Salvatore “Totó” Riina, capo de tutti i
capi de la mafia siciliana y jefe de la “cosca” de los cornoleonesi, murió en
la cárcel donde pasó más de treinta de sus ochenta y siete años.
“Uno
jamás deja de ser sacerdote, ni tampoco mafioso”
Giovanni Falcone
El capo mafioso murió en la
cárcel donde purgaba, desde 1993, trece condenas a cadena perpetua. Hasta su
último momento se mantuvo fiel a las reglas del mundo en que había vivido y
matado, sin arrepentirse de nada, cumpliendo con la “omerta”, la ley del silencio y afirmando desafiante: “Nunca podrán conmigo, aunque me condenen a
tres mil años de cárcel”.
Totó Riina, conocido entre los
mafiosos sicilianos como “u Cortú”
-el bajo o petiso en dialecto siciliano, porque tan sólo medía 1,58 metros) o “La Bestia” por su ferocidad.
Aunque
nadie se refería a él por esos apodos en su presencia. Sólo unos pocos antiguos
amigos podían tomarse la licencia de llamarlo “tío Totó”, para el resto de los mortales era “Don Riina” o el señor Riina. Nadie se tomaba libertades con un
hombre que había asesinado con sus propias manos al menos a cuarenta personas y
ordenado la muerte de un par de centenares más.
Totó Riina nació en 1930 en el
pequeño pueblo siciliano de Corleone. Un lugar que inmortalizó el libro de
Mario Puzzo, “El Padrino” y luego
popularizó la trilogía fílmica de Francis Ford Coppola.
Creció como un “balicha” en tiempos del fascismo. Su
infancia duró poco, en 1943, cuando los Aliados desembarcaban en su Isla,
murieron su padre y su hermano mayor, mientras desarmaban una bomba de aviación
para reciclar y vender el explosivo. Los Riina vivían de esa riesgosa actividad
en esos duros años de la guerra.
A los trece años se convirtió
en jefe de familia. En la Italia de la posguerra, Sicilia vivía de la ayuda
estadounidense, el mercado negro, el bandidaje y, por supuesto, de los negocios
de la mafia.
El joven Totó no tenía mucho
donde elegir: la pobreza absoluta, emigrar o convertirse en mafioso. Eligió esto
último y a los 18 años, realizó su juramento de fidelidad y se convirtió en un “hombre de honor” de la “cosca”, la familia o clan de los
corleonesi. Para ganar su puesto debió matar y seguiría matando o mandando
matar por el resto de su vida.
Al poco tiempo, en 1959, es
detenido por primera vez por matar a otro mafioso en un tiroteo. Lo condenan a
seis años de cárcel por homicidio. Riina cumplió su condena sin abrir la boca,
después de todo, la cárcel es tan sólo “un accidente de trabajo” para un
mafioso.
En 1958, Totó Riina y su amigo
Bernardo “El tractor” Provenzano
tomaron parte en el asesinato del jefe de los corleonesi, “Nuestro Padre” Michele Navarra.
Los jóvenes “soldados” seguían las órdenes de un
nuevo y despiadado “capodecina”,
Luciano Leggio, de tan sólo 33 años. El nuevo capo, luego de hacerse con el
control del clan comenzó a incrementar el poder de los corleonesi dentro de la
mafia siciliana.
En la década de 1950, Corleone
era un pequeño y pobre pueblo siciliano, por lo tanto, los corleonesi no eran
demasiado importantes dentro de la mafia siciliana, compuesta por un centenar
de “coscas” o clanes distintos, la
mitad de ellos pertenecientes a la ciudad de Palermo.
Más ricos y con mayor
influencia política, los mafiosos palermitanos se referían despectivamente a
los corleonesi como “i diddani” (los campesinos). Pero pronto cambiaría eso.
A comienzos de la década de
1960, Leggio y sus lugartenientes Riina y Provenzano había logrado eliminar a
todos los partidarios de Navarra y controlaban el clan. Literalmente cazaron a
decenas de mafiosos rivales asesinándolos donde los hallaban. La guerra entre
los corleonesi ensangrentó las calles del pequeño pueblo e incluso continuo en
Palermo.
Riina y sus socios debieron
ocultarse para sobrevivir. Así, Totó comenzó lo que sería el resto de su vida.
Deberá vivir en la clandestinidad o en la cárcel. Tendrá riqueza y poder, pero
no podrá disfrutar muchos de ella ni llevar una vida pública.
