La Semana Trágica es el nombre con que
se conocen las protestas populares y la represión siguiente que arrojó cientos
de muertos en la ciudad de Buenos Aires, entre el 7 y el 14 de enero de 1919.
¿PORQUÉ SEMANA TRÁGICA?
La
Semana Trágica recibió esa denominación por su similitud con los
acontecimientos ocurridos en la ciudad de Barcelona, entre el 26 de julio y el
2 de agosto de 1909, cuando durante el reinado de Alfonso XIII, el gobierno
conservador de Antonio Maura decidió enviar tropas de reserva a su colonia del
Marruecos Español, desatando una violenta protesta popular. El gobierno español
solo logró controlar la situación aplicando la ley marcial y fusilando a
algunos anarquistas.
LA SITUACIÓN PREVIA
En
1916 fue elegido mediante la aplicación de la ley electoral sancionada por el
presidente Roque Sáenz Peña un gobierno elegido por el voto secreto, y obligatorio de todos los argentinos
varones. El triunfador fue el caudillo Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión
Cívica Radical, un hombre de gran popularidad entre las clases medias del país.
El
primer gobierno de Yrigoyen debió transitar por un difícil contexto
internacional condicionado por la etapa final de la Gran Guerra –1914 / 1918- y
la Revolución Rusa de 1917.
La
Revolución Rusa impactó sobre el movimiento obrero, las incipientes corriente
políticas de izquierda y la juventud en general. Los sectores de izquierda
pesaban que estaban dadas las condiciones para que se produjeran una serie de
revoluciones socialistas en todo el mundo. Esta impresión se reforzó con el
estallido de convulsiones revolucionarias, en los primeros años de la posguerra, en Alemania y Hungría.
Aunque estos conatos revolucionarios fracasaron, parecía que los obreros se
disponían a tomar el poder.
En
la Argentina, un sector del Partido Socialista, influido por la nueva
experiencia, que en cambio rechazaba la mayor parte de la dirigencia
tradicional de este partido, se alejó, el 5 y 6 de enero de 1918, para formar
el “Partido Socialista Internacional”.
Del congreso fundacional participaron veintidós centros socialistas que
representaban a 750 afiliados. Inicialmente la dirección del nuevo partido
estuvo en manos del obrero gráfico José Penelón, el jefe del socialismo
chileno, Luis Emilio Recabarren, con el apoyo de varios intelectuales entre los
que destacaban José Ingenieros y su discípulo Aníbal Ponce. Dos años más tarde,
siguiendo los dictados de la “Tercera Internacional” liderada
desde Moscú por Vladimir Ilich Lenin, el grupo cambio su denominación por “Partido
Comunista Argentino”.
Yrigoyen
insistió en mantener la política exterior heredada del gobierno anterior. La
neutralidad en el conflicto mundial. No le resultó fácil. La guerra submarina
desatada por Alemania y el hundimiento de algunos barcos argentinos fueron
picos de alta tensión, pero el líder radical supo mantener el rumbo pese a las
presiones de todo tipo que debió enfrentar. Cuando terminada la guerra, se
organizó la Sociedad de las Naciones la Argentina no participó, porque Yrigoyen
consideró que los intereses de los países menos poderosos no estaban
debidamente contemplados.
En
1918, la Federación Universitaria de Córdoba desconoció con violencia la
autoridad del rector de la Universidad de esa provincia, Dr. Antonio Nores y
declaró una huelga estudiantil. Después de algunas refriegas entre estudiantes
y policías en las plazas General Paz y Vélez Sarsfield y la calle del teatro
Rivera Indarte, el rector renunció y el gobierno nacional nombró un interventor
que adoptó posiciones favorables a los estudiantes.
El
movimiento, conocido como la “Reforma Universitaria”, planteó
la renovación de los elencos docentes, la aplicación de un sistema de concursos
públicos para la designación de profesores, la apertura de cátedras paralelas y
la participación de los estudiantes y graduados en el gobierno universitario.
El
estilo político radical imperó durante tres períodos presidenciales
consecutivos. En el primero, entre 1916 y 1922, ejerció la presidencia Hipólito
Yrigoyen. En el segundo, entre 1922 y 1928, el presidente radical fue el doctor
Marcelo Torcuato de Alvear. Hipólito Yrigoyen fue nuevamente elegido para el
último período, iniciado en 1928 y terminaron abruptamente en 1930 por una intervención
militar.
LA
CUESTIÓN OBRERA
En
la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, la más importante esfera de
conflictos provino de los manejos del Gobierno con el movimiento obrero a los
efectos de ganar su apoyo electoral y minar la posición del Partido Socialista.
El presidente tendió a favorecer la posición negociadora de los sindicatos
durante las huelgas. Esta estrategia logró cierto éxito en las huelgas
marítimas de 1916 y 1917, pero fracasó al aplicarse en las huelgas ferroviarias
de 1917 y 1918.
