El desplazamiento
del Asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn es un duro ataque a la política
de acercamiento a Rusia del presidente Donald Trump.
Cuando
Donald Trump nominó al general retirado Michael Thomas Flynn como su Asesor de
Seguridad Nacional, los analistas señalaron que el cargo excedía las capacidades
de este tecnócrata de inteligencia militar cuyo mayor mérito conocido parece
haber sido su eficacia en el desmantelamiento de redes yihadistas en
Afganistán.
Si
tomamos en consideración que ese cargo fue desempeñado por figuras de la talla
intelectual de McGeorge Bundy, Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski o Brent
Scowcroft, no cabe duda que esos zapatos le quedaban grandes a Flynn.
Sin
embargo, Mike Flynn con seguridad será recordado por el dudoso honor de ser el
funcionario que menos tiempo permaneció en el cargo de Asesor de Seguridad.
Sin
embargo, el desplazamiento del general Flynn encierra otras implicancias. Que
el detonante que provoca su alejamiento sea, en esencia, ciertas conversaciones
privadas con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak, en que se
trataron temas de Estado es una clara señal de que el establishment
estadounidense no está dispuesto a abandonar fácilmente el paradigma forjado
durante décadas de Guerra Fría.
Para
los “decisión makers”
estadounidenses, si hay un país con la capacidad potencial de causar un daño inaceptable
a los Estados Unidos, ese país es, sin lugar a dudas, Rusia.
Quienes
cultivan el realismo en política internacional suelen decir que las grandes
potencias no tienen ni amigos permanentes, ni enemigos permanentes, tan sólo
tienen intereses permanentes. Sin embargo, la rivalidad entre estadounidenses y
rusos ha sido instalada sólidamente en el ideario colectivo de ambos pueblos.
Aun
sabiendo esto, durante la campaña presidencial, Donald Trump intercambió
elogios con el presidente Putin, justificó la anexión de Crimea, en 2014, e
insinuó que los Estados Unidos no estaban obligados a acudir en defensa de los
países bálticos, en el hipotético caso de una agresión rusa.
En
sintonía con el pensamiento de Trump, Mike Flynn y el Secretario de Estado Rex
Tillerson eran los dos altos funcionarios con vínculos probados con el
presidente Vladimir Putin.
Flynn
había desempeñado una consultoría para la agencia televisiva Russia Today y participado en un evento
en que compartió una cena junto al presidente ruso. Mientras que Tillerson,
antiguo presidente y consejero delegado del gigante petrolero Exxon Mobil,
forjó una sólida relación personal con el presidente ruso, que llevó, en 2013,
a que Vladimir Putin lo condecorara con la “Orden
de la Amistad”.
En su
momento, Tillerson se opuso a las sanciones que los Estados Unidos y sus
aliados de la Unión Europea impusieron a Rusia tras la anexión de Crimea,
sanciones que afectaron los negocios de las empresas estadounidenses en ese
país.
Esto lleva
a interpretar el desplazamiento de Mike Flynn como parte de una contienda
interna dentro del gobierno estadounidense entre partidarios y enemigos de un
acercamiento a Rusia.
También
las últimas medidas adoptadas contra Rusia por el presidente Barack Obama, días
antes de dejar su cargo -expulsando a 35 diplomáticos rusos y cerrando dos
centros propiedad del gobierno ruso en los Estados Unidos-, en respuesta a la
supuesta injerencia rusa en las elecciones presidenciales americanas, son una
clara evidencia de que poderosos interese dentro de ese país se opondrán a
cualquier concesión o entendimiento con Rusia.
En
síntesis, el desplazamiento del general Lynn posiblemente no se deba a un error
de criterio cometido por el funcionario al discutir temas sensibles con el
embajador ruso. Más bien debe ser interpretado como la primera evidencia
concreta de la puja interna, a alto nivel, sobre cuál debe ser el rumbo de las
relaciones con Rusia. En este sentido, el presidente Donald Trump, se inicia
perdiendo…
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