Denostado por unos, admirado por otros, Henry Kissinger ha
sido una figura central en la política internacional del último medio siglo. Hoy a los 91 años el ex Asesor
de Seguridad Nacional y Secretario de Estado durante las administraciones de
Richard Nixon y Gerald Ford (1969 – 1976), es el último gran exponente vivo de
la geopolítica estadounidense.
UNA VIDA
INTENSA
En 1938 llegaba a los Estados Unidos un joven judío
alemán que se refugiaba allí, junto a su familia, de los horrores del nazismo y
sus campos de exterminio. En ese entonces nadie podía imaginar que ese
inmigrante adolescente estaba destinado a ocupar los más altos cargos que un
extranjero puede alcanzar en los Estados Unidos.
Tampoco se podía imaginar que el joven Heinz Alfred
Kissinger sería uno de los estadistas más brillantes del siglo XX y que estaba
destinado a moldear la política mundial de la Guerra Fría.
Su accionar siempre estuvo orientado por el “realismo”
más absoluto, la razón de Estado y la búsqueda de un orden internacional
estable.
Por último, Kissinger fue el pensador y académico que
logró rescatar a la “geopolítica” de todos aquellos que la condenaban por
considerarla una “ciencia nazi”. El Dr. Kissinger empleó el término
“geopolítica” centenares de veces en los documentados tres tomos de memorias y
en artículos y otras contribuciones académicas.
Nació con el nombre de Heinz Alfred Kissinger nació en Fuerth, Alemania, en 1923. A los quince años
emigró con su familia a los Estados Unidos escapando de la persecución nazi a
los judíos. Allí realizó una brillante carrera académica y política. En 1943
debió interrumpir sus estudios en Harvard al nacionalizarse (oportunidad en que
cambió su nombre de Heinz por Henry) y ser reclutado por el Ejército
estadounidense. Sirvió como traductor en la inteligencia militar de la 84ava.
División de Infantería. Su brillante desempeño lo llevó a desempeñar en tareas
de contrainteligencia para la Oficina de Servicios Estratégicos –Office Strategic Service- el organismo
de inteligencia estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial precursor de
la Agencia Central de Inteligencia.
Vuelto a la vida civil, recibió el grado Summa del
Bachillerato en Artes Cum Laude en la Universidad de Harvard en 1950, la
Maestría en 1952 y el Doctorado en Ciencias en 1954. Comenzó luego una intensa
actividad profesional donde alternó la docencia con el asesoramiento a distintas
esferas del gobierno americano.
Entre 1954 y 1971 se desempeñó como profesor del
Departamento de Gobierno y del Centro para los Asuntos Internacionales de la
Universidad de Harvard. Entre 1957 y 1960 fue Director Asociado del Centro para
los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard. Entre 1955 y 1956 fue
Director de Estudios del Programa de Armas Nucleares y Política Exterior del
Consejo para las Relaciones Exteriores. Entre 1956 y 1958, fue Director de
Estudios Especiales de la Fundación Rockefeller.
Entre los principales cargos que desempeñó en el
gobierno de los Estados Unidos figura el de Asesor del Departamento de Estado
(1965 – 1966), Asesor sobre el Control de Armamentos para la Agencia de Desarme
(1961 – 1968). Funcionario del Consejo de Seguridad Nacional (1961 – 1962).
Miembro del Grupo de Análisis de las Prestaciones del Sistema de Armas de la
Junta de Comandantes en Jefe (1959 – 1960). Se desempeñó como Consejero para
Asuntos Internacionales y de Seguridad Nacional y secretario particular del
presidente Richard Nixon, desde enero de 1969. Fue el principal negociador de
la reconciliación China - EE.UU., culminada con la visita de Nixon a Pekín
-1971-, de las distensiones con la Unión Soviética, y de la paz en Vietnam,
tras arduas gestiones con el gobierno de Hanói en París.
Ha sido presidente del Consejo de Seguridad Nacional (1969
– 1976) y secretario de Estado (1973 – 1977). En 1983, el presidente Ronald
Reagan lo nombró presidente de la Comisión Bipartidaria para América Central
del gobierno de los Estados Unidos.
Desde 1977 se ha desempeñado como profesor de
Diplomacia de la Universidad de Georgetown. Transcurridos cinco años desde el
momento en que dejó el cargo de Secretario de Estado, Henry Kissinger creó una
firma de consultoría en “diplomacia pública” denominada “Kissinger Associates”
para mejorar la imagen internacional de algunos gobiernos o apoyarlos en
promocionar ciertas causas. También desarrollo una fecunda actividad como
conferencista, escritor y analista periodístico en diversas publicaciones
internacionales.
A lo largo de su vida a recibido numerosas
distinciones académicas y diplomáticas entre las que cabe mencionar que se le
concedió el premio Novel de la Paz en 1973, compartido con el norvietnamita Le
Duc Tho. En enero de 1977 fue condecorado con la medalla presidencial de la Freedom y en 1986 la medalla Liberty. La Academia Diplomática de
Rusia reconociendo sus méritos como un intelectual de gran influencia en el
mundo, le otorgó el título de “Doctor
Honoris Causa” y la prestigiosa revista Forbes lo incluyó entre los cien
intelectuales más prestigiosos del planeta.
Entre sus múltiples publicaciones se cuentan: “Armas nucleares y política exterior”
(1957), “La necesidad de una elección”,
“Política exterior americana”, “Un mundo restaurado: Metternich, Castlereagh
y los problemas de la paz: 1812 y 1822” (1957), “Memorias” (1977 y 1982), “¿Crisis
en la seguridad europea?”, “Diplomacia”
(1994), “China” (2012), “Orden
mundial (2014) y numerosos artículos.[i]
La visión geopolítica de Kissinger se deriva de su
análisis de la Europa de principios del siglo XX. En A Worls Restores -Un mundo restaurado-, basado en su tesis
doctoral, Kissinger escribió: “El éxito
de la ciencia física depende de la selección del experimento crucial; el de la
ciencia política en el campo de los asuntos internacionales, en la selección
del período crucial. He elegido para mi tópico el período que va de 1812 a 1822, en parte, soy
franco en decirlo, porque sus problemas me parecen análogos a los de nuestro
tiempo. Pero no insisto en esta analogía.”