Los
primeros años de la guerra, con la interrupción del sistema de división
internacional del trabajo y las limitaciones al comercio internacional, la
economía argentina debió enfrentar problemas en el abastecimiento de insumos
importados, que por ese entonces eran ampliamente mayoritarios. Comenzó en esta
forma un muy precario proceso de industrialización por sustitución de
importaciones que incrementó la actividad fabril, aunque en muchos casos los
productos eran de calidad muy inferiores a los importados y su costo muy
superior. El fin de la guerra ocasionó la destrucción de este precario sector
industrial y la desocupación para los empresarios y trabajadores que lo
integraban. En esta forma estaban dadas las condiciones para el crecimiento de
la protesta social y sindical.
El centro de los hechos de la Semana Trágica fue la por
entonces mayor empresa metalúrgica del país, conocida como los Talleres Vasena,
cuyos establecimientos estaban ubicados en la zona sur de la ciudad de Buenos
Aires, en los barrios de San Cristóbal y Nueva Pompeya.
La empresa Pedro Vasena e Hijos, había sido fundada en
1870 por el italiano Pedro Vasena. En 1912 se había transformado en una
sociedad anónima con la incorporación de importantes capitales ingleses,
estableciendo su sede legal en Londres y cambiando su nombre societario por
Argentine Iron & Steel Manufactury formely Pedro Vasena e Hijos.
Al morir el fundador Pedro Vasena, en 1916, la
presidencia de la empresa pasó a su hijo Alfredo, secundado por sus tres hermanos,
Emilio, Humberto y Severino. El abogado de la empresa era el influyente senador
Leopoldo Melo, un alto dirigente de la Unión Cívica Radical del sector azul o
antipersonalista, que también era miembro del directorio de la compañía. Melo
sería ministro durante el gobierno del presidente Marcelo T. de Alvear.
Fundador de la UCR Antipersonalista, en 1926, encabezó la fórmula presidencial
que compitió infructuosamente contra Hipólito Yrigoyen en 1928.
La firma Pedro Vasena e Hijos contrataba a 2.500 trabajadores,
incluyendo varios cientos de obreros en un lavadero de lana en Barracas y
establecimientos en las ciudades de La Plata y Rosario.
Como muchas de las empresas de la época se caracterizaba
por las malas condiciones de trabajo que debían soportar sus obreros, locales
mal ventilados que acumulaban temperaturas excesivas, salarios
considerablemente más bajos que otras empresas del sector y jornadas más
largas. La empresa tenía una postura antisindical y contraria a las
negociaciones colectivas de salarios.
En 1918, en el sector metalúrgico argentino los
trabajadores sindicalizados se nucleaban en la Federación Obrera Metalúrgica
(FOM), afiliada a la FORA del IX Congreso de orientación sindicalista y
socialista. En abril de 1918, la FOM convocó una huelga en los Talleres Vasena
que terminó fracasando y llevando a que un sector de los trabajadores creara
otro sindicato, la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos (SRMU), más
radicalizada y adherida a la FORA del V Congreso controlada por anarquistas y
comunistas.
Entre octubre y diciembre de 1918, la SRMU organizó
varias huelgas exitosas en distintas empresas metalúrgicas de la ciudad,
ganando así el apoyo de una parte importante de los trabajadores del sector.
Como parte de ese plan de lucha, el 2 de diciembre de 1918, la SRMU declaró una
nueva huelga en los Talleres Vasena. Sus principales dirigentes fueron Juan
Zapetini, secretario general del sindicato de ideología anarquista y el
italiano Mario Boratto, delegado del personal de la empresa, un católico no
anarquista.
La empresa tenía el taller y la administración en un
predio de algo menos de dos manzanas, con entrada principal en la calle
Cochabamba 3075. Actualmente allí se encuentra la plaza Martín Fierro.
A unas veinticinco cuadras de allí, en dirección sur,
sobre el límite de la ciudad en el Riachuelo y ya en el Barrio de Nueva
Pompeya, la empresa tenía los galpones en los que almacenaba las materias
primas. La operatorio de la empresa demandaba un transporte constante de
materiales entre los talleres y los galpones, a lo largo de la calle Pepirí –
24 de noviembre, en pleno barrio obrero. A pocos metros del cruce de la calle
Pepirí con la avenida Amancio Alcorta, se situaba el local sindical de la SRMU.
En esas tres ubicaciones se desarrollaron los principales acontecimientos que
desencadenaron la Semana Trágica.
El sindicato elaboró un petitorio que fue presentado a la
empresa, pero Alfredo Vasena se negó a recibir el documento y a tratar con la
delegación sindical. A partir de allí las tensiones se fueron incrementando
hasta arribar a la violencia.
La empresa decidió agotar a los trabajadores recurriendo
al empleo de esquiroles o rompehuelgas y civiles armados proporcionados por la
Asociación Nacional del Trabajo y la Sociedad Rural Argentina, presidida por
Joaquín de Anchorena.
El sindicato, por su parte, intentó causarle perjuicios
económicos a la empresa mediante la implementación de piquetes que impidieran
el transporte de materiales y el ingreso de los rompehuelgas.
Los obreros montaron los piquetes con la solidaridad del
barrio y la adhesión de otros sindicatos, en especial marítimos y portuarios,
que se negaron a operar con los Talleres Vasena mientras durara el conflicto.
Para poder atravesar los piquetes la empresa armó a los
rompehuelgas, con la tolerancia cómplice del gobierno.
