viernes, 7 de julio de 2017

CUANDO LOS ESPÍAS SE CONVIERTEN EN PRESIDENTES


Dos generales argentinos fueron también presidentes de la Nación. Pero, mucho antes protagonizaron un curioso escándalo de espionaje en Chile que los enfrentaría por el resto de sus días

PERÓN Y LONARDI ESPÍAS EN CHILE

En la década de los años treinta, el mayor Juan D. Perón fue designado agregado militar en Chile. A Perón no le agradaba viajar en avión y lo evitaba cuando le era posible. Por otra parte, cruzar la cordillera de los Andes, con aviones de 1936 no era una cosa sencilla. Es posiblemente por ello que eligió trasladarse a su nuevo destino por vía terrestre.

A diferencia de los vuelos en avión que siempre lo ponían nervioso, a Perón le gustaba conducir su automóvil. En esa época era propietario de una voiturette Packard de color rojo, un vehículo deportivo muy de moda.

El matrimonio Perón – Tizón arribó a Santiago de Chile sin tropiezos. En esos días gobernaba el país trasandino Arturo Alessandri Palma del Partido Liberal. Era su tercera presidencia.

Entre las tareas que normalmente cumple un agregado militar está la de reunir información sobre el país donde esta acreditado. En especial información de carácter o con valor militar.

Perón se abocó con entusiasmo a cumplir con esta parte de sus nuevas funciones. Contando con el prestigio de su status diplomático, Perón comenzó a establecer una red de contactos personales directa o indirectamente relacionados con el ambiente castrense local.

En ese entonces, Perón era un historiador militar de prestigio en los ambientes militares no sólo de Argentina sino también de Chile. Es por ello que fue invitado a disertar ante los oficiales de la guarnición de Santiago en la Escuela de Guerra. El título de su exposición fue: “Tannenberg – Operaciones en el frente oriental”. El expositor fue presentado por el director de la Escuela de Guerra de Chile, general Ramón Díaz Díaz.

Perón desarrollaba las tareas su papel protocolar y diplomático sin descuidar sus misiones militares. En ese entonces la Agregaduría Militar contaba con dos agentes. Uno de ellos era Carlos Leopoldo Haniez, un ex oficial del Ejército con buenos contactos en el ambiente castrense trasandino. El otro era un argentino, Diego Alejandro Arzeno, representante en Chile de Artistas Unidos, el cual contaba con un pequeño laboratorio fotográfico.

Perón le encargó a sus agentes reunir información sobre el plan de movilización de Chile en caso de guerra con la Argentina y sobre las últimas maniobras militares del Ejército chileno.

Siguiendo instrucciones de Perón, Haniez comenzó a buscar oficiales chilenos que tuvieran acceso a esa información. Así entró en contacto con dos de sus antiguos compañeros de la Escuela Militar que ahora revistaban en el Estado Mayor del Ejército y por lo tanto podían tener acceso a los planes de movilización chileno. Se trataba de los capitanes Gerardo Llabaca Figueroa y Oscar Soriano Besoaín.

El capitán Gerardo Llabaca Figueroa era un jugador empedernido. Haniez, tras observar sus continuas pérdidas en el Casino de Viña del Mar, decidió abordarlo y proponerle un negocio. Traicionar a su país a cambio de dinero.

Pero, el oficial chileno era una persona de honor. Sorprendido con la propuesta, fingió aceptar y rápidamente informó de la propuesta al Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Carlos Fuentes Rabbé. Los militares chilenos decidieron tender una trampa al imprudente agregado militar argentino.

Haniez, coordinó una reunión entre Llabaca y Soriano –a quien el primero había sumado al complot- con Perón. La reunión tuvo lugar en la Agregaduría Militar argentina. Según las autoridades militares chilenas, en esa ocasión Perón habría mostrado interés por conocer el Plan de Movilización en la Zona Norte. A cambio habría ofrecido 75.000 pesos chilenos por el Plan de Movilización y 25.000 pesos por otras informaciones.

Para que Perón se confiara y cometiera algún error los chilenos habrían entregado alguna información que el Agregado Militar remitió a Buenos Aires.

En ese momento intervino la providencia que salva a algunos y pierde a otros. Perón cumplió su período como agregado militar y recibió a su reemplazante: el mayor Eduardo Lonardi.

Según los procedimientos habituales en el relevo de un agregado militar, el oficial saliente y entrante se superpusieron durante aproximadamente dos meses. Es el período de adaptación que se otorga al nuevo agregado para recibir las novedades y para que el oficial saliente presente a las autoridades locales y a sus contactos a su reemplazante.

Durante ese periodo, Perón impuso a Lonardi de la operación de espionaje en marcha. Ambos oficiales se reunieron con Haniez y Arzeno.

Luego Perón partió y Lonardi se dispuso a completar la operación. El 2 de abril, a las 13.30 hs., tras arduas conversaciones con Haniez y Lonardi, el capitán Soriano entregó la información requerida. Claro está que se trataba de información falsa producida expresamente por la contrainteligencia chilena.

