La
posible aplicación de la Carta Democrática de la OEA frente a la violación de
derechos humanos en Nicaragua amenaza con instalar una suerte de división en el
continente americano dividiendo a las democracias de las dictaduras populistas.
LA CRISIS EN NICARAGUA
En 2017,
el presidente nicaragüense Daniel Ortega fue investido para su cuarto mandato
de cinco años y tercero consecutivo.
El
comandante guerrillero Daniel Ortega, es el líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que derrocó a la
dinastía de los Somoza con ayuda de Cuba, la Unión Soviética y grupos terroristas
latinoamericanos como los argentinos Partido
Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo y Organización Político Militar Montoneros,
en 1979.
El
régimen sandinista pronto enfrentó la resistencia guerrillera de los “Contra” apoyados por el presidente
estadounidense Ronald Reagan. Los sandinistas se mantuvieron en el poder
gracias al apoyo económico y militar que recibían de Fidel Castro y los países
del entonces Bloque Socialista.
Cuando
en 1986, Mijaíl Gorbachov inició su política de “glasnost” y “perestroika”
recortó abruptamente la ayuda económica que enviaba a sus clientes del Tercer
Mundo, en especial, a Cuba y Nicaragua, el régimen sandinista entró en crisis.
La
caída del Muro de Berlín y la desaparición del Bloque Socialista, en 1989, fue
el golpe de gracia.
Daniel Ortega
asfixiado económicamente y hostigado por los Estados Unidos, decidió (contra el
consejo de Fidel Castro) convocar a elecciones. Resultó derrotado frente a la Unión
Nacional Opositora, una coalición de catorce partidos nicaragüenses que impulsó
la candidatura de Violeta Barrios de Chamorro.
Ortega
intentó infructuosamente retornar al gobierno en las elecciones de 1996 y 2001.
Finalmente, en 2007, con la generosa ayuda de los petrodólares del bolivariano
Hugo Chávez Frías logró retornar al poder, con su esposa Rosario Murillo como
vicepresidente.
Eran
los buenos tiempos del Socialismo del Siglo XXI y los gobierno populistas y
antiimperialistas brotaban como hongos en América Latina. A la Cuba de los
Castro se sumaban Venezuela con Chávez, Argentina con Néstor y Cristina
Kirchner, Bolivia con Evo Morales, Ecuador con Rafael Correa, Paraguay con Fernando
Lugo, Perú con Ollanta Humala, Brasil con Luis Inacio “Lula” da Silva y Dilma Rousseff y hasta, en buena medida, Chile
con Michelle Bachelet hacían un clima de acompañamiento para una época dorada
del populismo latinoamericano.
Pero
la fiesta populista duró poco. La crisis económica del 2008, el descenso brusco
del precio de las materias primas, en especial del petróleo, se sumó a la
corrupción, el descontrol y la ineficacia de las economías populistas para
poner en jaque a los gobiernos de izquierda en la región.
Hasta
la biología parecía conspirar contra el populismo. En rápida sucesión dejaron
el escenario político Néstor Kirchner (2010), Hugo Chávez (2013) y Fidel Castro
(2016).
Finalmente,
los gobiernos populistas comenzaron a ser desplazados por procesos electorales
adversos en Perú, Argentina, Ecuador y Chile, mientras que en Brasil Dilma
Rousseff fue destituida, Lula da Silva encarcelado por corrupción y el
derechista Jair Bolsonaro se impuso en las urnas.
En los
primeros años del régimen de Ortega, Nicaragua vivió una cierta recuperación
económica gracias al aporte solidario de algunos gobierno socialistas europeos
dispuestos a colaborar en la reconstrucción del pequeño país centroamericano,
la generosidad (y el petróleo barato) de Hugo Chávez que necesitaba aliados
para conformar la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA) y los préstamos que recibía de los mismos organismos financieros que el
presidente Ortega condenaba en público.
Pero
los últimos años fueron de “vacas flacas”
y el humor social se hizo adverso a los sandinistas.
Cuando
cesó el flujo de dólares de Venezuela y desaparecieron las escasas inversiones
europeas y chinas, el gobierno de Ortega no tubo mejor idea que reclamar a los
Estados Unidos el pago de una indemnización establecida por la Corte
Internacional de Justicia de La Haya, en 1986, de 17.000 millones de dólares
por haber sido responsable de “actividades
militares y paramilitares en y contra Nicaragua”. Washington hizo oídos
sordos al reclamo por desconocer la jurisdicción de la CIJ y, en 1991, la
entonces presidenta Violeta Barrios de Chamorro decidió renunciar al reclamo.
En
2017, Ortega recién reelegido para su tercer período consecutivo, insistió en
la indemnización. La respuesta estadounidense fue contundente, la Cámara de
Representantes aprobó la “Nica Act”,
una ley que pretendía bloquear los prestamos de instituciones financieras
internacionales al gobierno de Nicaragua, hasta tanto este no tomara “medidas efectivas para celebrar elecciones
libres, justas y transparentes.”
La
iniciativa de la cámara baja estadounidense puso en estado de máxima alerta al
empresariado nicaragüense que veía como se cerraban todas las fuentes de
financiamiento externo y la posibilidad de recibir inversiones.
La
crisis se precipitó en abril de 2018, con la decisión del gobierno de reformar
el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social aumentando del 6,25 al 7% los
aportes jubilatorios de los trabajadores y del 19 al 22,5% el aporte patronal,
al tiempo que reducía en 5% el monto de las jubilaciones (la jubilación mínima
era de 127 dólares).
Así
comenzó el ciclo de movilizaciones callejeras, signadas por la violencia y los
enfrentamientos entre opositores (en su mayoría jóvenes estudiantes
universitarios), la policía y los grupos parapoliciales del FSLN conocidas como
“turbas divinas”.
