Nuevamente una
concentración, en esta ocasión para reclamar un cambio en la política económica
del gobierno, termina mostrando la peor cara de un peronismo dividido y caótico
que agita para muchos los fantasmas del pasado.
INCORREGIBLES
Alguna
vez el escritor antiperonista Jorge Luis Borges dijo: los peronistas no son
buenos ni malos. Sólo son incorregibles. Los peronistas parecen estar empeñados
en darle la razón.
El
sindicalismo peronista se encuentra en la encrucijada. La conducción de la CGT
apuntala, dentro de sus posibilidades y debilidades, la gobernabilidad del
país. Sabe que el peronismo debe levantar el estigma de haber impedido gobernar
a todos los presidentes que no pertenecieron a su partido.
Los
caciques sindicales aspiran a que Mauricio Macri encauce la economía del país,
pagando todos los altos costos políticos necesarios para cumplir esa tarea y
luego de que agote su apoyo popular, sea sucedido por un presidente peronista.
Los
dirigentes sindicales no desean un retorno de la autocracia kirchnerista que
los detesta y los maltrato todo lo que pudo durante doce años.
Pero,
el desastre dejado por más de una década de kirchnerismo es tan grande que
encauzar al país está demorando más de lo que se esperaba. También los costos
sociales de la rectificación son mucho mayores de lo esperado.
La
dirigencia cegetista intenta apoyar al gobierno, pero tampoco puede perder a
sus bases en manos del sindicalismo combativo. Por ello apeló a la movilización
del 7 de marzo, una suerte de paro no declarado, con la esperanza de
descomprimir un poco las demandas y dilatar la realización de un paro nacional
hasta el segundo semestre del año, en que posiblemente la situación económica
sea algo mejor.
Desde
el anuncio de la convocatoria el sindicalismo clasista y el kirchnerismo
intentaron copar el acto para forzar a la CGT a radicalizarse y fijar la fecha
de un paro nacional. Los sindicalistas moderaron tuvieron éxito en marginar a
los esperpénticos dirigentes kirchneristas -empezando por la misma Cristina
Kirchner-, pero fracasaron en su intento de bloquear la asistencia de “agrupaciones sociales” y los jóvenes
revoltosos de La Cámpora.
Así
quedó conformado un escenario explosivo. Cuando los dirigentes cegestistas
comprendieron que el acto se les estaba escapando de las manos trataron de
mantener el control anticipando una hora el comienzo de los discursos y
reduciendo al mínimo la duración de los mismos.
Todo
fue inútil. El acto se desmadró, los oradores fueron abucheados y silbados,
hubo conatos de agresiones, peleas de barras y hasta un herido con arma blanca.
RECORDANDO A VANDOR
Era
insólito ver a jóvenes de La Campora acusar de “vandoristas” a los dirigentes sindicales. Parecía un retorno a los
años setenta. En esa época los jóvenes de la entonces “Tendencia Revolucionaria” del peronismo acusaban a dirigentes como
José Alonso, José Ignacio Rucci y otros de vandoristas y los asesinaban por ese
pecado.
Hoy no
podemos menos que preguntarnos si esos nuevos “imberbes” saben quién fue Augusto Timoteo “El Lobo” Vandor.
El
dirigente metalúrgico Augusto Vandor intentó, a comienzos de la década del
sesenta, llevar a cabo un “peronismo sin
Perón” y fue quien estuvo más cerca de lograrlo.
En ese
entonces, Perón estaba en su exilio madrileño de Puerta de Hierro y no parecía
factible que los militares le permitieran regresar al país. Vandor pensaba que
el movimiento obrero no debía sujetar sus intereses a la estrategia de Perón
para regresar al país. Vandor pensaba que los sindicalistas debían tener su
propia estrategia para fortalecerse como factor de poder y negociar con los
gobiernos de turno y obtener ventajas para sus organizaciones y trabajadores.
Algunos
peronistas -posiblemente alentados por el propio Perón- decidieron que era un
traidor y lo asesinaron en 1969. Sería el primero de una larga lista de
dirigentes sindicales peronistas asesinados por peronistas que querían una “Patria Socialista”.
El vandorismo desapareció hace mucho
tiempo. Posiblemente el último vandorista fue Lorenzo Miguel. Actualmente los
dirigentes sindicales se parecen más a prósperos empresarios, son serios y
racionales, saben que nadie gana si el país se incendia. Pero, como hacérselo entender
a los exaltados de La Cámpora o dirigentes kirchneristas que avizoran un futuro
tras las rejas si la justicia sigue su marcha.
EL FANTASMA DEL CAJÓN
El
acto terminó con los dirigentes históricos del sindicalismo peronista huyendo,
bajo la protección de sus guardaespaldas, de un acto que ellos mismos habían
convocado. Todo muy patético.
Allí
no terminó la cuestión. La desconcentración estuvo plagada de incidentes.
Grupos incontrolados realizaron actos vandálicos y rapiñas, aterrorizando al
resto de los asistentes al acto y a eventuales transeúntes y vecinos.
Sobre
la avenida 9 de Julio, en proximidades de ese lugar, en octubre de 1983, al
final del acto de cierre de campaña del peronismo, el candidato a gobernador de
la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, incendió un cajón fúnebre con
la sigla de la UCR. Este acto irracional terminó con las escasas posibilidades
del peronismo de ganar las elecciones presidenciales.
Viendo
lo ocurrido ayer, parece que el peronismo no puede evitar, de tanto en tanto,
brindar esa terrible imagen que hizo al diputado radical Ernesto Sanmartino aplicarle
el mote despectivo de “aluvión zoológico”.
Es que Borges tiene razón los peronistas son incorregibles.
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