Mientras la grieta
siga dividiendo a la sociedad argentina, el presidente Mauricio Macri no
perderá las elecciones legislativas de este año, aun cuando no obtenga una
victoria contundente.
La grieta que divide a los argentinos puede
ser descripta de diversas formas. Yo elegiré en esta ocasión definirla diciendo
que, mientras que la mitad -o algo así- de los argentinos respiran aliviados
porque el país logró evitar convertirse en una nueva Venezuela, la otra mitad
añora -y no se resigna- a que Cristina
Fernández no haya seguido el mismo camino antidemocrático y dictatorial que está
recorriendo Nicolás Maduro.
En
este contexto, en el próximo mes de octubre, en Argentina tendrán lugar las
elecciones de medio tiempo, en las cuales se renuevan parcialmente la
composición de los cuerpos legislativos nacionales, provinciales y municipales.
Algunos
analistas periodísticos insisten en que el presidente Macri debe obtener una
victoria contundente en estos comicios si quieren asegurar la gobernabilidad
del país y posicionarse para aspirar a la reelección en 2019.
Pero
esto no es necesariamente así. Es suficiente con que repita el 34,15% de los
votos obtenidos en la primera vuelta de los comicios generales de 2015 para que
Macri revalide su apoyo popular y se consolide como opción en 2019. Este
objetivo está claramente dentro de sus posibilidades.
Estén
parcial o totalmente conformes con la forma en que el gobierno de Cambiemos ha
conducido al país durante los primeros dos años, es evidente que quienes lo
votaron para oponerse al kirchnerismo hoy no tienen mejor alternativa electoral
que seguir apoyando al macrismo.
Tampoco
los aliados del Pro, es decir, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica,
tiene mejor alternativa electoral que preservar la coalición Cambiemos.
Al no
haber surgido un candidato o un partido alternativo para el votante de Macri,
este deberá necesariamente seguir apoyando al presidente, le guste totalmente o
no.
Algunos
de los votantes de Macri cuestionan algunas de sus decisiones. En especial
censuran el gradualismo en el desplazamiento de los funcionarios residuales del
kirchnerismo dentro del aparato estatal, la demora en suprimir las cotidianas
protestas callejeras y los escasos -o nulos- avances en materia de seguridad
ciudadana. También esperaban ver presos a algunos de los dirigentes
kirchneristas más corruptos. No obstante, seguirán apoyando al presidente.
Pero, qué
ocurre con los que están del otro lado de la grieta. Hoy, difícilmente el
kirchnerismo podría obtener el 37,08% de los votos que recibió, en octubre de
2015, Daniel Scioli.
En
primer lugar, ya no controla los recursos del Estado nacional con todos los
recursos económicos y comunicacionales que uso indiscriminadamente en esas
elecciones.
Tampoco
controla la estratégica provincia de Buenos Aires, donde perdió el gobierno de
63 municipios a manos de candidatos de Cambiemos. Allí también el clientelismo
manejado desde el gobierno provincial es clave para determinar los resultados
electorales en muchos distritos. Actualmente, el gobierno provincial está en
manos de la gobernadora María Eugenia Vidal, de Cambiemos, la política
argentina con mayor imagen positiva.
Por
otra parte, el peronismo se encuentra totalmente fragmentado en un
caleidoscopio de dirigentes provinciales y municipales que controlan
eficazmente sus situaciones locales, pero carecen de la suficiente proyección
nacional para imponer su liderazgo al resto del partido.
Al
mismo tiempo, las figuras centrales del régimen kirchnerista: Cristina
Fernández de Kirchner, Daniel Scioli, Aníbal Fernández, Julio de Vido, etc., se
encuentran seriamente desprestigiados y enfrentan numerosas causas judiciales
por corrupción, narcotráfico, encubrimiento del terrorismo iraní, etc.
Actualmente,
el kirchnerismo y su versión radicalizada, La Campora, parecen más encaminados
a convertirse en una expresión política testimonial que en una opción electoral
con capacidad de aspirar a llegar a la Casa Rosada a mediano plazo.
Después
de haber perdido la mayor parte de su capacidad de movilización, el mayor
potencial que tiene el kirchnerismo es el conjunto de artistas, intelectuales y
periodistas militantes que aún le responden, la solidaridad de las
organizaciones progresistas y defensoras de los derechos humanos, los apoyos de
gobiernos extranjeros -especialmente de Cuba, Venezuela, Irán, Bolivia, Ecuador
y Nicaragua- y la existencia de una conducción única que centraliza y coordina
la estrategia del sector. Aunque, usualmente, estos apoyos no tienen demasiado
peso electoral.
En
Argentina, las encuestas de imagen no se relacionan directamente con la
intención de voto. Al momento de decidir el voto, los argentinos suelen verse
influenciados por muchos factores: el tamaño y desarrollo de los aparatos
partidarios al momento de organizarse y encuadrar a los votantes y
simpatizantes, las cuestiones ideológicas y de fidelidad partidaria, el
desarrollo de la campaña electoral, las lealtades partidarias y a los
dirigentes locales, el rechazo que sienten por los candidatos opositores, etc.
En
otras palabras, la imagen positiva que Cristina Fernández puede tener en un
sector del electorado argentino que le es ideológicamente a fin no se transforma
automáticamente en votos para su lista o para sus candidatos.
Por su
parte, Sergio Massa, el candidato que se situó tercero en octubre de 2015, con
el 21% de los votos, tampoco ha sido capaz de convertirse en una alternativa de
poder ni de encabezar una renovación del peronismo después de doce años de
kirchnerismo.
Su
Frente Renovador, por el contrario, cada día más se perfila como un nuevo
partido, nacido de una fractura del peronismo, pero con un perfil y dirigentes
propios. Su alianza con Margarita Stolbizer, y su partido GEN, lo llevan por
ese rumbo.
No
obstante, cualquier crecimiento electoral del Frente Renovador perjudicará
mucho más al peronismo tradicional que a Cambiemos.
Stolbizer
aporta un perfil de izquierda socialdemócrata marcadamente antiperonista. Massa
al acordar con Stolbizer se aleja del peronismo histórico.
Por
último, el peronismo histórico intenta recuperar su propio perfil como el mayor
partido de masas de la Argentina. Para ello deberá encontrar un nuevo líder que
los despegue de los años de corrupción y delirio populista del kirchnerismo y
sea capaz de recrear la antigua mística del partido creado por el general Juan
D. Perón en la década de 1940.
CONCLUSIONES
El
presidente Mauricio Macri no tendrá problemas para repetir -e incluso superar-
el resultado electoral alcanzado en octubre de 2015.
El Pro
ha demostrado que es una nueva expresión política que excede incluso a la
figura de Mauricio Macri. Es un nuevo partido, con nuevos dirigentes y una
nueva propuesta política que ha llegado para ser una alternativa de poder en la
vida política de la Argentina.
Las
próximas elecciones legislativas, de octubre de 2017, confirmaran este hecho.
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