La fascinación de Kissinger con este período se basa
en las reflexiones que pueden ofrecer acerca del ejercicio del poder hombres de
Estado tales como Castlereagh y Metternich para el desarrollo de una estructura
internacional que contribuyó a la paz en el siglo que va entre el Congreso de
Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial. Kissinger estudió la
naturaleza y calidad del liderazgo político, el efecto de las estructuras
políticas internas y la relación entre política diplomática y militar en los
sistemas internacionales estables y revolucionarios.
Como ha escrito Stephen R. Graubard: “Kissinger consideraba fundamental la
elección para todo el proceso político. Era de la mayor importancia para él que
un Estado dado optara por una política específica por un motivo más que por
otro; porque su burocracia determinaba que sólo había un curso de acción
seguro; porque sus líderes estaban ansiosos de probar las reacciones del
adversario; porque la opinión interna exigía una política específica; porque el
liderazgo político estaba confundido y veía la necesidad de crear la ilusión de
que todavía era capaz de acción.”[ii]
Remitiéndose en gran medida el período 1815 - 1822,
Kissinger postula que la paz se logra no como un fin en sí mismo, sino que por
el contrario emerge como el resultado de un sistema internacional estable, por
contraste con uno revolucionario. En consecuencia, Kissinger desarrolla dos
modelos para el estudio de la política internacional: primero, un sistema
estable y segundo, un sistema revolucionario. Plantea, que la estabilidad ha
sido el resultado no ya “de la búsqueda
de la paz, sino de una legitimidad general aceptada.” Según la definición
de Kissinger, legitimidad significativa “no
más que un acuerdo internacional acerca de la naturaleza de los arreglos
factibles y sobre las metas permisibles y los métodos de la política
internacional.” La legitimidad implica una aceptación del marco de orden
internacional por parte de todas las grandes potencias. El acuerdo entre las
grandes potencias respecto del marco del orden internacional no elimina los
conflictos, pero limita su alcance. El conflicto dentro del marco ha sido más limitado que el conflicto acerca del marco. La diplomacia, a la
que Kissinger define como “ajuste de
diferencias a través de la negociación”, se vuelve posible sólo en los
sistemas internacionales donde “la
legitimidad rige”. En el modelo de Kissinger, el objetivo primordial de los
agentes nacionales no es preservar la paz. De hecho, “siempre que la paz -concebida como elusión de la guerra- ha sido el
objetivo primordial de una potencia o un grupo de potencias, el sistema
internacional ha estado a merced del miembro más brutal de la comunidad
internacional.” Por contraste, “toda
vez que el orden internacional ha reconocido que en ciertos principios no podía
transarse siquiera en aras de la paz, la estabilidad basada en un equilibrio de
fuerzas al menos era concebible.”
Se puede derivar del modelo de estabilidad de
Kissinger una comprensión de las características de un orden mundial
revolucionario. Cualquier orden en el cual una gran potencia está tan
insatisfecha que busca transformar dicho orden, es revolucionario. En la
generación anterior a 1815, la Francia revolucionaria presentaba un gran
desafío al orden existente. “Las disputas
no se referían más al ajuste de diferencias dentro de un marco aceptado, sino a
la validez del marco mismo; la lucha política se ha vuelto doctrinal; el
equilibrio de poder que había operado de forma tan intrincada a lo largo del
siglo XVIII súbitamente perdió su flexibilidad y el equilibrio europeo pasó a
parecer una protección insuficiente para las potencias enfrentadas con una
Francia que proclamaba la incompatibilidad de sus máximas políticas con las de
los demás estados.”
Rastreando la diplomacia de las potencias europeas
entre 1812 y 1822, Kissinger llega a la conclusión de que la restauración de un
orden estable depende de varios factores:
1.- La
disposición de los que apoyan la legitimidad a negociar con una potencia
revolucionaria mientras que al mismo tiempo están preparados a usar el poder
militar.
2.- La
capacidad de los defensores de la legitimidad de eludir el estallido de una
guerra total, dado que tal conflicto
amenazaría el marco internacional que las potencias partidarias del statu quo quieren mantener.
3.- La
capacidad de las unidades nacionales de usar medios limitados para lograr
objetivos limitados. Ninguna potencia está obligada a rendirse
incondicionalmente; las potencias derrotadas en una guerra limitada no se
eliminan del sistema internacional. Ninguna potencia, sea victoriosa o
derrotada, está completamente satisfecha o completamente insatisfecha. Las
limitaciones planteadas a los medios y metas hacen posible la restauración de
un equilibrio de poder entre los vencedores y los vencidos.
En otros escritos, Kissinger ha aplicado conceptos
derivados de su estudio de la historia diplomática europea de principios del
siglo XX al sistema internacional contemporáneo. Los problemas planteados por
el gran potencial destructivo de las armas nucleares fue una gran preocupación
para él. Como en el pasado, es necesario para las naciones desarrollar medios
limitados a fin de lograr objetivos limitados. “Una política militar de todo o nada... jugaría en manos de la
estrategia soviética de la ambigüedad, que busca molestar el equilibrio
estratégico en pequeños grados y que combina presiones políticas, psicológicas
y militares para inducir al mayor grado de incertidumbre y hesitación en la
mente del oponente.” Si los encargados de trazar políticas americanas han
de tener otra opción que “las temidas
alternativas de rendirse o suicidarse”, deben adoptar conceptos de guerra
limitada derivados de la experiencia de la guerra del siglo XIX. En ese momento
el objetivo de la guerra “era crear un
cálculo de riesgos según el cual la constante resistencia apareciera como más
costosa que los términos pacíficos que se buscaba imponer.” Una estrategia
de guerra limitada le daría a Estados Unidos los medios “de establecer una relación razonable entre el poder y la disposición a
usarlo, entre los componentes físicos y psicológicos de la política nacional.”
