Hoy se cumple un
nuevo aniversario de la muerte del fundador del más antiguo partido político
argentino: la Unión Cívica Radical.
Hipólito
Yrigoyen fue sin lugar a dudas el primer caudillo populista de la Argentina.
Murió el 3 de julio de 1933, a los ochenta años, después de ser presidente en
dos ocasiones y con el extraño “honor”
de no solo de ser el primer presidente electo por la “Ley Sáenz Peña”, que estableció el voto universal masculino,
obligatorio y secreto, sino también el de ser el primer presidente argentino
derrocado mediante un golpe de Estado.
Con
Yrigoyen, el radicalismo inaugura una larga estadística. Desde 1930, ningún
presidente radical terminó el mandato presidencial para el cual había sido
elegido. Tal el triste destino que persiguió a ilustres políticos como Arturo
Frondizi, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa.
EL HOMBRE DEL MISTERIO
Yrigoyen
ganó prestigio como líder político, a partir de 1900, de una manera sumamente
peculiar. En lugar de presentarse como un político callejero que atrae
constantemente la atención pública, como había hecho antes su tío Leandro Alem,
prefirío ocultarse y revestir su imagen de misterio.
En su carrera
política se destaca, entre otros, un rasgo singular: salvo en una ocasión
intrascendente a comienzos de la década del ochenta, nunca pronunció un
discurso en público. Cuando fue presidente de la Nación repitió esta conducta.
No asistía a abrir anualmente las sesiones del Congreso Nacional. En su
reemplazo enviaba un discurso para que lo leyera, en su nombre, el ministro del
Interior.
Su
reputación de hombre de pueblo se vio fortalecida al fijar su residencia en
casas modestas ubicadas en barrios populares mientras que los políticos de la
Argentina Liberal residían en sus estancias o en aristocráticos palacetes
situados en el barrio Norte de la ciudad.
Al mismo
tiempo su tendencia al aislamiento y la reclusión le proporcionaron el
correspondiente adjetivo de zoológico, si Roca había sido el "zorro", Yrigoyen fue
bautizado por Diógenes “El mono”
Taborda, dibujante del diario “Crítica”
como el "peludo".
El
historiador nacionalista Manuel Gálvez, uno de los primeros y mejores biógrafos
del caudillo radical, encuentra elementos para establecer un paralelo entre
ambos dirigentes políticos, así nos dice: "Roca
e Yrigoyen tiene puntos de contacto: la astucia, el temperamento dominador, el
silencio y el talento de conocer a los hombres.
“Pero Roca es despótico al estilo
clásico, es el gobernante para quien el orden constituye lo fundamental.
Yrigoyen es el espíritu romántico, que no domina con un fin sino con exigencia
de temperamento.
“Roca e Yrigoyen son silenciosos:
silencio de hombre en el campamento, en el general, silencio de varón fuerte;
silencio de hombre interior en Yrigoyen, silencio calculado a veces. Roca
conoce a los hombres íntegramente en sus aptitudes y en sus defectos; Yrigoyen
los conoce en sus debilidades y suele equivocarse sobre sus virtudes y sus
aptitudes.
“Pero sus diferencias son muy grandes.
Si Roca es ejecutivo, preciso y hace bien las cosas, Yrigoyen es lento,
impreciso y muchas cosas -aún las buenas- las hace mal".
YRIGOYEN Y LAS MUJERES
Hipólito
Yrigoyen, como figura política y humana tuvo muchas virtudes y algunos defectos
y debilidades. Todos sus biógrafos sugieren que su principal debilidad era la
atracción irresistible que ejercía sobre él el sexo opuesto y su mayor defecto
la irresponsabilidad que mostró como padre al descuidar a sus hijos y no
reconocer su paternidad.
Muchas
son las versiones sobre los amores clandestinos de Yrigoyen que involucran a
niñas de la sociedad, a profesoras y alumnas de la Escuela Normal de Maestros
donde ejerció como profesor y otras mujeres con las cuales mantuvo contacto a
lo largo de vida por diversos motivos.
Sin
embargo, hay pocas o ninguna prueba de esos rumores. Eso se debe, tanto a la
conocida costumbre de Yrigoyen de rodear del máximo secreto todos los aspectos
de vida y en especial sus relaciones con mujeres, como al pudor de la época que
llevaba a las mujeres a vivir con culpa y a ocultar los embarazos
extramatrimoniales para evitar el descrédito social que implicaba en esos
tiempos ser “madre soltera”.
Aún las
mujeres que compartieron su vida en forma estable y prolongada padecieron su
inclinación por los “amores clandestinos”.
Esas mujeres eran libres y no existían impedimentos legales para que Yrigoyen
concretara su amor en un matrimonio. Pero el caudillo radical se negó sistemáticamente
y estas mujeres debieron resignarse a vivir su amor al margen de la sociedad y
en el mayor de los descréditos.
Peor fue
la suerte corrida por los hijos que surgieron de esas relaciones. Hipólito
Yrigoyen fue un padre ausente y negador. No reconoció legalmente la paternidad
de ninguno de sus hijos y no se preocupó de su suerte ni siquiera en el lecho
de muerte.
La
relación paternal más formal la estableció con su primera hija, Helena Pavón, y
se debió en gran medida al hecho de que su madre abandonó a la niña con dos
años de edad en la casa de los Alem, donde residía Hipólito, marchándose para
siempre.