El “don” mafioso Michele Cavataio desató una feroz guerra contra el
resto de los clanes mafiosos para controlar totalmente la mafia siciliana. La
gente de Cavataio detonó un coche bomba para asesinar a Salvatore “Ciaschideddu” Greco, jefe de la
poderosa familia de Ciaculli. El atentado se cobró además la vida de siete
servidores de la ley.
Poco después, Riina y Leggio
son arrestados y juzgados, en 1969, por el asesinato de los partidarios de
Navarra ocurridos unos años antes. Los mafiosos intimidaron a los jueces y
testigos convirtiendo el juicio en una gran farsa. Resultaron absueltos.
No obstante, debieron pasar
inmediatamente a la clandestinidad para sobrevivir. El 10 de diciembre de 1969,
asesinaron a Cavataio en la “Matanza de
Viale Lazio”. Riina pasará los siguientes 23 años ocultándose por este
crimen y el resto de su vida en la cárcel.
En 1974 finalmente Luciano
Leggio es detenido, juzgado y condenado por el asesinato de Michele Navarra
cometido dieciséis años antes. Aunque Leggio siguió teniendo gran influencia en
el clan entre rejas, Riina se convirtió en el auténtico líder de los
corleonesi.
Ese mismo año, Salvatore Riina
se casó con su novia Ninetta Bagarella, hermana de su amigo y asociado Leoluca
Bagarella. De esta unión nacerán cuatro hijos dos varones y dos mujeres. Los
hijos de Totó seguirán con la tradición familiar serán mafiosos y terminarán
sus días en la cárcel.
Durante la década de 1970,
mientras se incrementaba el consumo de drogas en Europa y los Estados Unidos,
Sicilia se convirtió en un territorio de tránsito en las rutas del narcotráfico
y en albergue de los grandes laboratorios de refinamiento de la heroína que
proviene de Turquía a través de los Balcanes.
El tráfico de drogas y sus
inmensas ganancias estaban transformando el equilibrio de poder dentro de la
mafia relegando a segundo plano otras actividades hasta entonces tradicionales:
la prostitución, el juego clandestino, la extorsión, la usura, el reciclado de
la basura o los negocios con la obra pública.
Toto Riina era un individuo
casi analfabeto, pero sumamente astuto capaz de obrar con la mayor violencia y
no sentir el menor remordimiento. Cuando pensó que la familia de Ninetta se
oponía a su matrimonio con la joven habría dicho: “No quiero a ninguna otra mujer que no sea Ninetta, y si ellos (su
familia) no me dejan casarme con ella, tendré que matar a algunos”.
Inmediatamente, los Bagarella entendieron el mensaje. Totó hablaba de manera
susurrante y era un padre y esposo devoto.
Cuando decidió tomar el
control del mercado de drogas en Italia lo hizo de la única manera que sabía,
declarando la guerra al resto de las familias mafiosas rivales y a los
funcionarios del gobierno.
A finales de la década de
1970, Totó Riina organizó el asesinato de mafiosos rivales, jueces, fiscales e
incluso oficiales de los Carabinieri.
Curiosamente la
responsabilidad por estos crímenes recayó muchas veces sobre los rivales de
Riina. Los padrinos de las otras familias mafiosas solían ser personalidades
públicas que gozaban de prestigio y reconocimiento en sus comunidades, tenían gran
influencia política. Solían apoyarse en los alcaldes y codearse con jueces y
otras personalidades públicas, empleando sobornos y tráfico de influencias
dejando la violencia para casos extremos.
Mientras que Riina y el resto
de los corleonesi eran individuos marginales, brutales, viviendo siempre en la
clandestinidad, ocultos incluso del resto de los mafiosos.
Por lo tanto, cuando
asesinaban a un policía o a un funcionario judicial nadie los conocía ni
pensaba en ellos. Todas las sospechas apuntaban inmediatamente sobre los
mafiosos por todos conocidos. Especialmente, porque los corleonesi se cuidaban
de desviar las sospechas sobre ellos cometiendo sus crímenes cuando sus
víctimas se encontraban el territorio de sus rivales.
Riina envió a sus sicarios a
dar caza a los jefes mafiosos rivales pertenecientes a las otras familias de
Palermo. El 23 de abril de 1981, cae ametrallado Stefano Bontade. Cuando aún no
se había apagado la conmoción provocada por este asesinato, el 11 de mayo, las
balas de los corleonesi terminan con la vida del capo Salvatore Inzerillo.