El 13 de diciembre de 1918 se produjo el primer incidente
violento en que se emplearon armas de fuego. Dos policías y el chofer de un
auto de la empresa dispararon contra una casa de familia sobre la avenida
Amancio Alcorta, a dos cuadras del sindicato. El día 14 de diciembre, el jefe
de la Policía, Comisario José O. Casas, se ofreció como mediador en el
conflicto, pero el sindicato rechazó la mediación, aceptando sólo tratativas
directas con los miembros del directorio de la empresa.
El 15 de diciembre se produjo el primer herido, cuando el
esquirol Pablo Pinciroli disparó contra uno de los huelguistas del piquete que
intentaba impedir su trabajo, lesionándolo gravemente en la espalda. Al día
siguiente otro huelguista, Ramón Sibacini, fue herido de un disparo en la
pierna por los rompehuelgas Domingo Ratti y Juan Vidal. El 18 de diciembre uno
de los dueños en la fábrica, Emilio Vasena, disparó hiriendo al carbonero De
Santis, vecino del sindicato, que se encontraba en la puerta de su casa.
El 19 de diciembre el gobierno radical decidió remover al
jefe de la Policía de la Capital a quién consideraba demasiado tolerante con
los obreros y reemplazarlo por el comisario Miguel Luis Denovi.
LAS
PRIMERAS VÍCTIMAS FATALES
El 23 de diciembre se produjo la primera víctima fatal:
el rompehuelgas Manuel Rodríguez, se arrojó a las aguas de Riachuelo para huir
de unos huelguistas y se ahogó a la altura de Puente Alsina. El 26 de
diciembre, el esquirol Pablo Pinciroli nuevamente disparó contra un huelguista.
Las víctimas fueron el obrero Manuel Noya y la niña Isabel Aguilar herida en el
rostro mientras caminaba por la vereda.
Al prolongarse la huelga, los miembros del directorio de
Pedro Vasena e hijos intentaron sobornar al delegado Borato y luego asesinarlo,
fracasando en ambos intentos.
El 30 de diciembre, el obrero pintor Domingo Castro,
cuando se dirigía hacia uno de los locales anarquistas del barrio, fue baleado
por el policía Oscar Ropts y falleció al día siguiente. El 1 de enero de 1919,
el huelguista Constantino Otero, fue herido de bala por un rompehuelgas.
El 3 de enero la Policía de la Capital se involucró
directamente en un enfrentamiento armado atacando el local sindical sito en las
calles Amancio Alcorta y Pepirí. En el hecho resultaron gravemente heridos dos
vecinos Flora Santos y Vicente Velatti que se encontraban en la zona.
El día siguiente se produjo un nuevo enfrentamiento
armado generalizado en el mismo lugar. Los huelguistas levantaron una barricada
y rompieron los caños de agua para anegar las calles de tierra. Los huelguistas
y vecinos obligaron a la policía retirarse. En el enfrentamiento fue gravemente
herido el cabo Vicente Chávez, que moriría al día siguiente. El enfrentamiento
ocupó la primera plana de todos los diarios y recibió extenso tratamiento en la
prensa obrera de la época.
El 6 de enero, durante el entierro del cabo Chávez, el
teniente de la Guardia de Caballería de la Policía de la Capital, Augusto
Troncoso, ante la presencia de las más altas autoridades policiales y de la
empresa, prometió en nombre de la fuerza policial, “vengar” su muerte. Ese mismo día todos los capataces de la firma
Vasena se plegaron formalmente a la huelga.
COMIENZA
LA SEMANA TRÁGICA
El 7 de enero, nuevamente en la avenida Amancio Alcorta
3483, sede del local sindical, aproximadamente a las 15.30, más de cien
policías y bomberos armados con fusiles Mauser, apoyados por rompehuelgas
armados con carabinas Winchester, dispararon contra las casas de madera
ocupadas por obreros en huelga y simples vecinos. Durante casi dos horas se
dispararon cerca de dos mil proyectiles.
Una gran parte de las fuerzas de seguridad ya estaban
apostadas desde mucho antes en el techo de la escuela La Banderita y en la
fábrica textil Bozalla, ubicada frente al local sindical, que también estaba en
huelga. Entre las fuerzas atacantes estaba incluso uno de los miembros del
directorio de la empresa, Emilio Vasena.
Los vecinos debieron protegerse de los proyectiles arrojándose
al piso de sus viviendas y en algunos casos ocultándose debajo de las camas. En
el ataque murieron cinco personas y resultaron heridas de bala otras treinta.
La magnitud de los incidentes fue verificada de inmediato
en el lugar de los sucesos por el diputado socialista Mario Bravo, por los
cronistas del diario socialista La
Vanguardia, por las revistar Mundo
Argentino y Caras y Caretas.
Inmediatamente después de este brote de violencia
parapolicial el gobierno radical intentó terminar con el conflicto y apaciguar
los ánimos. El ministro del Interior Ramón Gómez impartió instrucciones al jefe
de la Policía de la Capital, comisario Miguel Denovi y al director del
Departamento de Trabajo, Alejandro Usain, para que negociaran con el empresario
Alfredo Vasena la aceptación de varios puntos del petitorio con el propósito de
poner fin a la huelga.
