Las noticias del
posible deceso del presidente argelino Abdelaziz Bouteflika abrieron el debate
sobre el rumbo del régimen más represivo y opaco del Norte de África.
Aunque los argelinos intenten disimularlo lo mejor
posible, lo cierto es que Argelia es una férrea dictadura que persigue y ahoga
todas voces disidentes. Como todas las dictaduras, Argelia enfrenta serias
tensiones ante la necesidad de efectuar y recambios en su liderazgo.
El presidente Abdelazis Bouteflika, de ochenta años de
edad, gobierna desde 1999 mediante la realización periódica de elecciones
fraudulentas. En 2014, Bouteflicka obtuvo su cuarto mandato consecutivo tras
reunir el 81,53% de los sufragios emitidos, un porcentaje nunca alcanzado por
ningún candidato en elecciones realmente libres y competitivas.
En la última década, la salud de Bouteflika se ha
deteriorado gradualmente generando múltiples especulaciones. El periódico
francés Le Dauphine Libere reveló,
en 2005, que el presidente argelino había ingresado de urgencia, posiblemente
afectado de una úlcera hemorrágica, en la unidad cardiológica de una clínica
privada del sureste de Francia, en medio de fuertes medidas de seguridad y en
el mayor secreto.
Aunque finalmente se recuperó, en los años siguientes
el mandatario argelino multiplicó las estancias reparadoras y controles en una
clínica suiza. Los problemas de salud obligaron a Bouteflika a reducir
notablemente sus apariciones públicas en los medios de comunicación y los
compromisos políticos. La última vez que habló en público fue el 8 de mayo de
2012.
En 2013, el presidente argelino sufrió un severo
Accidente Cerebro Vascular (ACV) que lo obligó a una prolongada convalecencia.
No obstante, la recuperación del anciano presidente no fue completa y su
motricidad quedó seriamente reducida. Desde entonces no viajó por el interior
del país y sólo salió de Argelia para viajar a Francia donde se sometió a
periódicos tratamientos médicos.
En mayo de 2016, se filtró una fotografía, durante la
visita del primer ministro francés Manuel Valls a Argelia, que mostraba al
presidente Bouteflika con la mirada fija y la cara desencajada. Jean-Louis
Debré, ex presidente del Consejo Constitucional francés, remató la cuestión con
su libro “Lo que no podía decir”, en
el que proporcionó detalles de las dificultades expresivas del anciano
presidente durante su entrevista en diciembre de 2015. Sendos vídeos del
ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y del Secretario
General de la ONU, Ban Ki-moon, refrendaron la cuestión.
Un mes más tarde, el 5 de junio de 2016, Bouteflika
confirmó todos los rumores al aparecer en público sentado en una silla de
ruedas durante la celebración del 57° Aniversario de la Independencia de
Argelia.
La aparición pública del presidente visiblemente
disminuido en su salud, renovaron las especulaciones sobre su capacidad para
gobernar e incrementaron los temores sobre el desarrollo de una lucha por el
poder en el seno del liderazgo argelino, tras su muerte.
Paralelamente, la economía del país comenzó a
derrumbarse y el régimen se vio forzado a ser más represivo. Desde junio de
2014, cuando el barril de petróleo Brent costaba 98 euros, hasta los actuales
44 euros, la economía argelina ha sufrido una reducción del 70% de sus ingresos
provenientes en un 95% de sus exportaciones de hidrocarburos.
La falta de recursos hizo imposible el mantenimiento
de la amplia variedad de subsidios a la población, que tradicionalmente han
servido de paliativo para evitar protestas populares. El gobierno argelino
debió aumentar algunos impuestos, subir un 20% el precio de los combustibles,
la electricidad, el gas y los alimentos de primera necesidad.
