domingo, 5 de febrero de 2017

DONALD TRUMP, OTRO POPULISTA LATINOAMERICANO


El presidente estadounidense Donald Trump parece sufrir los mismos defectos de demagogia, falta de experiencia y autoritarismo que se pueden observar en la mayoría de los gobernantes populistas de América Latina.

LA DICTADURA EN AMÉRICA LATINA

El filósofo alemán Federico Nietzsche solía afirmar que quienes combatían dragones terminaban convirtiéndose en dragones. Esto parece haber ocurrido con el presidente Donald Trump quien, de tanto repudiar a los hispanoamericanos -y en especial a los mexicanos- ha terminado por adquirir algunas de las características propias de los líderes populistas que proliferan en esta región.

Debemos reconocer que América Latina, mal que nos pese, es tierra de dictadores. Durante el siglo veinte gobernaron en la región más tiempo los dictadores que los presidentes democráticos. Este fue un mal que sufrieron la mayoría de los países latinoamericanos. En algunos casos estas dictaduras fueron realmente sangrientas.

La mayoría de estos dictadores llegaban al poder por medio de un golpe de Estado militar y se mantenían en el cargo por años, en algunos casos llevando a cabo una parodia de elecciones democráticas, donde la oposición no tenía ninguna chance de triunfar.
Estos dictadores o bien morían en el cargo o eran desplazados del poder por otro golpe de Estado.

La lista es muy larga: Anastasio “Tacho” Somoza García, su hijo y sucesor Anastasio “Tachito” Somoza Debayle, en Nicaragua, François “Papa Doc” Duvalier, su hijo y sucesor Jean-Baptiste “Baby Doc” Duvalier en Haiti, Rafael Leónidas “El Benefactor” Trujillo en Santo Domingo, Marcos Pérez Giménez en Venezuela, “el primer trabajador” general Juan Domingo Perón en Argentina, el general Alfredo Stroessner Matiauda en Paraguay, Fidel Castro Rus en Cuba y algunos otros que estoy olvidando.

A ellos se agrega una aún más larga lista de dictadorzuelos militares que afirmaban gobernar bajo la legalidad que le daba un mandato de las fuerzas armadas de su país: Juan Francisco Velazco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez en Perú, los generales José Feliz Uriburu, Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro J. Farrell, Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu, Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston, Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael Videla, Eduardo Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reinaldo Benito Bignone, en Argentina, Augusto Tasso Fragoso, Aurelio de Lira Tavares, Augusto Rademaker, Marcio de Sousa Melo, Emilio Garrastazu Medici, Ernesto Geisel, Joậo Figueredo en Brasil, Gregorio Álvarez Armelino en Uruguay y entre los muchos gobernantes militares de facto que sufrió Bolivia recordaremos tan sólo a René Barrientos, Alfredo Ovando Candía, Hugo Banzer Suárez y Luis García Meza. Como puede apreciarse la lista de gobierno militares de facto en América Latina es muy larga, pese a que hemos omitido a muchos en Ecuador, Perú y Venezuela.

Cuando no estaba amenazada por dictadores y golpes de Estado, la gobernabilidad de los regímenes republicanos en América Latina se veía jaqueada por la actividad de grupos guerrilleros o la negativa de las oligarquías locales a resignar sus privilegios.

Como puede apreciarse, en América Latina, durante el siglo XX, los gobiernos constitucionales que respetaron las reglas de la democracia liberal fueron la excepción y ejercieron su mandato durante breves y esporádicos periodos entre una y otra dictadura. 

En Argentina, por ejemplo, desde 1928 hasta el 2000, solo concluyeron la totalidad su mandato constitucional como presidentes Agustín P. Justo, Juan D. Perón (en su primera presidencia) y Carlos S. Menem (en dos periodos). Podríamos decir, que en América Latina la palabra democracia tiene una definición propia.

LOS POPULISTAS AUTORITARIOS

Lamentablemente, la llegada del siglo XXI no mejoró la situación institucional en la región, sino que produjo una modalidad de gobierno autoritario. La aparición de líderes populistas autoritarios. Estos líderes suelen llegar al poder por procedimientos constitucionales contando con el apoyo de amplios sectores del electorado. Una vez en el cargo, su principal preocupación es cambiar las reglas institucionales para convertirse en gobernantes vitalicios. Los procedimientos para lograr este objetivo son diversos: reformas constitucionales para permitir la reelección indefinida, falsas alternancias matrimoniales, fraude electoral, persecuciones a los opositores, hostigamiento a la prensa independiente, descarado culto a la personalidad, etc.

Los más emblemáticos representantes del populismo autoritario latinoamericano en el siglo XXI fueron Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro Moros en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina y en alguna medida también Luis Inácio “Lula” da Silva.

Todos ellos se caracterizan por polarizar a sus sociedades en dos bandos antagónicos y por considerar a sus opositores como “enemigos”, cuando no traidores a la patria (vende patrias) a quienes incluso era lícito tratarlos al margen de la ley. Recordemos la repudiable frase de Juan D. Perón: “Al enemigo ni justicia.”

Otro rasgo característico de los populistas autoritarios es su necesidad de entrar en un enfrentamiento con la prensa y su tendencia a manipular la realidad para imponer un “pensamiento único” -a través tanto de la prensa oficialista como del control arbitrario del sistema educativo-.

Como hemos dicho, en una región donde la democracia republicana no se institucionalizó plenamente la aparición de estos personajes no sorprende.

LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA

Lo realmente sorprendente es la irrupción de este tipo de líderes en Estados Unidos, el país donde nació el sistema de república presidencialista y se ha mantenido por más de siglos en forma ininterrumpida.

No es por idealizar a la democracia americana. Recordemos que hasta la década de 1960, en los Estados Unidos se discriminaba fuertemente a la población afroamericana sobre la cual se ejercía un apartheid similar al Sudafricano. Donde dos líderes negros fueron asesinados por reclamar sus derechos: el premio nobel de la paz, Dr. Martin Luther King y el activista Malcom X -nacido como Malcolm Little, y cuyo nombre oficial completo era El-Hajj Malik El-Shabazz-, además, cuatro presidentes estadounidenses fueron asesinados mientras ejercían su cargo.

En ese mismo país, a una misma familia le asesinaron a dos de sus hijos -uno siendo presidente y el otro, como senador y candidato presidencial. El tercer hijo, también senador, se vio involucrado en extraño accidente automovilístico cuando era candidato presidencial y debió desistir en su intento. Por último, el hijo varón del presidente asesinado también muere, esta vez en un accidente de avión, cuando había manifestado su intención de dedicarse a la política y de competir para el cargo de senador.

Una plutocracia, donde un vicepresidente y candidato a la presidencia pierde la elección por un discutible recuento de votos, precisamente en el Estado donde es gobernador el hermano de su rival en la contienda.

Pese a todos esos antecedentes, que un personaje como Donald Trump se convierta en presidente empleando un discurso misógino, etnonacionalista, antiecológico y con todas las taras de la derecha alternativa, no deja de ser sorprendente.

Pero, aún más sorprendentes son las medidas adoptadas por el presidente Trump en los primeros días de su gobierno y las similitudes de sus aptitudes y argumentos con los de los líderes populistas latinoamericanos.

Trump parece confiar tan solo en un muy reducido núcleo de personas entre los que ocupan un lugar central su yerno Jared Kushner, su hija Ivanka y el ideólogo de la derecha alternativa Steve Bannon y la asesora presidencial Kellyanne Conway.

LA LIBERTAD DE PRENSA EN LA MIRA

El presidente estadounidense también parece haber elegido a los periodistas y a la prensa en general como enemigos y de quienes dijo: los periodistas “están entre los seres humanos más deshonestos de la tierra”. Amenazó con trasladar la sala de prensa de la Casa Blanca a un edificio más alejado y luego declaró que aplicaría “derecho de admisión” a los periodistas acreditados en ella.

En cuanto a diarios como The Washington Post, The New York Times, el País de España o la cadena noticiosa CNN, Trump no ha vacilado en descargar sobre ellos su discurso de odio al llamarlos “asquerosos”, “escoria”, “enemigos”, “basura”, etc.

Incluso, Trump frecuentemente actúa como su propio vocero de prensa, efectuando las declaraciones con su habitual tono directo y confrontativo, y anuncios a través del Twitter. Muchas de sus declaraciones se enmarcan en una “verdad alternativa” -es decir, mentiras reiteradas-, tal como hacen frecuentemente los líderes populistas latinoamericanos.
Andrés Oppenheimer afirma que “La forma en que Trump arremete contra cualquier medio que ponga en duda las mentiras flagrantes que dice a diario -como que la multitud que asistió a su inauguración fue la más grande de la historia, o su falsa afirmación de que millones de inmigrantes indocumentados votaron en contra de él- nos recuerdan a los demagogos que gobernaron en Venezuela, Argentina y Ecuador en años recientes.”

Por su parte, Pablo J. Boczkowski, profesor de comunicaciones de la Northwestern University, señala “que atacar a un medio de prensa es una táctica políticamente eficaz. Le ayuda al presidente a solidificar sus bases y erosiona o pone en duda la credibilidad de los medios independientes.”

Otro blanco de los ataques de Trump son los hispanos y musulmanes, a quienes pretende convertir en “chivos expiatorios” de todos los males que aquejan a la sociedad estadounidense. Este tema parece asumir el carácter de una “fijación” psicológica por parte del presidente.

De qué otra forma sino interpretar su decisión de suprimir la versión en castellano de la web de la Casa Banca, la reducción de los fondos federales a las llamadas “ciudades santuarios (Nueva York, Los Ángeles, etc.) que protegen a los inmigrantes ilegales, para no mencionar el tan mentado muro en la frontera con México.

Las recientes medidas para impedir el ingreso de nacionales de siete países musulmanes y la negativa de aceptar recibir refugiados de Medio Oriente, indican que los musulmanes, en general, tampoco escaparan a una sistemática discriminación e incluso cierta persecución por parte del nuevo habitante de la Avenida Pensilvania.

Por otra parte, Donald Trump también exhibe el mismo mesianismo fundacionista que es frecuente observar en los populistas autoritarios como Hugo Chávez o Evo Morales. Ellos incluso modificaron el nombre de sus países: Venezuela pasó a ser la República Bolivariana de Venezuela y Bolivia se transformó en la República Plurinacional de Bolivia.
Suelen ser personas convencidas de su carácter providencial y de que están destinados a marcar un antes y un después en la historia de sus países.

LA GRIETA Y SUS MALES

Pero lo último, y posiblemente lo más grave, es que Trump está dividiendo a la sociedad estadounidense en dos bandos enfrentados e irreconciliables como nunca ha ocurrido desde los tiempos de la Guerra de Secesión. Esta grieta terminará por separar a amigos, compañeros de trabajo y familiares. Provocará enfrentamientos entre intelectuales, artistas y hombres de la cultura, construyendo una barrera de odio irracional muy difícil de superar. En muchos países latinoamericanos, lamentablemente, se viven situaciones similares.

En todo el mundo, los observadores se preguntan hasta donde llegarán las medidas autoritarias y xenófobas aplicadas por el presidente Trump y si los Estados Unidos se encaminan hacia una dictadura.

El presidente 45° de los Estados Unidos parece ser quien termine con la tradición republicana y liberal de la sociedad americana. En el “Índice de la Libertad en el mundo 2017”, elaborado por la ONG Freedom House, que clasifica a los países en una escala de 1 a 100, Estados Unidos cayó de la posición 37ª ocupada el año pasado a la 48ª alcanzada en 2017.

El problema adicional, es que una mayor conflictividad interna posiblemente tenga su impacto en el rol estabilizador que los Estados Unidos juegan en el sistema internacional.
Algunos actores internacionales pueden interpretar erróneamente esta situación y verse tentados a asumir una política aventurerista, confiados en que los Estados Unidos estarán tan divididos que les resultará difícil responder adecuadamente a los desafíos externos.

Por otra parte, también Donald Trump puede sucumbir a la tentación de aumentar el nivel de amenaza externa para unificar el frente doméstico o incluso justificar nuevas restricciones a las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional.

Solo el tiempo dirá hasta donde llegará el populismo autoritario en los Estados Unidos.

   

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