Usain y Denovi concurrieron a la empresa y obtuvieron que
Vasena aceptara aumentar los salarios en un 12%, reducir la jornada laboral a
nueve horas de lunes a sábado (los obreros debían cumplir 54 horas de trabajo
semanal) y readmitiera a todos los trabajadores en conflicto.
Esa misma noche, se organizó una reunión de las partes en
conflicto en el Departamento de Policía, llegándose a un principio de acuerdo
que se formalizaría al día siguiente en la empresa. Vasena prometió también no
realizar actividades en los talleres al día siguiente para evitar nuevos
incidentes. El conflicto en la empresa Pedro Vasena e hijos parecía estar a
punto de solucionarse.
Pero la violencia desatada por los grupos parapoliciales
había desatado una indignación generalizada en los sectores obreros y en los
barrios populares de la ciudad, que se reflejó de inmediato en la gran cantidad
de gente que se congregó en los locales sindicales donde los socialistas
revolucionarios y los anarquistas exhortaban a los trabajadores a llevar a cabo
una huelga revolucionaria al estilo de los sucesos de Rusia en 1917.
Los ánimos se iban caldeando en especial en la sede del
sindicato de Amancio Alcorta 3483 y en la “Casa
del Pueblo”, el local socialista situado en la calle Loria 1341, a dos
cuadras de la fábrica donde se estaban velando a los muertos.
Esa misma noche los comerciantes de Nueva Pompeya
decidieron cerrar sus negocios al día siguiente, en señal de duelo por los
muertos. Simultáneamente, uno de los principales sindicatos del país, la
Federación Obrera Marítima, que respondía al FORA del IX Congreso controlada
por anarquistas, resolvió declarar la huelga por falta respuesta a sus
peticiones por parte de la patronal reunida en el Centro Argentino de Cabotaje.
El 8 de enero el conflicto se generalizó, el precario
acuerdo alcanzado entre el directorio de Pedro Vasena e Hijos y los
representantes sindicales quedó sin efecto y el alivio que el gobierno radical
había sentido la noche anterior se diluyó con el correr de las horas.
La huelga comenzó a extenderse y a tomar un cariz
netamente revolucionario. Durante la mañana todas las fábricas y
establecimientos metalúrgicos de la ciudad suspendieron las tareas, mientras
que decenas de sindicatos pertenecientes a ambas FORAs.
Repudiaron la violencia desatada el día anterior y
declararon huelgas para concurrir al entierro de los muertos que se realizaría
la siguiente. Las fábricas de calzado, la construcción, los choferes, construcciones
navales, trabajadores del tabaco, curtidores, toneleros, molineros, textiles,
construcciones de carruajes, tapiceros, empleados estatales, etc., se plegaron
decididamente a la huelga. Además, el conflicto delo trabajadores marítimos se
extendió a los demás puertos del país y la Federación Obrera Marítima (FOM)
convocó a sus afiliados a acompañar el cortejo fúnebre.
Mientras el conflicto se expandía, los dirigentes del
sindicato metalúrgico se hicieron presentes poco antes del medio día a la sede
de empresa en la calle Cochabamba, para negociar los términos del acuerdo
alcanzado la noche anterior. Pero el empresario Alfredo Vasena mostró de
inmediato una total intransigencia. Comenzó por impedir el ingreso a las
instalaciones de los dirigentes sindicales que no eran trabajadores de la
empresa y luego se negó a recibir el petitorio o negociar cualquier condición
que modificara lo que se había acordado frente a las autoridades
gubernamentales: es decir el 12% de incremento en los salarios y la jornada de nueve
horas.
Los dirigentes sindicales pretendían más aumento de
sueldo, equiparación salarial entre secciones y géneros, jornada laboral de ocho
horas, no obligatoriedad de horas extras, las que debían pagarse con un
suplemento del 50 o 100% si se realizaban los días domingo.
La negativa del directorio de la empresa a otorgar
cualquier nueva mejora laboral, a pesar de la gravedad de la situación y los
muertos del día anterior, tensó aún más los ánimos ya exacerbados por la
tragedia y la prédica de los elementos más radicalizados del movimiento obrero,
como pudo apreciarse en la asamblea informativa que el sindicato realizó esa
noche en el salón Ausgusteo ubicado en la calle Sarmiento 1374.
Esa tarde se reunió también la Cámara de Diputados de la
Nación en sesión extraordinaria para debatir los “sucesos sangrientos” de Nueva Pompeya. El Partido Socialista pidió
la interpelación del ministro del Interior para que respondiera sobre lo que el
diputado Mario Bravo calificó de “masacre”.
El legislador socialista, Nicolás Repetto, en tanto, denunció también la “impermeabilidad cerebral de algunos patrones”
en una clara referencia a la intransigencia mostrada por el directorio de la
firma Pedro Vasena e hijos.
Bravo, que había concurrido al lugar del ataque poco después
de los hechos y entrevistado a numerosos testigos, informó en detalle sobre la
forma en que se habían desarrollado los acontecimientos y la participación de
personal policial uniformado. Pero, cuando llegó el momento de realizar la
votación para decidir la interpelación al ministro del Interior, la bancada de
la UCR se retiró dejando a sesión sin quórum.
