LOS
ANARCOBANDIDOS
En las décadas de 1920 y 1930,
actuaron en la Argentina un grupo de delincuentes ideológicos a los cuales el
escritor Osvaldo Bayer bautizó como “anarquistas
expropiadores”[i].
A grandes rasgos podemos decir que en la mayoría de los casos se trataba de
anarquistas individualistas que apelaban a la violencia como un método de
militancia. En general, estos revolucionarios eran obreros con inquietudes
intelectuales, autodidactas que habían caído bajo el atractivo de las ideas
libertarias. Faltos de recursos y de apoyos políticos o económicos para llevar
a cabo la difusión de sus ideas, como no fueran las pequeñas contribuciones
voluntarias de otros obreros, pronto llegaban a la conclusión de que no podrían
hacer triunfar la anarquía sin apelar a la violencia para obtener los medios
que les faltaban.
Por su parte, Bayer define al
anarquismo expropiador diciendo “que
justifica el delito siempre que se haga contra la burguesía. El asalto y el
robo están permitidos porque es una manera de reconquistar los bienes que la
burguesía quitaba, con medios más refinados, a la clase trabajadora. Esos
bienes obtenidos (ellos los llaman ‘reconquistados’) mediante el asalto, el
robo, o la falsificación de moneda serán destinados a la lucha por la idea, el
mantenimiento de las familias de los anarquistas presos, y a la propaganda
ideológica.”[ii]
No obstante, su apelación a la
violencia no se reducía a estos actos delictivos, también solían realizar atentados
terroristas e incluso asesinatos selectivos por lo general en venganza, como el
asesinato del teniente coronel Héctor Benigno Varela efectuado por el
anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens.
Los anarquistas expropiadores
eran sumamente resistidos por otros grupos anarquistas colectivistas o
anarcosindicalistas, debido a que después de cada atentado o robo protagonizado
por ellos la policía solía reprimir o encarcelar a activistas anarquistas sin
distinguir entre aquellos que llevaban a cabo su militancia por métodos
políticos y relativamente pacíficos y los otros que hacían de la violencia su
forma de participación política.
Los anarquistas expropiadores
más célebres en Argentina fueron el español Buenaventura Durruti[iii], Miguel Arcángel
Roscigna, Vázquez Paredes, el chileno Jorge Tamayo Gavilán y los italianos
Alejandro y Paulino Scarfo y Severino Di Giovanni entre otros.
Para construir este relato de
las actividades de los anarquistas expropiadores, y en especial del más célebre
de ellos el italiano Severino Di Giovanni hemos tomado como base los libros de
Osvaldo Bayer[iv],
posiblemente el mejor historiador del movimiento anarquista en Argentina.
Veamos entonces que ocurrió con este anarcobandido.
SEVERINO
DI GIOVANNI
El anarquista italiano
Severino Di Giovanni nació en el pueblo de Chieti, en la región de los Abruzos,
a unos ciento ochenta kilómetros al oeste de Roma, el 17 de marzo de 1901. Era
hijo de Carmine Di Giovanni y Rosaria Duranti. Cursó sus estudios en un
instituto de Ancona. Pensaba en convertirse en maestro pero interrumpió sus
estudios antes de graduarse.
Era un joven rebelde e
indisciplinado, pero muy inteligente. Como la mayoría de los anarquistas de su
tiempo era un lector empedernido y pronto demostraría dotes de escritor y
periodista. Al respecto dice Bayer: “Severino
Di Giovanni era, por encima de todo un autodidacta. Su letra, por ejemplo, no
es la de un obrero sino la de casi un calígrafo. Y cuando se convierte en
periodista, su estilo será turbulento, arrollador, sin rodeos, directo. Escribe
claro, sabe muy bien como dirigirse a sus lectores.”[v] Arribado a la Argentina,
en tan sólo dos años hablará el español fluidamente y casi sin acento.
Su adolescencia transcurre en
la Italia de la primera posguerra donde está haciendo su aparición el fascismo.
La falta de maestros titulados le permitió iniciarse como maestro en una aldea
de los Abruzos. Por esos años lee incansablemente a Proudhon, Bakunin, Reclus,
Kropotkin, Malatesta, Nietzsche, Stirner y otros autores anarquistas. Al mismo
tiempo aprende el oficio de tipógrafo.
Muy joven contrae matrimonio
con su prima Teresa Masciulli, cuatro años mayor que él. La boda fue algo
repentino. La joven estaba encargada de llevarle comida. Una noche, la muchacha
no pudo retornar a su casa debido a una fuerte tormenta y debió pasar la noche
junto a él. A los efectos de que su prima no se viese deshonrada a los ojos de
sus vecinos y amigos, Severino debió casarse con ella.
Los conflictos políticos en
Italia y la falta de oportunidades impulsa al joven matrimonio a emigrar. En
1923, los Di Giovanni, acompañados de su primera hija, Laura, arriban a Buenos
Aires. Se instalan inicialmente en la localidad bonaerense de Ituzaingo.
Severino consiguió un empleo como tipógrafo, y ocasionalmente como linotipista,
en el taller de Polli en Morón.
En Argentina, el joven Di
Giovanni desarrollará una intensa actividad política y criminal que en tan sólo
ocho años lo inscribirá en la historia de nuestro país como el arquetipo del
idealista más violento y sanguinario.
Mientras trabaja como obrero
gráfico, lee intensamente y asiste a reuniones anarquistas donde pronto se
perfilará como un líder. También los Di Giovanni agrandan la familia. En 1924
nace la segunda hija: Aurora y un año más tarde llega el varón al que llamaran
Ivo.
En un editorial, el diario La
Nación describe al joven Severino como “de
rasgos bien conformados, rubio tirando a castaño, tez ligeramente rosada, tenía
en sus ojos -de color azul mar- una luz intensa casi febril…” Solía
vestirse con traje negro, sombrero del mismo color de alas anchas y moño negro.
El atuendo es algo costoso, pero ese es su único dispendio porque no bebe ni
una gota de alcohol, no fuma y come frugalmente. Pero así vestido, despierta
curiosidad y cierta admiración, porque el atuendo realza su figura, de por sí
ya atractiva.[vi]
Pronto iniciará una fugaz
carrera de publicista anarquista, audaz ladrón y cruel asesino, con una
protesta antifascista durante la celebración del 25º aniversario del ascenso al
trono del rey Víctor Emmanuel III, que incluía una gala de honor en el Teatro
Colón, celebrada el 6 de junio de 1925. Desde ese momento hasta el instante en
que lo atraviesen los proyectiles del pelotón de fusilamiento en la
Penitenciaría Nacional, el 1º de febrero de 1931, habrán transcurrido
escasamente seis años. Al morir, Severino Di Giovanni con menos de treinta años
será responsable directo de la muerte de decenas de personas. Lo único que
puede decirse en su favor, es que siempre expuso su vida en los atentados
explosivos, cuando lo consideró necesario fue él quien apretó el gatillo y no
mandó a otros a hacerlo en su nombre. Por último, cuando tuvo oportunidad de
escapar al extranjero para evitar el cerco policial que se cerraba sobre él y
su banda, no lo hizo y prefirió continuar su lucha hasta el último aliento sin
temor a las consecuencias.
Veamos brevemente como se
desarrolló esta vertiginosa carrera delictiva. Como hemos mencionada su “bautismo de fuego” fue la protesta
antifascista que llevó a cabo en el Teatro Colón, junto a otros nueve
anarquistas, que determinó su primer arresto y su fichado como “temible agitador anarquista” por la
Dirección de Orden Social de la Policía de la Capital.
