Desde 2001, el
diez por ciento de la población venezolana ha abandonado su país escapando de
los excesos del autoritarismo bolivariano y de la mayor crisis socioeconómica
en la historia de Venezuela.
ESTAMPIDA INMIGRATORIA
En un
mundo cada vez más interconectado y con mejores y más seguros medios de
transporte, la población es más sensible a cualquier cambio en sus condiciones
de vida.
Ante
cualquier crisis social o humanitaria los individuos más dispuestos se aprestan
inmediatamente a emigrar pese a los costos económicos y humanos que enfrentan
al dejar su país.
Por lo
tanto, al producirse cualquier convulsión severa en un país, un porcentaje
importante de sus habitantes se desplaza inmediatamente a los países vecinos
para proteger su vida y en la búsqueda de mejores condiciones de subsistencia.
Esto
ocurrió en Venezuela a partir del triunfo del chavismo. En tiempos del “comandante
eterno” Hugo Chávez, cuando el gobierno bolivariano comenzó a mostrar rasgos
autoritarios y despóticos, los venezolanos comenzaron lentamente a emigrar.
FUGA DE CEREBROS
Los
primeros en salir fueron aquellas personas que contaban con mayores
posibilidades para reiniciar su vida en otros países. Los que poseían algún
capital, estudios universitarios, contaban con socios, amigos o contactos fuera
de Venezuela o tenían alguna calificación profesional que podía ser ejercida y
era valorada en el extranjero.
Los
que dominaban algún idioma foráneo se dirigían a los Estados Unidos o Europa.
Los que no optaban por los países vecinos, especialmente Colombia, Panamá y
Aruba. Pero, no faltaron los que decidieron probar suerte en España, Brasil o
Argentina.
La
primera ola inmigratoria tuvo claramente las características de una “fuga de
cerebros”. Quienes dejaban definitivamente Venezuela para radicarse en el
extranjero pertenecían a la clase alta.
Por lo
general, se trataba de personas que percibían que Venezuela estaba tomando
similares rasgos autoritarios que Cuba y querían anticiparse a las
persecuciones de los disidentes y a las expropiaciones de bienes.
Aun
afrontando importantes pérdidas, decidieron vender sus inversiones y
propiedades cuando aún podían hacerlo y mientras mantenían una parte sustancial
de su valor para empezar nuevamente en el extranjero.
Para
ellos era más sencillo radicarse legalmente en otro país y alcanzar a corto
plazo un desarrollo profesional y un nivel de vida superior al que dejaban
atrás en Venezuela.
Pero,
rápidamente la situación económica en Venezuela comenzó a deteriorarse. A los
desaguisados cometidos por el gobierno bolivariano se sumaron el derrumbe de
los precios del petróleo que disparó la inflación, el desabastecimiento y la
desocupación. El gobierno bolivariano reaccionó con mayores regulaciones y
controles de la economía. Fijó un valor arbitrario del dólar y estableció todo
tipo de restricciones a la adquisición de moneda extranjera. Los venezolanos
debieron recurrir al mercado negro para proteger sus ahorros o para reunir los
recursos mínimos para salir del país.
A la
crisis económica se sumó el incremento desmedido de la violencia y la
inseguridad.
Al
aumento de la criminalidad se sumó inmediatamente la violencia política y la
dura represión policial contra cualquier manifestación opositora. Venezuela se
transformó, en estos años, en el segundo país con mayor tasa de homicidios del
mundo, sólo superada en este campo por Honduras, con 82 muertes violentas cada
cien mil habitantes.
En
2013, un estudio realizado sobre venezolanos que habían emigrado, estableció
que el 52% de los consultados afirmaban que habían abandonado su país por temor
a la inseguridad. En segundo término, entre las causales de emigración, se
situó la crisis económica.
Es
así, como a la primera ola inmigratoria se fue sumando otra constituida
esencialmente por profesionales y empleados administrativos de clase media
baja. En Venezuela, comenzó a llamárselos despectivamente “salmones”, por su
propensión a saltar del país, aunque deban “remontar la corriente” en otro
país.
Pero,
en los últimos cuatro años, a medida en que la crisis económica y humanitaria
fue profundizándose y el clima de confrontación política entre chavistas y
opositores fue incrementando su virulencia, arrojando un número creciente de
muertos, heridos y opositores encarcelados, lo que hasta ese momento era una
selectiva “fuga de cerebros” se convirtió en una emigración masiva.
Con el
agravante de que muchos de los emigrados llegaban a su nuevo destino sin medios
materiales para reiniciar una actividad económica productiva o incluso para
sostenerse por el tiempo necesario para reinsertarse.
Aunque
es muy difícil contar con estadísticas certeras, debido a que muchos
inmigrantes venezolanos ingresan al país de acogida como “turistas” e inmediatamente se convierten en “residentes ilegales” que viven y trabajan en forma clandestina.
Pero,
diversas fuentes coinciden en que más de tres millones de venezolanos han
dejado el país desde 2001.
En
Argentina, por ejemplo, el Registro Nacional de las Personas, en 2014,
registraba 4.781 venezolanos con residencia permanente en el país y otros 8.342
con residencia temporaria, en su mayoría con permiso de residencia estudiantil.
Estas cifras se han incrementado desde entonces y por supuesto no reflejan la
existencia de numerosos inmigrantes venezolanos con residencia irregular.
LAS CONSECUENCIAS
En los
países de la región, la presencia cada vez más numerosa de venezolanos, que
arriban sin recursos económicos buscando una vivienda donde instalarse y un
trabajo para ganarse la vida, está provocando la aparición de brotes xenófobos
en la población local que teme por sus empleos o por el deterioro de los
niveles de seguridad.
En
Aruba y Panamá, por ejemplo, se han registrado protestas pidiendo al gobierno
que adopten medidas para controlar el ingreso ilegal de venezolanos.
Para
Venezuela, la emigración de profesionales, empresarios y emprendedores
constituye una verdadera descapitalización de sus mejores recursos humanos que,
aun cuando pueda detenerse, de producirse un cambio de gobierno, será muy
difícil de revertir.
Venezuela
ha perdido una generación de costosos y necesarios talentos humanos que hará
más difícil cualquier posible recuperación a mediano plazo.
En la
medida en que la situación socioeconómica y política de Venezuela siga deteriorándose,
la emigración de población se mantendrá o incluso se incrementará. Por lo
tanto, existe el riesgo que toda la región del Caribe se enfrente a corto plazo
a una crisis migratoria.
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