Dos generales
argentinos fueron también presidentes de la Nación. Pero, mucho antes
protagonizaron un curioso escándalo de espionaje en Chile que los enfrentaría
por el resto de sus días
PERÓN
Y LONARDI ESPÍAS EN CHILE
En la década de los años treinta, el mayor Juan D.
Perón fue designado agregado militar en Chile. A Perón no le agradaba viajar en
avión y lo evitaba cuando le era posible. Por otra parte, cruzar la cordillera
de los Andes, con aviones de 1936 no era una cosa sencilla. Es posiblemente por
ello que eligió trasladarse a su nuevo destino por vía terrestre.
A diferencia de los vuelos en avión que siempre lo
ponían nervioso, a Perón le gustaba conducir su automóvil. En esa época era
propietario de una voiturette Packard
de color rojo, un vehículo deportivo muy de moda.
El matrimonio Perón – Tizón arribó a Santiago de Chile
sin tropiezos. En esos días gobernaba el país trasandino Arturo Alessandri
Palma del Partido Liberal. Era su tercera presidencia.
Entre las tareas que normalmente cumple un agregado
militar está la de reunir información sobre el país donde esta acreditado. En
especial información de carácter o con valor militar.
Perón se abocó con entusiasmo a cumplir con esta parte
de sus nuevas funciones. Contando con el prestigio de su status diplomático,
Perón comenzó a establecer una red de contactos personales directa o
indirectamente relacionados con el ambiente castrense local.
En ese entonces, Perón era un historiador militar de
prestigio en los ambientes militares no sólo de Argentina sino también de Chile.
Es por ello que fue invitado a disertar ante los oficiales de la guarnición de
Santiago en la Escuela
de Guerra. El título de su exposición fue: “Tannenberg
– Operaciones en el frente oriental”. El expositor fue presentado por el
director de la Escuela
de Guerra de Chile, general Ramón Díaz Díaz.
Perón desarrollaba las tareas su papel protocolar y
diplomático sin descuidar sus misiones militares. En ese entonces la Agregaduría Militar
contaba con dos agentes. Uno de ellos era Carlos Leopoldo Haniez, un ex oficial
del Ejército con buenos contactos en el ambiente castrense trasandino. El otro
era un argentino, Diego Alejandro Arzeno, representante en Chile de Artistas
Unidos, el cual contaba con un pequeño laboratorio fotográfico.
Perón le encargó a sus agentes reunir información
sobre el plan de movilización de Chile en caso de guerra con la Argentina y
sobre las últimas maniobras militares del Ejército chileno.
Siguiendo instrucciones de Perón, Haniez comenzó a
buscar oficiales chilenos que tuvieran acceso a esa información. Así entró en
contacto con dos de sus antiguos compañeros de la Escuela Militar que ahora
revistaban en el Estado Mayor del Ejército y por lo tanto podían tener acceso a
los planes de movilización chileno. Se trataba de los capitanes Gerardo Llabaca
Figueroa y Oscar Soriano Besoaín.
El capitán Gerardo Llabaca Figueroa era un jugador
empedernido. Haniez, tras observar sus continuas pérdidas en el Casino de Viña
del Mar, decidió abordarlo y proponerle un negocio. Traicionar a su país a
cambio de dinero.
Pero, el oficial chileno era una persona de honor.
Sorprendido con la propuesta, fingió aceptar y rápidamente informó de la
propuesta al Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Carlos Fuentes Rabbé.
Los militares chilenos decidieron tender una trampa al imprudente agregado
militar argentino.
Haniez, coordinó una reunión entre Llabaca y Soriano
–a quien el primero había sumado al complot- con Perón. La reunión tuvo lugar
en la Agregaduría Militar
argentina. Según las autoridades militares chilenas, en esa ocasión Perón
habría mostrado interés por conocer el Plan de Movilización en la
Zona Norte. A cambio habría ofrecido 75.000
pesos chilenos por el Plan de Movilización y 25.000 pesos por otras
informaciones.
Para que Perón se confiara y cometiera algún error los
chilenos habrían entregado alguna información que el Agregado Militar remitió a
Buenos Aires.
En ese momento intervino la providencia que salva a
algunos y pierde a otros. Perón cumplió su período como agregado militar y
recibió a su reemplazante: el mayor Eduardo Lonardi.
Según los procedimientos habituales en el relevo de un
agregado militar, el oficial saliente y entrante se superpusieron durante
aproximadamente dos meses. Es el período de adaptación que se otorga al nuevo
agregado para recibir las novedades y para que el oficial saliente presente a
las autoridades locales y a sus contactos a su reemplazante.
Durante ese periodo, Perón impuso a Lonardi de la
operación de espionaje en marcha. Ambos oficiales se reunieron con Haniez y
Arzeno.
Luego Perón partió y Lonardi se dispuso a completar la
operación. El 2 de abril, a las 13.30 hs., tras arduas conversaciones con
Haniez y Lonardi, el capitán Soriano entregó la información requerida. Claro
está que se trataba de información falsa producida expresamente por la
contrainteligencia chilena.