La corrupción
generalizada, el bloqueo de la movilidad social para los jóvenes que llegan a
un estrecho mercado de trabajo y la imposibilidad de crear condiciones de
transformación democrática del sistema político generan una desesperanza existencial que
impulsa a los jóvenes argelinos a emigrar a cualquier precio. De ahí que en estas últimas décadas, varios miles de personas hayan salido de Argelia en busca de una vida mejor en Europa o en otros continentes.
La ausencia de
perspectiva de mejora de la situación política, el control férreo por parte del
Ejército de la transición post-Buteflika, la caída de ingresos del petróleo y
el cese de remesas por parte de los inmigrantes argelinos de Francia socavan la
situación social. Sólo en 2016, según varias fuentes, se calcula que más de
250.000 personas han intentado salir ilegalmente del país.
El gobierno argelino asegura que aún tiene reservas de
divisas suficientes para soportar estos precios del petróleo por tres años más.
Ahora acaba de lanzar una emisión de “bonos
patrióticos”, con los que obtener liquidez de sus propios ciudadanos y de
la economía informal.
Por otra parte, el temor a la incapacidad del
presidente se hace más intenso ante la actual coyuntura internacional que vive
Argelia llena de incertidumbre. Sus fronteras se ven rodeadas de inseguridad.
Frecuentes protestas y atentados terroristas en Túnez, guerra civil y anarquía
en Libia, la rebelión de los tuareg y la presencia de AQMI en Mali -que
llevaron al atentado sobre la planta de gas argelina de In Amenas y la intervención
militar de Francia, la asechan por el sur.
A ello se suma el regreso de Marruecos a la Unión
Africana recortando la influencia argelina en el continente. Estas cuestiones
están forzando a Argel a redefinir su política exterior. Pero, cómo llevar a
cabo una diplomacia más activa con un presidente físicamente disminuido.
La debilidad del presidente comenzó a desatar una
sórdida lucha por el poder con purgas de funcionarios claves, como el general Mohamed
Mediene, alias Tawfik, quien fuera,
durante 25 años, máximo responsable de los servicios secretos, el
desmantelamiento del Departamento de Inteligencia de Seguridad (DRS, por sus
siglas en francés) o la campaña llevada a cabo contra el multimillonario, Issad
Rebrab, 71 años, propietario del grupo Cevital, el principal conglomerado
económico del país.
El régimen comenzó a apretar aún más el cerco sobre
las voces disidentes, en especial de los periodistas.
El 27 de junio de 2016, por ejemplo, el gobierno
argelino detuvo al bloguero y periodista argelino Mohamed Tamlat. El periodista
vivía, desde 2002, en el Reino Unido y había obtenido la nacionalidad británica
en 2007.
En abril de 2014, publicó un vídeo y un poema en
Facebook, que las autoridades judiciales de Argelia estimaron ofensivos para el
presidente Bouteflika y lo detuvieron cuando viajó a visitar a su familia a
Argel. Seis meses más tarde Tamalt falleció en la cárcel después de una
prolongada huelga de hambre y una golpiza propinada por sus carceleros.
Recientemente, la cancelación de las visitas
programadas de la canciller alemana Ángela Merkel, el pasado 20 de febrero, y
luego la del ministro de Relaciones Exteriores español Alfonso Dastis,
aumentaron las especulaciones sobre un mayor deterioro en la salud de
Bouteflika.
El pasado 4 de marzo, el diario libanés El Nashra anunció el deceso del anciano
mandatario. Inmediatamente fuentes argelinas negaron el hecho, afirmando que
Bouteflika goza de buena salud.
Sin embargo, no son pocos los analistas que creen en
la veracidad de la información del periódico libanés y que la demora en
reconocer el hecho responde a la necesidad de asegurar la gobernabilidad del
país durante la trasmisión del mando. También se preguntan si Argelia vivirá un
recambio generacional en su liderazgo o prevalecerá el statu quo y el gobierno
recaerá sobre alguna figura del entorno de Bouteflika o, nuevamente, sobre
algún sobreviviente de los años de la lucha por la independencia.
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