EN
ESTA CAMPAÑA A NADIE SE LE CAE UNA IDEA
La sociedad argentina está viviendo las
elecciones legislativas de medio término más aburridas y vacías de contenido
desde que se restauró la democracia en 1983.
FALTA
DE CREATIVIDAD Y CAMPAÑA SUCIA
Ayer comenzó oficialmente la
campaña electoral para la renovación parcial de los cuerpos legislativos
(nacionales, provinciales y municipales) en Argentina.
Todas las evidencias indican
que será una campaña por demás aburrida y opaca, donde los candidatos no exhibieran
propuestas nuevas, planes de gobierno, ideas para un país mejor o demasiada
creatividad.
Hasta el momento, los hechos
indican que se tratará de una campaña sucia, plagada de acusaciones y de
incidentes más o menos violentos.
El gobierno moverá todos sus
recursos para recordarles a los votantes los peores hechos de corrupción
ocurridos durante los años de kirchnerismo.
No importará tanto la
concreción de condenas efectivas contra los responsables de esos hechos como el
aprovechamiento mediático de los escándalos de corrupción.
La oposición kirchnerista, por
su parte, apelará a su control de la calle para multiplicar la imagen de
conflictividad social y rechazo al gobierno.
En especial, incrementarán las
marchas de protesta en el centro de la ciudad de Buenos Aires fogueando a los docentes
y potenciando cualquier conflicto laboral o salarial que surja.
También recurrirán con
frecuencia al escrache sistemático para impedir u hostigar cualquier
presentación pública, acto callejero o simple caminata y “timbreo” llevado a cabo por funcionarios gubernamentales o
candidatos del oficialismo.
LA
FRANQUICIA DE DURÁN BARBA
Es sorprendente la falta de
creatividad y hasta de poder de análisis que exhibe la clase política argentina
en estas elecciones.
Nadie sabe con certeza si
Mauricio Macri triunfo en las elecciones de 2015 gracias a los consejos del
consultor Jaime Durán Barba o pese a los consejos del ecuatoriano.
Tampoco se sabe con precisión
si Macri ganó o fue Cristina Fernández de Kirchner quien hizo todo lo necesario
para perder las elecciones.
¿María Eugenia Vidal habría
ganado la gobernación de la estratégica provincia de Buenos Aires si el
candidato del Frente para la Victoria, hubiera sido otro dirigente peronista
(Florencio Randazzo u Julián Domínguez) en lugar de una figura con alta
exposición y fuerte imagen negativa como lo era el entonces jefe de Gabinete,
Aníbal Fernández, sobre el cual pesaban incluso serias sospechas de colusión
con el narcotráfico y el crimen organizado?
Lo mismo puede decirse de la
presencia en el binomio presidencial del entonces oficialismo secretario Legal
y Técnico de la Presidencia, Carlos Zanini.
Tampoco ha sido correctamente
dimensionado el impacto electoral algunas medidas impopulares adoptadas por el
anterior gobierno. Como las retenciones impositivas al agro, el cepo cambiario,
las restricciones a las importaciones, la inflación incontrolable, los largos
monólogos de Cristina Fernández, cargados de soberbia e ironía, por las cadenas
nacionales. Y, especialmente, el cansancio moral de la sociedad tras ver las
mismas caras durante doce años en un país estancado y en decadencia.
Nada de todo esto ha sido
debidamente ponderado para determinar las causas del triunfo de Cambiemos.
Sin embargo, los actos de
comienzos de campaña de los distintos nucleamientos opositores abandonaron sus
liturgias habituales y sus técnicas de proselitismo político para incorporar
mucho de la estética, la coreografía y hasta el mercadeo empleado por Cambiemos
a sugerencia de Durán Barba.
Cristina Fernández parece
haber aprendido algo de sus errores de 2015. En esta ocasión ocultó las caras
que la sociedad más repudia del kirchnerismo: los muchachos de La Cámpora para
la liberación nacional, el piquetero y lobista de Irán, Luis D´Elia, el
patotero Guillermo Moreno, la verborrágica y exaltada Hebe de Bonafini, Amado
Boudou, Carlos Zanini y muchos otros impresentables “pintavotos”, como diría el General.
Cristina también abandonó el
gesto soberbio y desafiante de los tiempos en que iba por todo, para adoptar el
hábito modesto y el tono de un pastor evangelista, humilde y conciliador.
Habrá que esperar hasta el mes
de octubre para saber si el pueblo argentino es capaz de tropezar dos veces con
la misma piedra.
También el tándem formado por
Sergio Massa y Margarita Stolbizer y el desangelado Florencio Randazzo han
copiado parte de la estética exhibida, en 2015, por Cambiemos.
Solo les faltan los globos
amarillos para intentar romper una polarización que amenaza con dejarlos al
margen de la competencia electoral.
GUERRA
DE ENCUESTAS
Un párrafo aparte merece el
descarado empleo de supuestos sondeos electorales para orientar las
preferencias de los votantes.
Comencemos por recordar que,
en 2015, todas las encuestas difundidas -no sabemos de otras que los candidatos
pueden haber encargado y que se cuidaron de no revelar por que los
perjudicaban- resultaron erradas.
Estas encuestas daban ganador
a Daniel Scioli en primera vuelta y a Aníbal Fernández triunfando como
gobernador. Hasta las estimaciones de bocas de urnas, del día de los comicios,
favorecían marcadamente a Scioli y al Frente para la Victoria hasta que se
conocieron reales.
Algo similar ocurrió en los
Estados Unidos en las presidenciales de 2016, cuando la mayoría de los
encuestadores daban por triunfadora a Hilary Clinton y en el Reino Unido
durante la votación del Brexit, en 2015.
Las encuestas que se están
difundiendo en Argentina están realizadas sobre un muy reducido número de
casos, empleando muestras que no son representativas del universo que pretenden
relevar, su metodología y la idoneidad de los encuestadores tampoco está
debidamente constatada como para que pueda otorgarse algún grado de
confiabilidad a sus resultados.
Un análisis a parte debería
hacerse sobre la tendencia de los encuestados a contestar con la verdad acerca
de cuál es su real intención de voto.
¿Por qué se difunden estas
encuestas si se sabe que no son confiables?
Porque en un país donde una
parte relevante del electorado vota para impedir el triunfo de un candidato que
detesta, más que para posibilitar la victoria de candidato que apoya; anunciar
que alguien tiene más o menos intención de voto genera polarización en el
electorado, lleva a los votantes a abandonar a los candidatos meramente “testimoniales” y les resta apoyo a los
candidatos situados en tercer y cuarto lugar.
Esto convierte a la difusión
de encuestas en un elemento de propaganda e impide que las mismas sean tomadas
con seriedad por los analistas políticos.
Podemos decir que en Argentina
las encuestas preelectorales son tan poco confiables como los pronósticos meteorológicos
o las estimaciones oficiales de inflación.
En síntesis, el pronóstico es:
elecciones aburridas con una estética poco creíble. Campaña sucia y ausencia
total de debate de ideas o presentación de proyectos. No sea que al electorado
lo espante la falta de creatividad o lo que pretenden hacer los futuros
legisladores.
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