La temible Dirección de Orden
Social era una dependencia policial especializada en tareas de inteligencia y
represión de las organizaciones y militantes de grupos radicalizados y
opositores políticos de los gobiernos de turno. Fue especialmente activa
durante los distintos gobiernos de facto que se instalaron en nuestro país.
Realizaba un seguimiento y vigilancia permanente sobre las actividades de los
grupos comunistas, anarquistas, sindicalistas e incluso socialistas
revolucionarios.
Con los años esta dependencia
policial irá cambiando de nombre, aunque sus funciones se hayan modificado muy
poco. Así se denominará sucesivamente, Dirección de Coordinación Federal,
Superintendencia de Seguridad Federal y actualmente Superintendencia de
Interior de la Policía Federal Argentina.
En 1926, la condena a muerte
en los Estados Unidos, después de un juicio muy polémico, de dos obreros
anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomé Vanzetti, conmocionaba a los medios anarquista y obreros
en todo el mundo.
Los anarquistas son acusados
por los asesinatos de Frederick Parmeter, un encargado de la nómina gubernamental
y Alessandro Berardelli, un vigilante de seguridad y el robo de U$S 15.776, 51,
perteneciente a la Slater-Morril Show Company, en Rearl Street, en South Braintree, Massachusetts, el 15 de abril de
1920.
Severino Di Giovanni encuentra
que esta es una causa que merece ser encarada en forma más radical. El domingo
23 de mayo de 1926, el anarquista italiano iniciará su carrera criminal con su
primer atentado explosivo. El blanco elegido será la sede de la Embajada de los
Estados Unidos, situada en las calles Arroyo y Carlos Pellegrini. El artefacto
explosivo -confeccionado con dos balas de cañón robadas del arsenal de San
Lorenzo- abre un inmenso boquete en la puerta de la legación diplomática.
Por la potencia de la
detonación, los balines de la bomba rompen las botellas de las estanterías del
almacén situado en la acera de enfrente. El escudo de los Estados Unidos
termina caído en medio de la calle. Afortunadamente, por la hora elegida para
la detonación no hay víctimas.
La policía realiza detenciones
de anarquistas, clausura sus publicaciones y los locales donde se reúnen.
Severino Di Giovanni, por sus antecedentes como agitador, también es detenido
durante siete días y luego liberado por falta de pruebas que lo vinculen al
hecho, aunque las autoridades policiales están seguras de su participación en
el mismo.
Severino y sus amigos se
mantendrán realizando actividades de agitación sin apelar a la violencia por
poco más de un año. Pero, cuando se fija fecha para la ejecución de los
anarquistas en los Estados Unidos, retoman las acciones terroristas. El 22 de
julio de 1927, estalla otra poderosa bomba colocada junto al pedestal del
monumento a George Washington, en los bosques de Palermo causando importantes
daños en el Paseo y conmocionando a todo el vecindario.
Los intereses estadounidenses
no serán el único blanco de los anarcobandidos. El 16 de agosto de 1927, algo
después de las diez de la noche se produce una violenta explosión en la
vivienda de Rawson 944, domicilio del Jefe de Investigaciones de la Policía de
la Capital, comisario inspector Eduardo I. Santiago contra quién los
anarquistas guardan un fuerte rencor. Colocado en el balcón que daba a la
amplia sala del inmueble, el artefacto parecía destinado a acabar con la vida
del funcionario policial quién tan sólo unos minutos antes la había dejado para
ir a acostarse en el dormitorio cercano. Afortunadamente, solo la vivienda
sufrió importantes daños.
LOS
HOMBRES DE DI GIOVANNI
Lentamente, Severino Di
Giovanni fue conformando un grupo criminal cuyos integrantes irán cambiando con
el tiempo al morir o ser encarcelados. La mayoría de ellos son inmigrantes
italianos, obreros y autodidáctas como él. Entre ellos cabe mencionar en primer
término a Alejandro y Paulino Scarfo, cuñados de Di Giovanni al ser hermano de
su pareja América Scarfo, quien a pesar de ser tan sólo una adolescente de 17
años constituía una pieza clave del grupo. Otros integrantes fueron José
Romano, alias “Rame”, quien morirá al
dispararse accidentalmente con un arma que manipulaba en 1930, Juan Marquéz y
Braulio Rojas muertos por la policía en la quinta “Ana María”, en la localidad de Burzaco, en enero de 1931, al mismo
tiempo que detenían a América y Paulino Scarfo, Francisco “Paco” González, muerto en 1930 durante el asalto a los pagadores
de Obras Sanitarias, el español Jaime Gómez Oliver, el italiano Silvio Astolfi,
José Nutti, Fernando Pombo, Umberto Lanciotti, Juan José Dumpiérrez y Agostino
Cremonessi, asesinado misteriosamente en Rosario, en 1930, cuando tenía 24
años. El encargado de la logística, será “el
ingeniero” Gino Gatti.
LOS
PRIMEROS MUERTOS
Después del atentado al
comisario Eduardo I. Santiago, la policía intensificó sus esfuerzos para
capturar a Severino Di Giovanni que a partir de entonces vivirá en una absoluta
clandestinidad, sin un domicilio fijo y sin otro trabajo que el asaltante
profesional.
El 23 de agosto de 1927,
después de un segundo juicio y muchas apelaciones, son ejecutados por electrocución,
en la prisión de Charlestown, los anarquistas Sacco y Vanzatti. La agitación
anarquista se dispara en todo el mundo multiplicándose los atentados
explosivos.
El 24 de diciembre de 1927,
Severino Di Giovanni que realiza un atentado en represalia por la ejecución en
Charlestown coloca un portafolio explosivo en la cabina telefónica del gran
salón del City Bank, sito en la calle San Martín, en pleno microcentro porteño.
El estallido desata un
verdadero huracán en el salón del National City Bank. La explosión lanza
cuerpos, muebles, astillas y grandes cantidades de dinero que se esparcen por
la calle. La conmoción que provoca es colosal. La tremenda detonación ha sido
de tal dimensión que se paraliza la febril actividad de los porteños en la
víspera de la Navidad. El saldo son dos víctimas mortales – un hombre que
realizaba trámites y una joven de 19 años, empleada del banco- y veintitrés
heridos.
Simultáneamente, los
anarquistas dejan otra bomba en el local del Banco de Boston, sito en la calle
Bartolomé Mitre y la Diagonal Norte. Milagrosamente el artefacto falla
provocando tan sólo un gran pánico entre los clientes y empleados de la entidad
bancaria.
Terminada la cruzada para
evitar la ejecución de Sacco y Vanzetti, Severino y su grupo encontrarán pronto
otras causas necesitadas de su capacidad de emplear la violencia. Ahora será
por la liberación de Simón Radowitzky, el asesino del jefe de Policía, preso
desde 1909 en el penal de Ushuaia.
El blanco escogido por los
terroristas ácratas será el odiado director del sórdido penal austral, Juan
José Piccini, a quien responsabilizan por diversos abusos contra los presos
anarquistas.
A comienzos de 1928, los
anarquistas construyeron un artefacto explosivo disimulado en una encomienda
con alimentos, destinada al funcionario penitenciario, que estallaría al
momento de ser abierta.
Paulino Scarfo fue el
responsable de despachar el paquete explosivo. La encomienda fue transportada
hacia la Patagonia por el buque “Pampa”, navío
encargado de transportar las provisiones y la correspondencia destinada a los
presos del Penal.
El remito del paquete
consignaba que su contenido era distintos alimentos envasados despachados por “J. Vechiarelli”.
Afortunadamente, el director
Piccini sabía muy bien los peligros que enfrentaba por parte de los
anarquistas. Vivía rodeado de custodios -incluso mientras duerme- y hasta hace
probar sus alimentos antes de consumirlos por temor a ser envenenado.
