sábado, 10 de diciembre de 2016

EL CLUB DE LOS PRESIDENTES JUBILADOS


Los ex presidentes en América Latina se debaten entre su deseo de retornar al poder y su necesidad de enfrentar en la justicia graves acusaciones de corrupción.

En los Estados Unidos el rol de los ex presidentes se encuentra claramente definido. Un político puede aspirar a dos mandatos presidenciales y luego tan sólo puede aspirar a la gloria.

Un ex presidente suele ser un referente moral a quién se preserva de todo desgaste político. Aún en vida ha pasado a ser parte de la historia de su país y su legado se preserva.

Por lo general, un ex presidente se dedica a escribir sus memorias, a recorrer el mundo dando conferencias bien pagas y asistiendo a cenas y eventos de gala.

Su gobierno lo invita a ceremonias e inauguraciones y suele apoyar a los candidatos presidenciales de su partido durante la campaña electoral.

En algunos casos, hasta se los designa como mediadores en procesos de paz, al frente de alguna comisión importante o se le pide su opinión sobre algún tema de política internacional particularmente transcendente. Pero no mucho más.

Cuando dejan el poder, los ex presidentes estadounidenses son cómo ese jarrón feo que no se puede tirar y que nadie sabe bien donde ponerlo.

En América Latina no existe la limitación de un máximo de dos mandatos, por lo cual un ex presidente es siempre un político que siempre estará intentando volver a ser primer mandatario mientras la biología se lo permita.

Por lo tanto, los presidentes en ejercicio suelen ser impiadosos con sus predecesores a quienes perciben como peligrosos rivales.

De allí la tendencia de los presidentes a erosionar a sus predecesores a través de persecuciones judiciales, más allá de que algunos personajes de la región realmente deben rendir cuentas ante la ley por los ilícitos y desaguisados que impunemente han cometido durante su mandato. También suelen apelar a críticas despiadadas, a revelar escándalos políticos que los involucran y a negarles a los ex presidentes cualquier tipo de reconocimiento.

Además, los presidentes latinoamericanos suelen ser fundacionales. Todos creen que la Nación ha comenzado el día que asumieron su cargo, que están llevando a cabo una revolución o una reparación histórica y por lo tanto niegan cualquier reconocimiento a la administración anterior.

Por otra parte, en América Latina, los ex presidentes no suelen mostrar vocación por escribir sus memorias y nadie parece muy interesado en pagar por escuchar sus experiencias o consejos sobre cómo tomar acertadas decisiones en situaciones complejas.

Esto lleva a los ex presidentes latinoamericanos a enfrentar una aguda abstinencia de poder.

En la región, los ex presidentes son personas que añoran estar en el centro del escenario políticos, que la prensa se ocupe de todas sus actividades y pensamientos y que toda la sociedad esté pendiente de ellos. Por lo tanto, los ex presidentes dedican todas sus energías a justificar lo que hicieron como gobernantes y, al mismo tiempo, satisfacer su adicción al poder.

Muchos de ellos se niegan obstinadamente a reconocer que su tiempo histórico ha concluido y que la sociedad se ha cansado de ver su imagen y escuchar su tono de voz en todos momentos. Incluso se han desilusionado con sus recetas para solucionar los problemas del país.

Para solucionar estos dilemas, algunos ex presidentes populistas latinoamericanos han decidido unir fuerzas constituyendo una suerte de “Club de Presidentes Jubilados”.
Cómo todos ellos enfrentan el mismo tipo de problemas: demandas judiciales por corrupción, fuerte rechazo social, pérdida de peso político, falta de atención por parte de la prensa, etc. También todos pretenden retornar al poder.
Esto los ha decidido a sumar sus recursos y esfuerzos en búsqueda de lograr un mayor impacto público para sus actividades.

Se dedican a cosechar “doctorados honoris causa”, con la complicidad de universidades politizadas y carentes del mínimo rigor académico, o a reunirse en simposios sin mayor transcendencia a la sólo acuden sus ex funcionarios tan hambrientos de poder como ellos.
Esto fue lo que ocurrió, el pasado 9 de diciembre, cuando  Luiz Inácio “Lula” Da Silva, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner, se reunieron en la Casa de Portugal, en Sao Paulo, en un Simposio sobre la Lucha Política en América Latina.

El evento estuvo patrocinado por un conjunto de organizaciones de izquierda de escasa relevancia, entre las que figuran el Partido Comunista del Brasil, la Fundación Rosa Luxemburgo, el Instituto Lula, la Central de Trabajadores de Brasil, la Fundación Mauricio Grabois, el National Institute Hamilton Cardoso y el Consejo Latino Americano de Ciencias Sociales.

Cristina Fernández asistió acompañada de un puñado de intendentes bonaerenses y legisladores nacionales kirchneristas: Francisco Durañona, Verónica Magario y Ariel Sujarchuk, Cristina Álvarez Rodríguez, Teresa García, Juliana Di Tulio y Diana Conti.

La ex presidente abogó por la creación de un “frente social” para construir una “nueva mayoría” que convenza a los “cooptados y confundidos”, proponiendo como base la “Convocatoria Federal Kirchnerista” que proyecta lanzar en marzo.

El evento careció mayor relevancia política, incluso la prensa, tanto brasileña como argentina, asignó poco espacio a cubrir el mismo.

Por el momento, estos ex mandatarios jubilados parecen estar destinados a seguir asistiendo a los juzgados para justificar sus actos, mientras añoran sus años en el gobierno. Posiblemente si se dedicaran a escribir sus memorias y dar conferencias les iría mejor.




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