La FORA del IX Congreso expresó una vez más su
solidaridad con los huelguistas y al anochecer la FORA del V Congreso decretó
la huelga general para el día siguiente, a partir de los doce del mediodía a
los efectos de que los trabajadores pudieran asistir masivamente al entierro de
las víctimas de la violencia parapolicial.
El 9 de enero, la ciudad de Buenos Aires quedó casi
completamente paralizada, a excepción de los trenes que traían multitudes de
trabajadores desde las áreas suburbanas para sumarse al cortejo fúnebre.
Barricadas, piquetes, cortes de los cables de los tranvías, comisiones obreras
recorriendo los lugares de trabajo para verificar que no se llevaran a cabo
actividades, paros de subtes y huelga de canillitas, etc.
El perímetro de las calles Boedo, Cochabamba, Entre Ríos
y Rivadavia, estaba abarrotado de gente horas antes de la llegada del cortejo.
Grupos de trabajadores y vecinos se agolpaban en las veredas, los balcones y
las terrazas. Muchos de los asistentes llevaban flores para arrojarlas al paso
del cortejo. Para no exacerbar aún más los ánimos las autoridades decidieron
retirar al personal policial, sin embargo no se produjeron incidentes por parte
de los obreros.
Mientras tanto, el directorio de la empresa Pedro Vasena
e Hijos y varios dirigentes de la Asociación Nacional del Trabajo se habían
atrincherado en la fábrica reforzados por unos trescientos hombres armados.
El embajador inglés Reginald Tower y el presidente de la Asociación
Nacional del Trabajo y de la Sociedad Rural Argentina, Joaquín de Anchorena
concurrieron a la Casa Rosada a reclamar al presidente Yrigoyen el empleo de
fuerzas policiales y decisiones más enérgicas para defender el establecimiento,
que ya comenzaba a estar rodeado de obreros y bloqueado por barricadas en las
esquinas.
El presidente Yrigoyen se negaba a decretar el estado de
sitio y a tomar medidas más drásticas esperando que los ánimos se
tranquilizaran con el correr de los días. Sólo decidió remover al jefe de la
Policía de la Capital y poner a ese cuerpo de seguridad a las órdenes del
ministro de guerra Elpidio González, un dirigente radical de extrema confianza
del primer mandatario.
A las dos de la tarde, el multitudinario cortejo fúnebre
partió del local sindical de la calle Amancio Alcorta 3483, hacia el cementerio
de la Chacarita. La columna estaba encabezada por una vanguardia compuesta por
150 anarquistas armados que se fue ampliando con el saqueo de las armerías que
se encontraban en el camino u en otros puntos de la ciudad.
La columna avanzo por la calle La Rioja hasta llegar a los
Talleres Vasena, donde se reunió con una columna formada por obreros
socialistas. Luego se produjo una enorme confrontación armada entre los
guardias que custodiaban las instalaciones de la empresa y los anarquistas. Los
atacantes intentaron en vano prender fuego al portón de hierro de la entrada y
a los forrajes de los caballos almacenados en el patio. El resultado fue un
número indeterminado de muertos y heridos de ambos bandos.
Al enterarse de lo que sucedía en los talleres Vasena, el
ministro Elpidio González, acompañado por el comisario inspector Justino Toranzo,
se dirigieron en auto hacia la empores. Pero el vehículo fue interceptado por
los manifestantes a pocas cuadras de los talleres, e incendiado, los
funcionarios debieron volver a pie al Departamento de Policía.
La mayor parte del cortejo evitó pasar por los Talleres
Vasena y siguió rumbo al cementerio con algunos incidentes en el camino. Al
llegar a la Iglesia de Jesús Sacramentado, sita en la calle Corrientes 4433,
aproximadamente a las 16.00 horas, se produjo otro choque sangriento con los
bomberos que custodiaban el templo cuando un grupo de obreros anarquistas
pretendieron incendiarlo.
La violencia fue raleando el cortejo, los vecinos y curiosos
desistieron de acompañar los féretros, pero algunos cientos de manifestantes
lograron abrirse paso y llegar hasta el cementerio. Pero, para entonces el
ministro Elpidio González impartió órdenes a la policía, reforzada con un
regimiento de Infantería del Ejército, a las órdenes del capitán Luis A.
Cafferata, de disolver a los manifestantes en el cementerio.
El cortejo, que había ingresado al predio del cementerio,
estaba escuchando los discursos de los dirigentes sindicales que despedían a
los caídos cuando, sin intimación previa, comenzó el fuego de fusilería. Se produjo
un desbande general, seguido de muertos y heridos, cuatro féretros quedaron
insepultos. El fuego de fusilería produjo al menos murieron doce personas,
entre ellas dos mujeres.
Al promediar la tarde, se hizo presente en la Casa Rosada
el general Luis J. Dellepiane, comandante de la II División de Ejército,
acantonada en Campo de Mayo. El militar manifestó al presidente que no podía
demorarse más la intervención del Ejército para controlar la situación. Yrigoyen
escucho el planteo y se limitó a aceptar la intervención del Ejército con un
lacónico “General, cumpla con su deber” y designó a Dellepiane como “Comandante Militar de Buenos Aires”.