En la
oposición, además de los estudiantes, se situó el Consejo Superior de la
Empresa Privada (COSEP), los medios de comunicación independientes, los diarios
La Prensa y Confidencial (ambos pertenecientes a miembros de la familia
Chamorro), el canal televisivo “100%
Noticias”, Radio Darío y en alguna medida la propia Iglesia Católica.
Daniel
Ortega dio marcha atrás y suprimió el decreto de reforma del INSS, pero a esa
altura, los opositores reclamaban la renuncia del Presidente responsabilizándolo
por los muertos provocados por la dura represión policial y parapolicial.
Desde
que se iniciaron las protestas contra el régimen de Ortega la Corte
Interamericana de Derechos Humanos ha registrado al menos 325 muertos (entre
ellos 24 menores de edad), más de 2.000 heridos, 550 detenidos y enjuiciados (incluidos
la jefa de noticias del canal 100% Noticias, la periodista costarricense Lucía
Pineda Ubau y el presentador de noticias Miguel Mora), así como 300
profesionales de la salud despedidos de sus empleos públicos por asistir medicamente
a los manifestantes heridos, al menos 80 estudiantes universitarios y el asalto
por parte de la Policía Nacional al edificio de “Confidencial” y luego de “100%
Noticias”, el incendio de Radio Darío, en la ciudad de León, y la anulación
de la personería jurídica y la confiscación de bienes a nueve ONG dedicadas a
la protección de los derechos humanos.
El 13
de octubre el gobierno de Nicaragua subió la apuesta y decretó la prohibición
de las marchas e implementó un férreo dispositivo policial para impedir
cualquier reunión masiva o marcha, tomando el control de todos los grandes
espacios públicos, como las rotondas de la ciudad de Managua.
INTERVIENE LA OEA
El
jueves 27 de diciembre de 2018, a petición de siete países, la OEA convocó a
una sesión extraordinaria para tratar la crisis de Nicaragua.
Durante
la sesión Estados Unidos, Colombia, Perú y Argentina solicitaron que se evalué
la situación imperante en Nicaragua mediante la Carta Democrática de la OEA,
creada en 2001, para preservar la institucionalidad de Latinoamérica.
La
decisión de estos países fue adoptada después de que un grupo independiente de
expertos en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos concluyó que el
gobierno de Daniel Ortega había perpetrado crímenes de lesa humanidad, que no
prescribían.
El
Secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro y la vicepresidente de
la CIDA, esmeralda de Troitino y los gobiernos de esos cuatro países consideran
que debe aplicarse la Carta Democrática.
Sin
embargo, se requieren 18 países de la OEA para poner en marcha la Carta
Democrática y luego el de 24 de los 35 estados miembros para suspender a
Nicaragua de la organización regional. Un número que parece difícil de obtener
especialmente por la decidida defensa que Venezuela, Bolivia y Cuba han hecho
del régimen sandinista y posiblemente la solidaridad de México con el gobierno
de Andrés Manuel López Obrador.
CONSECUENCIAS
Es así
como América Latina aparece hoy dividida por una profunda grieta. Por un lado,
se sitúa la mayoría de los países que tienen gobiernos constitucionales, que
respetan las bases de la democracia y respetan los derechos humanos.
Del
otro lado de grieta, están un puñado de países donde el orden constitucional ha
sido vulnerado o modificado al servicio de la continuidad vitalicia de
dictadores populistas que amañan los procesos electorales, persiguen e
intimidan a los opositores políticos y ahogan cualquier expresión de disidencia
con un aparato de seguridad que invade los derechos de los ciudadanos y
responde ciegamente a los dictados del gobierno.
El
grupo de las dictaduras latinoamericanas esta encabezado por Cuba, hoy en manos
de Miguel Diaz-Canel, Venezuela con Nicolás Maduro, Bolivia con Evo Morales y
ahora Nicaragua con Daniel Ortega.
Aislados
de sus vecinos latinoamericanos, de los organismos financieros internacionales,
sin inversiones extranjeras, con sus economías en crisis y su población migrando
en grandes cantidades, las dictaduras latinoamericanas pronto sentirán la
tentación de buscar la solidaridad de otros gobiernos igualmente segregados del
orden internacional forjado por las democracias.
Entre
estos estados marginados pueden citarse en primer término a la Rusia de
Vladimir Putin, después de la anexión de Crimea en 2014, seguida de Irán, Corea
del Norte, Siria y Argelia.
Las
dictaduras populista invertirán sus escasos recursos financieros y sus aparatos
de propaganda en apoyo de políticos latinoamericanos del mismo signo ideológico
para intentar romper el cerco político que los aísla. Pronto los partidos
políticos y los dirigentes latinoamericanos comenzaran a identificarse con uno
y otro de los bandos en puja acentuando las diferencias en la región. También
buscarán el apoyo de grupos políticos extrarregionales como el partido español
Podemos y los separatistas del Frente Polisario.
Si en
los años de la Guerra Fría, un solo país, la Cuba de los Castro fue un problema
para la gobernabilidad de los países latinoamericanos, un eje de cuatro países
parias constituye una seria amenaza a la seguridad de la región.
Por
último, la inestabilidad en Nicaragua incrementará la crisis migratoria que se
inicia en Venezuela y se extenderá por toda Centroamérica como una gigantesca
ola humana que golpea en forma continua la frontera de México con los Estados
Unidos.
En
otras palabras, en Nicaragua no sólo están en juego los derechos humanos y las
libertades democráticas del pueblo nicaragüense sino la estabilidad de todo el
continente.
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