La canciller
argentina suma un error tras otro, fracaso al competir contra el nuevo
Secretario General de la ONU y luego apoyo a la candidata perdedora en las
elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Se abre la necesidad de
cambios en el Palacio San Martín.
El
presidente argentino Mauricio Macri al comienzo de su gestión hizo una apuesta
fuerte al convocar como funcionarios a figuras exitosas en la actividad privada,
pero sin experiencia en la función pública.
El
resultado de esta apuesta fue muy diverso. Algunas de sus elecciones resultaron
acertadas, otras no tanto.
Entre estas
últimas se sitúa la designación de Susana Malcorra como ministro de Relaciones
Exteriores.
Esta
ingeniera eléctrica, que llevaba once años fuera del país y que tenía
nacionalidad española y residencia en La Coruña, España, llegó al Palacio San
Martín con una aureola de funcionaria internacional. En realidad, se había
iniciado en IBM y alcanzado nivel gerencial en Telecom Argentina para luego
incorporarse como funcionaria del Programa
Mundial de Alimentos de las Naciones
Unidas, luego pasó al Departamento de Apoyo a las Actividades en el Terreno de
ONU, alcanzando su mayor brillo como Jefa de Gabinete del entonces Secretario
General de la ONU, el coreano Ban Ki-moon.
Pero
los once años que pasó como funcionaria de este organismo internacional no
parecen haberle enseñado lo suficiente del mundo de la diplomacia.
Primero
fracasó al competir, sin los suficientes apoyos, para el cargo de Secretaria
General de la ONU. En ese intento dilapidó los primeros diez meses de su
gestión y quedó mal situada para tratar con el candidato vencedor, el
socialista portugués Antonio Guterres, nuevo Secretario General de la ONU.
Tampoco
aprendió que la política exterior de un Estado debe guiarse por el pragmatismo
y no en función de las simpatías personales de quiénes están encargados de
implementarla.
La
política internacional siempre se basa en intereses geopolíticos y no debe
dejarse influir por las simpatías o antipatías que puedan surgir entre jefes de
Estado.
Olvidando
este principio, la ministro Malcorra involucró innecesariamente a la Argentina
en la campaña electoral estadounidense. Convenció al presidente Macri de
explicitar su apoyo a la candidata demócrata principalmente porque se trataba
de una mujer. No parecer haberse detenido en informarse de cuáles eran las
reales posibilidades de que esta triunfara.
Cuándo
se enfrentó a la evidencia de que podía estar equivocándose, no se resignó de
buen grado. Por el contrario, no dudó en reafirmar que “la visión de Clinton es más cercana” a la de Cambiemos, pero “si Trump gana habrá que adecuarse” y “tratar
de conectarse de la mejor manera posible.”
Incluso,
cuando finalmente conoció cual era el resultado de los comicios y que
necesariamente debería tratar con el futuro triunfador como presidente de los
Estados Unidos, no pudo aceptar totalmente este hecho.
En
lugar de enviar la comunicación diplomática de estilo, eligió el Twitter para
felicitar en primer término “al pueblo
norteamericano … por la democracia y sus instituciones”. Minutos más tarde
envió, por el mismo medio, una fría y formal salutación al candidato
triunfante: “¡Felicitaciones@realDonaldTrump
por ser electo nuevo presidente de los Estados Unidos!”
Pero
como había algo que era más fuerte que su prudencia diplomática minutos más
tarde se expidió nuevamente por Twitter: “Felicitaciones@HillaryClinton
por la gran elección. Una pena no ver una mujer tan capaz elegida para esa
importante responsabilidad.”
La canciller
Malcorra, antes de sus imprudentes declaraciones debería haber recordado el
error cometido por Michelle Bachelet, Dilma Rousseff e incluso Luis Inacio “Lula” Da Silva al anticiparse en apoyar
el triunfo de Daniel Scioli durante la campaña presidencial argentina de 2015.
O, al
menos, tomar en consideración las enseñanzas de un diplomático del calibre del
Primer Ministro de Inglaterra, a mediados del siglo XIX, Lord Palmerston,
cuando reseñó la política exterior inglesa señalando: “No tenemos (Inglaterra) aliados eternos, y no tenemos (Inglaterra)
enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra
obligación es vigilarlos.”
Quizá
sería una buena oportunidad para que el presidente Macri, al cumplirse el
primer aniversario de su asunción del cargo, contemplara la posibilidad de
buscar un ministro de Relaciones Exteriores que pueda alcanzar una mejor
sintonía tanto con el nuevo Secretario General de la ONU como con el presidente
estadounidense se asumirá el próximo 20 de enero de 2017.
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