día y tu rebaño de animales —el patrimonio y orgullo de tu familia— se ha reducido a un montón de huesos desteñidos y tu granja se convirtió en mero polvo, es posible que no tengas los 42 centavos.
Si los ríos y otras fuentes relativamente limpias de agua comienzan a secarse, como está sucediendo ahora mismo en Somalia, esto dispara un círculo de la muerte. Las personas comienzan a enfermarse del estómago por el agua turbia o barrosa que se ven obligadas a beber. Huyen de sus aldeas con la esperanza de conseguir ayuda en los pueblos.
Entonces los pueblos se forman campos de desplazados. Pero en esos sitios tampoco hay agua suficiente, y es difícil encontrar letrinas o agua para que las personas se laven las manos. Rápidamente, los campos se convierten en auténticas trampas mortales.
El agua, por supuesto, es menos negociable que la comida. Un ser humano puede sobrevivir semanas sin nada que comer, pero difícilmente pueda soportar cinco días sin beber agua.
En Yemen, los incesantes bombardeos aéreos por parte de Arabia Saudi y un bloqueo comercial han mutilado la economía, lo que ha generado una espiral ascendente los precios de los alimentos y ha llevado a cientos de miles de niños al borde de la inanición.
En el noreste de Nigeria, miles de desplazados han contraído enfermedades transmitidas por el agua sucia y la falta de higiene, mientras se extienden las batallas entre los militantes islamistas y el ejército nigeriano. La fuerza aérea nigeriana lanzó bombas sobre un campo de desplazados en enero, con lo que mató a miles aunque sostiene que se trató de un accidente.
En Sudán del Sur, tanto las fuerzas rebeldes como los soldados del gobierno bloquean intencionalmente la llegada de alimentos de emergencia y secuestran los camiones de transporte. Hay comunidades enteras abandonadas en pantanos de malaria, donde tratan de sobrevivir con plantas de loto apenas masticables y agua de la ciénaga, infestada de parásitos.
Mientras que otros países están técnicamente al borde del desastre, Naciones Unidas ya ha declarado a ciertas regiones de Sudán del Sur como zonas de hambruna.
Durante años los científicos han dicho que el cambio climático aumentará la frecuencia de las hambrunas. Sin embargo, los países más afectados no producen casi nada de las emisiones de carbono que causan el fenómeno climático.
Sudán del Sur y Somalia, por ejemplo, tienen pocos vehículos y casi nada de industrias pero sus campos se están secando y sus tierras de pastoreo desaparecen, según los científicos, por los efectos globales de la contaminación. Las personas de esos países sufren por los autos de otras personas, las fábricas de otros países, y el apego de otros seres humanos a artefactos que la mayoría de los somalíes y sudaneses del sur no poseen.
No es fácil llevar alimentos ni agua limpia a estas áreas donde todo está seco, amarillo y muerto.
La superficie de África afectada por la desertificación alcanza a 1.600 millones de hectáreas y a una población de 500 millones de personas, un poco menos de la mitad de todos los habitantes del continente, estimada en 1.200 millones individuos.

Los efectos de la desertificación en África se incrementan, especialmente, debido al excesivo cultivo, pastoreo o prácticas de riego inadecuadas y a la deforestación producto de la tala indiscriminada en búsqueda de maderas preciosa o simplemente leña para consumo doméstico.

En América Latina, la desertificación podría producir en los próximos años caídas de entre el 8 y el 14% del producto interno bruto.

En Mongolia la desertificación ya ha vuelto improductivo al 78% del territorio nacional.

El presidente Donald Trump puede pensar que el cambio climático es una patraña, pero lo cierto es que en el tercer mundo el calentamiento de la Tierra está matando en forma horrible a millones de personas.


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