El presidente
estadounidense Donald Trump parece sufrir los mismos defectos de demagogia,
falta de experiencia y autoritarismo que se pueden observar en la mayoría de
los gobernantes populistas de América Latina.
LA DICTADURA EN AMÉRICA LATINA
El
filósofo alemán Federico Nietzsche solía afirmar que quienes combatían dragones
terminaban convirtiéndose en dragones. Esto parece haber ocurrido con el
presidente Donald Trump quien, de tanto repudiar a los hispanoamericanos -y en
especial a los mexicanos- ha terminado por adquirir algunas de las
características propias de los líderes populistas que proliferan en esta región.
Debemos
reconocer que América Latina, mal que nos pese, es tierra de dictadores.
Durante el siglo veinte gobernaron en la región más tiempo los dictadores que
los presidentes democráticos. Este fue un mal que sufrieron la mayoría de los
países latinoamericanos. En algunos casos estas dictaduras fueron realmente sangrientas.
La
mayoría de estos dictadores llegaban al poder por medio de un golpe de Estado
militar y se mantenían en el cargo por años, en algunos casos llevando a cabo
una parodia de elecciones democráticas, donde la oposición no tenía ninguna
chance de triunfar.
Estos
dictadores o bien morían en el cargo o eran desplazados del poder por otro
golpe de Estado.
La
lista es muy larga: Anastasio “Tacho”
Somoza García, su hijo y sucesor Anastasio “Tachito”
Somoza Debayle, en Nicaragua, François “Papa
Doc” Duvalier, su hijo y sucesor Jean-Baptiste “Baby Doc” Duvalier en Haiti, Rafael Leónidas “El Benefactor” Trujillo en Santo Domingo, Marcos Pérez Giménez en
Venezuela, “el primer trabajador” general
Juan Domingo Perón en Argentina, el general Alfredo Stroessner Matiauda en
Paraguay, Fidel Castro Rus en Cuba y algunos otros que estoy olvidando.
A
ellos se agrega una aún más larga lista de dictadorzuelos militares que
afirmaban gobernar bajo la legalidad que le daba un mandato de las fuerzas
armadas de su país: Juan Francisco Velazco Alvarado y Francisco Morales
Bermúdez en Perú, los generales José Feliz Uriburu, Pedro Pablo Ramírez,
Edelmiro J. Farrell, Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu, Juan Carlos
Onganía, Roberto Marcelo Levingston, Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael
Videla, Eduardo Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reinaldo Benito Bignone,
en Argentina, Augusto Tasso Fragoso, Aurelio de Lira Tavares, Augusto
Rademaker, Marcio de Sousa Melo, Emilio Garrastazu Medici, Ernesto Geisel, Joậo
Figueredo en Brasil, Gregorio Álvarez Armelino en Uruguay y entre los muchos
gobernantes militares de facto que sufrió Bolivia recordaremos tan sólo a René
Barrientos, Alfredo Ovando Candía, Hugo Banzer Suárez y Luis García Meza. Como
puede apreciarse la lista de gobierno militares de facto en América Latina es
muy larga, pese a que hemos omitido a muchos en Ecuador, Perú y Venezuela.
Cuando
no estaba amenazada por dictadores y golpes de Estado, la gobernabilidad de los
regímenes republicanos en América Latina se veía jaqueada por la actividad de
grupos guerrilleros o la negativa de las oligarquías locales a resignar sus
privilegios.
Como
puede apreciarse, en América Latina, durante el siglo XX, los gobiernos
constitucionales que respetaron las reglas de la democracia liberal fueron la
excepción y ejercieron su mandato durante breves y esporádicos periodos entre
una y otra dictadura.
En Argentina, por ejemplo, desde 1928 hasta el 2000, solo
concluyeron la totalidad su mandato constitucional como presidentes Agustín P. Justo,
Juan D. Perón (en su primera presidencia) y Carlos S. Menem (en dos periodos).
Podríamos decir, que en América Latina la palabra democracia tiene una
definición propia.