Por tanto, cuando le avisan
que ha recibido un cajón misterioso con un remitente que le resulta desconocido
extrema sus precauciones. Hace colocar la encomienda sospechosa en un terreno
baldío adyacente y que le disparen con un fusil. El resultado es una atronadora
explosión que gracias a las precauciones no ocasiona ni víctimas, ni daños materiales,
pero demuestra las intenciones criminales de los anarquistas. En especial
considerando que si hubiera explotado durante la travesía en el barco hubiera
provocado su hundimiento y probablemente la muerte de todos sus tripulantes.
Fracasado el complot contra el
director del penal de Ushuaia, los anarcobandidos deciden retomar sus ataques
contra los intereses italianos y en especial contra las organizaciones
fascistas que operan en Argentina.
El cónsul italiano en Buenos
Aires era el dirigente fascista Italo Capanni, a quien los anarquistas
sindicaban como responsable de la denominada “masacre de Florencia”. El 4 de octubre de 1924, bandas fascistas
habían asolado la bella ciudad natal de Leonardo Da Vinci y Nicolás Maquiavelo
asesinando y saqueando a sus opositores, socialistas, comunistas y anarquistas.
En Buenos Aires, el cónsul
Italo Capanni no sólo era un activo propagandista fascista. También patrocina y
financia a las organizaciones afines locales y los anarquistas lo consideran
responsable de organizar acciones violentas contra los opositores porteños del
Duce.
Pero, Italo Capanni no será el
único blanco de la venganza antifascista de Severino Di Giovanni y sus hombres.
Los anarquistas planean atentar también contra el presidente del subcomité fascista
de La Boca, Benjamín Mastronardi y, además, contra el dueño de una próspera
fábrica de galletitas, el teniente coronel italiano César Afeltra, el dottore Michele Brecero y el agente
consular italiano en la ciudad de Zárate, cavalieri
R. De Michelis, prominentes figuras del fascismo local.
El 23 de mayo de 1928, el ambasciatore conde Martín Franklin
visita la nueva sede del Consulado italiano sita en la Avenida Quintana 475.
Severino Di Giovanni decide aprovechar la ocasión para terminar con la vida de
las dos más altas autoridades del fascismo italiano en Argentina.
Al edificio del Consulado en
la Avda. Quintana se ingresaba por una escalera que bajaba a una amplia planta
donde se hallaba un extenso salón, y al fondo, los mostradores. Al final de ese
salón había una escalera que llevaba a las demás oficinas y al despacho del cónsul,
al cual sólo se podía acceder con una autorización especial.
Las autoridades italianas en
Buenos Aires conocían detalladamente los riesgos que representaban los
anarquistas y otros grupos antifascistas locales por lo cual el local del
Consulado era vigilado por más de una docena de agentes de seguridad camuflados
como ordenanzas y personal de civil, además del simbólico agente de la Policía
de la Capital de consigna en la puerta del edificio.
En esa época de gran afluencia
de inmigrantes italianos a la Argentina, estando Benito Mussolini y el
movimiento fascista en una etapa de gran prestigio internacional, el Consulado
era visitado diariamente por más de seiscientas personas, además del numeroso
personal que trabajaba habitualmente en él.
El día del atentado, el joven
anarquista italiano José Romano, “Rame”,
ingresó al Consulado cargando un pesado portafolios que abandonó junto a la
escalera de entrada a veinte metros de los mostradores. Ramé salió del edificio
y subió al automóvil donde lo esperaba Severino Di Giovanni.
En ese momento había en el
edificio unas doscientas personas. A las 11 y 42 del 23 de mayo estalló la
bomba que provocó una sangrienta catástrofe. En lo que sería, por muchas
décadas, el acto terrorista más terrible ocurrido en la Argentina. La
detonación ocasionó nueve muertos y treinta y cuatro heridos.
El diario La Nación describió
lo ocurrido en la siguiente forma: “El
estallido produjo tal expansión que no quedó nada en pie en la oficina. El
mostrador, hecho añicos, cayó sobre los empleados y encima de ellos los demás
restos de muebles y todas las personas que se encontraban en el reducido local,
las que fueron lanzadas por las ráfagas de gases del explosivo hacia el mismo
sitio formando así un montón informe. Y sobre todos los restos y personas
cayeron inmediatamente grandes trozos de ladrillos de los tabiques, los
escombros del cielo raso, fragmentos de cristales, ofreciendo así el conjunto
de un cuadro aterrador. El estallido fue sencillamente formidable y dio la
sensación de que se desplomaba todo el edificio.”[vii]
La gente huía despavorida, una
nube de fino polvillo cubría la avenida Quintana, había cuerpos humanos
despedazados e irreconocibles regados por el lugar. Ese mismo matutino
describió el artefacto explosivo consignado que estaba formado por una carcasa
de “hierro de más de medio metro de largo
con una tapa asegurada y tapados todos los intersticios con cemento armado. El
interior, bien repleto de gelinita, dinamita y recortes del hierro. Sobre todo
ello, un tubo de cristal dividido en dos conteniendo en cada fracción ácidos
distintos. La separación es de corcho o de cartón por la cual se filtran ambos
líquidos los que, al unirse, producen la explosión. Mientras la valija va de
canto no pueden combinarse los líquidos, pero cuando es acostada,
inmediatamente comienza la filtración y el efecto es cuestión de segundos.”[viii]
Entre las víctimas fatales
había dos ciudadanos argentinos sin mayores vinculaciones con la Italia
fascista, uno de ellos un alto funcionario del gobierno radical presidido por
el Dr. Marcelo T. de Alvear, Miguel Luis Durañona. En tanto que, la publicación
“Fasci Italiani All’Estero”, órgano
oficial del fascismo, se refiere a las víctimas fascistas describiéndolas como
Virgilio Francione, de 53 años, empleado del Consulado, Filippo Palmieri, de 20
años, afiliado fascista, el reverendo padre Francisco Zaninetti, ardiente
simpatizante fascista, sacerdote salesiano, de 54 años, y luego Sebastiano
Sartini, de 66 años, Luigi Alippi, Giovanni Bellona, de 64 años y Vicenzo D’Abarna,
de 50 años. Entre los heridos, uno de los fundadores del fascio en Buenos Aires
y actual secretario de la Delegazione del Fasci d’Argentina; el capitán
Battista Bugliani, agregado consular general “regularmente iscrito al Fascio; Giuseppe Maiolo, iscrito al Fascio de
Buenos Aires”. Agrega que entre los heridos había treinta y tres “compatriotas fascistas y simpatizantes
entre los cuales se encontraban cuatro mujeres y una niña.”[ix]
El atentado conmociona al
país. El gobierno lanza una dura represión contra los anarquistas y comunistas.
Sus organizaciones y publicaciones son clausuradas y cuatrocientos activistas y
simpatizantes son encarcelados. Las autoridades sospechan de Di Giovanni y su
grupo, pero no pueden dar con los terroristas.
Imperturbable, Di Giovanni
continúa con su raid criminal. Luego del atentado al Consulado, Ramé y él se dirigen al barrio de La
Boca. Allí, Severino deja otra devastadora bomba en la farmacia sita en la
intersección de las calles Almirante Brown y Aristóbulo del Valle, propiedad de
Beniamino Mastronardi que, como
mencionáramos, era presidente del subcomité fascista local. Sólo un incidente
fortuito impide que la bomba detone con otro importante saldo de víctimas y
daños.
