lunes, 10 de octubre de 2022

ARGENTINA ES UN EJEMPLO EN EL MUNDO


 

Bajo el gobierno kirchnerista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner la Argentina se ha convertido en un ejemplo mundial de lo que no debe hacer un gobierno y de lo que nadie quiere para su país.

Por momentos cuando se aprecia la imagen internacional de la Argentina uno no puede menos que recordar la escena de antología de la icónica película “¿Y dónde está el piloto?” en que tripulantes y pasajeros de un avión hacen fila para abofetear a una mujer que padece un ataque de nervios.

Como en esa comedia de los años ochenta, presidentes, expresidentes, políticos y hasta permios Nobel compiten estos días para criticar al peronismo y señalar a la Argentina como un ejemplo de lo que una sociedad no debe hacer.

Pero, lo más terrible de todo es que los críticos de la Argentina tienen razón y en muchos casos tan sólo señalan hechos evidentes que a los argentinos nos duele aceptar.

Veinte años de peronismo kirchnerista o de populismo kirchnerista (elija el lector con total libertad la caracterización que considera más acertada) han destruido las bases morales, éticas y productivas de la sociedad argentina.

Comencemos por recordar la responsabilidad del peronismo en la crisis de 2001 y en el derrocamiento de Fernando de la Rúa.

Es cierto que un gobierno conformado por una alianza electoral con funcionarios y un programa de centroizquierda presidido por un político de centroderecha con ideas y procederes conservadores difícilmente tenga éxito.

Los errores y temores de Fernando de la Rúa fueron hábilmente aprovechados por un acuerdo entre Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde para reemplazar al dubitativo presidente por un gobierno de coalición.

El costo fue muy alto: cinco presidentes en una semana, la abrupta salida de la convertibilidad, el default de la deuda externa, el brutal incremento de la pobreza (uno de cada cuatro argentinos terminó por debajo de la línea de la pobreza), la desmedida expansión del gasto social, la transformación de las organizaciones piqueteras en actores centrales de la política nacional, todo ello decorado por una cuarentena de muertos, saqueos y violencia.

Luego, la empecinada vendetta de Eduardo Duhalde contra Carlos Menem creó la oportunidad para que el despótico gobernador de una lejana provincia patagónica, con el escaso apoyo de uno de cada cuatro votantes, se convirtiera en presidente de la Nación.

Una vez instalados en la Casa Rosada, los Kirchner mostrarían una desmedida ambición de poder y de dinero o de dinero y poder según prefiera el lector.

Los Kirchner llegaron al poder con la clara intención de no dejarlo nunca. Para ello no dudaron en disciplinar a cualquier voz realmente opositora empleando como ariete sus políticas de derechos humanos, la ideología de género, el estatismo a ultranza, la retórica del socialismo del siglo XXI, según el modelo adoptado por Fidel Castro y Hugo Chávez. Para culminar el proceso crearon una profunda grieta que dividió a la sociedad argentina en dos bandos irreconciliables.

Incluso suprimieron a la oposición dentro del peronismo borrando al duhaldismo de la provincia de Buenos Aires, excomulgando y enviando al ostracismo político a algunos kirchneristas de la primera hora: Julio Bárbaro, Octavio Bordón, Gustavo Beliz, Gerardo Conte Gran y en su momento el propio Alberto Fernández y a algunos funcionarios ligados a él como Marcela Losardo y Vilma Ibarra.

Aprovecharon la crisis del radicalismo para captar a algunos dirigentes con base territorial que constituyeron el “Radicalismo para la Concertación” más comúnmente denominados “radicales K” (Julio Cobos, Miguel Saiz, Leopoldo Moreau, Gerardo Zamora, Daniel Katz, Gisella Marziotta, Matías Lammens, Sergio Palazzo, secretario general del gremio bancario, Maurice Closs y Martín Lousteau.

Algunos radicales K retornaron a su antiguo tronco partidario, otros hicieron carrera como fanáticos y disciplinados soldados K.

Incluso, hasta las organizaciones de derechos humanos fueron cooptadas a fuerza de prebendas y una de ellas terminó siendo transformada en una constructora de viviendas.

Con el paso del tiempo, la combinación de endeudamiento externo, políticas equivocadas, antiojeras ideológicas, endeudamiento externo y una matriz de corrupción sin precedentes, precipitaron al país en una pendiente de decadencia, empobrecimiento (la pobreza alcanzó al 36,6%, la indigencia al 8,8% y la inflación superó el 100% anual), aumentaron los impuestos hasta hacerse confiscatorios, más del 50% de la economía se hizo informal, se agotaron las reservas en el Banco Central y el atraso se hizo evidente en todos los campos, así el país entró en la mayor crisis de su historia.

También se acentuó el aislamiento internacional del país: muchas empresas extranjeras dejaron el país, cesó la llegada de inversiones extranjeras y prácticamente Argentina salió de las rutas aéreas. Mientras tanto los jóvenes hacen cola en las embajadas de los países de que eran originarios sus abuelos en búsqueda de una ciudadanía europea que les permita emigrar.

Los argentinos que en tiempos de Fernando de la Rúa cambiaban sus pesos libremente por dólares al uno a uno, en el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner deben ir al mercado clandestino, con todos los riesgos que eso implica, para conseguir dólares trescientos a uno. Es decir, que el peso en veinte años sufrió una devaluación del 300%.

En pocas palabras, la Argentina se convirtió en una Nación en decadencia, un claro ejemplo de lo que un país no debe hacer y en blanco de las críticas internacionales.

A mediados de 2002, cuando en Argentina gobernaba el peronista bonaerense Eduardo Duhalde, el entonces presidente de Uruguay, visiblemente enojado con dos periodistas de la agencia Bloomberg que habían comparado la economía uruguaya con la argentina disparó impiadosamente: “Los argentinos son una manga de ladrones, del primero hasta el último” […] “No nos compare o ¿Usted es un ignorante absoluto de la realidad argentina y uruguaya? Somos dos países diferentes ¿Sabe la clase de volumen de corrupción que tienen?”   

Indudablemente, Jorge Battle, sabía de lo que hablaba por ser mitad argentino. Su madre la periodista Matilde Ibáñez era argentina.

La semana pasada, fue la presidenta de la Comunidad de Madrid, la dirigente del centrista Partido Popular (PP), quien apeló el ejemplo del peronismo gobernante en Argentina para atacar a las políticas implementadas por el presidente del Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez.

“El gobierno de Sánchez nos lleva a la ruina. No es el gobierno de la mayoría y, muchos menos, el gobierno de la gente real. Es el gobierno que primero crea la pobreza para después generar dependencia del Estado. Es populismo fiscal. Le quitan dinero a la gente para después, como hacen los peronistas, repartirlos en pagas, ayudas y subsidios”, señaló la dirigente española.

Unos días antes, el expresidente de Gobierno del PP, Mariano Rajoy, hablando en un foro económico en Galicia, fue aún más cruel con el peronismo: “Esto es casi como … Argentina. Estamos caminando hacia un modelo fiscal Frankenstein. Me preocupa resucitar ese viejo debate. ¡Es que es populismo! ¡Eso es Perón! Los gobiernos no pueden jugar a dividir a la gente”, sentenció terminante Rajoy.

La crítica al kirchnerismo también está presente en la campaña para la segunda ronda electoral del 30 de octubre en Brasil.

El presidente Jair Bolsonaro le atribuyó al presidente Alberto Fernández que “un 40% de la población de ese país” este “debajo de la línea de la pobreza” y aseguró que el hambre en Venezuela es tal que “allá ya se comieron a todos los perros.”

Estas críticas de Bolsonaro no son nuevas ni sorprendentes. Bolsonaro siempre rechazó al kirchnerismo argentino por sus estrechos vínculos con su rival Luis Inacio Lula da Silva.

En 2019, Alberto Fernández encabezó la campaña internacional por el “Lula libre” que pedía la libertad del líder del Partido de los Trabajadores. Incluso visitó en dos oportunidades la Superintendencia de la Policía Federal, en Curitiba, donde Lula da Silva permaneció 580 días encarcelado, cumpliendo una condena por corrupción.

El 4 de julio de 2019, Alberto Fernández luego de entrevistarse con Lula, publicó en su cuenta Twitter: “Vuelvo a encontrarme con un viejo amigo, un maestro y una gran fuente de inspiración.”

Sin embargo, Lula da Silva, demostrando que en política no hay amigos permanentes sino intereses permanentes, no sería tan agradecido con su amigo argentino. Obligado a presentarse como un líder moderado y eficiente para tener chance de imponerse en los próximos comicios, el expresidente tomó distancia del gobierno argentino.

En estos días, hablando ante un grupo de empresarios dijo Lula da Silva: “Fernández está estancado. La inflación está en el 70% y no sé que pasará en la Argentina. El hambre es muy alta. Era un país poderoso, alguna vez fue la quinta economía del mundo. Lo que le falta es una elección política sobre para quienes quieren gobernar. Es simple, solo hay que elegir.” […]

“Alberto Fernández ganó las elecciones criticando al préstamo del FMI. Ahora, cuando gana ¿Qué hace? Empieza a perder puntos queriendo solucionar el problema del FMI”.

Alberto Fernández, bien podría decir, como Julio César en el drama de William Shakespeare, al reconocer entre sus asesinos a su hijo adoptivo: “¿Tú también Bruto?”

Más explícito y lapidario fue el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

En mayo de este año, el escritor peruano declaró en forma similar: “Argentina es un total sinsentido. Tiene todos los recursos naturales y humanos para ser líder en lo económico, pero permanece rehén de un grupo de autoritarios, encabezados por Cristina Kirchner, que mantienen al país en el atraso, la inflación y la pobreza, haciendo flamear un anticapitalismo obsoleto y deshilachado”.

Además, agregó: “Me resultó tan triste como difícil de creer que los argentinos le hayan dado otra oportunidad al kirchnerismo, en el 2019. Los resultados, tristemente, eran esperables. Argentina sigue sin encauzarse en un sendero reformista y mantiene el mismo hiperestatismo que ha marcado su historia en el siglo XXI”.

“A pesar del lamentable presente, no pierdo las esperanzas en Argentina. Creo que las próximas elecciones deberían no solo remover al kirchnerismo del gobierno, sino ser el primer paso de un camino de reformas urgentes y necesarias. Argentina no puede seguir siendo su peor enemigo”, concluyó.

 

Tantas voces distintas no pueden equivocarse, pero un sector de los argentinos, por fortuna cada vez más pequeño, insiste en cerrar ojos y oídos para vivir en un país de fantasía negando la realidad.

 

Las elecciones de octubre de 2023 no solo deben cambiar un gobierno, deben necesariamente ser el primer paso para una refundación moral de la sociedad argentina antes de que sea demasiado tarde. 

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