lunes, 3 de julio de 2017

HIPÓLITO YRIGOYEN, EL CAUDILLO SILENCIOSO





Hoy se cumple un nuevo aniversario de la muerte del fundador del más antiguo partido político argentino: la Unión Cívica Radical.

Hipólito Yrigoyen fue sin lugar a dudas el primer caudillo populista de la Argentina. Murió el 3 de julio de 1933, a los ochenta años, después de ser presidente en dos ocasiones y con el extraño “honor” de no solo de ser el primer presidente electo por la “Ley Sáenz Peña”, que estableció el voto universal masculino, obligatorio y secreto, sino también el de ser el primer presidente argentino derrocado mediante un golpe de Estado.

Con Yrigoyen, el radicalismo inaugura una larga estadística. Desde 1930, ningún presidente radical terminó el mandato presidencial para el cual había sido elegido. Tal el triste destino que persiguió a ilustres políticos como Arturo Frondizi, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa.

EL HOMBRE DEL MISTERIO

Yrigoyen ganó prestigio como líder político, a partir de 1900, de una manera sumamente peculiar. En lugar de presentarse como un político callejero que atrae constantemente la atención pública, como había hecho antes su tío Leandro Alem, prefirío ocultarse y revestir su imagen de misterio.

En su carrera política se destaca, entre otros, un rasgo singular: salvo en una ocasión intrascendente a comienzos de la década del ochenta, nunca pronunció un discurso en público. Cuando fue presidente de la Nación repitió esta conducta. No asistía a abrir anualmente las sesiones del Congreso Nacional. En su reemplazo enviaba un discurso para que lo leyera, en su nombre, el ministro del Interior.

Su reputación de hombre de pueblo se vio fortalecida al fijar su residencia en casas modestas ubicadas en barrios populares mientras que los políticos de la Argentina Liberal residían en sus estancias o en aristocráticos palacetes situados en el barrio Norte de la ciudad.

Al mismo tiempo su tendencia al aislamiento y la reclusión le proporcionaron el correspondiente adjetivo de zoológico, si Roca había sido el "zorro", Yrigoyen fue bautizado por Diógenes “El mono” Taborda, dibujante del diario “Crítica” como el "peludo".

El historiador nacionalista Manuel Gálvez, uno de los primeros y mejores biógrafos del caudillo radical, encuentra elementos para establecer un paralelo entre ambos dirigentes políticos, así nos dice: "Roca e Yrigoyen tiene puntos de contacto: la astucia, el temperamento dominador, el silencio y el talento de conocer a los hombres.

“Pero Roca es despótico al estilo clásico, es el gobernante para quien el orden constituye lo fundamental. Yrigoyen es el espíritu romántico, que no domina con un fin sino con exigencia de temperamento.

“Roca e Yrigoyen son silenciosos: silencio de hombre en el campamento, en el general, silencio de varón fuerte; silencio de hombre interior en Yrigoyen, silencio calculado a veces. Roca conoce a los hombres íntegramente en sus aptitudes y en sus defectos; Yrigoyen los conoce en sus debilidades y suele equivocarse sobre sus virtudes y sus aptitudes.

“Pero sus diferencias son muy grandes. Si Roca es ejecutivo, preciso y hace bien las cosas, Yrigoyen es lento, impreciso y muchas cosas -aún las buenas- las hace mal".

YRIGOYEN Y LAS MUJERES

Hipólito Yrigoyen, como figura política y humana tuvo muchas virtudes y algunos defectos y debilidades. Todos sus biógrafos sugieren que su principal debilidad era la atracción irresistible que ejercía sobre él el sexo opuesto y su mayor defecto la irresponsabilidad que mostró como padre al descuidar a sus hijos y no reconocer su paternidad.

Muchas son las versiones sobre los amores clandestinos de Yrigoyen que involucran a niñas de la sociedad, a profesoras y alumnas de la Escuela Normal de Maestros donde ejerció como profesor y otras mujeres con las cuales mantuvo contacto a lo largo de vida por diversos motivos.

Sin embargo, hay pocas o ninguna prueba de esos rumores. Eso se debe, tanto a la conocida costumbre de Yrigoyen de rodear del máximo secreto todos los aspectos de vida y en especial sus relaciones con mujeres, como al pudor de la época que llevaba a las mujeres a vivir con culpa y a ocultar los embarazos extramatrimoniales para evitar el descrédito social que implicaba en esos tiempos ser “madre soltera”.

Aún las mujeres que compartieron su vida en forma estable y prolongada padecieron su inclinación por los “amores clandestinos”. Esas mujeres eran libres y no existían impedimentos legales para que Yrigoyen concretara su amor en un matrimonio. Pero el caudillo radical se negó sistemáticamente y estas mujeres debieron resignarse a vivir su amor al margen de la sociedad y en el mayor de los descréditos.

Peor fue la suerte corrida por los hijos que surgieron de esas relaciones. Hipólito Yrigoyen fue un padre ausente y negador. No reconoció legalmente la paternidad de ninguno de sus hijos y no se preocupó de su suerte ni siquiera en el lecho de muerte.

La relación paternal más formal la estableció con su primera hija, Helena Pavón, y se debió en gran medida al hecho de que su madre abandonó a la niña con dos años de edad en la casa de los Alem, donde residía Hipólito, marchándose para siempre.