El general Dellepiane actuó drásticamente, implantó el
toque de queda y emplazó dos baterías de ametralladoras en la calle Cochabamba
y ordenó a su órdenes hacer fuego a discreción. Los anarquistas replicaron con
las escasa armas de que disponían.
La cantidad de muertos de ese día fue de varias decenas,
sin que hayan podido ser precisados. Al gobierno no le intereso contabilizarlos
y la mayoría de ellos fueron sepultados en fosas comunes. Muchos trabajadores muertos
eran inmigrantes solteros que no portaban sus pasaportes u otros documentos,
quienes los conocían probablemente murieron también ese día y sus familias, en
su país de origen, nunca sabrían que ocurrió con ellos.
Esa noche la FORA del IX Congreso, controlada por los
anarquistas, emitió una resolución asumiendo “la conducción del movimiento en
la Capital Federal” y convocando a una reunión urgente de secretarios generales
para el día siguiente a los efectos de determinar como seguir adelante con el
conflicto.
En la mañana del día 10 de enero, la ciudad de Buenos
Aires amaneció paralizada y llena de barricadas. Solo circulaban automóviles
que llevaban la bandera roja que les garantizaba atravesar los piquetes
obreros. Nuevos gremios declararon huelgas por reclamos puntuales en diversas
partes del país.
Mientras tanto, el general Dellepiane se disponía a
retomar el control de la ciudad. Un contingente de dos mil marinos y dos nuevas
baterías de ametralladoras provenientes de Campo de Mayo reforzaron a las
fuerzas legales.
A las once de la mañana un nuevo grupo de huelguistas
armados intentó tomar los talleres Vasena, cuyos defensores habían sido
reforzados por personal policial y militar. El ataque fracaso pero dejó un
nuevo saldo de muertos y heridos.
Simultáneamente, un destacamento de bomberos irrumpió en
el local del sindicato metalúrgico de la avenida Amancio Alcorta 3483,
deteniendo a sus ocupantes y matando a uno de ellos que se resistió.
Lentamente las fuerzas policiales y militares, actuando
con energía y sin reparar en las víctimas que provocaban, fueron controlando la
ciudad.
Esa noche, la Federación Obrera Ferroviaria, el sindicato
más poderoso del país, declaró la huelga en todo el país reclamando la
reincorporación de los trabajadores despedidos en las huelgas del año anterior.
La FORA del IX Congreso dispuso dar prioridad a los
reclamos establecidos en los petitorios de huelga de los metalúrgicos de Vasena
y de los ferroviarios.
La FORA del V Congreso decidió continuar “por tiempo indeterminado” la huelga
general, dándole a partir de ese momento el carácter de “revolucionaria” y fijando como objetivo de esta la liberación de
los presos políticos y sociales, en especial el anarquista ucraniano Simón
Radowitzky, condenado a cadena perpetua por el asesinato del jefe de Policía,
Coronel Ramón L. Falcón y de Apolinario Barrera, un anarquista preso por
organizar un intento de fuga de Radowitzky.
A medida que las fuerzas legales recuperaban el control
de la ciudad comenzaba la represión y persecución de los obreros e inmigrantes
a manos de grupos parapoliciales que, como la recién creada Liga Patriótica,
actuaban con total impunidad con la tolerancia de las autoridades. Su blanco
eran los “judíos”, “rusos”, “maximalistas”, “bolcheviques” y “anarquistas”.
Por la mañana del 11 de enero de 1919, la ciudad de
Buenos Aires seguía paralizada pero la población comenzaba a sentir el desgaste
que generaba el caos y el conflicto. Las fuerzas represivas continuaron
operando todo el día y los dos días siguientes actuando sin limitaciones de ningún
tipo. A los objetivos obreros se habían sumado ahora los objetivos judíos
incentivados por la difusión en los últimos años de libelos de sangre como el
falaz “Los protocolos de los sabios de
Síon” y otra bibliografía de odio. Así se inició la llamada “Caza del ruso” (en el lunfardo porteño,
la denominación de “ruso” se aplica
tanto a los judíos como a cualquier inmigrante proveniente de la Europa del Este:
polacos, húngaros, serbios, etc.) y el “Haga
patria mate a un judío”.
La tolerancia y hasta el apoyo a los grupos
parapoliciales fue una parte sustancial del plan de seguridad del gobierno
radical. El propio general Dellepiane impartió órdenes terminantes de “contener toda manifestación o reagrupamiento
con excepción de los patrióticos.”
Mientras se incrementaba la violencia oficial, el
presidente Hipólito Yrigoyen convocó por la tarde a la FORA del IX Congreso,
encabezada por su secretario general Sebastián Marotta y al empresario Alfredo
Vasena -que concurrió acompañado por el embajador británico- a la Casa Rosada
para imponerles el levantamiento de la huelga a la central sindical y la
aceptación del pliego de huelga al presidente de la empresa. Para contribuir a
la pacificación de los ánimos, el gobierno pondría en libertad a todos los
detenidos políticos, excepto a los condenados por delitos graves, como
Radowitzky y Barrera.