LOS POPULISTAS AUTORITARIOS
Lamentablemente,
la llegada del siglo XXI no mejoró la situación institucional en la región,
sino que produjo una modalidad de gobierno autoritario. La aparición de líderes
populistas autoritarios. Estos líderes suelen llegar al poder por
procedimientos constitucionales contando con el apoyo de amplios sectores del
electorado. Una vez en el cargo, su principal preocupación es cambiar las reglas
institucionales para convertirse en gobernantes vitalicios. Los procedimientos
para lograr este objetivo son diversos: reformas constitucionales para permitir
la reelección indefinida, falsas alternancias matrimoniales, fraude electoral,
persecuciones a los opositores, hostigamiento a la prensa independiente,
descarado culto a la personalidad, etc.
Los
más emblemáticos representantes del populismo autoritario latinoamericano en el
siglo XXI fueron Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro Moros en Venezuela, Daniel
Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Néstor y
Cristina Kirchner en Argentina y en alguna medida también Luis Inácio “Lula” da Silva.
Todos
ellos se caracterizan por polarizar a sus sociedades en dos bandos antagónicos
y por considerar a sus opositores como “enemigos”,
cuando no traidores a la patria (vende patrias) a quienes incluso era lícito
tratarlos al margen de la ley. Recordemos la repudiable frase de Juan D. Perón:
“Al enemigo ni justicia.”
Otro
rasgo característico de los populistas autoritarios es su necesidad de entrar
en un enfrentamiento con la prensa y su tendencia a manipular la realidad para
imponer un “pensamiento único” -a
través tanto de la prensa oficialista como del control arbitrario del sistema
educativo-.
Como
hemos dicho, en una región donde la democracia republicana no se
institucionalizó plenamente la aparición de estos personajes no sorprende.
LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA
Lo
realmente sorprendente es la irrupción de este tipo de líderes en Estados
Unidos, el país donde nació el sistema de república presidencialista y se ha
mantenido por más de siglos en forma ininterrumpida.
No es
por idealizar a la democracia americana. Recordemos que hasta la década de
1960, en los Estados Unidos se discriminaba fuertemente a la población
afroamericana sobre la cual se ejercía un apartheid similar al Sudafricano.
Donde dos líderes negros fueron asesinados por reclamar sus derechos: el premio
nobel de la paz, Dr. Martin Luther King y el activista Malcom X -nacido como Malcolm Little, y cuyo
nombre oficial completo era El-Hajj Malik El-Shabazz-, además, cuatro
presidentes estadounidenses fueron asesinados mientras ejercían su cargo.
En ese
mismo país, a una misma familia le asesinaron a dos de sus hijos -uno siendo
presidente y el otro, como senador y candidato presidencial. El tercer hijo,
también senador, se vio involucrado en extraño accidente automovilístico cuando
era candidato presidencial y debió desistir en su intento. Por último, el hijo
varón del presidente asesinado también muere, esta vez en un accidente de
avión, cuando había manifestado su intención de dedicarse a la política y de
competir para el cargo de senador.
Una
plutocracia, donde un vicepresidente y candidato a la presidencia pierde la
elección por un discutible recuento de votos, precisamente en el Estado donde
es gobernador el hermano de su rival en la contienda.
Pese a
todos esos antecedentes, que un personaje como Donald Trump se convierta en
presidente empleando un discurso misógino, etnonacionalista, antiecológico y
con todas las taras de la derecha alternativa, no deja de ser sorprendente.
Pero,
aún más sorprendentes son las medidas adoptadas por el presidente Trump en los
primeros días de su gobierno y las similitudes de sus aptitudes y argumentos
con los de los líderes populistas latinoamericanos.
Trump
parece confiar tan solo en un muy reducido núcleo de personas entre los que
ocupan un lugar central su yerno Jared Kushner, su hija Ivanka y el ideólogo de
la derecha alternativa Steve Bannon y la asesora presidencial Kellyanne Conway.
LA LIBERTAD DE PRENSA
EN LA MIRA
El presidente estadounidense también parece haber elegido a los
periodistas y a la prensa en general como enemigos y de quienes dijo: los
periodistas “están entre los seres
humanos más deshonestos de la tierra”. Amenazó con trasladar la sala de
prensa de la Casa Blanca a un edificio más alejado y luego declaró que
aplicaría “derecho de admisión” a los
periodistas acreditados en ella.
En cuanto a diarios como The Washington Post, The New York Times, el
País de España o la cadena noticiosa CNN, Trump no ha vacilado en descargar
sobre ellos su discurso de odio al llamarlos “asquerosos”, “escoria”, “enemigos”, “basura”, etc.