Mientras la policía realiza
ingentes esfuerzos para dar con los autores de los atentados, el incasable Di
Giovanni lleva a cabo un nuevo ataque. El 26 de mayo coloca otra sus letales
valijas explosivas en Avenida La Plata 351, domicilio del teniente coronel
Césare Afeltra. “La bomba había demolido
la sala principal; las persianas metálicas habían desaparecido y el techo
estaba en el suelo -así describe La Nación los daños-. Los destrozos amenazan
la estabilidad del edificio.” Los vidrios de tres manzanas a la redonda han
quedado hechos añicos. El taller mecánico aledaño a la vivienda literalmente
había desaparecido. No obstante, el militar fascista y su familia resultan
ilesos.
Pero las bombas no han cesado.
En la noche del 10 al 11 de junio sendas bombas destruyen las viviendas de
Brecero y De Michelis en la localidad de Zárate.
Estos atentados explosivos
tienen como consecuencia la división definitiva del movimiento anarquista en
Argentina entre libertarios democráticos y anarquistas revolucionarios o
anarcobandidos.
El grupo de anarcobandidos de
Severino Di Giovanni no cesará en atacar a todo lo que a su criterio atente
contra los obreros y el movimiento anarquista. A comienzos del mes de octubre
de 1928, se suscita un conflicto laborar en la empresa naviera Nicolás
Mihanovich. La Federación Obrera Marítima declara la huelga. Después de varios
días de conflicto, la empresa Mihanovich igual logra cargar y tripular el vapor
“Apipé” con gente provista por las
autoridades marítimas y la Liga Patriótica.
Estaban dadas todas las
condiciones para que intervinieran Severino Di Giovanni y sus anarcobandidos.
El 14 de octubre de 1928, Severino ingresó al “Apipé” simulando ser un ingeniero y llevando una valija de regular
tamaño. En ese momento, un llamado telefónico alertó a las autoridades que
lograron desarmar el artefacto explosivo antes de que detonara. La bomba estaba
construida en base a dos y medio kilogramos de gelinita, pólvora y numerosos
bulones y remaches. El revestimiento de bronce tenía tres centímetros de
espesor lo que ofrecía un gran poder de comprensión a la potente carga
explosiva que contenía. El estallido se evitó por minutos.
Los atentados explosivos se
suceden sin pausa. Los anarquistas lanzan una campaña para lograr la libertad
de Simón Radowitzky. Los anarcobandidos inmediatamente se sumarán a la campaña.
El 10 de noviembre, los
anarquistas colocan una bomba en la acera de la Catedral Metropolitana que al
detonar le cuesta la vida a Luis Rago, empleado del Banco de Boston, de 25 años
de edad, casado y con una hija de pocos meses, y heridas graves al agente
policial Francisco Castro.
La agitación sigue y cuatro
días después estallan bombas, una de ellas en el Palacio de Justicia de
Rosario.
En la calle Estomba 1184, de
la ciudad de Buenos Aires, irrumpe la Policía el 12 de diciembre de 1928. Allí
encuentran un cajón repleto de dinamita y 147 billetes falsos de diez pesos. En
el lugar son detenidos Alejandro Scarfo y Jaime Gómez Oliver, un anarquista
español de treinta años. En el lugar, las autoridades secuestraron también
planos de la estación ferroviaria de Caseros, donde presuntamente los
anarquistas se proponían realizar un atentado dos días después cuando pasara
por allí el presidente electo de los Estados Unidos, Herbert Hoover, en su
visita al país. Scarfo será condenado a cadena perpetua, acusado de colocar la
bomba en la Cátedral Metropolitana, con cumplimiento en el terrible penal de
Ushuaia.
Severino Di Giovanni se
sentirá especialmente responsable por la detención de Alejandro Scarfo e
intentará por todos los medios a su alcance lograr su liberación. No tendrá
éxito y el joven anarquista pasará un largo período entre las rejas.
Mientras tanto, la carrera
delictiva de Severino Di Giovanni a algo menos de dos años de su muerte
prosigue sin pausa. El 5 de febrero de 1929, Severino y cinco de sus hombres
roban a los pagadores de la empresa Kloeckner, sita en la calle Empedrado, de
Buenos Aires. Los pagadores venían en dos autos después de retirar 19.000 pesos
del Banco de Boston en el microcentro porteño. Los delincuentes esperaron a los
pagadores en un auto doble faetón a pocos metros de la entrada al
establecimiento industrial. Los ladrones actuaron con rapidez y precisión como
verdaderos profesionales que tenían todo fríamente calculado. Pero cuando se
disponían a huir llegó el segundo vehículo con personal de seguridad de la
empresa y tuvo lugar un intenso tiroteo y una persecución cinematográfica por
las calles de las ciudad hasta que los anarcobandidos pudieron eludir a sus
perseguidores.
EL
ENEMIGO PÚBLICO Nº 1
El siguiente crimen cometido
por la banda de anarquistas liderados por Severino Di Giovanni será de una
crueldad tal que pondrá en evidencia más allá de toda duda que se trata de un
grupo de sanguinarios delincuentes que amparándose en la ideología dan rienda
suelta a sus bárbaros instintos criminales. También convertirá a Di Giovanni en
el criminal más buscado por la policía.
Tal como ocurrirá en los “años de plomo” -décadas de 1960 y 1970-
los terroristas califican de represores, torturadores o “enemigos del pueblo” a los funcionarios policiales que los
combaten con celo profesional y eficiencia.
La muerte de un terrorista en
un enfrentamiento con las fuerzas de la ley se presentará siempre como un
asesinato o ejecución. Mientras que el asesinato de un funcionario policial o
militar será un “justiciamiento”.
Como si un grupo terrorista pudiera ser depositario de la auténtica justicia o
sus decisiones producto de un proceso judicial imparcial.
En este caso, la víctima será
el Jefe de la Dirección de Orden Social, subcomisario Juan Velar. Se trata de
un funcionario particularmente activo en el combate a los agitadores
anarquistas. Velar se convertirá en víctima de una horrible vendetta. Veamos el
relato del atentado descripto por las palabras de Osvaldo Bayer.
“Ese
22 de octubre, el subcomisario Velar salió de su despacho par ir a almorzar a
su casa -eran algo más de las doce- que estaba apenas a cien metros de la
Jefatura de Policía. Salió a la calle y caminó despaciosamente hacia la esquina
de Presidente Roca y Rioja. Allí había dos automóviles estacionados, cosa que
no le pareció muy normal. Y menos cuando de uno de los vehículos bajaron dos
hombres. Pero Velar no era un hombre de asustarse y siguió su camino, sin
perder de vista los rostros de los desconocidos que se le aproximaban. Pasaron
junto a él y fue entonces cuando Velar tuvo la sensación de que estaba perdido.
Ya no pudo reaccionar. Al contrario, cuando sintió la voz que a sus espaldas lo
llamaba –‘¿Comisario Velar?’- se dio vuelta y ahí nomás fue el fogonazo. Sintió
como si una terrible patada le aplastara la cara. Como un fuego que entraba por
los ojos, por la nariz, por la boca, por todas las cavidades. Y cayó
desvanecido.”
Los médicos debieron trabajar
intensamente para salvar la vida del jefe policial. Le habían disparado una
perdigonada con un moderno trabuco[x] muy potente. Le apuntaron
al rostro, ensañándose en no matarlo, pero sí con la aviesa intención de
mutilarlo y desfigurarlo por el resto de su vida. De más está decir que
lograron su propósito. El parte médico oficial consignará que el subcomisario
Velar había perdido el ojo derecho, tenía el maxilar superior destrozado con
pérdida de casi toda su dentadura, además el disparo mutiló la mayor parte de
la nariz. El funcionario policial quedaría con media cara, mutilado
horriblemente hasta el final de sus días.
