Pese a los
esfuerzos del Vaticano, para buscar una salida dialogada a la crisis
institucional y socioeconómica que sacude a Venezuela, los tiempos se van
acortando sin que se avizore una posibilidad de alcanzar un acuerdo para una
transición negociada y pacífica.
La oposición ha obtenido muy poco a cambio de su
decisión de abandonar el referéndum revocatorio y dialogar con el gobierno bajo
los auspicios de la Santa Sede. Sus demandas eran por demás lógicas. Se
limitaban a requerir la libertad de los presos políticos encarcelados con
procesos judiciales amañados, a la apertura de un canal humanitario para
abastecer de medicamentos a la población, la recuperación de los poderes
constitucionales de la Asamblea Nacional y el establecimiento de un cronograma
electoral, para renovar las gobernaciones y determinar si debía o no reducirse
el mandato presidencial de Nicolás Maduro.
Tampoco ha obtenido mucho el Vaticano. El papa
Francisco comprometió su prestigio -y para algunos hasta su imparcialidad-
recibiendo intempestivamente a Nicolás Maduro cuando parecía estar jaqueado por
la oposición. El Vaticano se involucró en una mediación con resultado incierto.
Para muchos observadores, el gobierno al dialogar con la oposición, no estaba
dispuesto a hacer ningún tipo de concesiones y sólo buscaba ganar tiempo.
Ante la parálisis del proceso de mediación, el
Secretario de Estado de la Santa Sede, monseñor Pietro Parolin, envió una
misiva reservada, tanto a la oposición como al gobierno, para exhortarlos a
realizar avances para concretar la formación de un gobierno de unidad nacional.
Quién más ha obtenido de este proceso de diálogo ha
sido el chavismo. El gobierno venezolano ha conseguido algo de aire -o efectivamente
ganar tiempo- a muy bajo costo. En realidad, solo otorgó la libertad de un
puñado poco significativo de dirigentes opositores presos.
Ahora, nuevamente, la crisis se ha potenciado. El
gobierno chavista enfrenta no solo cuestionamientos internos, sino que el
aislamiento internacional parece estar convirtiéndose en abierto
cuestionamiento.
La oposición está convencida de que el gobierno no
está dispuesto a arribar a ningún tipo de acuerdo y sólo aceptó sentarse a
dialogar para ganar autoridad moral ante el mundo cuando avance hacia una
abierta y final confrontación contra el presidente Nicolás Maduro.
El gobierno, por parte, niega que el propósito del
diálogo sea hablar de elecciones o de la liberación de los presos políticos.
Incluso, el primer vicepresidente del gubernamental Partido Socialista Unido de
Venezuela, el diputado Diosdado Cabello, ha increpado al monseñor Pietro
Parolin acusándolo de ser parte de la oposición venezolana.
La crisis se agudizó cuando los países del Mercosur
cesaron la membresía de Venezuela en el bloque regional, por no cumplir con el
acuerdo de complementación económica y el Protocolo de Asunción sobre Derechos
Humanos.
Simultáneamente, familiares de presos políticos, como
Lilian Tintori, esposa del encarcelado líder opositor Leopoldo López, su
suegra, y Mitzy Capriles, esposa de Antonio Ledezma, alcalde de Caracas, sujeto
a arresto domiciliario, han recurrido a encadenarse en el Vaticano para atraer
la atención internacional sobre la suerte de los detenidos.
En las últimas horas, el presidente de la Asamblea
Nacional, el diputado Henry Ramos Allup y el Secretario Ejecutivo de la Mesa de
Unidad Democrática, Jesús Torrealba, han
manifestado que la oposición no concurrirá, a la convocatoria prevista para el
próximo martes 13 de diciembre, si antes el gobierno no realiza avances
concretos en algunos de los puntos establecidos para el diálogo.
Si se cierra el canal de diálogo, nuevamente Venezuela
enfrentará el riesgo del estallido de la violencia generalizada.
Mientras tanto, la falta de avances en la solución de
la crisis política y ante la impotencia del gobierno para controlar la
situación económica, hace que la población vea deteriorarse día a día sus
posibilidades de subsistencia.
En los últimos días, el
gobierno profundizó la fiscalización en los comercios de ropa, del centro de
Caracas, en un vano intento de controlar la inflación. El Superintendente de
los Precios Justos recorrió las tiendas ordenando, manu militari, la rebaja de un
30% en los precios, al tiempo que hacía detener a los encargados o dueños.
"Obligar a comerciantes
a bajar precios sin considerar los costos de reposición los llevará a la
quiebra", advirtió Henkel García, director de Econométrica. Venezuela
sufre una inflación descontrolada, la mayor del mundo, que según estimaciones
del FMI alcanzará al 700% este año.
El constante aumento en el
valor del “dólar blue”, que ayer marcó 4.242 bolívares por billete verde cuando
hace un mes no superaba los 2.000, también presiona al mercado venezolano,
sediento de bolívares y de dólares.
Después de varios meses de
reclamos y ante una crisis en el sistema de pagos electrónicos, el gobierno
anunció la emisión de nuevos billetes de 500, 1000, 2000, 5000, 10.000 y 20.000
bolívares y su salida al mercado. Hasta este momento, el billete de mayor denominación
era de 100 bolívares. El Banco Central también emitirá monedas de 10, 50 y 100.
Lamentablemente, aún la instalación de un gobierno de
transición o incluso, el llamado a elecciones y la designación de un nuevo
presidente traerá poco alivio a la situación del pueblo venezolano.
La oposición se encuentra muy fragmentada -la integran
unos veinte partidos de ideologías y propuestas de gobierno muy diversos-, que
no tienen ni un líder ni un programa en común, como no sea el terminar con la
dictadura bolivariana.
Además, después de dieciocho años en el poder, el
chavismo tendrá muchas posiciones residuales dentro de la administración
pública, la justicia y las fuerzas armadas. Democratizar Venezuela no será un
proceso ni fácil ni rápido.
Tampoco habrá soluciones fáciles o rápidas en el plano
económico. Los precios del petróleo, de los cuales depende la economía
venezolana, siguen muy por debajo del mínimo -U$S 70 por barril- necesario para
sostener la recuperación del país.
Un eventual nuevo gobierno deberá hacer frente al
desabastecimiento, la hiperinflación, las fallas de la infraestructura y las
demandas impostergables de la población.
Venezuela se encuentra en medio de un largo y oscuro
túnel sin que aún pueda verse la luz al final del mismo.
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