El gobierno de
Donald Trump cada día más jaqueado por sus relaciones poco claras con el
gobierno ruso.
Para muchos
estadounidenses la Guerra Fría no ha terminado y Rusia es aún la mayor amenaza
global que enfrenta el país.
Es por
ello que los contactos reservados entre hombres de la administración Trump y
funcionarios diplomáticos rusos despiertan resquemores y sospechas en los
estadounidenses.
Primero
fue el Asesor de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn quien, después de
negar el haber discutido con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak,
temas de política bilateral, debió resignar su cargo cuando el FBI presentó
pruebas en contrario.
Ahora,
es el fiscal General, Jeff Sessions, quien ve peligrar su cargo por haber
mentido al negar sus reuniones con el embajador Kislyak durante los días de la
campaña presidencial.
Nuevamente, fue el FBI el encargado de demostrar que el
funcionario de Trump mentía.
Prudentemente,
el presidente estadounidense ha evitado referirse a ambos casos.
No
obstante, los observadores se preguntan qué hay detrás de este juego de
contactos clandestinos y revelaciones públicas.
¿Realmente
contribuyó el Kremlin de algún modo a que Donald Trump se impusiera en las
elecciones de noviembre?
Poco
es lo que se sabe con certeza sobre estos temas. Pero algo es sorprendente: el
poco profesionalismo con que se manejaron todos los involucrados.
Todo
diplomático estadounidense destinado en Rusia y todo funcionario ruso que
cumple tareas en los Estados Unidos sabe que será escuchado, grabado y filmado
clandestinamente por el servicio de contrainteligencia del país anfitrión. Son
las reglas del juego.
Por lo
tanto, cabe preguntarse que pretendía el embajador ruso comprometiendo a
hombres cercanos a Trump al involucrarlo en reuniones que eran monitoreadas por
el FBI.
Porque
cuando los rusos quieren montar una operación clandestina saben muy bien cómo
llevarla a cabo en secreto. Después de todo, durante más de una década
mantuvieron como espía ruso, al entonces Jefe de Contrainteligencia contra
Rusia de la Agencia Central de Inteligencia, Aldrich Ames.
Cuando
los funcionarios del Sluzhba Vneshney
Razvedki -SVR-, el organismo de inteligencia exterior de Rusia heredero del
Primer Directorio de la KGB, necesitan reunirse con Ames para discutir
personalmente algún tema no lo hacían en Washington, sino que convocaban a su
agente a un tercer país.
Porque
entonces fueron tan torpes en ocultar sus vínculos con miembros del entorno de
Donald Trump. Acaso pensaban que el empresario finalmente no alcanzaría la
presidencia o buscaban que estos contactos trascendieran provocando un
escándalo al nuevo gobierno.
Quizá
solo pretendía demostrar al establishment estadounidense que, si ellos podían
cortejar a los políticos de las ex repúblicas soviéticas, Moscú también podía
devolver el favor interviniendo en la política interna de los Estados Unidos y
reclutar amigos dentro de los elencos dirigentes estadounidenses.
Al
mismo tiempo, cabe preguntarse porque figuras estadounidenses con tanta
experiencia política como la que tienen Mike Flynn y Sessions fueron tan
imprudentes.
El
caso más llamativo es el del general Flynn, un oficial de inteligencia reputado
de saber manejar redes de agentes infiltrados, él tenía la obligación de pensar
que en todo momento podía estar siendo grabando por el FBI.
Es
cierto, de que Flynn no podía ocultar sus vínculos con el gobierno ruso. Había
actuado como consultor y analista de la cadena informativa Russia Today e
incluso había compartido una cena pública con el presidente Vladimir Putin.
Pero,
una cosa son los inocultables vínculos públicos y otro muy distinto negar
conversaciones que seguramente estaban siendo monitoreadas. Parece que “en casa
de herrero cuchillo de palo”, dice el refrán popular. Todo un caso de suma
torpeza.
El
error de Sessions es más disculpable. Sin embargo, un político tan
experimentado como él, después de lo ocurrido unos días antes con Flynn, porque
cometió la misma torpeza: mentir sobre sus reuniones con el embajador Kislyak.
Debió saber que si le preguntaban sobre esas reuniones era porque ya las
conocían y tenían pruebas de las mismas. ¿Acaso un senador estadounidense no
cuenta entre sus asesores a un experto en temas de inteligencia?
En
Washington algunos se preguntan que otro funcionario o asesor de Trump ha sido
confidente de los rusos. Incluso se ha mencionado que el yerno de Trump, el
empresario Jared Kushner se reunió durante veinte minutos, en la torre Trump,
con el embajador ruso.
Mientras
el FBI, el Senado y la Cámara de Representantes llevan a cabo investigaciones
sobre las actividades de Rusia durante las elecciones presidenciales de 2016,
muchos se preguntan cuánto sabía Trump de esos contactos y si él los había
autorizado.
Muchos
interrogantes se encuentran abiertos, pero lo más evidente es que este tema recién
está comenzando y cuando termine la carrera política de muchas personas en los
Estados Unidos habrá concluido.
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