El
21 de julio de 1899 nació Ernest Miller Hemingway, periodista y escritor
estadounidense ganador del premio Pulitzer y del Nobel de Literatura en 1954.
Entre sus muchos escritos hay que destacar la novela “Por quién doblan las
campanas”, de 1940
Ernest
Hemingway fue uno de los escritores estadounidenses más importantes del siglo
XX. Un siglo en que ese país proporcionó grandes plumas a la llamada “literatura
universal”.
Si su
obra literaria fue destacada su vida personal fue compleja y polémica. En vida
publicó siete novelas, seis recopilaciones de cuentos y dos ensayos. Póstumamente
se publicaron otras tres novelas, cuatro libros de cuentos y tres ensayos.
Comenzó
como muchos grandes escritores como periodista. Un camino que recorrieron otros
grandes, como Mark Twain, Stephen Crane, Gabriel García Márquez y Roberto Art
entre muchos más.
Hemingway
fue cronista, corresponsal extranjero y corresponsal de guerra. Precisamente la
guerra era un ámbito por el que se movía con naturalidad. Fue gravemente herido
en la Primera Guerra Mundial, asistió como corresponsal a la Guerra Greco – turca,
en la Guerra Civil Española, la Guerra Chino – japonesa, y la Segunda Guerra
Mundial.
Fue
condecorado con la “Medalla de Plata al
Valor Militar” por el gobierno italiano, en 1918, y, en 1947, el gobierno
estadounidense lo premió con la “Estrella
de Bronce” por su labor periodística en la primera línea de combate durante
la Segunda Guerra Mundial.
Perteneció
a una época de esplendor de la literatura y el arte que el mismo bautizó como “la
generación perdida” que se reunió en París durante la década de 1920. Allí se vinculó
entre otros con Henry Serrano Villard, James
Joyce, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, John Dos Pasos. También con figuras
como Gertrude Stein, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven o pintores como
Pablo Picasso, Salvador Dalí, Joan Miró y Juan Gris.
Hemingway
retrató este ambiente intelectual en su libro “Fiesta”. Un reflejo de esa época
fue brindado por el genial cineasta Woody Allen recreó ese ambiente en su
película: “Midnight in Paris”, de 2011.
Vivió
intensamente la vida. Hemingway se casó cuatro veces, Residió en varios países
y tuvo el honor de que los nazis quemaran públicamente sus libros. Asistió al “Día
D”, el desembarco aliado en las playas de Normandía, el 6 de junio de 1944.
Participó de la liberación de París y vio la entrada de las columnas
guerrilleras de Fidel Castro a La Habana en 1959.
Políticamente
incorrecto, Hemingway amaba la pesca y la caza. También sentía pasión por las
corridas de toros y especial por los encierros del San Fermín que se vive en
Pamplona cada 7 de julio. Participó de safaris de caza en África y expediciones
de pesca de marlines en aguas del Caribe.
Solo
lo redimió parcialmente su amor por los gatos.
Como
escritor sus temas fueron, naturalmente, la guerra, la naturaleza, el amor y
las pérdidas. Para Hemingway la naturaleza era un lugar terapéutico, para
renacer y el cazador o pescador tiene un momento de trascendencia cuando mata a
la presa.
Sus
héroes solían ser soldados, boxeadores y leñadores que enfrentan la muerte con
dignidad y coraje, tal como un torero en la “corrida”.
Por
ello, frecuentemente, su obra ha sido caracterizada como misógina y homofóbica.
Los
expertos suelen señalar a su novela “El
viejo y el mar”, que le reportara el Premio Pulitzer, en 1953, como su obra
maestra.
Personalmente,
me inclino, sin lugar a duda por su novela “Por
quién doblan las campanas”. Un relato descarnado de la guerra civil
española con sus intrigas, miserias y heroísmo. Hemingway nos brinda allí un
relato impiadoso de la caótica situación imperante en el bando republicano
durante la contienda.
La
izquierda nunca perdonaría a Hemingway por este relato.
El
título del libro procede de la “Meditación
XVII” de “Devotions Upon Emergent”,
obra
perteneciente al poeta metafísico John Donne, y que data de 1624: “Nadie
es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una
parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda
disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la
tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a
la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las
campanas: doblan por ti.”
La
trama se articula en torno a la historia de Robert Jordan, un profesor
estadounidense de idioma español, oriundo de Montana, que lucha como voluntario
y especialista en explosivos en el lado republicano.
El
general Golz le encarga la destrucción de un puente, vital para evitar la
contraofensiva del bando nacional durante la Ofensiva de Segovia.