Con los años, Helena se convirtió en una mujer joven y agraciada. Poseía gran cultura y hablaba varios idiomas. Se convirtió en una especie de secretaria de su padre ordenando sus papeles, en especial la nutrida correspondencia que le enviaban sus “correligionarios” radicales. Su carácter duro y hosco -solía entrar en largos silencios- le impidió mantener cualquier relación amorosa. Convertida por propia decisión en una solterona, vivía prácticamente recluida en la casa paterna, siempre atenta a las necesidades de Hipólito en la vejez. Aunque rara vez padre e hija intercambiaban palabras pese a su convivencia.

No obstante los intentos de Yirigoyen por ocultar su vida amorosa, existen pruebas concretas de las principales relaciones que mantuvo y de los niños que nacieron de las mismas.

Araceli Bellotta ha investigado la vida sentimental del caudillo radical y la relató en su libro: “Los amores de Yrigoyen” de donde surgieron los siguientes datos:

La primera relación amorosa que ha trascendido de Hipólito Yrigoyen fue con Antonia Pavón, una joven humilde que vivía en la casa de la familia Alem y cumplía tareas de tipo doméstico. De esa relación nació, el 2 de septiembre de 1878, una niña, la antes mencionada Helena. La relación entre Hipólito y Antonia se mantuvo aproximadamente entre 1875 y 1880, cuando esta última cansada de las continuas infidelidades de su pareja se marchó dejando a la niña con el padre.

Por estos años, Yrigoyen inició, en paralelo a su relación con Antonia Pavón, otra con Dominga Campos, aunque no convivió con ninguna de las dos. En ese entonces, Dominga Campos era una niña de una buena familia de su mismo círculo social, hija del comandante Pedro Campos y de Gervasia Miller. Yrigoyen bien podía haber formalizado esta relación, pero no lo hizo. Sacó a la joven de la casa paterna cuando quedó embarazada apartándola de su familia que se oponía a la relación clandestina. Yrigoyen instaló a la joven en otra vivienda donde si bien no le faltó nada, debió vivir su amor en la clandestinidad, parir, criar y hasta enterrar a sus hijos en soledad.

El 27 de octubre de 1880, nació Eduardo Abel Campos, más tarde, el 22 de enero de 1982, lo hizo una niña que llamaron Sara Dominga. Se cree que Dominga Campos tuvo otros hijos que fallecieron al nacer.

Dominga Campos enfermó de tuberculosis y falleció, en 1890, en las sierras de Tandil, lugar al que se había trasladado en compañía de un hermano buscando un clima más favorable para su deteriorada salud. Sus hijos Eduardo y Sara quedaron al cuidado de su hermana Carmen Campos. Hipólito pronto rompió todo contacto con los niños y la familia de su pareja.

En 1893, Hipólito comenzó una nueva  relación sentimental con la viuda del estanciero y escritor Eugenio Cambaceres, Aloysia Stephania Baccichi, a quien alquilaba un campo.

La viuda de Cambaceres, por ese entonces una muy agraciada mujer rubia de 38 años, que prefería ser llamada Luisa, había nacido el 11 de marzo de 1855, en Triestre, en ese entonces perteneciente al Imperio Austro-húngaro. Era hija de Lorenzo Bianchi y de Aloysia Bonazza. Había arribado a Buenos Aires en compañía de su hermana María como integrantes de un conjunto de baile.

El estanciero y escritor Eugenio Cambaceres se enamoró perdidamente de ella y se casaron. De la relación nació una hija, Rufina, que tendría una trágica muerte con tan sólo 19 años.

Esta joven viuda y estanciera se enamoró perdidamente de Hipólito y acepto las condiciones de su amor sin reparos. De su relación nació el 7 de marzo de 1887, Luis Hernán Baccichi, el hijo de Yrigoyen que más se le parecía. Su padre nunca lo reconoció y siendo adulto recurrió a la justicia para poder usar el apellido paterno. Luis H. Yrigoyen llevaría a cabo una brillante carrera como diplomático.

La clandestina relación sentimental entre Hipólito y Luisa perduró hasta la muerte de ella el 12 de julio de 1924, a los 69 años de edad. Por ese entonces, Yrigoyen tenía 71 años y no mantuvo ninguna otra relación sentimental.

EL ESTILO POLÍTICO YRIGOYENISTA

El estilo político de Hipólito Yrigoyen estaba estructurado sobre la base del contacto personal y la negociación cara a cara que le permitieron extender su dominio sobre la organización partidaria y crear una cadena muy eficaz de lealtades personales. Esto estaba dosificado con ocasionales y providenciales gestos de caridad, como la donación de sueldos, que apelaban a los valores cristianos de los estratos medios. Aparentemente, su única contribución doctrinaria al partido radical fue una serie de tortuosos manifiestos, en los cuales los lemas partidarios aparecen revestidos de un manto de retórica moralista inspirada en el krausismo.

La constante prédica moralista proporcionó a Yrigoyen enorme fama personal entre los sectores medios urbanos. Se convirtió en el profeta del partido, y su aparente distanciamiento respecto de la lucha política cotidiana pasó a simbolizar la aplicación de la Unión Cívica Radical al ideal democrático y a la creación de una nueva república.


No hay comentarios: