Mientras el mundo
parece contener el aliento el lector estadounidense decide quién será el líder
político más importante del planeta por los próximos cuatro años.
UN COMICIO MUY PARTICULAR
El
próximo marte 8 de noviembre, en un ritual que se repite cada cuatro años, en
los Estados Unidos tendrán lugar las elecciones presidenciales más disputadas y
polémicas desde que en la década del sesenta contendieron Richard Nixon y John
F. Kennedy.
Sólo
que en esta oportunidad ambos candidatos son los más impopulares de la historia
de este país y, además, por primera vez, el desarrollo de los comicios será
supervisado por observadores internacionales que controlarán la calidad
institucional del proceso.
A
pocas horas de los comicios, lo único cierto es que después de una guerra de
encuestas poco claras y de una campaña sucia de denuncias cruzadas entre los
candidatos, existen pocas certezas de quién se impondrá en la votación.
Todo
comenzó cuando el millonario desarrollador inmobiliario Donald Trump, que
alcanzara notoriedad, además de mucho dinero, con el programa televisivo de
realidad “El aprendiz” y organizando
concursos de belleza femeninos; decidió competir por la precandidatura
republicana. Trump adoptó para su campaña el discurso ultraconservador y el
método sensacionalista del desaparecido ideólogo derechista Andrew Breitbart.
Fue
entonces cuando, Trump sorprendió a todos los observadores políticos del mundo empleando
un discurso populista, poblado de exabruptos xenófobos y sexistas. Sus
argumentos de la antipolítica arrasaron con todo lo que hasta entonces se
consideraba como políticamente correcto. Trump atacó desde el cambio climático
hasta la inmigración mexicana, pasando por los tratados de libre comercio, las
relaciones con China y la forma en que estaba llevando a cabo lucha contra el
terrorismo yihadista. Tildó a todos sus oponentes de inútiles o corruptos (o
ambas cosas) y acusó al presidente Barack Obama de ser un incapaz que ni
siquiera era realmente estadounidense.
Pronto
los observadores comenzaron a ver en Trump la versión estadounidense del francés
Jean-Marie Le Pen, del austríaco Norbert Hofer, de Hugo Chávez y hasta de
Adolfo Hitler.
Pero cuantas más barbaridades decía Trump, más parecía crecer en
las encuestas.
Lejos
de ser derrotado en las primarias, el exótico millonario se impuso en cada etapa
dejando por el camino a candidatos más lógicos, como los senadores
cubano-americanos Ted Cruz y Marcos
Rubio o el gobernador Jeff Bush. Así, este empresario que carece hasta de la
más mínima experiencia en el manejo del Estado, obtuvo con relativa facilidad
la nominación republicana para la presidencia. Trump recibió más votos en una
elección primaria republicana que cualquier otro candidato presidencial en la
Del
lado demócrata había un peso pesado de la política con más de cuarenta años de
experiencia en la materia: Hillary Clinton. Abogada graduada de Yale, con diez
doctorados honoris causa en su currículo, contaba en su haber una experiencia
de diez años como esposa de gobernador, ocho como primera dama, la primera
mujer en ser senadora por el Estado de Nueva York y luego cuatro años como Secretaria
de Estado del presidente Barack Obama. Hillary, que ya había participado en
varias campañas presidenciales, parecía ser la candidata ideal que debía
imponerse fácilmente en la contienda. Pero no fue así. Necesitó de una dura y
larga campaña primaria para poder derrotar a su rival liberal Bernie Sanders.
Pronto se vería que alcanzar la candidatura presidencial demócrata sería el
menor de sus problemas.
Pese a
sus exabruptos y a que los ricos y famosos de los Estados Unidos parecían hacer
cola para denostarlo públicamente, Donald Trump, contra todos los pronósticos,
seguía obteniendo un insólito apoyo en las encuestas preelectorales.
Es que
el rechazo y hasta temor que provocaba la figura del magnate inmobiliario, no
eran suficientes para opacar los cuestionamientos que muchos votantes hacían a
la candidata demócrata y a su esposo el ex presidente Bill Clinton.
La
vida pública de Hillary Clinton siempre apareció rodeada de escándalos. El más
recordado fue el affaire sexual protagonizado por su esposo Bill con la ex
becaria de la Casa Blanca, Mónica Lewinsky. Pero no fue el único hecho de este
tipo en que se vio involucrada. También su conducta estuvo ligada a notorios
hechos de corrupción, como las poco claras inversiones inmobiliarias en
Whitwater, en mezclar política y negocios en Arkansas a través de la Fundación
Clinton. En su momento fue responsabilizada por no haber sabido evitar el
asesinato del Embajador de los Estados Unidos en Libia, Chris Stevens, quien
pereció junto a otros funcionarios cuando una turba asalto el consulado
americano en Bengasi, durante su gestión como Secretaria de Estado. Por último,
están las investigaciones que lleva a cabo el FBI sobre el desvió y posterior
borrado de miles de documentos y correos electrónicos oficiales hacia su
servidor privado de correo, hecho que constituye un grave delito.
Otros
votantes demócratas van más allá y recuerdan que Hillary voto por la Patriot
Act que limitó las libertades civiles en materia de privacidad y endureció las
leyes migratorias, dentro del marco de la lucha contra el terrorismo e incluso
que apoyó la decisión del presidente republicano George W. Bush de invadir Irak,
que tantas vidas costo y cuesta al pueblo americano.
Su figura despierta
incluso cuestionamientos entre el electorado femenino que no olvida fácilmente algunos
de sus comentarios sexistas y despectivos hacia las mujeres. Tales como
referirse despectivamente hacia las mujeres que se dedican a hornear galletas y
servir el té. Muchas mujeres la descalifican como candidata afirmando que “es muy mayor”, “es lo mismo de siempre”, “es
rígida”, “es una política de la vieja escuela”, “ha estado en la primera plana
demasiado tiempo” o “no logra hacer
conexión con nosotras”.
LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL
Con
candidatos tan cuestionados como estos, pronto la campaña presidencial derivó
en una aburrida serie de interminables descalificaciones personales y
escándalos mediáticos donde ambos candidatos parecían realmente competir por
quién era el más cuestionado y sin el más mínimo lugar para un debate serio de
ideas o programas de gobierno.
Los
grandes medios de prensa estadounidenses, usualmente objetivos y neutrales,
abandonaron su tradición de neutralidad para dejarse arrastrar al fango de las
descalificaciones contra el candidato republicano. En este error incurrieron,
sin pudor, entre otros, USA Today, The Wall Street Journal, The Washington Post
y Los Ángeles Times.
Para
agregarle un poco de sal a la cuestión, Donald Trump amenazó con desconocer el
resultado de la votación si le resultaba adverso y comenzó a hablar
públicamente de fraude.
El
clima electoral se deterioró tanto que, la Organización de Estados Americanos,
tratando de evitar lo ocurrido en la elección presidencial entre Al Gore y
George W Bush en el estado de la Florida, decidió por primera vez en la
historia enviar una delegación de observadores internacionales a supervisar los
comicios. La misión de la OEA, está encabezada por la ex presidente de Costa
Rica, Laura Chinchilla.
El
candidato republicano, Donald Trump, parece recibir el voto mayoritario de los
blancos rurales de clase media, también jubilados y desempleados, sin educación
universitaria, de más de sesenta años de edad, por lo general de ideas conservadoras
y que suelen ser racistas sin saberlo.
Es
gente que no ve con simpatía que el próximo ocupante del Salón Oval sea una
mujer, en especial después de ocho años de un presidente negro y liberal.
Se
trata de un electorado religioso (formado por cristianos protestantes o
católicos) que se sensibiliza con el programa de Trump que propone “Hacer grande a América una vez más”.
La
candidata demócrata, Hillary Clinton, parece recibir el voto de las minorías
(negros, latinos y gay), jóvenes con educación universitaria, con empleos muy
bien remunerados, ateos o judíos, de ideas liberales y con residencia en las
grandes ciudades.
LOS PRONÓSTICOS
En
este contexto, se comprende que a pocos días de la votación ninguna encuesta
resulte confiable. The Washington Post y la cadena ABC dieron a conocer una
encuesta que da el triunfo a Hillary Clinton por el 47% de los sufragios contra
un 44% de su rival republicano. Pero, como existe un margen de error de más,
menos el 3%, hay que hablar de un empate técnico.
Para
ver ganar a Donald Trump hay que recurrir a otras fuentes de información más
heterodoxas. El sistema de inteligencia artificial MoglA, un algoritmo
informático que recoge información de las redes sociales y que predijo
acertadamente las últimas tres elecciones presidenciales da ganador a Trump.
Otro tanto opina le profesor Allan Lichtman autor de un sistema de evaluación
de candidaturas que contempla trece variables y que le ha permitido acertar con
el triunfador de las últimas ocho elecciones.
¿QUÉ PODEMOS ESPERAR?
Frente
a este panorama tan confuso, el votante estadounidense probablemente se incline
por el candidato que le resulte menos malo, entre dos candidatos muy malos, a
los efectos de evitar el triunfo del otro.
También
es probable que se produzca un alto nivel de ausentismo y que los terceros
candidatos, sin peso electoral alguno, reciban un número mayor de lo habitual
de votos antisistema.
Tampoco
debe descartarse la existencia de un “voto vergonzante” que favorezca a Trump.
Algunos votantes de Trump pueden verse tentados a ocultar su preferencia -e
incluso expresar la contraria- a los efectos de parecer “políticamente correctos” y evitar las polémicas con amigos,
vecinos y compañeros de trabajo.
Habrá
que aguardar hasta el próximo martes para terminar con todas las especulaciones
y saber que decide el electorado estadounidense y que puede esperar el mundo.
No
obstante, un hipotético triunfo de Donald Trump obligará a muchas cancillerías extranjeras,
y algunos medios de comunicación, a realizar un brusco viraje en sus
declaraciones y aptitudes para poder convivir con el nuevo habitante de la Casa
Blanca.
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