El presidente
Muricio Macri busca retomar la iniciativa política que había perdido desde su traspié
en la reforma del polémico impuesto a las ganancias.
El
gobierno de Mauricio Macri tuvo un agitado final de 2016. Su tratamiento desafortunado
en la reforma del impopular impuesto a las ganancias dio pie a que la oposición
populista se unificara en su contra.
El
gobierno quedó en medio de una pinza política muy peligrosa. Por un lado, debió
enfrentar la resistencia de los gobernadores peronistas. Los mandatarios
provinciales se opusieron a la reducción de un impuesto que incide en la
coparticipación federal que reciben del gobierno nacional.
Los
gobiernos provinciales están siempre sedientos de recursos para sostener sus
precarias economías locales. Faltos de inversiones productivas, muchos de ellos
son dependientes de los ingresos y empleos que generan industrias tales como la
minería y el juego. Sectores que serían aún más gravados si se reducía el
impuesto a las ganancias.
El
otro lado de la pinza lo componían los sindicatos peronistas. Los sindicalistas
se hacían eco de las demandas de sus afiliados que, en algunos casos, durante
el año 2016, recibieron una confiscación de hasta el 35% de sus salarios debido
a este verdadero “impuesto al trabajo”.
Los
sindicalistas hicieron frente común con los legisladores opositores en la
Cámara de Diputados. El diputado peronista renovador Sergio Massa vio la
oportunidad de ganar protagonismo golpeando al gobierno con un tema muy
impopular y no la dejó pasar. Estableció una coalición con diputados sindicales
y opositores -incluso los hasta entonces marginados legisladores kirchnerista
de La Campora- y logró la media sanción de un proyecto de ley que establecía
una sustancial reducción del impuesto a las ganancias.
El
proyecto opositor encendió todas las luces de alarma tanto del gobierno como de
los gobernadores peronistas.
El gobierno
macrista debió apelar a sus mejores artes de negociación y hacer concesiones
varias para lograr una modificación parcial en el Senado. De todas maneras, la
reducción del impuesto fue mucho más allá de las previsiones oficiales y dejó
la sensación de que el gobierno era débil e incapaz de conducir con eficacia sus
negociaciones claves.
El
presidente también percibió la imagen de fragilidad que evidenció en todo el
proceso y decidió actuar en consecuencia. Como primera medida alejó al hasta
entonces ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay a quien
responsabilizó tanto por el mal manejo del tema ganancias como por la falta de
señales auspiciosas en la economía.
Para
terminar con la imagen de un gobierno jaqueado por la oposición decidió trasladar
el centro del debate político a otro ámbito.
El
gobierno, que presta una atención especial a las encuestas, detecto que el
principal reclamo de la población se ubicaba en la demanda de mayor seguridad y
eficacia en la lucha contra el delito.
La
gente reclamaba por lo que percibía como ineficacia y corrupción en los cuerpos
de aplicación de la ley. También por el llamado “garantismo” de los jueces y fiscales que parecían más preocupados
por proteger los derechos de los victimarios que por sus víctimas.
La
opinión pública está especialmente sensibilizada por los casos de delincuentes
detenidos al momento de cometer ilícitos que eran liberados de las dependencias
policiales, por orden judicial, aun antes de que sus víctimas terminaran de
brindar testimonio de lo sucedido ante las autoridades.
En
otros casos, la indignación popular se disparaba al descubrir que un
delincuente que violaba o mataba, estaba bajo un régimen de libertad condicional
o había sido liberado recientemente, después de cumplir tan solo una parte de
su condena debido a su “buena conducta”.
Diversas
asociaciones de familiares de víctimas de crímenes violentos se encargaron en
los últimos años de revelar estos hechos y sensibilizar a la población sobre
las consecuencias negativas del “garantismo
jurídico”, que suele apelar a cualquier falla procesal para dejar en
libertad a delincuentes a quienes considera producto, cuando no víctimas, de
una sociedad injusta.
Por
otro lado, el gobierno también percibió la existencia de un cansancio social
frente a las protestas callejeras que se han hecho endémicas en la vida de los
argentinos desde el infausto diciembre de 2001.
Tras
quince años continuos de gente -en ocasiones poco numerosa- cortando calles y
rutas reclamando por cuestiones reales o no, pero que terminan descargando sus
efectos sobre los transeúntes que no son responsables, ni pueden solucionar el
reclamo, terminó por agotar la paciencia y comprensión de los argentinos.
De
todas formas, terminar con la protesta callejera -especialmente en el centro de
la ciudad de Buenos Aires- no será una tarea sencilla para el gobierno.
Algunas
expresiones políticas, que no cuentan con ningún peso electoral, han creado una
eficiente estructura de movilización que les permite convocar y trasladar en
cualquier momento a un millar de personas. Con esta fuerza de movilización
presionan a las autoridades -nacionales, provinciales y municipales- para
obtener financiamiento y otras prebendas.
Privadas
de apelar a la protesta callejera estas agrupaciones y sus dirigentes perderían
todo protagonismo y posibilidad de mantener su presión sobre las autoridades
para conseguir ventajas. Por lo tanto, no aceptarán fácilmente la
implementación de medidas de ordenamiento urbano que los condenara
irremediablemente a la extinción.
El
gobierno de Macri conoce acabadamente esta situación y ha decidido, en medio de
un año electoral, trasladar el debate del tema económico donde puede ofrecer
pocas concesiones -en materia de recesión, inflación, desocupación etc.- al
campo de la inseguridad donde si puede llevar a cabo reformas sustanciales.
Aprovecho
para ello la conjunción de un par de crímenes violentos que conmovieron a la
opinión pública con el cambio de funciones de la Policía Federal Argentina y la
puesta en funciones de una nueva policía para la ciudad de Buenos Aires, para
simultáneamente anunciar su intención de llevar a cabo una reforma integral de
la legislación penal para permitir una mejor contención del delito.
El
tema fue presentado inicialmente como una modificación de la edad de
imputabilidad para atender de forma diferente el problema de los menores que
comenten delitos violentos. No obstante, la reforma que pretende realizar el
gobierno es mucho más amplia.
Ahora,
el problema lo tendrá la oposición populista que tiene al “garantismo” como una de sus principales banderas. Si mantiene su
apoyo al “garantismo zaffaroniano” y
se opone a la reforma, se alejará, aún más, de lo que demanda la opinión
pública y si reniega, habrá renegado de sus posiciones ideológicas y segura
tendrá una crisis interna.
Muchos
de estos dirigentes opositores incluso mantienen oscuras alianzas con punteros
políticos que conviven en sus distritos con espacios de militancia cercanos al
delito: barras bravas, familiares de presos, pibes chorros e incluso pequeños
traficantes de drogas.
Estos
dirigentes no apoyarán ningún incremento de penas o normas procesales más estrictas,
tampoco aceptarán ningún tipo de regulación del derecho de protesta, aun cuando
sea impopular y afecte su rendimiento electoral.
Por lo
tanto, el problema de la oposición será como oponerse a la reformar penal sin
enemistarse con el electorado que la demanda.
Sin
duda, el debate por la cuestión penal le dará aire al gobierno. Solo falta
saber si el presidente Macri llevará a cabo esta reforma con el mismo elenco de
seguridad que ha tenido tan bajo rendimiento en su primer año de gestión o
apelará a nuevos funcionarios menos desgastados y con alguna idea de cómo
gestionar esta área tan sensible. Pronto lo sabremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario