La llegada a la
presidencia de Donald Trump de la mano de la alt rihgt, la nueva derecha
radical, que alienta la xenofobia, el antisemitismo, la islamofobia y el
etnonacionalismo, puede dar lugar a un resurgir de las ideologías en la
política internacional.
EL FIN DE LA HISTORIA
En
1989, cuando se derrumbó el muro de Berlín, arrastrando al Pacto de Varsovia y
al Bloque Socialista, Francis Fukuyama se apresuró en anunciar “el fin de la Historia”.
Es
decir, de la historia, entendida como lucha de ideologías, afirmaba este
académico estadounidense, había terminado, con un mundo final basado en la
democracia liberal que se imponía sobre las ruinas dejadas por la Guerra Fría.
Lentamente, la puja ideológica entre el modelo
capitalista y el capitalismo de Estado presentado como “socialismo desarrollado”, dejó paso a la instauración del
“Consenso de Washington.
En las relaciones internacionales ganó espacio el “choque de civilizaciones”. La expresión
acuñada por el politólogo Samuel P. Huntington para describir la confrontación
entre los estados tecnotrónicos del hemisferio Norte y las naciones islámicas
del Sur.
La irrupción del islamismo radical y la mayor
presencia militar de Occidente, en Medio
Oriente, abrieron paso a las “guerras
musulmanas”. La invasión de Irak a Kuwait y la siguiente “Operación Tormenta del Desierto”, en
1990, expandió el arco de inestabilidad por todo el planeta.
Incluso los musulmanes, comenzaron a contender entre
quienes pretendían construir sociedades del Siglo XXI y los que intentaban
retornar al orden religioso del medioevo, cuando el Profeta iniciaba su prédica
y el Islam se expandía triunfante por Asia y África.
Pronto llegó el fatídico 11 de noviembre de 2001, y
con él la denominada “guerra contra el
terrorismo” se convirtió en un tema central de las relaciones económicas.
Nadie volvió a prestar atención a las ideologías y el interés comenzó a
centrarse en la correcta interpretación del Islam y la contención del fanatismo
religioso.
Una fútil escusa le sirvió a Washington para justificar
su invasión a Irak y mientras se combatía en varios países de Medio Oriente y en
Afganistán comenzaron los atentados en las principales ciudades de Occidente.
Nueva York, Londres, Madrid, Boston, París e incluso ciudades islámicas como Estambul
y Marrakech fueron blanco de sangrientos ataques terroristas.
ESTALLA LA CRISIS
A los problemas de seguridad, se sumó una crisis
económica, sin precedentes desde 1929, que sacudió los cimientos del sistema
capitalista. El 15 de septiembre de 2008, fue un “lunes negro” en Wall Street, Lehman Brothers, que al
igual que otros bancos había perdido miles de millones de dólares por sus
negocios con créditos inmobiliarios de alto riesgo y se declaró insolvente.
Merrill Lynch fue vendido al Bank of America y AIG solicitó con urgencia un
multimillonario crédito puente de la FED. Las bolsas se hundieron,
arrastrando a su paso a buena parte del sistema bancario americano y sacando a
la luz lo peor del capitalismo voraz.
La crisis económica se expandió inmediatamente por
todo el hemisferio norte debido a que los gobiernos se vieron obligados
inyectar dinero en sus sistemas bancarios para salvar a las empresas
financieras y no financieras de una probable quiebra, la crisis acabó
convirtiéndose en una “crisis de deudas”
en diferentes países. Los más afectados fueron los países de la eurozona.
Debido a la gran cantidad de dinero asignado a los
rescates financieros y a la fuerte caída generalizada de los ingresos por
recaudación fiscal, algunos gobiernos se vieron forzados a implementar
programas de austeridad económica que implicaban severos recortes a las
políticas sociales.
La crisis económica comenzó a afectar al ciudadano
común. Mucha gentes perdió sus empleos, no pudo continuar pagando sus hipotecas
y créditos y se sumergieron bruscamente en la pobreza. La reducción de los
niveles de consumo y las restricciones en el financiamiento bancario provocaron
la quiebra de muchas empresas por todo el mundo.
Los afectados se transformaron el “indignados” que, al
grito de “que se vayan todos”, reclamaban soluciones urgentes a sus gobiernos
al mismo tiempo que un recambio en los elencos políticos. Algunas veces en
forma pacífica y otras con mayores niveles de violencia.
En diciembre de 2010, cuando las principales economías
occidentales aún se debatían en lo peor de la crisis económica, la
inestabilidad se expandió por el Norte de África, bajo el nombre de “Primavera Árabe”. Un vendaval de
protestas violentas derribó a los gobiernos de Túnez, Egipto, Libia y Siria. El
resto del mundo árabe también sufrió importantes remezones de la crisis.
La crisis económica y las guerras en Medio Oriente,
Afganistán y el Norte de África detonaron los flujos migratorios. En un mundo globalizado,
interconectado y con excepcionales medios de transporte, donde habitan más de
siete mil millones de personas, las migraciones adquieren tal volumen que se
convierten en un desafío para los gobernantes.
Cualquier signo de inestabilidad en una región o en un
país impulsa inmediatamente, a los más pobres y más audaces, a emigrar a
cualquier costo. Pronto son miles las personas que huyen, del hambre, del
cambio climático, las catástrofes, la guerra o cualquier otra catástrofe,
generando un drama humanitario y de conciencia.
Además, anualmente, mil millones de estas personas se
encuentran en continuo movimiento por el planeta, cambiando frecuentemente de
residencia, en búsqueda de mejores niveles de vida o simplemente de un empleo
para ganarse la vida.
Es así, como los pobres del mundo comienzan a golpear
las fronteras de las naciones prósperas, arriban a sus playas en frágiles
embarcaciones o cruzan a pie áridos desiertos, afrontando peligros de todo
tipo, en búsqueda de una nueva vida.
El problema se agudizó precisamente porque esa
prosperidad se estaba agotando.
Como suele ocurrir en situaciones en que impera la
convulsión social, la inseguridad financiera y se incrementan las amenazas de
violencia, las personas desarrollaron una mentalidad dicotómica. Todo se
simplifica y las cosas se tornan buenas o malas, en un nosotros contra ellos.
Quienes antes eran considerados vistos como simples antagonistas, a quienes se
debía respetar y tratar con consideración, pasaron a ser vistos como enemigos
irreconciliables a quienes se negaba todo derecho.
Las personas, enfrentadas a problemas complejos y
aparentemente insolubles, suelen buscar refugio en soluciones simples y falsas
pero que los hacen sentir seguros.
En el ámbito psicológico, su autoestima y sentido de
valor se ubican en el más bajo nivel. Comienzan a asustarse y se sienten
inseguros. Estas heridas narcisistas suelen ser fácilmente explotadas por líderes
populistas que solo deben espolonear sus temores más irracionales, su rabia y
su indignación autocomplaciente hasta llevarlos a expresar su desprecio por
otras personas a quienes culpan de todos sus males.
JAQUE PARA LA
DEMOCRACIA LIBERAL
En un contexto internacional de crisis, el ideal de la
democracia liberal es desafiado por los planteos políticos e ideológicos más
bizarros y radicales. Los líderes formales y previsibles pierden predicamento
ante insólitos personajes oportunistas y demagógicos que explotan hábilmente
las redes sociales para difundir sus cantos de sirena y sus quejas contra la
economía de mercado.
Es así como, los partidos políticos tradicionales se
ven desafiados por movimientos “antisistema”.
En tiempos de prosperidad, estas expresiones de la “antipolítica populista” -tanto de izquierda como de ultraderecha-
suelen ser tan sólo grupúsculos electorales, dedicados especialmente a la
agitación callejera, cuya función primordial en la de generar “anticuerpos contra el extremismo” que
fortalecen la salud democrática de una sociedad.
Pero, en tiempos de crisis estos partidos suelen
incrementar el número de sus adherentes hasta provocar una infección
generalizada de ideas extremas que destruye la cordura de la sociedad más
democrática.
De pronto, las categorías de “derecha” e “izquierda”
dejan de definir las lealtades ciudadanas: el sentimiento antiélites es quizá
la ideología más transversal en un tiempo de lealtades políticas fluctuantes y
donde la legitimidad democrática de origen no siempre suele ser acompañada de
una legitimidad democrática en el ejercicio del gobierno.
En este sentido, no debe sorprendernos que aún en los
Estados Unidos, un país que siempre se ha considerado como la cuna de la
libertad, la democracia y el respeto por los derechos de las minorías, gane las
elecciones un líder de las características de Donald Trump.
Tampoco puede sorprendernos que, en otros países
desarrollados, con una larga tradición democrática y sólidas instituciones, se
presente el mismo fenómeno.
El Francia, el derechista y xenófobo Frente Nacional
de Marine Le Pen que, en el 2002 dejó sin aliento al mundo cuando logró acceder
a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y actualmente amenaza con llegar
al Eliseo en las elecciones del año próximo.
En el Inglaterra, la antipolítica está representada
por el Partido de la Independencia del Reino Unido, que lidera el euroescéptico
Nigel Farage. Un político populista británico participó de la campaña electoral
de Donald Trump y fue uno de los primeros líderes extranjeros en entrevistarse
con el presidente electo de los Estados Unidos.
En Alemania, que todo el mundo creía inmunizada tras
el desastre de la Segunda Guerra Mundial contra el nacionalismo derechista
radical, ha surgido Alternative
für Deutschland, (AfD), un partido político de ideología euroescéptica, cuyo
principal programa es el rechazo del euro y los rescates a los países periféricos y la vuelta al marco alemán.
En Italia, tanto el
cómico Beppo Grillo con su Movimiento 5
Estrellas, como ultraderechista Matteo Salvini con la Liga Norte son
expresiones de la antipolítica más populista.
En Holanda, una nación
históricamente abierta y librecambista, adquiere cada vez más importancia el
Partido por la Libertad, del islamofóbico Geert Wilders. Otro dirigente
populista que viajó a los Estados Unidos durante la campaña presidencial para
dar su apoyo a Trump.
En Austria, el Partido por la Libertad de Austria (Freiheitliche
Partei Österreichs, -FPÖ-), un partido nacionalista extremo,
en diciembre podría situar en la presidencia del país a su líder, el
euroescéptico Heinz Christian Strache.
En Grecia, la tercera
fuerza electoral es un partido fascista y neonazi, Asociación Popular Amanecer
Dorado (a veces
traducido como Alba
Dorada o Aurora Dorada), encabezado por Nikolaos Michaloliakos,
un ex militar que formó parte del cuerpo de paracaidistas del ejército griego.
En Hungría gobierna el conservador y xenófobo primer
ministro Viktor
Orbán, líder del partido Fidesz -Unión Cívica
Húngara-, el cual a través de una alianza con el Partido Popular Demócrata Cristiano ganó las elecciones de 2010,
con el 52.73% de los votos y, en 2014 obtuvo una mayoría de dos tercios en las
elecciones legislativas.
En España, la antipolítica es de izquierda y se llama Podemos. La comanda un joven polítologo,
Pablo Iglesias, que se inspira en el chavismo venezolano y mantiene oscuros vínculos
económicos y políticos con Irán.
LA INTERNACIONAL
POPULISTA
Cómo puede apreciarse, la antipolítica se encuentra en
expansión en todo el mundo y desafía el orden internacional demoliberal con
expresiones de diverso carácter ideológico y líderes de perfil muy distinto.
Pero, todos ellos se caracterizan por abandonar la
corrección política y desafiar el poder de los medios de prensa tradicionales
para influir conductas y, aún así, conseguir un importante apoyo electoral
apelando a los sentimientos y temores más irracionales de los votantes.
Con Donald Trump en la presidencia de los Estados
Unidos, el país más poderoso e influyente del mundo, los partidarios de la
antipolítica adquieren una proyección excepcional, cosechan su primera victoria
significativa y se sitúan como alternativa de poder en todo el mundo.
Es probable no pase mucho tiempo hasta que todos estos
grupos se coordinen en una suerte de internacional populista para intercambiar
contactos y apoyos.
Quizá haya llegado el momento oportuno para recordar
la famosa frase de Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, solo es necesario
que los buenos no hagan nada”.
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