Los autores del terrible
atentado fueron Paulino Scarfo, Miguel Arcángel Roscigna, Severino Di Giovanni,
Umberto Lanciotti y Antonio Márquez. El trabucazo fue disparado por Paulino
Scarfo.
La sed de sangre y la pasión
por la violencia, de Di Giovanni y los anarcobandidos, no se dirigirá sólo
contra los funcionarios policiales, en medio de su delirio criminal incluso
asesinaran a otros anarquistas que no comparten -e incluso censuran- sus
métodos. Para estos fanáticos cualquier disidencia equivalía a traición.
El 25 de octubre de 1929,
Severino Di Giovanni y sus hombres asesinan al periodista anarquista Emilio
López Arango, redactor del diario “La
Protesta” en la puerta de su humilde vivienda de Remedios de Escalada Oeste.
Su crimen fue, tan sólo, haber censurado a Di Giovanni tildándolo de “espía fascista y agente policial” en
las páginas de esa publicación.
EN
LA PESADA
A comienzos del emblemático
año de 1930, Severino Di Giovanni consigue para él y para sus hombres pistolas
Colt, government model 1927, calibre 11.25x23 mm o .45 ACP como más comúnmente
se las denomina. En esta forma los anarcobandidos ingresan en “la pesada”.[xi]
Con este nuevo y más moderno
armamento, los anarquistas incrementan su accionar y se tornan aún más
peligrosos. El 27 de mayo de 1930, Severino Di Giovanni y sus hombres
intentaron robar la sucursal del Banco de Avellaneda, sito en la Avenida Mitre
y la calle Montes de Oca, pero la llegada de la policía -alertada por un
empleado bancario que escapa del local-, cuando habían logrado reducir al
personal y a los clientes sin mayores incidentes, obliga a los delincuentes a
huir precipitadamente.
Nuevamente se produce una fuga
de película, con los anarquistas a bordo de los automóviles faetón en que habían
llegado, cubriendo su escape con abundantes disparos, hasta que finalmente la
policía los pierde en el tránsito.
Tres días más tarde, el 30 de
mayo de 1930, Severino Di Giovanni acompañado por cinco de sus hombres roban
las oficinas de la compañía de ómnibus “La
Central”, sita en la calle Segurola 481, del barrio de Vélez Sárfield. Esta
vez los anarcobandidos tienen más suerte y huyen con un botín de 17.500 pesos
sin tener que efectuar ni un solo disparo.
Si bien los delincuentes
logran escapar con el dinero sin ser perseguidos su buena suerte no dura mucho.
Dos días más tarde Severino Di Giovanni está cenando con tres de los hombres de
su banda en una cantina italiana sita en la calle Pedro Goyena 285 de la
capital. Alguien reconoce a Severino y alerta a la policía que rápidamente sale
a dar cacería a los anarcobandidos.
Di Giovanni está sentado
mirando a la puerta del local y cuando llega la policía logra huir por una
puerta trasera cubriendo como siempre su fuga con una lluvia de disparos. No
hay víctimas, pero los acompañantes de Severino son detenidos. La banda de Di
Giovanni pierde así a tres de sus mejores integrantes: Emilio Uriondo, Umberto
Lanciotti y José López Dumpiérrez. Son hombres experimentados, probados en
diversos robos, son verdaderos “duros y
pesados”. Finalmente resultarán afortunados, la cárcel los salvará de
acompañar a Di Giovanni en su trágico final.
Después de este sensacional
escape la figura criminal de Di Giovanni adquiere perfil de leyenda, es el “enemigo público Nº1” a quien todos
pretenden apresar, pero él parece tener una suerte especial que le permite
eludir todas las encerronas. Su figura se ha hecho tan popular que hasta la
célebre historieta de “El Gato Félix”
se ocupa de él. En un cuadro de la tira publicada el 1º de julio de 1930, el
gato Félix va por un camino en medio del campo y exclama: “¡Qué hermoso día! ¡Soy libre como Severino Di Giovanni!” Y detrás
de él, a la vera del camino hay un cartel dibujado que dice: “¡Cuidado con las bombas!”[xii]
Mientras tanto Severino, a
quién sólo restan seis meses de vida, como si fuera consciente de ello, lleva a
cabo una febril actividad criminal. El 7 de agosto de 1930, en un intento de
fracasado de liberar a Alejandro Scarfó, asalta un camión celular de transporte
de presos. Aunque realizan la acción con total éxito y sin víctimas, sus
esfuerzos resultan en vano. En el interior del vehículo no estaban ni Scarfo,
ni Gómez Oliver -como ellos creían- sino tan solo tres prostitutas y un
integrante de la organización judío – polaca de tratantes de blancas, la
temible Zwi Migdal.
Un mes más tarde, el 6 de
septiembre, el teniente general José Félix Uriburu lleva a cabo el primer golpe
de Estado exitoso de la historia argentina. Las condiciones políticas cambian
bruscamente para el movimiento anarquista, que se convierte en un objetivo
prioritario para el gobierno de facto.
Mientras que algunos
anarquistas eligen partir al exilio y otros cesan sus actividades
proselitistas. Di Giovanni no se deja amedrentar y continúa con su accionar
como siempre. El 2 de octubre -pese a la existencia de un bando militar que
impone la pena de muerte para cualquier acto de resistencia armada- realiza,
junto a Miguel Árcangel Roscigna, el espectacular asalto a los pagadores de la
empresa Obras Sanitarias, en sus oficinas de los bosques de Palermo.
La audacia de los
anarcobandidos no parece tener límites. El robo se realiza a tan sólo cincuenta
metros del lugar donde una compañía completa del Cuerpo de Policía Montada
efectuaba prácticas de tiro y a sólo cien metros de donde se hallaban
doscientos soldados de infantería del Ejército argentino vivaqueando.
Durante el robo se produce un
tiroteo entre los anarquistas y los empleados de la empresa. Como resultado del
enfrentamiento muere el anarquista español Francisco “Paco” González, que actuaba como chofer de uno de los automóviles,
y dos de los empleados de Obras Sanitarias. No obstante, los anarcobandidos
logran huir con un botín record de 286.000 pesos. Aunque Roscigna recibe el
setenta por ciento del dinero para aliviar la situación de las familias de los
anarquistas presos por el gobierno de Uriburu, la parte que le queda a Severino
es lo suficientemente importante para que pueda por un tiempo llevar a cabo sus
proyectos editoriales, e incluso instalarse cómodamente en una tranquila zona
rural suburbana.
La banda de Di Giovanni
alquilará la quinta “Ana María” en el
camino Belgrano. Allí, Severino Di Giovanni y su compañera América Scarfó,
instalarán su hogar y gozarán de un breve periodo de tranquilidad. Pero es la
calma que precede a la tragedia.
En enero de 1931, los
anarcobandidos dirigidos por Severino Di Giovanni, impulsados por dirigentes
del radicalismo yrigoyenista -que desde Montevideo intentan resistir al
gobierno de facto de Uriburu- se embarcan en una nueva campaña de atentados
explosivos.
En la madrugada del 20 de
enero de 1931 estallan tres letales artefactos explosivos. Paulino Scarfó
colocó uno de ellos en la estación de subterráneos de Plaza Once, Mario
Conturcci, otro en la estación Maldonado del Ferrocarril Central Argentino y
Juan Márquez en la estación Constitución. Los daños materiales fueron
cuantiosos y las víctimas inocentes numerosas: cuatro muertos y más de veinte
heridos.
Pronto las autoridades de
facto descubren los vínculos entre los dirigentes radicales y los
anarcobandidos y actúan decididos a impedir todo intento de desestabilización.
Sus métodos no serán los mismos del débil gobierno democrático de Hipólito
Yrigoyen.
Pocos días después de los
atentados, la Policía logra capturar a Mario Conturcci quien es salvajemente
torturado. Di Giovanni, como en otros casos de detención de anarquistas, confía
en la fortaleza de su camarada y no toma precauciones ni cambia sus planes.
Pero esta vez se equivoca. Quebrado, Conturcci terminará por proporcionar a la
policía las pistas necesarias para desarticular la banda de Di Giovanni.
El 29 de enero de 1931, Di
Giovanni concurre a la imprenta de Genaro Bontempo, sita en la calle Callao
335, donde encargó unos trabajos de impresión. Allí lo estaba esperando la
Policía que vigilaba el lugar desde hacía varios días. Era un día tórrido del
verano porteño, Severino que insistía en emplear su vistoso atuendo negro y su
sombrero de ala ancha se destacaba notoriamente en la calle facilitando la
labor de identificación de los policías.
Los policías esperaron a que
abandonara la imprenta y entonces le dieron de alto. Como era su costumbre, Di
Giovanni respondió sacando su arma Colt .45 ACP e iniciando una loca carrera
intentando evitar la detención. Comenzó así una feroz cacería por los techos y
calles del centro porteño donde perseguido y perseguidores intercambiarán
numerosos disparos.
Con los primeros disparos
resultó accidentalmente muerta la niña Delia Berardone que quedó en medio del
tiroteo. Mientras huía, Di Giovanni hirió gravemente de un disparo al agente
José Uriz que se cruzó en su camino. Pero el cerco policial estaba sólidamente
establecido y pronto el anarquista comprendió que se había acabado la suerte y
que esta vez no podría burlar el accionar policial.
Agotado por la carrera, Di
Giovanni ingresó a una pensión, ubicada en Cangallo 1975, allí se detuvo tomó
puntería y de un solo disparo terminó con la vida del agente Ceferino García
que le pisaba los talones. Luego se dirigió a los fondos de la propiedad. Apoyo
contra un muro una escalera de mano que encontró en el lugar. Así alcanzó la
altura trabajosamente ensuciando su traje negro con cal. Desde allí dominó los
techos aledaños. A tres metros divisó otra terraza. Dio un salto tremendo para
alcanzarla. Se lastimo los pies al caer, pero igual siguió su carrera, seguido
de cerca por la Policía, sin detenerse. Empleó una vieja cañería para
deslizarse hasta el patio de una antigua casa con salida a la calle Ayacucho.
Al asomarse a la puerta, los
agentes policiales lo vieron y comenzaron nuevamente a dispararle. Di Giovanni
siguió corriendo y tratando de eludir los disparos. Así llegó hasta la
inserción de las calles Sarmiento y Ayacucho. Allí vio que tenía cerrado el
paso y retrocedió por Sarmiento hasta Callao. Se refugió de los tiros detrás de
un árbol y luego entró a la carrera en un garaje, que se hallaba en el número
1964. La Policía lo perseguía tenazmente. Comenzó a recibir los primeros
disparos desde la entrada del local. Les respondió con un tiro. Comprendió que
estaba perdido y antes de rendirse se puso la boca de la pistola Colt sobre la
camisa blanca y disparó. El proyectil de grueso calibre disparado a quemarropa
debía haberlo matado instantáneamente, pero no lo hizo. Es difícil decir su tuvo
o no suerte en ello.
El primer policía que llegó
hasta el anarquista caído, apartó su arma con el pie. La sangre manaba
manchando toda la camisa. El Director de Orden Social, Comisario Garibotto al
comprobar que aún vivía ordenó trasladarlo bajo fuerte custodia al cercano hospital
Ramos Mejía.
La noticia de la detención de
Severino Di Giovanni -que alcanzó a salir en la sexta edición de los
vespertinos de ese día- conmocionó al país entero. El ministro del Interior,
Matías Sánchez Sorondo apresuró el traslado del herido a la Penitenciaría
Nacional, ubicada en la calle Las Heras y Salguero a los efectos de que fuera
juzgado y condenado en forma inmediata. El funcionario mantuvo informado de la
situación al presidente Uriburu. El presidente, a su vez, dio instrucciones al
ministro de Guerra, general Medina, para que ordenara la formación del tribunal
militar. El coronel Conrado Risso Patrón fue designado presidente del Tribunal,
el fiscal fue el teniente coronel Clifton Goldney y como abogado defensor de
oficio es nombrado un teniente primero del escalafón de “archivistas y ciclistas” de apellido Franco.
Pese a sus múltiples crímenes,
para abreviar el juicio Di Giovanni sólo fue acusado de sus más recientes
delitos, es decir, los asesinatos cometidos durante la fuga. Por el homicidio
de la menor Delia Berardone y el agente García y las lesiones graves en la
persona del agente Uriz.
Mientras estos sucesos tenían
lugar en la capital, en la finca “Ana
María” se desarrollaba otro drama. América Scarfo, que se encontraba en
compañía de la hija mayor de Severino Di Giovanni, Laura Di Giovanni, se enteró
de la detención de su compañero por su hermano Paulino que arribó a la vivienda
esa noche acompañado de otros tres miembros de la banda: Braulio Rojas, Juan
Márquez y Artemio Pieretti, “Luis”.
La noticia conmociona a los
anarquistas que no comprenden la gravedad de su situación y deciden de todas
maneras pasar la noche en el lugar. Ignoran que Mario Cortucci también
proporcionó a la Policía la ubicación de la quinta “Ana María” y que un fuerte contingente policial se dirigía hacia
la finca.
Con las primeras luces del día
los anarquistas decidieron abandonar la vivienda divididos en dos grupos.
Primero saldrían Paulino Scarfo, Márquez y Rojas. Minutos más tarde lo harían
las dos mujeres acompañadas por Pieretti que era menos conocido y buscado.
El grupo ignoraba que para ese
entonces veinticuatro agentes de la Policía de la Capital y de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires, al mando del comisario Fernández Bazán rodeaban la
finca.
Los tres hombres salieron a
las 5.30 horas del viernes 30 de enero. En sus manos llevaban varios bultos ya
que simulaban ser vendedores ambulantes de juguetes. Inmediatamente recibieron
la intimación de los policías para que se detuvieran y levantaran las manos.
Como era su costumbre, los anarquistas se resistieron intentando escapar., Se
produjo entonces un intenso intercambio de disparos tiroteo en el que murieron
el agente Domingo Dedico y los anarquistas Braulio Rojas y Juan Márquez.
Paulino Scarfo fue capturado después de que agotó sus municiones.
El único que logró escapar fue
Pieretti, quien huyó por los fondos de la finca “Ana María”. América y Laura, que eran menores de edad, fueron
detenidas por la Policía en el interior de vivienda y posteriormente conducidas
al Departamento Central de la Policía de la Capital en la calle Moreno.
El tribunal militar condenó a
muerte, por unanimidad, a Severino Di Giovanni. La sentencia fue firmada por el
teniente coronel Conrado Risso Patrón y los teniente coroneles Eduardo Vega,
Eusebio Roldán, Pedro R. Cejas, Raúl Moyano, Ceferino Méndez y Conrado Styrle.
El defensor teniente 1º Franco apeló la sentencia pero el tribunal rechazó la
apelación. Horas después el presidente de facto, general José F. Uriburu y su
ministro de Guerra, general Medina, ratificaron la orden de fusilamiento.