Escribiendo en los años sesenta, Kissinger planteaba
que si Estados Unidos tenía que eludir las rígidas alternativas del suicidio o
la rendición, debía tener tanto fuerzas convencionales como armas nucleares
tácticas en gran escala. Kissinger estableció tres requisitos para las
capacidades de guerra limitada:
a.-
Las fuerzas de guerra limitadas deben ser capaces de impedir que el agresor
potencial cree un fait accompli.
b.-
Deben ser de naturaleza tal que convenzan al agresor de que su uso, si bien
invoca un creciente riesgo de guerra total, no es un preludio inevitable a
ella.
c.-
Deben acompañarse con una diplomacia que tenga éxito en comunicar que una
guerra total no es la única respuesta a la agresión y que existe una
disposición a negociar un acuerdo que no sea la rendición incondicional.
Si las naciones han de desarrollar una estrategia de
guerra limitada deben desarrollar una comprensión de aquellos intereses que no
amenazan la supervivencia nacional. Los encargados de tomar decisiones deben
poseer la capacidad de contener a la opinión pública si surge el desacuerdo
acerca de si la supervivencia nacional está en juego. Dada una comprensión
tácita entre las naciones acerca de la naturaleza de los objetivos limitados,
es posible librar tanto conflictos convencionales como guerras nucleares
limitadas sin que escalen hacia una guerra total.
En el ajuste de las diferencias entre naciones,
Kissinger le asigna un papel importante a la diplomacia. Históricamente, la
negociación se vio ayudada por las capacidades militares que una nación podía
aplicar si la diplomacia fracasaba. El amplio aumento de capacidad destructiva
ha contribuido a la perpetuación de las disputas. “Nuestra era enfrenta el problema paradójico de que debido a que la
violencia de la guerra ha crecido fuera de toda proporción con los objetivos
que se busca conseguir, no se ha resuelto ningún tema.”
Más aún, la reducción en el número de potencias que
tienen una fuerza de aproximación equiparable, ha aumentado la dificultad de
conducir la diplomacia: “En la medida en
que ninguna nación era lo suficientemente fuerte como para eliminar a todas las
otras, cambiar de coalición podría usarse para ejercer presión o dirigir el
apoyo. Sirven en un sentido como sustitutos del conflicto físico. En los
períodos clásicos de diplomacia de gabinete del siglo XVIII y XIX, la
flexibilidad diplomática de un país y su posición de negociación dependen de su
disponibilidad como socio para tantos otros países como sea posible. Como
resultado, ninguna relación se consideró permanente y ningún conflicto fue
llevado hasta sus últimas consecuencias.”[iii]
“Si
bien se produjeron guerras, las naciones no arriesgaron la supervivencia
nacional y pudieron, por el contrario, usar medios limitados para lograr
objetivos limitados.”
Kissinger ve con desagrado la inyección de ideología
en el sistema internacional. La ideología no sólo contribuye al desarrollo de
objetivos nacionales ilimitados, sino que eventualmente crea estados cuyas
metas son derrocar al sistema internacional existente. En ausencia de acuerdo
entre las potencias acerca del marco del sistema -o su legitimidad-, la
conducción de la diplomacia se vuelve difícil, aun imposible. De allí el
énfasis de la política exterior Nixon - Ford - Kissinger en crear una
estructura estable para el sistema internacional: “Todas las naciones, adversarias y amigas por igual, deben tener una
participación en la preservación del sistema internacional. Deben sentir que
sus principios se repiten y sus intereses nacionales se aseguran. Deben, en
resumen, ver un incentivo positivo para mantener la paz, no sólo los peligros
de quebrarla.”
Semejante concepción para fines del siglo XX se
remitía con fuerza al marco teórico desarrollado por Kissinger en A World Restored. Más aún, su búsqueda,
como encargado de trazar una política para un sistema internacional estable, se
remitía a la creencia en la necesidad de un “cierto
equilibrio entre potenciales adversarios”; es decir, Estados Unidos y Unión
Soviética. En sus memorias, Kissinger escribió: “Si la historia nos enseña algo es que no puede haber paz sin equilibrio
y no puede haber justicia sin restricción.” Pero el sistema global de los
años setenta difería substancialmente del de principios del siglo XIX descripto
por Kissinger en A World Restored.
“El
concepto clásico de equilibrio de poder incluía constantes maniobras para
obtener ventajas marginales respecto de los demás. En la era nuclear, esto no
es realista debido a que cuando ambos lados poseen un poder tan enorme, los
pequeños incrementos adicionales no pueden traducirse en ventaja tangible o
siquiera en fuerza política utilizable. Y es peligroso porque los intentos por
obtener ganancias tácticas pueden llevar a una confrontación, lo que sería una
catástrofe”.[iv]
Sin embargo, el concepto de equilibrio de poder
impregnó la política exterior de Estados Unidos en este período: la apertura a China fue un medio, en parte
al menos, de ejercer influencia en la Unión Soviética para que mitigara las
tensiones entre Washington y Moscú en la llamada diplomacia de la détente; inclinarse hacia Pakistán en la guerra
con la India en 1971 y presionar para un cese el fuego y una interrupción del
combate entre las fuerzas en la guerra de octubre de 1973, cuando Israel estaba
a punto de destruir lo que quedaba del ejército egipcio. Cada uno de estos
ejemplos ilustra un elemento central de la teoría del equilibrio de poder, es
decir, apoyar al más débil de dos protagonistas a fin de detener el ascenso del
más fuerte.
Como Secretario de Estado, Henry Kissinger propuso
varias iniciativas pensadas para reforzar la cohesión de la Alianza Atlántica,
si bien su concepción de un mundo de varios centros de poder, el énfasis puesto
en la flexibilidad diplomática y la sorpresa y la necesidad percibida de
desarrollar una forma de diplomacia de detente
tanto con la Unión Soviética como con la República Popular China, crearon
formidables problemas a principios de los años setenta para las relaciones de
alianza de Estados Unidos, tanto con Europa Occidental como con Japón. El
dilema era el de mantener y reforzar el vínculo con los aliados, mientras se
buscaban nuevas relaciones bilaterales con los adversarios, contra los cuales
las alianzas se formaron originariamente. En especial, luego de la guerra de
octubre de 1973, Kissinger vio la necesidad de desarrollar marcos entre Estados
Unidos, Europa Occidental y Japón para la resolución de problemas tales como el
suministro de energía y otros temas globales de fines del siglo XX. Entre 1973
y 1977, Estados Unidos tomó iniciativas tendientes a establecer la Agencia
Internacional de Energía, manteniendo negociaciones comerciales multilaterales
y creando un diálogo entre países industrializados y en desarrollo, entre
estados productores y consumidores y entre países industrializados,
simbolizados en encuentros cumbres de jefes de gobierno para discutir
importantes temas económicos.
Kissinger, como muchos de los pensadores que suscriben
a la realpolitik, ha pretendido
separar la política interna de la política exterior. Opinaba que la conducción
de una diplomacia eficaz era difícil, sino imposible, si debía someterse en su
concepción y ejecución, al constante escrutinio de la opinión pública en una
democracia como la de Estados Unidos. La flexibilidad, característica del
estilo diplomático de Kissinger, puede lograrse en secreto más fácilmente que
en un proceso político abierto a la luz de la publicidad.
A diferencia de quienes suscriben el idealismo o
utopismo wilsoniano, Kissinger no busca transformar las estructuras políticas
internas, en la creencia que los sistemas políticos democráticos son un
prerrequisito para un mundo pacífico:
“Nunca estaremos de acuerdo con la supresión de las libertades fundamentales.
Instaremos al respeto de los principios humanitarios y usaremos nuestra
influencia para promover la justicia. Pero el tema llega hasta los límites de
tales esfuerzos. ¿Con cuánta fuerza podemos presionar sin provocar a la
dirigencia soviética a que vuelva a prácticas en su política exterior que
aumentan las tensiones internacionales?... Durante medio siglo hemos objetado
los esfuerzos comunistas por alterar la estructura interna de otros países.
Durante una generación de Guerra Fría buscamos compensar los riesgos producidos
por las ideologías en competencia. ¿Daremos ahora una vuelta de trescientos
sesenta grados e insistiremos en la compatibilidad interna del progreso?”[v]
Aquí la concepción geopolítica de Kissinger contrasta
con la visión de que una precondición para el desarrollo de una relación
estable con la Unión Soviética es la transformación de su sistema político a
fin de que se adecue a los principios de los derechos humanos y la libertad
política valoradas en Occidente. Como máximo, calmar las tensiones entre
Estados es un proceso complejo que depende de la diplomacia, el interés mutuo y
“un fuerte equilibrio militar y una
postura de defensa flexible.” En resumen, la política exterior debería
basarse en el poder y el interés nacional, más que en principios moralistas
abstractos o en cruzadas políticas.
Sin embargo, en la visión geopolítica de Kissinger, la
estructura política interna de los estados es un elemento clave. Sus modelos de
sistema estable y revolucionario de política internacional señalados antes,
están vinculados con las estructuras políticas internas y se basan en nociones
compatibles respecto de los medios y metas de política exterior. Por
definición, los gobiernos con estructuras políticas internas estables no
recurren a políticas exteriores revolucionarias o aventureras para restaurar o
preservar la cohesión interna. Por contraste, los sistemas revolucionarios
contienen agentes cuyas estructuras políticas internas contrastan agudamente
entre sí.
Kissinger plantea que “cuando las estructuras internas -y el concepto de legitimidad sobre el
cual se basan- difieren ampliamente, los hombres de Estado todavía pueden
cumplir, pero su capacidad para convencer se ha visto reducida pues ya no
hablan más el mismo lenguaje... Pero cuando un Estado o más reclaman la
aplicabilidad universal de su estructura particular, el cisma sin duda se
vuelve profundo.”
Así Kissinger, en efecto, vincula su concepción de la
estructura política interna no sólo con sus modelos de sistemas estables y
revolucionarios, sino también con la noción de legitimidad planteada en A World Restored. Supuestamente, las
estructuras políticas internas que son compatibles llevan al desarrollo de
consenso o legitimidad, en el nivel internacional. Aquellas eras de estabilidad
entre los estados coinciden con la presencia, en el nivel nacional, de
estructuras políticas compatibles basadas en una proporción módica de
estabilidad.
DIPLOMACIA
Su gran obra fue “Diplomacia”,
publicada en 1994. Un monumental trabajo que en su edición en castellano[vi]
abarca casi novecientas páginas distribuidas en treinta y un capítulos.
En esta obra Kissinger recrea las categorías
geopolíticas que han sido su preocupación central en otros escritos: el
equilibrio de poder, el realismo y el idealismo, el aislacionismo americano y
los valores morales.
“Diplomacia” comienza y termina con dos capítulos en los que
Kissinger analiza lo que denomina “Nuevo
Orden Internacional”, es decir, el escenario internacional tal como ha
quedado conformado después del fin de la Guerra Fría. En los veintinueve
capítulos restantes Henry Kissinger se dedica a analizar la historia
diplomática de las grandes potencias. Como en otros trabajos del ex Secretario
de Estado, el análisis está focalizado en la política exterior implementada por
algunas grandes figuras de la historia. Kissinger inicia el estudio de visión
realista en política internacional con la “raison
d’etat” enunciada por Armand Jean du Plessis, Cardenal de Richelieu en la
primera mitad del siglo XVIII. Luego pasa a la “realpolitik” del canciller de hierro, Otto von Bismarck en el
siglo XIX.
El estudio de la historia diplomática en el siglo XX
ocupa la mayor parte del libro e involucra la política ejecutada por personajes
como Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, José Stalin, Winston Churchill,
Dwight D. Eisenhower, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y Ronald Reagan.
Kissinger dedica cuatro capítulos a explicar la guerra
de Vietnam y la diplomacia americana durante las administraciones de Richard
Nixon y Gerald Ford. Época en que el autor ocupaba las más altas
responsabilidades en la formulación de esa diplomacia.
Tal como se ha señalado, los capítulos primero y
treinta y uno de “Diplomacia”
incursionan en el futuro diseño del escenario internacional, debido a su mayor
interés geopolítico y a necesidades de espacio se transcriben algunos párrafos
del primer capítulo para ilustrar al lector sobre el pensamiento de Kissinger.
Comienza el Capítulo I diciendo: “Casi como efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un
país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios
para modificar todo el sistema internacional, de acuerdo con sus propios
valores” … “En el siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las
relaciones internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los
Estados Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo
inadmisible de la intervención en asuntos internos de otros Estados, ni ha
afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación
universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de
su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales
históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el
extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcance y dimensiones
sin precedente.”
“Las
singularidades que los Estados Unidos se han atribuido durante toda su historia
han dado origen a dos actitudes contradictorias hacia la política exterior. La
primera es que la mejor forma en que los Estados Unidos sirven a sus valores es
perfeccionando la democracia en el interior, actuando, así como faro para el
resto de la humanidad; la segunda, que los valores de la nación imponen la
obligación de hacer cruzada por ellos en todo el mundo. Desgarrado entre la
nostalgia de un pasado prístino y el anhelo de un futuro perfecto, el
pensamiento americano ha oscilado entre el aislacionismo y el compromiso,
aunque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hayan predominado las
realidades de la interdependencia.”
“Ambas
escuelas de pensamiento –de los Estados Unidos como faro y de los Estados
Unidos como cruzado- consideran normal un orden global internacional
fundamentado en la democracia, el libre comercio y el derecho internacional.
Como tal sistema no ha existido nunca, a menudo su evocación les parece
utópica, por no decir ingenua, a otras sociedades. Y sin embargo, el
escepticismo extranjero nunca hizo mella en el idealismo de Woodrow Wilson,
Franklin Roosevelt o Ronald Reagan o, de hecho, de ningún otro de los
presidentes americanos del siglo XX. Si algo ha hecho, ha sido intensificar la
fe del país en que es posible superar la historia, y que si el mundo realmente
desea la paz, tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados
Unidos.” […]
“… en
el naciente orden mundial…, por vez primera, los Estados Unidos no pueden
retirarse del mundo ni tampoco dominarlo. Esta nación no puede modificar la
forma en que ha concebido su papel a lo largo de su historia, ni lo desea.” […]
“Los
imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional
aspiran a ser ellos el sistema internacional. Los imperios no necesitan un
equilibrio del poder.” […] “En ningún momento de su historia han participado
los Estados Unidos en un sistema de equilibrio de poder. Antes de las dos
guerras mundiales se beneficiaron del funcionamiento del equilibrio de poder
sin verse atrapados en sus maniobras, mientras se daban el lujo de censurarlo a
su gusto. Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos participaron en una lucha
ideológica, política y estratégica con la Unión Soviética, en que el mundo de
dos potencias operaba siguiendo principios totalmente distintos de los de un
sistema de equilibrio de poder. En un mundo con predominio de dos potencias,
nadie puede decir que el conflicto conducirá al bien común, todo lo que gane un
bando lo perderá el otro. La victoria sin guerra fue, de hecho, lo que los
Estados Unidos lograron en la Guerra Fría, victoria que ahora los ha obligado a
enfrentarse al dilema que describió George Bernard Shaw: “Hay dos tragedias en
la vida. Una consiste en no lograr lo que más se desea. La otra, lograrlo.”
“Los
dirigentes americanos han dado por sentados sus valores hasta tal punto que
rara vez reconocen lo muy revolucionarios y perturbadores que estos valores
pueden parecerles a otros. Ninguna otra sociedad ha afirmado que los principios
de la conducta ética se aplican a la conducta internacional, de igual manera
que a individual: concepto exactamente opuesto a la raison d’etat de Richelieu.
Los Estados Unidos han sostenido que prevenir la guerra es un desafío tanto
jurídico como diplomático, y que no se resisten al cambio como tal, sino al
método de cambio, especialmente al empleo de la fuerza. Un Bismarck o un
Disraeli habrían ridiculizado la idea de que la política exterior consiste más
en el método que en la sustancia, si es que la realidad la hubiese comprendido.
Ninguna nación se ha impuesto a sí misma las exigencias morales que los Estados
Unidos se han impuesto, y ningún país se ha atormentado tanto por el divorcio
entre sus valores morales, que por definición son absolutos, y la imperfección
inherente a las situaciones concretas a las que deben aplicarse.” […]
“El
orden que hoy está surgiendo deberán edificarlo estadistas que representan
culturas sumamente distintas. Administran enormes burocracias de tal
complejidad que, a menudo, la energía de estos estadistas se gasta más
atendiendo la maquinaria administrativa que definiendo un propósito. Han
llegado a la cumbre del poder por unas cualidades que no siempre son las
necesarias para gobernar y son aún menos apropiadas para edificar un orden
internacional. Y el único modelo que tenemos de un sistema multiestatal fue
construido por las sociedades occidentales, que muchos de los participantes
podrían repudiar.” […]
“El
estudio de la historia no nos ofrece un manual de instrucciones que pueda
aplicarse automáticamente: la historia enseña por analogía, dándonos luz sobre
las probables consecuencias de situaciones comparables. Más cada generación
deberá determinar por sí misma cuáles circunstancias de hecho son comparables.”
Kissinger finaliza el primer capítulo con una
interesante comparación entre las tareas del analista y del ejecutor de la
política internacional. Dice este autor: “Los
intelectuales analizan las operaciones de los sistemas internacionales; los
estadistas los construyen. Y hay una gran diferencia entre la perspectiva de un
analista y la de un estadista. El analista puede elegir el problema que desea
estudiar, mientras que los problemas del estadista se le imponen. El analista
puede dedicar todo el tiempo que juzgue necesario para llegar a una conclusión
clara: para el estadista, el desafío abrumador es la presión del tiempo. El
analista no corre riesgos. Si sus conclusiones resultan erróneas, podrá
escribir otro tratado. Al estadista sólo se le permite una conjetura; sus
errores son irreparables. El analista dispone de todos los hechos: se le
juzgará por su poder intelectual. El estadista debe actuar basado en
evaluaciones que no pueden demostrarse en el momento en que las está haciendo,
será juzgado por la historia según la sabiduría con que haya conservado la paz.
Por todo ello, examinar cómo estadistas se han enfrentado al problema del orden
mundial –qué funcionó bien, o qué no funcionó, y por qué- no es el fin de
comprender la diplomacia contemporánea, aunque sí pueda ser un principio.”
CHINA
En su
libro de 2012, China, Kissinger ofrece un recorrido muy buen documentado desde los
orígenes de la cultura china, anclada en un pasado infinito, hasta nuestros
tiempos. Nos conduce por la expansión económica que vive este país, el cual,
desde antaño, se ha considerado a sí mismo el centro del mundo y a todos los
que provenían de fuera del Reino Medio, “bárbaros”.
Mientras
actualmente muchos debaten sobre el papel geopolítico de China en el nuevo
orden mundial, Kissinger proporciona una visión privilegiada, que puede
resumirse mediante la creencia que define la forma en que hasta ahora el
gigante asiático percibía su rol en el contexto internacional: “El mundo no
puede ser conquistado. Los gobernantes sabios únicamente esperan armonizarse
con sus tendencias.” Durante las tres últimas décadas, hemos sido testigos de
la increíble transformación que ha vivido este país, que ha pasado de ser la
“fábrica del mundo” a uno de los mercados más atractivos para cualquier tipo de
negocio. Es un proceso que culminará en 2018 cuando, según las previsiones de
la OCDE, China se convierta en la principal potencia económica mundial.
Para
poder comprenderlo en toda su magnitud, es recomendable acudir a los
conocimientos de quienes tuvieron una visión privilegiada de los espacios donde
se produjo buena parte de esta historia. Uno de estas figuras es, sin duda,
Henry Kissinger que ha contribuido a
configurar las relaciones de China con Occidente. En este libro, el antiguo
secretario de Estado nos acerca a la historia de un país que conoce muy de
cerca por haberlo visitado en setenta y ocho oportunidades.
Partiendo
de la idea de que las principales líneas de una sociedad están dibujadas por
los valores que definen sus objetivos más elevados, Kissinger ofrece un
excelente análisis de la sociedad, la cultura y las costumbres de la
civilización milenaria china, que durante la mayor parte de su historia vivió
aislada del resto del mundo y se consideraba a sí misma el Reino Medio. Ninguna
otra civilización moderna tiene una historia continua tan larga, en parte
gracias a uno de los elementos más destacados en el complejo sistema de valores
chino: la continuidad.
El
autor destaca este valor continuista de la tradición china explicando que,
durante muchos siglos, cada nueva dinastía se acogía a los principios de
gobierno de la dinastía previa para asegurar la continuidad, incluso cuando el
cambio dinástico había sido el resultado de la conquista mediante la guerra.
Para ilustrarlo, Kissinger acude al ejemplo de uno de los interlocutores que
tuvo durante las negociaciones de acercamiento entre China y Estados Unidos,
Deng Xiaoping, quien de víctima de la revolución cultural se convirtió en el
sucesor y defensor de la China de Mao. “Una de las características más
asombrosas del carácter de la gente de China es la manera en que muchos de
ellos preservan su dedicación a la sociedad, independientemente de la agonía y
de la injusticia que sufrieron”, señala Kissinger.
Tras
un breve recorrido por la milenaria historia de China, Kissinger se centra en
explicar, desde primera línea de los acontecimientos, los cambios políticos que
acompañaron a las evoluciones prácticas, las reformas económicas y la apertura
diplomática. A partir de documentos históricos y de las conversaciones
mantenidas con los líderes chinos durante los últimos cuarenta años, examina el
modo en que China ha abordado la diplomacia, la estrategia y la negociación a
lo largo de su historia. Todo ello puede resumirse en un recorrido que va desde
la voluntad de distanciamiento de la tradición confucionista que buscaba Mao
hasta el regreso a Confucio durante la última década.
Según
Kissinger, el punto de inflexión que llevó al gigante asiático a emprender un
nuevo rumbo se puede resumir en la modernización de los cuatro sectores que
subrayaba Zhou Enlai, su principal interlocutor y el primer ministro de Mao. Estos
cuatro sectores son la industria, la agricultura, la defensa nacional y la
tecnología. Posteriormente, encontraron continuidad en la iniciativa de Deng,
que hizo especial hincapié en la ciencia, la mano de obra profesionalizada y,
finalmente, el talento y la iniciativa individual, cualidades que estuvieron
oprimidas durante el mandato de Mao. A pesar de varios episodios nefastos
producidos por las decisiones de Mao, que llevaron a la población a un gran
sufrimiento, los posteriores líderes chinos mantuvieron firme su compromiso con
sus principales ideas.
En
buena parte, gracias a la forma de entender los sucesos en su expresión
cíclica, en que no hay acontecimientos aislados. Para ilustrarlo, el autor
recoge las palabras de Mao: “El ciclo, que es infinito, evoluciona desde el
desequilibrio hacia equilibrio, y al revés. Sin embargo, cada ciclo nos brinda
un alto nivel de desarrollo. El desequilibrio es normal y absoluto, mientras
que el equilibrio es temporal y relativo.” Se trata de un punto de vista que
conviene tener en cuenta, ya que puede resultar muy útil en los tiempos
actuales. Mediante la filosofía que reflejan estas palabras, Kissinger invita a
entender el estilo de liderazgo en China, diciendo que la contribución
distintiva de los líderes consiste en operar en los límites de lo que la
situación permite. En este camino, la estrategia china muestra generalmente
tres aspectos estratégicos: el análisis meticuloso de las tendencias a largo
plazo, el estudio riguroso de las opciones tácticas y la exploración continua
de las decisiones operacionales.
ORDEN MUNDIAL
En 2014,
Henry Kissinger presento un nuevo libro titulado “Orden Mundial. Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el
curso de la historia”, editado en español por el Grupo Editorial Penguin
Random House con traducción de Teresa Arijón, en 2016.
En su
edición en castellano, Orden Mundial tiene 426 páginas divididas diez capítulos
(incluidas sus conclusiones).
En
este texto el antiguo Secretario de Estado repite muchas de las ideas
anteriormente expuestas en sus obras “Diplomacia”
y “China”, en especial su devoción por el estadista francés Armand-Jean Du
Plessis, Cardenal de Richelieu y por el conde germano Otto Von Bismark.