La entrega se produjo en el departamento 311 de Pasaje Matte, en pleno centro a un costado de la Plaza de Armas de Santiago. En el lugar Arzeno procedió a fotografiar los documentos. Luego envió a su mujer, Ana María Cormack, a buscar el dinero para pagar a Soriano. Pero al salir del departamento la mujer fue detenida por la policía chilena. Un instante después, más miembros de la Policía de Investigaciones irrumpieron en la vivienda deteniendo a los espías argentinos.

Los argentinos fueron inicialmente conducidos a la Penitenciaría de Santiago. Lonardi fue rápidamente liberado debido a que, como todo agregado militar, gozaba de inmunidad diplomática. Pero, el presidente Arturo Alessandri Palma lo declaró “persona no grata” y dispuso su inmediata expulsión del territorio chileno.

La causa judicial abierta en los tribunales militares, llevó el número 952, y se la caratuló “Venta frustrada de documentos reservados”. Los cómplices de Lonardi fueron condenados por el juez militar Jorge Bari, con intervención del Auditor del Ejército, Dr. Hernán Santa Cruz, y por el Secretario, Dr. L. Ramírez. Los chilenos Carlos Alejandro Haniez y Diego Alejandro Arzeno fueron condenados a diez y cinco años de prisión respectivamente.

Sobre lo que ocurrió después hay dos versiones pero ninguna pertenece directamente a los protagonistas del hecho. Según Robert Potash, a quien también reproduce Félix Luna en “Perón y su tiempo”: “El episodio estuvo a punto de interrumpir la carrera militar de Lonardi, pero se le permitió continuar en parte merced a la intercesión de su amigo y condiscípulo Benjamín Rattembach, que estaba relacionado con el ministro de Guerra, general Marquez.”

           Veamos cual es la versión de Lonardi, en palabras de su hija Marta, quien curiosamente también proporciona una interesante descripción del matrimonio Perón – Tizón, a los ojos de una niña: “Lo había demostrado (Perón) en un sonado asunto que urdió y dirigió cuando desempeñaba el cargo de agregado militar de la embajada argentina en Santiago de Chile. En 1936 Lonardi fue nombrado para sustituir a Perón en esas funciones y con el cargo heredó la misión de terminar una operación secreta. El plan ya urdido, en pleno desarrollo, presentaba a juicio de Lonardi puntos muy frágiles. Perón rechazó los fundados reparos y ordenó, invocando disposiciones de la superioridad, que se cumpliera estrictamente el plan trazado. Sucedió lo previsible, la operación fracasó.”

           “En el sumario militar que se instruyó en la Argentina, por disposición del entonces ministro de Guerra, Perón declaró  exactamente lo contrario, o sea que Lonardi se había apartado de sus precisas instrucciones en el sentido de que en ningún caso debía recibir los documentos en juego en otro lugar que no fuera la sede de la embajada.”

           “El disgusto enfermó seriamente a mi padre, que perdió veinte kilos de peso por una grave úlcera estomacal. Sufrió arresto y salvó su carrera militar por su brillante foja de servicios, siendo destinado a un cargo sin relevancia en la guarnición de Paraná. Perón, en cambio, tuvo como destino la agregaduría militar de la embajada argentina en Italia. Desde entonces, como se ve, se mostró habilidoso en el manejo de la mentira en su propio beneficio. Nunca reparó en los medios, lo importante era el fin buscado, cayera quien cayera. Sobre esto dio acabadas pruebas a lo largo de su vida política y no vale la pena traer los numerosos ejemplos que se podrían dar, pero recuerden los pocos memoriosos cuando afirmó, en 1943, que se cortaría la mano antes de firmar la ruptura de relaciones diplomáticas con las naciones del Eje, lo que no impidió que afirmara, después, la ruptura en un acto en que aparece con su estereotipada sonrisa, según fotografías publicadas en la época.”

           […] “Durante los pocos días que Lonardi y Perón estuvieron juntos en Chile, la vinculación fue muy cordial, de recíproco respeto y simpatía. El departamento en que vivíamos estaba en el mismo edificio y piso que el ocupado por Perón y su primera esposa, María Tizón (sic.), de modo que la relación familiar también fue muy estrecha y amistosa. Muchas veces Perón y Lonardi caminaron juntos por las calles de Santiago acompañados de María y mi madre; muchas veces los vi unidos en amable tertulia. Veinte años después iban a estar frente a frente, en lados opuestos, en circunstancias decisivas para la suerte de la Patria”.

TIEMPO DE REVANCHA

Hasta aquí una parte de la historia. En 1946, Perón se transformó en presidente de la Nación y fue reelecto en 1952, desde este cargo podía muy bien interrumpir la carrera militar de Lonardi y pasarlo a retiro. Perón No hizo nada de esto. Por el contrario, lo ascendió a general y, aún sabiendo la animosidad que guardaba contra él le asignó el comando del estratégico Secundo Cuerpo de Ejército con sede en la ciudad de Rosario.

Finalmente, el general retirado Eduardo Lonardi, encabezó, el 16 de septiembre de 1955, el levantamiento en la ciudad de Córdoba que dio comienzo a la “Revolución Libertadora” que derrocó a Perón y lo forzó a exilarse fuera del país.

En esta forma estos frustrados espías argentinos terminaron por ser Presidentes de la Nación, Perón durante diez años y Lonardi tan sólo 48 días.


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