Conocida la sentencia, a Di
Giovanni se le otorga el plazo de 24 horas de capilla antes de ser fusilado. Se
fija el domingo 1º de febrero a las 5 de la madrugada para su ejecución, el
pelotón de fusilamiento estaría constituido por guardiacárceles.
El juicio a Paulino Scarfo fue
mucho más breve. Su defensor fue el teniente primero David Armando Lavori. Fue
acusado por la muerte del agente Domingo Dedico y por resistencia armada a la
autoridad. El acusado sabía cuál sería su suerte y mostro indiferencia tanto
frente al tribunal como al escuchar la sentencia.
Antes de ser ejecutado,
Severino Di Giovanni tiene tiempo de despedirse de su esposa Teresina, de sus
hijos Laura, Aurora e Ilvo, como así también de su amante adolescente, América
Scarfo. Un privilegio que no tuvieron las víctimas que el asesino fríamente
tanto con sus bombas como con sus disparos.
Dos sacerdotes, el italiano
Enrico Cotaldi y el jesuita español Clavell intentaron brindarle confort
espiritual, pero Di Giovanni les advirtió que era ateo y hasta se burló de sus
creencias.
Como última gracia Severino
pidió despedirse de Paulino Scarfó. Los dos condenados a muerte se dieron las
manos -esposados por delante, se dijeron unas palabras en voz baja y se
despidieron sin ningún gesto teatral.
La figura de Severino Di
Giovanni, como un bandido que siempre lograba escapar cinematográficamente a la
persecución de la policía y llevaba a cabo los robos más espectaculares, había
calado hondo en la sociedad argentina. Por lo tanto, la perspectiva de su
ejecución conmociona a la población. Así lo consigna la prensa. “Desde las primeras horas de la noche se
había aglomerado ya en las inmediaciones de la penitenciaría una gran cantidad
de curiosos -dice “Crítica”- que pugnaban por entrar para presenciar la
ejecución de Severino Di Giovanni. Fue necesario que la policía estableciera un
servicio especial, a cargo de agentes de caballería e infantería se desvió el
tráfico de vehículos por la calle Las Heras, reforzándose la custodia con
muchos guardias armados de maúser.”
“Más
tarde, comenzaron a llegar militares de alta graduación, miembros del consejo
que dictó la sentencia y otros que deseaban ver de cerca al condenado a muerte.
Funcionarios superiores de la policía, personalidades del gobierno, escritores,
médicos, etc. Trataban, por todos los medios, de obtener del director de la
Penitenciaría la autorización necesaria para penetrar en el establecimiento.”
Todos han movido influencias
para no perderse el espectáculo. Hasta gente grande y seria hizo cosas
ridículas: el actor José Gómez -el decano de los actores de aquel tiempo- se
puso a golpear dramáticamente las puertas de la Penitenciaría gritando: “¡abran, en nombre del arte!”
El barón De Marchi, yerno del
general Roca y del Dopolavoro -organización de los obreros fascistas – consigue
que el director de la Penitenciaría, Alberto Viñas, le permita ver al condenado,
pero Di Giovanni no quiere ser parte de la fiesta y aprovecha la ocasión para
mostrarle todo su desprecio. “- ¿Y usted
quién es para venir a molestarme con preguntas?” le dispara con
indiferencia el anarquista y se niega a dialogar con él.
“Y,
molesto por la curiosidad de los que pasan frente a la celda, como si se
tratara de ver a una fiera enjaulada, el condenado protesta a viva voz.”
“A la entrada de la prisión
-sigue el relato del diario Crítica- continúan la idas y venidas. Son muchos en
Buenos Aires los que quieren ver cómo se fusila a un hombre. Entre estos no
faltaban ni los parientes de Delia Berardone, la niña muerta en el tiroteo de
Corrientes y Callao. El tío Rodolfo Berardone y el primo Juan Nelfi se
presentan al director y piden autorización para presenciar la escena final.
Atendiendo las razones, el permiso es concedido. Los dos parecen estar
satisfechos. En la calle, la multitud aumenta. Se interrumpe el tráfico en la
calle Las Heras.”
EL
FUSILAMIENTO
Osvaldo Bayer, en su libro
sobre Di Giovanni consigna varias crónicas periodísticas en que se describe los
últimos momentos de la vida del anarquista. Nosotros solo transcribiremos la
que Roberto Arlt realizó para el diario “El
mundo”, porque nos parece suficientemente precisa y bien escrita.
Arlt ha observado todo. Y
describirá solo lo que ha visto, nada más. No tiene ni admiración ni
misericordia por el anarquista. Pero sí una profunda curiosidad. No tiene odio
ni desprecio por la sociedad que lo condena. No necesita decir cómo es ni
calificarla. Observa los hechos con cierto distanciamiento. Se permite al final
sólo una moraleja, apenas una ironía. La crónica se titula “He visto morir”, y dice así: “Las
5 menos tres minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2.
Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan
como si corrieran a tomar tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los
corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
“Todos vamos en busca de Severino Di
Giovanni para verlo morir.
“Espacio de cielo azul. Adoquinado
rústico. Prado verde. Una cómoda silla de comedor en medio del prado. Tropa.
Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la oscuridad. Un rectángulo. Parece un
ring. El ring de la muerte. Un oficial.
“…de acurdo a las disposiciones… por
las violaciones del bando… ley número…’
“El oficial bajo la pantalla
enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado de aceite
rojo. Unos ojos terribles y fijos, bautizados de fiebre. Negro círculo de
cabezas.
“Es Severino Di Giovanni. Mandíbula
prominente. Frente huida hacia las sienes como las de las panteras. Labios
finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Pecho ribeteado
por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se
entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios,
los humedece. Ese cuerpo arde de temperatura. Paladea la muerte.
“El oficial lee:
“…artículo número… ley de estado de
sitio… superior tribunal… visto pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y
suboficiales…’
“…estando probado apercíbase al
teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dese copia… foja
número…’
“Di Giovanni se humedece los labios,
con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un
contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con
asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la
sentencia.
“…Dése vista al ministro de Guerra…
sea fusilado… firmado, secretario…’
“-Quisiera pedirle perdón al teniente
defensor…
“Una voz: - No puede hablar.
Llévenlo.
“El condenado camina como un pato.
Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las
manos. Atraviesa la franja del adoquinado rústico. Algunos espectadores se
ríen. ¿Zonzera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe!
“El reo se sienta reposadamente en el
banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y
parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que
cuida el fuego mientras se calienta el agua para tomar el mate.
“Permanece así cuatro segundos. Un
suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectos lo maten
no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se
deja amarrar.
“Ha formado el blanco pelotón
fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Este grita:
“-Venda no.
“Mira tiesamente a los ejecutores.
Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso,
orgulloso.
“Surge una dificultad. El temor al
rebote de las balas hace que se ordene a la tropa, perpendicular al pelotón
fusilero, retirarse unos pasos.
“Di Giovanni permanece recto, apoyada
la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se
mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
“- Pelotón, firme. Apunten.
“La voz del reo estalla metálica,
vibrante:
“- ¡Viva la anarquía!
“- ¡Fuego!
“Resplandor subitáneo. Un cuerpo
recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la
soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando
las rodillas.
“Fogonazo del tiro de gracia.
“Balas han escrito la última palabra
en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos
entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches
del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el
condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se
retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice
una mala palabra.
“Veo cuatro muchachos, pálidos, como
muertos y desfigurados, que se muerden los labios; son: Gauna, de ‘La Razón’,
Álvarez, de ‘Última Hora’, Enrique González Tuñón, de ‘Crítica’, y Gómez, de
‘El Mundo’. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la
entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
“- Está prohibido reírse.
