Los ex
presidentes en América Latina se debaten entre su deseo de retornar al poder y
su necesidad de enfrentar en la justicia graves acusaciones de corrupción.
En los
Estados Unidos el rol de los ex presidentes se encuentra claramente definido.
Un político puede aspirar a dos mandatos presidenciales y luego tan sólo puede
aspirar a la gloria.
Un ex
presidente suele ser un referente moral a quién se preserva de todo desgaste político.
Aún en vida ha pasado a ser parte de la historia de su país y su legado se
preserva.
Por lo
general, un ex presidente se dedica a escribir sus memorias, a recorrer el
mundo dando conferencias bien pagas y asistiendo a cenas y eventos de gala.
Su
gobierno lo invita a ceremonias e inauguraciones y suele apoyar a los
candidatos presidenciales de su partido durante la campaña electoral.
En
algunos casos, hasta se los designa como mediadores en procesos de paz, al
frente de alguna comisión importante o se le pide su opinión sobre algún tema
de política internacional particularmente transcendente. Pero no mucho más.
Cuando dejan
el poder, los ex presidentes estadounidenses son cómo ese jarrón feo que no se
puede tirar y que nadie sabe bien donde ponerlo.
En América Latina no existe la limitación de un máximo de dos mandatos, por lo cual un ex presidente es siempre un
político que siempre estará intentando volver a ser primer mandatario mientras
la biología se lo permita.
Por lo
tanto, los presidentes en ejercicio suelen ser impiadosos con sus predecesores
a quienes perciben como peligrosos rivales.
De
allí la tendencia de los presidentes a erosionar a sus predecesores a través de
persecuciones judiciales, más allá de que algunos personajes de la región
realmente deben rendir cuentas ante la ley por los ilícitos y desaguisados que
impunemente han cometido durante su mandato. También suelen apelar a críticas
despiadadas, a revelar escándalos políticos que los involucran y a negarles a
los ex presidentes cualquier tipo de reconocimiento.
Además,
los presidentes latinoamericanos suelen ser fundacionales. Todos creen que la
Nación ha comenzado el día que asumieron su cargo, que están llevando a cabo
una revolución o una reparación histórica y por lo tanto niegan cualquier
reconocimiento a la administración anterior.
Por
otra parte, en América Latina, los ex presidentes no suelen mostrar vocación
por escribir sus memorias y nadie parece muy interesado en pagar por escuchar
sus experiencias o consejos sobre cómo tomar acertadas decisiones en
situaciones complejas.
Esto lleva a los ex
presidentes latinoamericanos a enfrentar una aguda abstinencia de poder.
En la
región, los ex presidentes son personas que añoran estar en el centro del
escenario políticos, que la prensa se ocupe de todas sus actividades y
pensamientos y que toda la sociedad esté pendiente de ellos. Por lo tanto, los
ex presidentes dedican todas sus energías a justificar lo que hicieron como
gobernantes y, al mismo tiempo, satisfacer su adicción al poder.
Muchos
de ellos se niegan obstinadamente a reconocer que su tiempo histórico ha
concluido y que la sociedad se ha cansado de ver su imagen y escuchar su tono
de voz en todos momentos. Incluso se han desilusionado con sus recetas para
solucionar los problemas del país.
Para
solucionar estos dilemas, algunos ex presidentes populistas latinoamericanos
han decidido unir fuerzas constituyendo una suerte de “Club de Presidentes Jubilados”.
Cómo
todos ellos enfrentan el mismo tipo de problemas: demandas judiciales por
corrupción, fuerte rechazo social, pérdida de peso político, falta de atención
por parte de la prensa, etc. También todos pretenden retornar al poder.
Esto
los ha decidido a sumar sus recursos y esfuerzos en búsqueda de lograr un mayor
impacto público para sus actividades.
Se
dedican a cosechar “doctorados honoris
causa”, con la complicidad de universidades politizadas y carentes del
mínimo rigor académico, o a reunirse en simposios sin mayor transcendencia a la
sólo acuden sus ex funcionarios tan hambrientos de poder como ellos.
Esto
fue lo que ocurrió, el pasado 9 de diciembre, cuando Luiz Inácio “Lula” Da Silva, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner,
se reunieron en la Casa de Portugal, en Sao Paulo, en un Simposio sobre la
Lucha Política en América Latina.
El
evento estuvo patrocinado por un conjunto de organizaciones de izquierda de
escasa relevancia, entre las que figuran el Partido Comunista del Brasil, la
Fundación Rosa Luxemburgo, el Instituto Lula, la Central de Trabajadores de
Brasil, la Fundación Mauricio Grabois, el National Institute Hamilton Cardoso y
el Consejo Latino Americano de Ciencias Sociales.
Cristina
Fernández asistió acompañada de un puñado de intendentes bonaerenses y
legisladores nacionales kirchneristas: Francisco Durañona, Verónica Magario y
Ariel Sujarchuk, Cristina Álvarez Rodríguez, Teresa García, Juliana Di Tulio y
Diana Conti.
La ex
presidente abogó por la creación de un “frente
social” para construir una “nueva
mayoría” que convenza a los “cooptados
y confundidos”, proponiendo como base la “Convocatoria Federal Kirchnerista” que proyecta lanzar en marzo.
El evento
careció mayor relevancia política, incluso la prensa, tanto brasileña como
argentina, asignó poco espacio a cubrir el mismo.
Por el
momento, estos ex mandatarios jubilados parecen estar destinados a seguir
asistiendo a los juzgados para justificar sus actos, mientras añoran sus años
en el gobierno. Posiblemente si se dedicaran a escribir sus memorias y dar
conferencias les iría mejor.
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