La FORA del IX Congreso emitió un comunicado, disponiendo
“dar por terminado el movimiento
recomendando a todos los huelguistas de inmediato la vuelta al trabajo.”
El domingo 12, pese al acuerdo impuesto por el gobierno
la huelga general no solo continúo sino que comenzó a extenderse a otras
ciudades del país: Rosario, La Plata, San Fernando, San Pedro, Santa Fe,
Tucumán, Mendoza, Córdoba, impulsada incluso por sindicatos y secciones de la
FORA del IX congreso que desconocieron la decisión de su conducción nacional.
En la ciudad de Buenos Aires, la actividad se recuperó parcialmente por la
tarde.
La Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos (SRMU) emitió
un comunicado diciendo que al no haber participado de las negociaciones y de
que no había recibido copia del supuesto acuerdo con la empresa y que
desconocía el paradero del Alfredo Vasena, anunciaba que no levantaría la
huelga en los talleres de la firma.
Durante todo el día las fuerzas de seguridad continuaron
realizando allanamientos, requisas y detenciones por toda la ciudad. Centenares
de personas fueron detenidas, saturando las comisarías y las cárceles, mientras
que desde el Gobierno se denunciaba la existencia de un plan revolucionario
maximalista.
Por la noche la FORA del V Congreso ratificó su decisión
de mantener la huelga general por tiempo indeterminado hasta tanto fueran
liberados “todos los detenidos por causas
sociales”, agregan do la exigencia de que “el gobierno retire todas las tropas.”
El lunes 13 de enero comenzó con las fuerzas de seguridad
irrumpiendo en el local de la Federación Obrera Ferroviaria, principal
sindicato de la FORA del IX Congreso, que permanecía en huelga por sus propias
reivindicaciones. Las autoridades detuvieron diecisiete gremialistas y
clausuraron el local. El Ejército tomó el control de las instalaciones
ferroviarias y normalizó el funcionamiento de los servicios.
La ciudad de Buenos Aires lentamente comenzó a
normalizarse, con grandes dificultades en los abastecimientos por actos de
sabotaje, como el descarrilamiento de un tren proveniente de Rosario. Algunas
ciudades aledañas, como Avellaneda, todavía estaban paralizadas y bajo el control
de piquetes de huelguistas.
El gobierno impuso una nueva mediación a las partes. Una
delegación de la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos (SRMU) encabezada
por su secretario general Juan Zapetini concurrió a la Casa Rosada donde se reunió
con los miembros del directorio de la empresa Alfredo y Emilio Vasena y
Leopoldo Melo. Como mediadores actuaron el ministro del Interior Ramón Gómez y
el director del Departamento del Trabajo Alejandro Usain.
La empresa aceptó la totalidad de los reclamos obreros,
con excepción de la situación del lavadero de lana cuya negociación fue
derivada a una nueva reunión y el sindicato levantó la huelga, luego de 43 días
y de una sangrienta represión. Los overos volverían al trabajo el lunes 20 de
enero, luego de reparar los establecimientos y maquinarias, pero percibiendo su
salario desde ese día.
El 14 de enero el general Dellepiane se reunió por
separado con las autoridades de las dos FORAs, para acordar el levantamiento
definitivo de la huelga general y el cese de los conflictos. Ambas exigieron la
libertad de los detenidos, “la supresión
de la ostentación de fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de reunión”. El gobierno aceptó las
condiciones de las centrales sindicales y ambas acordaron levantar la huelga.
Pese a los acuerdos, ese día fuerzas de seguridad y
grupos parapoliciales allanaron y destruyeron las instalaciones del diario
anarquista La Protesta y de varios
locales anarquistas y sindicales, incluso uno donde se encontraba sesionando la
asamblea de la FORA del V Congreso, deteniendo a todos sus ocupantes.
Grupos parapoliciales pertenecientes a la Liga Patriótica
continuaron vandalizando el barrio de Once y locales de la comunidad judía (incendiaron
sinagogas, y las bibliotecas Poalei Sión y Avangard), cometiendo toda clase de
atropellos, palizas y hasta asesinatos de inmigrantes judíos.
Aunque el día 15 de enero el presidente Yrigoyen dispuso
la libertad de todos los detenidos en los incidentes la violencia no cesaba.
Ese día, en la avenida Pueyrredón un grupo de huelguista
asesinó a tiros al sargento del Ejército Ramón Díaz, y en la avenida Corrientes
fue asesinado el comandante de un pelotón de fusileros, el subteniente Agustín
Ronzoni y un civil a manos de anarquistas. Un pelotón al mando del sargento
Bonifacio Manzo fue emboscado y parte del Regimiento de Infantería 7 fue
obligado al empleo de una ametralladora pesada Vickers para repeler el fuego de
atacantes. El Regimiento de Infantería 3 debió intervenir para liberar a unos
cuatrocientos trabajadores que se negaron a participar en las huelgas, y que
ahora se encontraban atrapados en los Talleres Vasena por grupos anarquistas,
que pretendían incendiar los edificios con ellos adentro. Los conductores de
ambulancias públicas y los médicos abordo tuvieron que salir armados con
revólveres para poder defenderse de las huelguistas que buscaban venganza.