La entrega se produjo en el departamento 311 de Pasaje
Matte, en pleno centro a un costado de la Plaza de Armas de Santiago. En el
lugar Arzeno procedió a fotografiar los documentos. Luego envió a su mujer, Ana
María Cormack, a buscar el dinero para pagar a Soriano. Pero al salir del
departamento la mujer fue detenida por la policía chilena. Un instante después,
más miembros de la Policía de Investigaciones irrumpieron en la vivienda
deteniendo a los espías argentinos.
Los argentinos fueron inicialmente conducidos a la
Penitenciaría de Santiago. Lonardi fue rápidamente liberado debido a que, como
todo agregado militar, gozaba de inmunidad diplomática. Pero, el presidente
Arturo Alessandri Palma lo declaró “persona no grata” y dispuso su inmediata
expulsión del territorio chileno.
La causa judicial abierta en los tribunales militares,
llevó el número 952, y se la caratuló “Venta
frustrada de documentos reservados”. Los cómplices de Lonardi fueron
condenados por el juez militar Jorge Bari, con intervención del Auditor del
Ejército, Dr. Hernán Santa Cruz, y por el Secretario, Dr. L. Ramírez. Los
chilenos Carlos Alejandro Haniez y Diego Alejandro Arzeno fueron condenados a
diez y cinco años de prisión respectivamente.
Sobre lo que ocurrió después hay dos versiones pero
ninguna pertenece directamente a los protagonistas del hecho. Según Robert
Potash, a quien también reproduce Félix Luna en “Perón y su tiempo”: “El
episodio estuvo a punto de interrumpir la carrera militar de Lonardi, pero se
le permitió continuar en parte merced a la intercesión de su amigo y
condiscípulo Benjamín Rattembach, que estaba relacionado con el ministro de
Guerra, general Marquez.”
Veamos
cual es la versión de Lonardi, en palabras de su hija Marta, quien curiosamente
también proporciona una interesante descripción del matrimonio Perón – Tizón, a
los ojos de una niña: “Lo había
demostrado (Perón) en un sonado asunto que urdió y dirigió cuando desempeñaba
el cargo de agregado militar de la embajada argentina en Santiago de Chile. En
1936 Lonardi fue nombrado para sustituir a Perón en esas funciones y con el
cargo heredó la misión de terminar una operación secreta. El plan ya urdido, en
pleno desarrollo, presentaba a juicio de Lonardi puntos muy frágiles. Perón
rechazó los fundados reparos y ordenó, invocando disposiciones de la
superioridad, que se cumpliera estrictamente el plan trazado. Sucedió lo
previsible, la operación fracasó.”
“En el sumario militar que se
instruyó en la Argentina, por disposición del entonces ministro de Guerra,
Perón declaró exactamente lo contrario,
o sea que Lonardi se había apartado de sus precisas instrucciones en el sentido
de que en ningún caso debía recibir los documentos en juego en otro lugar que
no fuera la sede de la embajada.”
“El disgusto enfermó seriamente a mi
padre, que perdió veinte kilos de peso por una grave úlcera estomacal. Sufrió
arresto y salvó su carrera militar por su brillante foja de servicios, siendo
destinado a un cargo sin relevancia en la guarnición de Paraná. Perón, en
cambio, tuvo como destino la agregaduría militar de la embajada argentina en
Italia. Desde entonces, como se ve, se mostró habilidoso en el manejo de la
mentira en su propio beneficio. Nunca reparó en los medios, lo importante era
el fin buscado, cayera quien cayera. Sobre esto dio acabadas pruebas a lo largo
de su vida política y no vale la pena traer los numerosos ejemplos que se
podrían dar, pero recuerden los pocos memoriosos cuando afirmó, en 1943, que se
cortaría la mano antes de firmar la ruptura de relaciones diplomáticas con las
naciones del Eje, lo que no impidió que afirmara, después, la ruptura en un
acto en que aparece con su estereotipada sonrisa, según fotografías publicadas
en la época.”
[…] “Durante los pocos días que
Lonardi y Perón estuvieron juntos en Chile, la vinculación fue muy cordial, de
recíproco respeto y simpatía. El departamento en que vivíamos estaba en el
mismo edificio y piso que el ocupado por Perón y su primera esposa, María Tizón
(sic.), de modo que la relación familiar también fue muy estrecha y amistosa. Muchas
veces Perón y Lonardi caminaron juntos por las calles de Santiago acompañados
de María y mi madre; muchas veces los vi unidos en amable tertulia. Veinte años
después iban a estar frente a frente, en lados opuestos, en circunstancias
decisivas para la suerte de la Patria”.
TIEMPO
DE REVANCHA
Hasta aquí una parte de la historia. En 1946, Perón se
transformó en presidente de la Nación y fue reelecto en 1952, desde este cargo
podía muy bien interrumpir la carrera militar de Lonardi y pasarlo a retiro.
Perón No hizo nada de esto. Por el contrario, lo ascendió a general y, aún
sabiendo la animosidad que guardaba contra él le asignó el comando del
estratégico Secundo Cuerpo de Ejército con sede en la ciudad de Rosario.
Finalmente, el general retirado Eduardo Lonardi,
encabezó, el 16 de septiembre de 1955, el levantamiento en la ciudad de Córdoba
que dio comienzo a la “Revolución Libertadora” que derrocó a Perón y lo forzó a
exilarse fuera del país.
En esta forma estos frustrados espías argentinos
terminaron por ser Presidentes de la Nación, Perón durante diez años y Lonardi
tan sólo 48 días.
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