En Ecuador acaba
de asumir la presidencia Lenin Moreno, un ex presidente del saliente Rafael
Correa, mientras el mundo se pregunta si esto implica un cambio de régimen o
tan sólo un poco más de lo mismo.
UNA PESADA
HERENCIA
El nuevo presidente Lenin Moreno se convirtió en
candidato del oficialismo correísta porque el líder populista Rafael Correa,
tras diez años de mandato, estaba imposibilitado por la legislación de
presentarse para una nueva reelección.
Entonces, Correa apeló a impulsar la candidatura del
dialoguista y poco carismático empresario Lenin Moreno que había sido su
vicepresidente en el primer mandato.
Lenin Moreno asume la presidencia con una compleja
herencia económica y política.
Después de varios años de crecimiento económico y la
aplicación de generosas políticas distributivas, la “Revolución Ciudadana” que impulsaba el presidente Correa entró en
crisis.
Se inició a raíz de cambios operados en el panorama
económico internacional. Después de un período de “viento de cola” con gran desarrollo y altos precios para las
materias primas la situación se modificó abruptamente. La recesión en los
Estados Unidos y el derrumbe de los precios internacionales del petróleo se
combinaron para poner en jaque a la economía ecuatoriana.
Los intereses del fisco ecuatorianos provienen en un
treinta por ciento de sus exportaciones de petróleo y el gobierno de Correa no
demostró la mejor capacidad para gestionar la crisis. Pronto Ecuador se sumió
en la recesión.
Para colmo, el gobierno se negó a ajustar el gasto
público. En los últimos diez años el gasto fiscal pasó del 25 al 44 por ciento
del PBI y la deuda externa se incrementó un 150%, alcanzando los 25.680
millones de dólares, el 26,3% del PBI.
Correa pretendió nivelar las cuentas fiscales
aumentando los impuestos. Fue como apagar un incendio arrojando un balde de
nafta.
El gobierno incremento el Impuesto al Valor Agregado
(IVA) del 12 al 14 por ciento, imponiendo contribuciones “voluntarias” -es decir, obligatoria- a los salarios, a los
beneficios obtenidos por las empresas y al patrimonio de los sectores de
mayores recursos. Además, incrementó los impuestos a unos tres mil productos
importados -ordenadores, telefonía celular, electrodomésticos, etc.- hasta en
un 45%.
Las desacertadas medidas gubernamentales provocaron
seis semestres consecutivos de contracción de la economía ecuatoriana,
precedidos por uno de estancamiento. En 2016, el PBI ecuatoriano se contrajo en
un 2,2%.
Pronto la crisis recesiva impactó sobre el nivel de
empleo. La tasa oficial de desocupación se mantuvo en el 5%. Pero muchos de los
nuevos empleos provenían de una sobredimensionada burocracia estatal. Por
ejemplo, Correa incrementó el número de ministerios de 15 a 30.
Al mismo tiempo, se expandió el porcentaje de empleo
en la economía informal. El trabajo no registrado comprende al 20% del total y
quienes se ven forzados a recurrir a él ganan un promedio de entre uno y dos
dólares diarios.
Para complicar aún más las cosas, al gobierno
ecuatoriano se le sumaron un devastador terremoto y los efectos climáticos
adversos provenientes de “El Niño” provocando daños y pérdidas económicas que
se han estimado en unos tres mil millones de dólares.
MORENO AL
GOBIERNO, CORREA AL PODER
El nuevo presidente ecuatoriano no sólo enfrenta
problemas económicos sino también de gobernabilidad.
Correa, tal como suelen hacer todos los gobernantes
populistas, deja una sociedad ecuatoriana divida por una profunda grieta.
Aunque Lenin Moreno es un individuo más dialoguista,
menos confrontativo que promete manejarse con mayor mesura frente a la prensa y
los políticos opositores, nadie sabe con certeza cuál es su poder real, su
autonomía o inclusos sus deseos de producir un cambio en Ecuador.
La mayoría de sus funcionarios fueron designados por
Correa, quien además domina al oficialismo, en especial a los legisladores que
controlan el Congreso.
El ex presidente ha anunciado su intención de
dedicarse a su profesión de economista, en especial a tareas académicas y de
asesoramiento, pero, en ningún momento declaró que piensa retirarse de la
política.
Entonces, si Correa detenta el poder real detrás del
trono cabe preguntarse qué papel cumplirá Lenin Moreno.
Por otra parte, el nuevo presidente tampoco ha enviado
señales de que pretenda adjurar de la “Revolución
Ciudadana” o cambiar los alineamientos internacionales diseñados por el
correísmo, especialmente su apoyo a Nicolás Maduro en Venezuela o sus estrechos
vínculos con Cuba.
Mucho menos, Moreno ha aclarado cuál será su aptitud
frente a las denuncias de Marcelo Odebrecht, presidente de la firma
constructora internacional Odebrecht, de que había pagado sobornos en Ecuador
por un monto de 34 millones de dólares, durante los años de gobierno de Correa.
Tampoco ha dicho nada sobre qué hará con respecto a los
múltiples escándalos de corrupción e incluso de narcotráfico producidos durante
el gobierno de su predecesor.
UNA NUEVA
VENEZUELA
Las pocas medidas que ha anunciado el nuevo presidente
no han hecho más que incrementar la incertidumbre. Moreno ha suprimido las
filípicas sabatinas que pronunciaba Correa, ha reducido en seis el número de
ministros como parte de un cambio meramente cosmético.
Al mismo tiempo, el nuevo mandatario ha anunciado que
incrementará la obra pública, en especial que construirá 325.000 nuevas
viviendas de las cuales 191.000 casas se entregarán sin costo alguno a familias
en situación de pobreza extrema, proceso que espera crearán 136.000 empleos.
Pero, el presidente ha omitido decir de donde procederán los recursos para
tales obras.
Con este panorama, se justifica que muchos
ecuatorianos vivan con el temor de que gradualmente su país se convierta en una
nueva Venezuela.
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