El día 16 de enero, el general Dellepiane amenazó con “emplazar
la artillería en la Plaza del Congreso y atronar con los cañones toda la ciudad”
si la violencia de ambos bandos no cesaba. Mientras tanto, un destacamento del
Ejército instalado frente a la fábrica abrió fuego contra los overos y en otros
lugares dos policías resultaron asesinados, el cabo Teófilo Ramírez y el agente
Ángel Giusti, a manos de anarquistas.
Como hemos mencionado el número total de víctimas es muy difícil
de precisar. Las fuentes oficiales las minimizan y los testimonios de
socialistas y anarquistas tienden a sobredimensionarlas. Lo mismo ocurre con
los historiadores según sean sus posiciones ideológicas. Después de analizar
las distintas fuentes podrían concluir un mínimo de 400 y un máximo de 800
muertos entre ambos bandos.
El saldo de estos sucesos, además de las víctimas fatales
y los sufrimientos y daños de otras víctimas de la violencia. Las centrales
sindicales de las FORAs no sufrieron perjuicios importantes y siguieron
representando a los trabajadores por varias décadas.
El principal perjudicado fue el gobierno de Hipólito Yrigoyen
y la UCR que vio destruida su relación con la clase obrera para siempre. Yrigoyen
tampoco pudo recuperar su prestigio ante los hombres del Ejército que siempre
lo culparon de ser demasiado tolerante con los anarquistas de haberlos obligado
a disparar sobre los obreros.
La Semana Trágica puso fin a la etapa reformista del
gobierno de Yrigoyen, el caudillo radical no profundizo ninguna otra reforma, cesó
cualquier intento de desmantelar al aparato de gobierno de los conservadores y se limitó a mantener el statu
quo. Otro saldo importante de los sucesos ocurridos durante las protestas populares
de enero de 1919 fue la aparición de la Liga Patriótica.
LA LIGA
PATRIÓTICA
Una
consecuencia directa de los acontecimientos fue la organización de los grupos
de civiles armados que, con el nombre de “Comisión
Pro-Defensa del Orden”, y nucleados desde el Centro Naval, habían
intervenido en el conflicto desde el 10 de enero atacando a los obreros rebeldes,
a la comunidad judía –cuyos miembros eran identificados con los “rusos”
maximalistas- y la catalana –asociada con los anarquistas-. Estos grupos
concretaron, una organización poderosa y de vasta actuación la “Liga
Patriótica Argentina”, el 19 de enero de 1919. Aunque reunía en su
seno elementos contradictorios, la “Liga” puede ser considerada el
primer grupo nacionalista argentino, antecedente de otras organizaciones que
abundaran en Argentina después de 1930, de inspiración más o menos fascista.
El
ideario político de la Liga, expresado en la declaración de principios de esta,
contiene muchos elementos del tipo nacionalista – fascista. Bajo el lema “patria y orden”, la Liga Patriótica Argentina se constituía
en “guardián de la argentinidad”,
para “estimular el amor a la patria”, “cooperar con las autoridades
en el mantenimiento del orden público”, “inspirar al pueblo amor por el ejército y la marina”, en un
contexto de marcado chauvinismo y antisemitismo. Igualmente, su “filosofía
de la acción” y su estructura paramilitar será notablemente
semejante a la de organizaciones posteriores.
Si la
metodología de acción política y numerosos elementos doctrinarios –aclaran
María Inés Barbero y Fernando Devoto, en su libro “Los nacionalistas”- permiten considerar a la Liga Patriótica como
una organización nacionalista, si bien otros aspectos no menos importantes la
diferencian de aquéllos. En primer término, el respeto al orden constitucional,
que sumado a la escasa autonomía de sus objetivos políticos y al rol
subordinado a las instituciones y a los poderes que la Liga se asignaba darán a
esta más un papel de reserva estratégica que de vanguardia revolucionaria que
pretendieron asumir otros grupos nacionalistas.
Por otra
parte, el marco ideológico era excesivamente contradictorio y confuso ya que en
su seno confluían sectores de la más diversa procedencia: católicos moderados,
liberales, nacionalistas antidemocráticos, conservadores y hasta radicales,
reunidos por sus temores a una revolución proletaria que a sus afinidades
ideológicas o políticas. Monseñor de Andrea se vinculaba en ella con
representantes de grandes empresas extranjeras como S. Hale Pearson o S.
O’Farrell con militares de alta graduación como el ex - presidente del Círculo
Militar, el general Eduardo Munilla, miembros del Jockey Club, del Círculo de
Armas, de la Asociación de Damas Patricias, del Círculo Militar, del Centro
Naval, de la entidad patronal denominada Asociación del Trabajo y del Comité
Nacional de la Juventud –entidad aliadófila vinculada al radicalismo
metropolitano-. Muchos altos oficiales de las fuerzas armadas integraban sus
filas y constituían el 10% de sus cuadros directivos. La Liga Patriótica fue
dirigida durante veintiocho años por el doctor Manuel Carlés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario