El peronismo,
fiel a sus tradiciones, acompaña a sus dirigentes hasta el cementerio, pero no
entra con ellos.
Al aparecer muchos animales tendrían una sensibilidad
especial para predecir los desastres naturales. Suele mencionarse que los
perros de la ciudad de Hiroshima aullaban alterados, en 1945, poco antes del
trágico bombardeo. También los sapos repentinamente dejaron sus estanques unos
días antes del terremoto que golpeo a la localidad de L’Aquila, en Italia, en
2009.
Quizá por eso habrá nacido el mito de que las ratas
abandonan en tropel los navíos que están a punto de zozobrar…
Ahora que el barco del gobierno kirchnerista que intenta
timonear Alberto Fernández se encuentra escorado y con serias posibilidades de hundirse,
ha comenzado la huida de sus principales dirigentes.
Comenzando por la vicepresidenta y líder autocrática del
Frente de Todos, Cristina Kirchner que pretende tomar distancia del gobierno
Frankenstein (creado en base a un conjunto de cadáveres políticos generados por
una pandemia de corrupción inédita en la Argentina) que ella sola construyó y
del candidato sin poder político, idoneidad, ideas o personalidad como para
dirigir el país, que eligió para presidirlo.
En este sentido, Cristina Kirchner siguió el ejemplo de
Juan D. Perón, cuando en 1973, designó como candidato presidencial a Héctor J.
Cámpora, un ignoto dentista de San Andrés de Giles, con el solo propósito de hacerlo
renunciar 49 días después de haber asumido en cargo.
Cristina Kirchner eligió a Alberto Fernández porque sabía
muy bien que nunca constituiría una amenaza para su liderazgo, pero, por las
dudas, se eligió a sí misma como vicepresidenta.
Fue Cristina Kirchner precisamente quien creó esa
autentica “bolsa de gatos” que es el Frente de Todos. Fue ella también
la gran electora que convirtió a Alberto Fernández en presidente.
Al igual que el Dr. Frankenstein, cuando comprendió la monstruosidad
del engendro que había creado, Cristina Kirchner pretendió desprenderse de su
creación y disimular su autoría en el hecho.
En otras palabras, Cristina está tratando de hacer algo
imposible: ser oficialismo y oposición al mismo tiempo.
Mal que le pese a Cristina Kirchner y a su hijo, aunque
pretendan culpar al presidente Fernández, al exministro Guzmán o al FMI por el
actual desastre que ha generado su gobierno, no podrán eludir su responsabilidad
en la crisis en que han sumido al país con su incompetencia.
Pero, Cristina y Máximo no son los únicos desertores del
proyecto que impulsaron y sostuvieron en los últimos cuatro años.
El pistoletazo de salida lo dio el entonces ministro de
Economía, Martín Guzmán, el 1º de julio pasado.
Probablemente, Guzmán no haya sido tan mal ministro de
Economía y los pésimos resultados que dejó su paso por el ministerio de
hacienda no sean totalmente resultado de su gestión. Quizá Guzmán pretendió
implementar medidas correctas per impopulares, algo que fue vetado tanto por
Cristina Kirchner como por el kirchnerismo duro.
Entonces, Guzmán decidió prolongar su estadía al frente
del ministerio la mayor cantidad de tiempo posible y dejar el cargo poco antes
del estallido, cuando el desastre fuera inminente.
Cristina Kirchner, en su afán de desvincularse de los
aspectos más impopulares del acuerdo con el FMI, un convenio a que se arribó
con su aprobación creó las condiciones ideales para que Martín Guzmán pegara el
portazo, alejándose del gobierno como una víctima más de la intolerancia de la vicepresidente.
Luego fueron las condiciones objetivas, que indicaban una
gran derrota electoral del peronismo en las elecciones generales de 2023, las
que convencieron a muchos funcionarios de que a veces “soldado que huye
sirve para otra batalla”.
Estas condiciones son claras: 130.000 muertos provocados por
la pésima gestión de la pandemia del COVID, el índice de desaprobación del
gobierno en 72,1%; la pobreza alcanzando el 36,6% y la indigencia en el 8,8% de
la población, la inflación situándose cómodamente en las tres cifras, la
imposición de 17 nuevos impuestos, el Banco Central sin reservas y el
establecimiento de 40 tipos distintos de paridades para el dólar, entre otras
calamidades, tales como los escándalos del “Olivosgate” o del “vacunatorio
vip”.
Curiosamente, los primeros en señalar el rumbo erróneo
del gobierno fueron algunos militantes kirchneristas provenientes del ámbito de
la cultura. El fuego amigo comenzó con algunos referentes oficialistas, como el
actor Dady Brieva que señaló: “Prometimos que íbamos a volver mejor y
volvimos al pedo”. En el mismo sentido se expidió el periodista
ultrakirchnerista Diego Brancatelli: “No sean necios. Genera inflación y mal
humor social (el alza del dólar blue). Póngase a laburar y hagan algo para detener
esta catástrofe.”.
Recientemente fueron tres ministros quienes dejaron
voluntariamente sus puestos en el gabinete. Elizabeth Gómez Alcorta por disidencia
con la política del gobierno hacia los terroristas mapuches, Claudio Moroni y
Juan Zabaleta cansados de los ataques que recibían por parte de voceros de la
vicepresidenta.
Los dimitentes fueron reemplazados por dirigentes de
tercer orden sin ningún peso político ni electoral. Al parecer los hombres del
peronismo que aún conservan cierto tipo de prestigio no parecen dispuestos a
poner en juego su caudal político por un gobierno en crisis al cual le resta su
último año de mandato.
Luego fue el jefe de Gabinete, Juan Manzur, gobernador de
Tucumán en uso de licencia, quien ha anunciado que en diciembre dejaría su
cargo para retornar a su provincia para preparar su reelección.
También el sector del sindicalismo que siempre ha
acompañado a Alberto Fernández ha comenzado a alejarse del primer mandatario.
La soledad política de Alberto Fernández es tal que, el pasado 17 de octubre,
el Día de la Lealtad para los peronistas, se realizaron tres actos
conmemorativos, pero los organizadores no consideraron necesario invitar a
ninguno de ellos al presidente del Partido Justicialista y presidente de la
Nación.
Algunos gobernadores peronistas, luego de intentar
infructuosamente eliminar las P.A.S.O., se disponen a recurrir a las Ley de
Lemas y a separar la elección presidencia de los comicios nacionales para
intentar así sobrevivir al tsunami opositor que auguran los sondeos electorales.
Es que las encuestas presentan un panorama desolador para
el peronismo. Si las elecciones fueran el próximo domingo 24 de octubre el
Frente de Todos no solo perdería la elección presidencial, sino que resultaría
derrotado en su bastión de la provincia de Buenos Aires.
Pero, si la economía continúa deteriorándose (tal como
auguran todos los economistas) y la inflación destruyendo el escaso poder
adquisitivo de los argentinos, el peronismo, aunque retenga el gobierno de
algunas provincias pequeñas: Formosa, Chaco, Santiago del Estero, San Luis, San
Juan.
Incluso los libertarios de Javier Milei y José Luis Espert
podrían situarse segundos en la provincia de Buenos Aires arrebatándole a
Cristina Kirchner una eventual senaduría por la minoría en esa provincia. En esa
eventualidad, la vicepresidenta correría el riesgo de quedar a la “intemperie
judicial”, sin fueros que la mantengan a cubierto de un arresto
domiciliario.
Hoy el dilema para Cristina Kirchner es como
diferenciarse del gobierno que ella ha creado y del cual forma parte sin
desestabilizarlo aún más.
La debilidad del gobierno es tal que de profundizarse la
ruptura entre el presidente y su vicepresidenta o de producirse un masivo éxodo
de funcionarios kirchneristas podría llevar al adelanto de las elecciones o, lo
que es peor, a la renuncia del presidente.
Cristina Kirchner no quiere, ni puede correr el riego de
que Alberto le tire el gobierno por la cabeza y de ser ella quien se vea obligada
a timonear el final de una gestión tan desastrosa que disputa con el agónico
final de la presidencia de Isabel Perón, el título del peor gobierno peronista
de la historia.
En otras palabras, Cristina no quiere ser quién apague la
luz.
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