Incluso, Trump frecuentemente actúa como su propio vocero de prensa,
efectuando las declaraciones con su habitual tono directo y confrontativo, y
anuncios a través del Twitter. Muchas de sus declaraciones se enmarcan en una “verdad
alternativa” -es decir, mentiras reiteradas-, tal como hacen frecuentemente los
líderes populistas latinoamericanos.
Andrés
Oppenheimer afirma que “La forma en que
Trump arremete contra cualquier medio que ponga en duda las mentiras flagrantes
que dice a diario -como que la multitud que asistió a su inauguración fue la
más grande de la historia, o su falsa afirmación de que millones de inmigrantes
indocumentados votaron en contra de él- nos recuerdan a los demagogos que
gobernaron en Venezuela, Argentina y Ecuador en años recientes.”
Por su
parte, Pablo J. Boczkowski, profesor de comunicaciones de la Northwestern
University, señala “que atacar a un medio
de prensa es una táctica políticamente eficaz. Le ayuda al presidente a
solidificar sus bases y erosiona o pone en duda la credibilidad de los medios
independientes.”
Otro
blanco de los ataques de Trump son los hispanos y musulmanes, a quienes pretende
convertir en “chivos expiatorios” de todos
los males que aquejan a la sociedad estadounidense. Este tema parece asumir el
carácter de una “fijación”
psicológica por parte del presidente.
De qué
otra forma sino interpretar su decisión de suprimir la versión en castellano de
la web de la Casa Banca, la reducción de los fondos federales a las llamadas “ciudades
santuarios (Nueva York, Los Ángeles, etc.) que protegen a los inmigrantes
ilegales, para no mencionar el tan mentado muro en la frontera con México.
Las
recientes medidas para impedir el ingreso de nacionales de siete países
musulmanes y la negativa de aceptar recibir refugiados de Medio Oriente, indican
que los musulmanes, en general, tampoco escaparan a una sistemática
discriminación e incluso cierta persecución por parte del nuevo habitante de la
Avenida Pensilvania.
Por
otra parte, Donald Trump también exhibe el mismo mesianismo fundacionista que
es frecuente observar en los populistas autoritarios como Hugo Chávez o Evo
Morales. Ellos incluso modificaron el nombre de sus países: Venezuela pasó a
ser la República Bolivariana de Venezuela
y Bolivia se transformó en la República
Plurinacional de Bolivia.
Suelen
ser personas convencidas de su carácter providencial y de que están destinados
a marcar un antes y un después en la historia de sus países.
LA GRIETA Y SUS MALES
Pero
lo último, y posiblemente lo más grave, es que Trump está dividiendo a la
sociedad estadounidense en dos bandos enfrentados e irreconciliables como nunca
ha ocurrido desde los tiempos de la Guerra de Secesión. Esta grieta terminará
por separar a amigos, compañeros de trabajo y familiares. Provocará
enfrentamientos entre intelectuales, artistas y hombres de la cultura,
construyendo una barrera de odio irracional muy difícil de superar. En muchos
países latinoamericanos, lamentablemente, se viven situaciones similares.
En
todo el mundo, los observadores se preguntan hasta donde llegarán las medidas
autoritarias y xenófobas aplicadas por el presidente Trump y si los Estados
Unidos se encaminan hacia una dictadura.
El
presidente 45° de los Estados Unidos parece ser quien termine con la tradición
republicana y liberal de la sociedad americana. En el “Índice de la Libertad en el mundo 2017”, elaborado por la ONG Freedom House, que clasifica a los países
en una escala de 1 a 100, Estados Unidos cayó de la posición 37ª ocupada el año
pasado a la 48ª alcanzada en 2017.
El
problema adicional, es que una mayor conflictividad interna posiblemente tenga
su impacto en el rol estabilizador que los Estados Unidos juegan en el sistema
internacional.
Algunos
actores internacionales pueden interpretar erróneamente esta situación y verse
tentados a asumir una política aventurerista, confiados en que los Estados
Unidos estarán tan divididos que les resultará difícil responder adecuadamente
a los desafíos externos.
Por
otra parte, también Donald Trump puede sucumbir a la tentación de aumentar el
nivel de amenaza externa para unificar el frente doméstico o incluso justificar
nuevas restricciones a las libertades civiles en nombre de la seguridad
nacional.
Solo
el tiempo dirá hasta donde llegará el populismo autoritario en los Estados
Unidos.
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