En la
revista española “Estudios de Política
Exterior” N° 170, marzo – abril 2016, Manuel Muñiz publicó un artículo
titulado: “La confusión de Estados Unidos
en un mundo desordenado” donde realiza un pormenorizado y exacto análisis
del último libro de Kissinger. Nos parece muy apropiado reproducir los aspectos
más destacados de este análisis.
“Kissinger
pretende con Orden mundial abordar la que
él considera la cuestión central de nuestro tiempo: la forma y el contenido del
orden mundial del siglo XXI. Para responder a esa pregunta, el autor mira al
pasado y subraya los contornos de órdenes anteriores, ya que estos pueden
ayudar a entender lo que deparan las próximas décadas. Los distintos casos de
relevancia que destaca Kissinger tienen, a su parecer, una doble manifestación:
un marco normativo que rige las relaciones internacionales y una distribución
de fuerzas que lo sustenta. Ese binomio, que él denomina de legitimidad y
poder, es la piedra angular de los distintos órdenes globales que han existido.
“Con
el objetivo de identificar los ejemplos históricos relevantes, y fiel a su
estilo enciclopédico, Kissinger recorre 2.000 años de historia y cubre la
práctica totalidad de la geografía mundial. Nos lleva desde los orígenes del
islam hasta la fundación de Estados Unidos, pasando por la Europa de la Reforma
y destila la esencia de dos milenios de política exterior china.
“La
conclusión fundamental de ese recorrido es que han existido, y en cierto
sentido siguen existiendo, cuatro grandes modelos de orden global: el orden
westfaliano europeo con los conceptos de soberanía nacional y equilibrio de
poder como ejes centrales; el modelo islámico de régimen religioso global; el
orden global chino que posiciona al “Reino del Medio” en el centro cultural y
político de la comunidad internacional y; en último término, el orden global
americano, basado en la creencia en ciertos valores y derechos inherentes al
hombre y en la superioridad, práctica y moral, de la democracia como sistema de
gobierno. Kissinger considera que estos cuatro modelos son globales porque
tienen vocación de generalidad y se constituyen en auténticos códigos de
conducta internacional.
“Las
cuatro cosmovisiones (término que no utiliza Kissinger pero que tiene un
significado análogo al concepto de orden global), difieren en cuanto a aspectos
básicos de la comprensión del mundo. Las diferencias son sustantivas, pues
afectan a la forma en que los poseedores de cada una de ellas abordan la
realidad que les rodea, bien a través del prisma de lo objetivo y empírico, o
bien a través de lo subjetivo y teológico. Esas diferencias se manifiestan
(esto es lo que realmente interesa a Kissinger) en la forma que han dado a las
sociedades en las que son hegemónicas y en sus pretensiones a la hora de
definir el orden internacional.
Orden
europeo
“Kissinger
mantiene que el orden europeo tiene su origen en la caída del imperio Romano en
el siglo V. Con el fin del poder central del emperador romano se inicia un
fraccionamiento de la autoridad política, y emerge la que el autor considera
característica central de la política europea de los siguientes 1.500 años: la
imposibilidad de que una única unidad política imponga su voluntad sobre el
resto. Nace así la necesidad de construir equilibrios de poder y de respetar la
existencia, autonomía y preferencias de otros. Esta realidad se termina
codificando en los tratados de Westfalia del siglo XVII que a ojos de Kissinger
recogen el orden global europeo; un orden compuesto por Estados soberanos y en
permanente búsqueda de equilibrios de poder que garanticen la paz.
Orden
islámico
“La
cosmovisión islámica del orden internacional descrita por Kissinger es
radicalmente distinta de la europea, al dividir el mundo en dos realidades: la
Casa del Islam, dar-al Islam, y el resto o dar-al harb. En la primera rige la
ley de Alá y se vive en paz bajo la autoridad del califa, el heredero del
profeta Mahoma. Fuera de sus fronteras la Casa del Islam debe luchar contra los
infieles y extender la ley de Dios a todos los rincones de la Tierra. Ese
esfuerzo sostenido de expansión de las fronteras del islam se denomina yihad y,
aunque no implica un estado constante de guerra con otras culturas, sí prohíbe
(así lo interpreta Kissinger) acuerdos de paz duraderos entre regímenes
musulmanes y terceros.
“Según
esta interpretación del mundo islámico, la creación de Estados en Oriente
Próximo tras la caída del Imperio Otomano supuso una imposición del modelo
europeo-westfaliano en una región donde el criterio definitorio de comunidad
política había sido de corte estrictamente religioso. El islamismo moderno, e
incluso la versión más radical del mismo que representa el Daesh, no serían
pues más que intentos de recuperar una cosmovisión puramente islámica de la
comunidad política, regida por un califa, y por principios religiosos y en
constante conflicto con el infiel.
“El
régimen de los ayatolás en Irán y su política internacional son para Kissinger
ejemplos del carácter revolucionario de la cosmovisión islámica y de su
objetivo último de, a través de acciones subversivas y amparándose en las
garantías que le ofrece el sistema westfaliano, suplantar ese orden por uno de
corte religioso.
Orden
chino
“Kissinger
describe la génesis de la China moderna en términos similares al caso del
nacimiento de los Estados de Oriente Próximo. Existía en Asia hasta el siglo
XIX un orden regional, con pretensiones de globalidad, del que China ocupaba el
centro y que se vio alterado por la llegada de los poderes europeos y su
imposición de un modelo westfaliano.
“El
emperador chino que gobernaba “Todo Bajo el Cielo” se vio obligado, después de
repetidas derrotas militares a manos de los británicos, a aceptar el estatus de
China de mero Estado en un orden internacional poblado por muchos otros. Tras
las Guerras del Opio no volvería China a ser el centro de su propio orden
global, ni a ocupar su cultura la centralidad que había creído ocupar durante
más de 2.000 años. Kissinger alega que China no olvida el origen violento de su
actual condición y deja la puerta abierta a que se convierta en un actor
revisionista con deseos de recuperar la centralidad política.
Orden
americano
“El
orden americano es descrito por Kissinger con clara pasión. Se refiere el libro
a la importancia del concepto de la “ciudad que brilla en la cima de la colina”;
la idea de que América es una sociedad excepcional, llamada a superar las
limitaciones de anteriores comunidades políticas, sobre todo las europeas, y a
guiar a otros pueblos hacia la libertad, la prosperidad y la democracia.
Kissinger navega con inteligencia los matices en la historia de la política
exterior de EEUU y dibuja dos grandes corrientes: una pragmática, encarnada por
Theodore Roosevelt, que sin dejar de buscar la difusión de la democracia y los
derechos individuales, entiende el equilibrio de poder y hasta cierto punto lo
sostiene a través de una política exterior que busca no alterar el statu quo de
forma acelerada, y otra, de tipo idealista, representada por Woodrow Wilson que
desea transgredir y transformar el orden internacional a través de la creación
de una comunidad de naciones con normas e instituciones internacionales.
“La
tensión entre esas dos formas de hacer política exterior dio origen a una
disciplina del conocimiento, las relaciones internacionales, y a sus dos
escuelas principales, el realismo y el liberalismo. Por sus orígenes, esas
escuelas tienden a reflejar las tensiones dentro de la cosmovisión dominante en
esa parte del mundo. Cabe pues preguntarse si la propia disciplina, el marco
heurístico bajo el cual se estudia el orden internacional, no es más que un
producto de un orden específico, de una forma de aproximarse a la realidad y
que, por tanto, ignora otras formas de entender el mundo. El intento de
Kissinger es por ello particularmente valiente, ya que busca desbordar la hegemonía
occidental y mostrar otras formas de hacer política internacional.
“La
capacidad de síntesis de Kissinger es extraordinaria. Extrae de 2.000 años de
historia cuatro grandes cosmovisiones que han dado forma a las relaciones
internacionales.
“El
libro suscita, sin embargo, algunas dudas, entre las que destacaría dos. La
primera es de tipo empírico, y es que obvia una cosmovisión central para la
comprensión del orden internacional moderno: el orden postulado por Francia a
finales del siglo XVIII. De hecho, muchas de las características que el autor
atribuye a los órdenes westfaliano y americano son de claro corte francés. Los
conceptos de Estado moderno, de libertad, dignidad humana, derechos universales
o democracia representativa son desarrollados en gran medida por pensadores
franceses como Montesquieu, Diderot, Rousseau o Voltaire. El origen mismo de la
Ilustración, una de las referencias del orden global americano que Kissinger
describe, tiene un claro carácter francés. Si bien es cierto que estos órdenes
se gestan antes y que América ha sido desde principios del siglo XX el gran
defensor de aspectos fundamentales de ambos, su gestación se produce en la
Francia revolucionaria.
“La
segunda duda es de tipo conceptual, y se debe a la rigidez y falta de detalle
en la definición de los órdenes globales. Kissinger enuncia grandes cismas
entre culturas y los describe como hechos estáticos. Llega a decir que la
historia es para los países lo que la personalidad es para los individuos: un
corsé dentro del cual cada uno opera. No sorprende, por tanto, que su análisis
histórico sirva para apuntalar la idea de que sus cuatro cosmovisiones han
sobrevivido durante muchos siglos con cambios más bien superficiales.
“Sin
embargo, si algo parece enseñarnos la historia es la mutabilidad de las
comunidades políticas, así como de sus objetivos en las interacciones con
terceros. Hay momentos en los que la propia argumentación de Kissinger parece
doblegarse a esta realidad, como cuando acepta que Europa vivió periodos prolongados
en los que fue dominante una visión acerca del orden mundial nada westfaliana.
Los ejemplos que cita el propio Kissinger son los reinados de Carlos I y Felipe
II de España, líderes que en muchas ocasiones se autodefinieron como la cabeza
de una monarquía cristiana global. Algo similar sucede cuando Kissinger
describe la aceptación por parte de China del orden westfaliano impuesto por
los imperios occidentales. De hecho, China es hoy uno de los grandes defensores
en el orden internacional de los principios de soberanía nacional, y de no
injerencia en los asuntos internos de otros Estados, el corazón mismo de ese
modelo. Esto podría cuestionar la sabiduría de dedicar una porción tan extensa
del libro a un orden global, el chino, que parece ser significativo tan solo en
términos históricos y deja al lector con dudas acerca de la perdurabilidad de
estos órdenes, su fortaleza o fragilidad.
“El
caso de la Europa contemporánea viene a ilustrar el problema de definición
enunciado arriba. Es evidente que Europa, el lugar donde nace la cosmovisión
westfaliana, lleva inmersa más de medio siglo en un proceso de construcción de
un ente político, la Unión Europea, cuyo eje fundamental es la disolución de
Estados soberanos en una unidad superior, que desactive cualquier fuente de
conflicto entre ellos; es decir, en superar el modelo westfaliano. Es asimismo
evidente que esa Unión tiene una clara cosmovisión, basada en la defensa de los
derechos humanos, el derecho internacional y el libre mercado. Esto no solo
demuestra la capacidad evolutiva de los órdenes globales promovidos por
distintos actores políticos en distintos momentos de su historia, sino que
además es una muestra de la interconexión, e incluso confusión, entre los
órdenes sugeridos por Kissinger, ya que el orden europeo moderno tiene grandes
similitudes con el orden americano. No es esto sorprendente, pues EE. UU. fue
uno de los principales promotores del proceso de integración europea, sin duda
una empresa que, a la vista de los hechos, debe entenderse como una gran
victoria de la cosmovisión americana”.
Para
cerrar esta revisión del pensamiento geopolítico de Henry Kissinger no podemos dejar
de expresar nuestra admiración por un pensador que a los 91 años todavía tiene
cosas por decir con coherencia y elegancia. Como los vinos de buena calidad,
Kissinger parece mejorar con el paso del tiempo por lo tanto esperamos que aún
pueda sorprendernos con un próximo trabajo.
[i] ESPASA CALPE: Espasa biografías:
1.000 protagonistas de la Historia. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1993. Pág. 237.
[ii] DOUGHERTY, James y Robert L. PZFALTZGRAFF: Op. Cit. Pág. 118. Ver
también Daniel CASTAGNIN: Henry Kissinger
y las bases de un nuevo sistema de política exterior norteamericana. Artículo publicado en la revista Geopolítica. Bs. As. Págs. 62 a 65.
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