Las elecciones
parlamentarias realizadas en Argelia, el pasado 4 de mayo, mostraron que la
abstención y el voto en blanco son evidencia de la indiferencia y el rechazo de
la población hacia un gobierno dictatorial alejado de los graves problemas del
ciudadano común.
La
República Argelina Democrática y Popular ha llevado a cabo la semana pasada las
elecciones parlamentarias con menor participación electoral de su historia (35,
37% del padrón y donde los votos en blanco a los votos obtenidos por el partido
triunfador, el oficialista Frente de Liberación Nacional.
Argelia
está gobernada desde hace dieciocho años por el presidente Abdelaziz Buteflika,
un anciano de 80 años, electo por cuatro periodos presidenciales consecutivos y
que se encuentra desde hace años recluido en una silla de ruedas debido a un
infarto cerebro arterial que también afecto su dicción.
Buteflika
es el último exponente de un liderazgo forjado en la lucha contra el
colonialismo francés que en 1962 optara por un modelo de socialismo al estilo
soviético para el desarrollo del país después de la independencia.
Hoy en
el poder real reside en los altos mandos de las fuerzas armadas y la figura de
Buteflika y el FLN es sólo una máscara que preserva el statu quo y una ficción
de democracia demorando una abierta lucha por el poder entre los militares.
Cincuenta
años después es evidente que el modelo soviético como vía al desarrollo no ha
funcionado en Argelia. El país se sostiene precariamente merced a las
exportaciones de hidrocarburos -que componen el 95% de sus exportaciones
totales-.
Mientras
que la economía se ve desbastada por una desocupación estructural (25% entre
los jóvenes y 10% en población económicamente activa), la corrupción
generalizada y la falta de inversiones extranjeras.
Para
colmo de males el descenso de los precios internacionales de petróleo, de
donde el 60% de sus ingresos ha dejado
al Estado sin recursos, a punto tal que la empresa COSIER TP, la primera
empresa argelina en el sector de la construcción, obra pública y viviendas, que
incluso presume de ser la octava empresa en importancia del continente en este
rubro, se encuentra en cesación de pagos debido a que el Estado argelino no le
ha abonado las muchas obras que ha construido para él.
Actualmente, Argelia no
fabrica ni cucharillas, importa muchos
productos de primera necesidad que podría producir fácilmente y por sí misma.
De algún modo, Argelia se parece a Venezuela, otro país en el que las rentas
por una gran producción de hidrocarburos caminan paralelas al pesimismo
político y al hundimiento
En
este contexto el electorado argelino tenía poco interés en los comicios. El
gobierno sabiendo esto realizó ingentes esfuerzos para estimular la
participación electoral. Contrató para ello campañas publicitarias, recurrió a
exhortaciones por parte de personajes célebres e imanes. Incluso el primer
ministro Abdelmalek Sellal, lanzó un insólito mensaje animando a las mujeres a
pegar con un palo a sus esposos para que concurrieran a las urnas.
La oferta política aparente era múltiple y muy plural:
unos 12 000 candidatos de 63 partidos y listas independientes que optaban a un
total de 462 escaños de la Asamblea Nacional Popular (ANP, la cámara baja del
sistema argelino). Pero los más de 23 millones de votantes que formaban parte
del padrón electoral tenían una experiencia amarga: muy pocas veces el voto de
los argelinos modificó las estructuras del “régimen”, “del poder”, como se
repite habitualmente en las calles de Orán o de Argel.
Pero
todo resultó infructuoso para romper con el hartazgo generalizado del
electorado argelino.
Gran
parte de la población se negó a concurrir a las urnas pese a la amenaza de
sufrir multas pecuniarias y otras sanciones administrativas. Incluso de los
ocho millones de votantes que concurrieron a las urnas, una mayoría de dos
millones voto en blanco. Con estos porcentajes, la victoria del FLN con escasos
1.600.000 votos es un duro revés para el régimen.
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