“- Está prohibido concurrir con zapatos
de baile.”[xiii]
El cadáver de Di Giovanni,
para evitar de que fuera empleado con fines propagandísticos por los
anarquistas, no fue entregado a su familia sino que por orden del ministro
Matías Sánchez Sorondo fue trasladado el secreto al cementerio de La Chacarita
con custodia policial y sin que se notificara a nadie del lugar donde sería
inhumado. A pesar del secreto con que se realizó el entierro, la tumba de Di
Giovanni amaneció al día siguiente cubierta totalmente de flores rojas.
Cuando Paulino Scarfo oyó los
disparos que terminaron con la vida de Severino, y todos los presos de la
penitenciaría gritaron a coro su protesta y golpearon frenéticamente los
barrotes, sabía que le quedaban veinticuatro horas de vida.
Con Paulino Scarfó se repitió
el mismo ritual de la noche anterior. El condenado rechazó toda asistencia
espiritual y sólo se despidió de sus seres queridos. Paulino murió mostrando el
mismo valor y entereza frente al pelotón de fusilamiento que su jefe y amigo.
El condenado pronunció sus últimas palabras, escogió para ello la misma frase
que eligió su admirado Bartolomeo Vanzetti, al morir en la silla eléctrica en Charlestown:
“Señores, buenas noches, viva la
anarquía”.
“Luego
de gritar sus últimas palabras -consigna la crónica del
diario Crítica- cruzó nuevamente los
brazos sobre el pecho, en la medida que se lo permitían las esposas. Se quedó
firme en el banquillo. Sacando pecho. Como haciendo guardia a las balas. La
orden de fuego fue dada casi de inmediato después del grito de Scarfó. Al
recibir la descarga, el cuerpo dio un salto pequeño hacia arriba y luego, un
vigoroso encogimiento hacia adelante y abajo. Tras el salto, su cuerpo quedó
inclinado un poco hacia la derecha, pero sentado siempre en el banquillo. La
cabeza había caído sobre el pecho, en la postura de un hombre dormido. En esa
posición se encontraba, cuando se acercó a él el sargento que mandaba el pelotón
y le disparó el tiro de gracia, que le penetró en el temporal izquierdo. Y,
como si la fuerza del balazo hubiese empujado el cuerpo, éste cayó hacia la
derecha quedando boca abajo en el césped.”[xiv]
Así murieron estos
anarquistas. No por difundir ideas distintas de las que gobernaban a nuestro
país sino por tratar de imponerlas por la fuerza, por la violencia, con total
desprecio por la vida humana. No eran políticos, ni ideólogos, ni
intelectuales, eran terroristas y pistoleros que habían asesinado a decenas de
personas. Recordemos las palabras del general Juan D. Perón a los dirigentes de
la “Tendencia Revolucionaria” del
peronismo: “El crimen es crimen
cualquiera sea el móvil que lo provoca.”
[i]
BAYER, Osvaldo: Los anarquistas
expropiadores. Simón Radowitzky y otros ensayos. Ed. Galerna. Bs. As. 1974.
[ii]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. El
idealista de la violencia. Ed. Booket. Bs. As. 2006. P. 167.
[iii]
BUENAVENTURA DURRUTI (1896 – 1936): Obrero metalúrgico participó de la huelga
general revolucionaria de 1917 como militante del Unión General de Trabajadores
–UGT-, de la que sería expulsado por defender posiciones revolucionarias. Se
trasladó a Barcelona, donde se afilió a la Central Nacional de Trabajadores. En
1920, formó parte de un grupo de pistoleros anarquistas denominado “Los solidarios” que practicaban las
“expropiaciones revolucionarias” (robos y asesinatos). Perseguido por la
justicia española debió huir a Argentina donde siguió con sus actividades
revolucionarias y criminales hasta que también se vio obligado a escapar a
Chile ante la persecución de las autoridades. Viaja a Francia donde es
encarcelado junto a otros anarquistas. Finalmente, liberado en 1931, retorna a
España para tomar parte en las insurrecciones de Figols, en 1932 y 1933. A
consecuencia de ellas, fue deportado por el gobierno republicano en Guinea
Ecuatorial y Canarias. Al estallar la Guerra Civil participó de la dirección en
la defensa de la ciudad de Barcelona. El 19 de noviembre de 1936 cuando tomaba
parte de la batalla de defensa de la Ciudad Universitaria de Madrid, en la
calle Issac Peral, fue herido en el pecho por una bala de calibre 38 especial,
la cual penetró el tórax y lesionó órganos importantes. Murió tras doce horas
de agonía. Nunca se determinó exactamente quien disparó contra Durruti pero
existen firmes sospechas de que fue asesinado por la NKVD, el servicio de
inteligencia soviético que operaba en Madrid eliminado a trotskistas y
anarquistas para asegurar que los comunistas controlaran los destinos de la
República.
[iv]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. El
idealista de la violencia. Ed.
Booket. Bs. As. 2006.
[v] BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. P. 28
[vi]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni.
Op. Cit. P. 112.
[vii]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. P. 115
[viii]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. P. 114.
[ix]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. P. 117.
[x]
TRABUCO: El arma empleada en el atentado al subcomisario Velar sería encontrada
más tarde en una quinta alquilada por Severino Di Giovanni en la localidad de
Burzaco. Se trataba de un trabuco moderno de fabricación belga, de gran poder,
que había sido adquirido por Emilio Uriondo en la entonces célebre armería
porteña Rasetti.
[xi]
LA PESADA: En los primeros años del siglo XX, el armamento de los cuerpos
policiales y de los delincuentes era muy heterogéneo y de pobre calidad. En
general se trataba de revólveres calibre 38 mm -corto- o 38 mm S&W
especial. Armas de diversas marcas y calidades. Los mejores eran los
estadounidenses fabricados por las firmas Colt y Smith and Wesson, usualmente
empleados por los cuerpos policiales. En general los delincuentes empleaban
armas similares, pero de fabricación española y de mucho menor calidad. Las
pistolas eran muy raras y sus calibres muy diversos dificultaban a los
delincuentes conseguir municiones. A partir de 1927, comenzaron a fabricarse en
el país las pistolas Sistema Colt 45 ACP bajo licencia de la fábrica
estadounidense. Inmediatamente los criminales más peligrosos consiguen algunas
de estas armas. Se trataba de un arma mucho más letal, en precisión, en
calibre, en cantidad de proyectiles -su cargador era de siete proyectiles y
admitía uno más en la recamara haciendo un total de ocho balas frente a las
cinco o seis que cargaban los revólveres. Incluso el célebre “Pibe Cabeza” -Rogelio Gordillo- al ser abatido por la policía en 1937, se
resistió disparando con dos pistolas Colt 45, una de ellas tenía un cargador de
doble capacidad (es decir de 14 proyectiles) que un hábil armero había
construido especialmente para el criminal- además estas pistolas rara vez se
trababan. El único inconveniente que presentaban estas armas era su gran tamaño
y peso que hacían incomoda su portación oculta. Por ser armas poco usuales eran
muy caras y en consecuencia solo las empleaban los criminales más violentos.
Como las pistolas eran muy pesadas, por analogía quienes las empleaban
comenzaron a ser conocidos como “de la
pesada”. Rápidamente los criminales más violentos comenzaron a ser
denominados como “pesados”, en la
jerga policial y las crónicas periodísticas,
[xii]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. P. 270
[xiii]
ARLT, Roberto: Obras completas. Ed.
Carlos Lohlé, Bs. As. 1981. Tomo II. Citado en BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. Ps. 386 a
389.
[xiv]
BAYER, Osvaldo: Severino Di Giovanni. Op. Cit. 396.
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