El presidente
Jair Bolsonaro exhibe la recuperación de la economía brasileña después de la
pandemia como el mejor argumento para aspirar a un nuevo periodo presidencial.
Las elecciones presidenciales del pasado 2 de octubre
concluyeron como una ajustada victoria del expresidente Luiz Inacio “Lula” da
Silva por el 48,4% de los votos contra el 43,2% obtenido por el presidente Jair
Bolsonaro.
Lula obtuvo en realidad una victoria pírrica. El
expresidente estaba convencido -debido a las cifras que anunciaban las
encuestas- de imponerse en la primera vuelta y no fue así.
Además, la oposición se quedó con el control del Congreso
y obtuvo nueve gobernaciones, mientras que los candidatos de Lula controlarán
solo cinco Estados de los 27 que tiene Brasil. Los restantes doce estados
deberán definirse en la segunda vuelta electoral del 30 de octubre.
La primera vuelta electoral evidenció que la sociedad
brasileña se encuentra claramente polarizada y que los partidos políticos
tienen cada vez más problemas para canalizar las preocupaciones del electorado
y que su discurso político no está en sintonía con las necesidades de la gente.
Así lo demuestra el 20,9% de abstención comicial, el más
alto de la historia, con 32 millones de brasileños que no acudieron a votar.
Indudablemente los escándalos del “mensalao” y el “lava
jato”, los sobornos pagados por la firma Odebrecht ocurrido durante los
gobiernos de Lula da Silva afectaron la credibilidad de los brasileños en el
sistema republicano y en la clase política en general.
Estos resultados muestran también que el giro del
electorado hacia la derecha se mantiene, esto acrecienta las esperanzas del
presidente Bolsonaro de poder revertir los resultados de la primera vuelta
electoral.
Bolsonaro cuenta para ello con los buenos números de la
economía. Lo cierto es que la economía brasileña muestra una rápida
recuperación después de la recesión provocada por la epidemia del COVID.
El acumulado de inflación hasta el 1º de octubre de 2022
ascendió a 4,09%. Mientras que en los últimos doce meses la inflación fue de
7,17, por debajo del 8,73% registrado durante los doce meses inmediatamente
anteriores. Cifra que se sitúa también por debajo de la inflación de la zona
euro y del 8,3% registrado en la economía de los Estados Unidos.
Los últimos tres meses previos a los comicios (julio,
agosto y septiembre) Brasil tuvo deflación. Bolsonaro asumió con inflación del
11,6%.
El principal índice bursátil brasileño, Bovespa, se ha
incrementado un 25% desde que Bolsonaro asumió la presidencia.
El desempleo se redujo en 9,7 millones de nuevos
trabajadores, alcanzando el nivel de desocupación más bajo desde 2015. No
obstante, 13,1 millones de brasileños (el 39,8% de la población económicamente
activa) tienen trabajos en la economía informal, según el Instituto Brasileño
de Geografía y Estadística.
El FMI acaba de mejorar el pronóstico de crecimiento del
PBI para este año, pasando del 1,7% al 2,8%.
Las exportaciones brasileñas aumentaron un 1,6% y Brasil
sigue siendo el primer exportador mundial de carne y el cuarto de cereales.
Pero no todo son éxitos. Aunque Bolsonaro incrementó en
agosto el 50%, hasta los seiscientos reales, el subsidio “Auxilio Brasil”,
que era el antiguo “Bolsa Familia” creado por Lula, 33 millones de
personas, el 15% de la población viven en condiciones de inseguridad
alimentaria, según datos de la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y
Seguridad Alimentaria y Nutricional.
En total, sumando las personas con inseguridad
alimentaria media y leve, hay 125 millones de brasileños que pueden tener
problemas para comer cada día.
Por eso, falta determinar con certeza en que medida los
datos macroeconómicos favorables se transforman en mayor dinero en los
bolsillos y más bienestar para los votantes.
La izquierda acusa a Bolsonaro por el mal manejo de la
pandemia (la no imposición de confinamientos y la demora en la importación de
vacunas que originó 687.000 muertos. En especial, no le perdonan al presidente
el haber calificado a la pandemia como una “gripezinha”.
Sin embargo, si se comparan los muertos porcentuales en
virtud de la diferencia de población. En Brasil murió por la pandemia el 0,32%
de la población, mientras que, en Argentina, donde se impuso un largo
confinamiento que afectó seriamente a la economía, falleció por la misma causa
el 2,95% de la población.
Como las encuestas preelectorales fracasaron para
predecir los resultados de la primera ronda electoral, deberemos esperar hasta
el domingo 30 de octubre para saber si los brasileños votarán por la
racionalidad económica que ofrece Jair Bolsonaro o se dejaran seducir por los cantos
de sirena del populismo estatista que propone Lula da Silva. Aún cuando esto
implique correr el riesgo de seguir la misma suerte que Venezuela o Argentina.
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