Jordan
llega a la zona, situada detrás de las líneas nacionales, guiado por un viejo,
Anselmo. Allí se encuentra con el jefe de la banda que debe ayudarle a volar el
puente, Pablo, es un borracho acobardado. Pero también conoce a María, una
joven de la que enseguida se enamora, y a Pilar, la mujer de Pablo. Pilar es
una mujer ruda y fea, pero valiente y de gran voluntad; tiene una enorme lealtad
a la República y ayuda mucho a Jordan, tanto en la misión de volar el puente,
como en lo personal con María.
Durante
los días precedentes al momento acordado del ataque, Jordan descubre el amor y
la importancia de la vida. Pero, el combatiente entiende también que
seguramente morirá en el ataque y no podrá ir a Madrid con María, como el
querría.
En el
sentido recóndito e íntimo del libro, el hombre forma parte de un “ser
colectivo” constituido por todos los hombres; inexorablemente cuando algo de la
existencia desaparece es una parte que se desmorona del “ser único” que
conforma la humanidad (la unión de todos los seres), que emana la existencia
como una rúbrica social.
La
muerte es uno de los temas principales en una novela sobre la guerra. Cuando
ordenan a Robert Jordan volar el puente, él sabe que no volverá de esa misión.
Pablo y El Sordo, líderes de las bandas de guerrilleros republicanos, también
son capaces de ver ese inevitable destino. Prácticamente la totalidad de los
personajes del libro reflexionan sobre sus propias muertes.
La
camaradería y el sacrificio ante la muerte abundan a lo largo de la novela.
Robert, Anselmo y otros están listos para hacer todo lo que se espera de un
buen hombre, es decir, el sacrificio de su vida en nombre de sus ideales y de
sus responsabilidades con los otros.
Los
frecuentes abrazos entre camaradas refuerzan esa sensación de compañerismo
cercano frente a la muerte. Un accidente respecto a la muerte de la familia de
Joaquín sirve de perfecto ejemplo de ello. Tras conocer la trágica noticia, los
camaradas de Joaquín lo abrazan y consuelan diciéndole que ahora ellos formarán
su familia. Rodeando este amor fraternal entre camaradas se encuentra el amor
por España.
El
amor por un lugar, por un sentido en la vida y por la existencia misma, son representados
por el suelo cubierto de agujas de pino del bosque -descripto al comienzo y
conmovedoramente, al final de novela- cuando Robert Jordan yace moribundo
sintiendo el latir de su corazón contra el suelo del bosque.
El
tema del suicidio surge siempre como alternativa al sufrimiento. Muchos de los
personajes, incluido Robert, prefieren la muerte a la captura y están
dispuestos a suicidarse, ser abatidos o matar para evitarlo.
Conforme
la historia concluye, Robert Jordan, herido e incapaz de viajar con sus
compañeros, prepara una emboscada final que acabe con su vida. Se prepara para
el cruel desenlace que podría suponer el suicidio como medio de evitar la
captura, la inevitable tortura y la posibilidad de delatar a sus camaradas.
Pese a
todo, espera evitar el suicidio parcialmente debido a que su padre, a quien él
ve como un cobarde se suicidó. Este es un elemento biográfico introducido por
Hemingway, cuyo padre se suicidó.
Robert
(como Hemingway) comprende el suicidio, pero no lo aprueba, y piensa que “hay que hallarse terriblemente replegado
sobre uno mismo para hacer una cosa como esa.”
La novela
explora la ideología política y la naturaleza del fanatismo, Tras advertir la
facilidad con la que emplea el tópico de “enemigo del pueblo”, Jordan pasa
rápidamente a adentrarse en las discusiones y opina que “para ser fanático hay que estar absolutamente seguro de tener razón y
nada infunde esa seguridad, ese convencimiento de tener razón.”
Hemingway
que sobrevivió a una vida llena de heridas, accidentes domésticos y hasta dos
accidentes de avión en África, llegó al final de su vida con las secuelas de
estas heridas, convertido en un alcohólico y sumido en una profunda depresión.
Situación que se agravó seriamente después de dos internaciones en la célebre “Clínica
Mayo” donde lo trataron con una treintena de sesiones de terapia electro
convulsiva.
El 2
de julio de 1961, Ernest Hemingway abrió la bodega principal del sótano donde
guardaba sus armas, extrajo su escopeta favorita, una Boss de dos caños calibre
12X70, colocó el extremo del cañón en su boca y apretó la cola del disparador.
Su
abuelo se había suicidado, otro tanto hizo su padre y sus hermanos Úrsula y
Leicester.
Lo mismo haría, después de él, su nieta la modelo Margaux Hemingway,
a los 42 años. Al parecer el suicidio era un triste legado familiar entre los
Hemingway.
Así,
Ernest abandonó el escenario en la misma forma que esperaba se comportaran sus
héroes: enfrentando a la muerte con dignidad y coraje.
Hoy, las campanas suenan por Ernest y por nosotros.
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