Con los
años, Helena se convirtió en una mujer joven y agraciada. Poseía gran cultura y
hablaba varios idiomas. Se convirtió en una especie de secretaria de su padre
ordenando sus papeles, en especial la nutrida correspondencia que le enviaban
sus “correligionarios” radicales. Su
carácter duro y hosco -solía entrar en largos silencios- le impidió mantener
cualquier relación amorosa. Convertida por propia decisión en una solterona,
vivía prácticamente recluida en la casa paterna, siempre atenta a las necesidades
de Hipólito en la vejez. Aunque rara vez padre e hija intercambiaban palabras
pese a su convivencia.
No
obstante los intentos de Yirigoyen por ocultar su vida amorosa, existen pruebas
concretas de las principales relaciones que mantuvo y de los niños que nacieron
de las mismas.
Araceli
Bellotta ha investigado la vida sentimental del caudillo radical y la relató en
su libro: “Los amores de Yrigoyen” de
donde surgieron los siguientes datos:
La
primera relación amorosa que ha trascendido de Hipólito Yrigoyen fue con
Antonia Pavón, una joven humilde que vivía en la casa de la familia Alem y cumplía
tareas de tipo doméstico. De esa relación nació, el 2 de septiembre de 1878,
una niña, la antes mencionada Helena. La relación entre Hipólito y Antonia se
mantuvo aproximadamente entre 1875 y 1880, cuando esta última cansada de las
continuas infidelidades de su pareja se marchó dejando a la niña con el padre.
Por
estos años, Yrigoyen inició, en paralelo a su relación con Antonia Pavón, otra
con Dominga Campos, aunque no convivió con ninguna de las dos. En ese entonces,
Dominga Campos era una niña de una buena familia de su mismo círculo social,
hija del comandante Pedro Campos y de Gervasia Miller. Yrigoyen bien podía
haber formalizado esta relación, pero no lo hizo. Sacó a la joven de la casa
paterna cuando quedó embarazada apartándola de su familia que se oponía a la
relación clandestina. Yrigoyen instaló a la joven en otra vivienda donde si
bien no le faltó nada, debió vivir su amor en la clandestinidad, parir, criar y
hasta enterrar a sus hijos en soledad.
El 27 de
octubre de 1880, nació Eduardo Abel Campos, más tarde, el 22 de enero de 1982,
lo hizo una niña que llamaron Sara Dominga. Se cree que Dominga Campos tuvo
otros hijos que fallecieron al nacer.
Dominga
Campos enfermó de tuberculosis y falleció, en 1890, en las sierras de Tandil,
lugar al que se había trasladado en compañía de un hermano buscando un clima
más favorable para su deteriorada salud. Sus hijos Eduardo y Sara quedaron al
cuidado de su hermana Carmen Campos. Hipólito pronto rompió todo contacto con
los niños y la familia de su pareja.
En 1893,
Hipólito comenzó una nueva relación
sentimental con la viuda del estanciero y escritor Eugenio Cambaceres, Aloysia
Stephania Baccichi, a quien alquilaba un campo.
La viuda
de Cambaceres, por ese entonces una muy agraciada mujer rubia de 38 años, que
prefería ser llamada Luisa, había nacido el 11 de marzo de 1855, en Triestre,
en ese entonces perteneciente al Imperio Austro-húngaro. Era hija de Lorenzo
Bianchi y de Aloysia Bonazza. Había arribado a Buenos Aires en compañía de su
hermana María como integrantes de un conjunto de baile.
El
estanciero y escritor Eugenio Cambaceres se enamoró perdidamente de ella y se
casaron. De la relación nació una hija, Rufina, que tendría una trágica muerte
con tan sólo 19 años.
Esta
joven viuda y estanciera se enamoró perdidamente de Hipólito y acepto las
condiciones de su amor sin reparos. De su relación nació el 7 de marzo de 1887,
Luis Hernán Baccichi, el hijo de Yrigoyen que más se le parecía. Su padre nunca
lo reconoció y siendo adulto recurrió a la justicia para poder usar el apellido
paterno. Luis H. Yrigoyen llevaría a cabo una brillante carrera como
diplomático.
La
clandestina relación sentimental entre Hipólito y Luisa perduró hasta la muerte
de ella el 12 de julio de 1924, a los 69 años de edad. Por ese entonces,
Yrigoyen tenía 71 años y no mantuvo ninguna otra relación sentimental.
EL ESTILO POLÍTICO YRIGOYENISTA
El
estilo político de Hipólito Yrigoyen estaba estructurado sobre la base del
contacto personal y la negociación cara a cara que le permitieron extender su
dominio sobre la organización partidaria y crear una cadena muy eficaz de
lealtades personales. Esto estaba dosificado con ocasionales y providenciales
gestos de caridad, como la donación de sueldos, que apelaban a los valores
cristianos de los estratos medios. Aparentemente, su única contribución
doctrinaria al partido radical fue una serie de tortuosos manifiestos, en los
cuales los lemas partidarios aparecen revestidos de un manto de retórica
moralista inspirada en el krausismo.
La
constante prédica moralista proporcionó a Yrigoyen enorme fama personal entre
los sectores medios urbanos. Se convirtió en el profeta del partido, y su
aparente distanciamiento respecto de la lucha política cotidiana pasó a
simbolizar la aplicación de la Unión Cívica Radical al ideal democrático y a la
creación de una nueva república.
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