Pero la muerte de los capos no
detiene la sangrienta guerra. Sus “capodecina”
y sus soldados son perseguidos y aniquilados sin piedad. Inclusos los
familiares de sus enemigos caen acribillados o desaparecen sin dejar ningún
rastro como castigo y para evitar que busquen venganza. Incluso el hijo de
quince años de Inzerillo, que comete la imprudencia de jurar venganza en el
entierro de su padre, es asesinado sin piedad. Sólo Gaetano Badalamenti logra
escapar a este trágico final y es porque huye de Sicilia.
Durante los siguientes dos
años las calles sicilianas continúan siendo un campo de batalla. El 30 de
noviembre de 1982, por ejemplo, doce mafiosos son asesinados en Palermo en doce
ataques distintos. Para algunos mafiosos no hay lugar posible donde puedan
ocultarse. El hermano de Inzerillo es asesinado en Nueva Jersey donde había
huido en busca de refugio. Totó no deja enemigos tras de sí que puedan volver
para buscar revancha.
Las autoridades italianas
están alarmadas por la guerra abierta entre los clanes mafiosos sicilianos y
deciden intervenir. El general de los Carabinieri Carlo Alberto Dalla Chiesa,
el héroe que logró desarticular y someter a la justicia a los terroristas de
las temibles Brigatte Rose, es designado prefecto de Palermo.
Pero la mafia siciliana es una
institución ancestral con profundas raíces en la sociedad de Sicilia, nada
parecido a un grupo de intelectuales y estudiantes de izquierda con vocación
por la lucha armada. En Sicilia la violencia tiene otra dimensión y otros
recursos.
El 3 de septiembre de 1982,
solo seis meses después de su llegada a la isla, el general Dalla Chiesa, su
joven y bella esposa y uno de sus custodios caen bajo las balas de la mafia en
una emboscada cuidadosamente planificada.
El asesino de Dalla Chiesa es
Pino Greco, el sicario de más confianza de Riina. Un diestro tirador con su
fusil AK 47. A “El Zapato”, como
curiosamente se conoce a Greco en el círculo de la mafia, se le adjudican
ochenta asesinatos ordenados por Totó Riina entre ellos las muertes de Bontade
e Inzerillo.
Pronto la guerra mafiosa
abierta comienza a diezmar las filas de la mafia siciliana. Entre 1981 y 1982
murieron asesinadas nada menos que mil personas y doscientas desaparecieron sin
dejar rastros: hombres de honor, parientes y amigos, policías y ocasionales
transeúntes inocentes. Se les disparaba en la vía pública, frente a su
familiares y amigos, o se los llevaba a escondites secretos donde eran
salvajemente torturados y finalmente estrangulados. Los cuerpos se disolvían en
ácido, se enterraban en hormigón, eran arrojados al mar o cuidadosamente
destazados se los daban como alimento a los cerdos. Muchas personas
desaparecieron sin dejar el menor rastro.
Filippo Marchese, por ejemplo,
un sicario al servicio de Totó Riina, se hizo famoso por poseer un pequeño
departamento en Palermo que llamaba “La habitación de la muerte”. Allí
torturaba a sus infortunadas víctimas, luego las estrangulaba con sus propias
manos y hacia que sus secuaces se deshicieran de los cadáveres.
Al igual que hizo Joseph
Stalin en la URSS, Totó Riina no dejaba cabos sueltos. Con frecuencia pactaba
con sus rivales para luego asesinarlos cuando dejaban de ser útiles y se creían
a salvo. Ni siquiera sus hombres de confianza estaban a salvo de su
desconfianza o su fría ira. Al igual que Stalin que primero uso a los hombres
de la NKVD para sus sangrientas purgas y luego purgó sin piedad al servicio
secreto comenzando por sus jefes. En 1983, Totó juzgó que Marchese sabía
demasiado o había dejado de ser útil y ordenó a Greco que lo asesine. Tres años
más tarde le llegó el turno a Greco, fue el propio capo quien le disparó cuando
sospecho que se estaba volviendo demasiado ambicioso.
Entre las víctimas de las
matanzas estaban dos hijos, un hermano, un sobrino, un cuñado y un yerno de un “hombre de honor” muy bien relacionado, Tommaso
Bucetta. La prensa pronto lo denominó “El
capo de dos mundos” debido a que operaba a ambos lados del Atlántico.
Cuando los corleonesi lanzaron su ataque, ninguno de sus mundos siguió siendo
seguro para él. Bucetta fue detenido en el Brasil. Tras ser extraditado a
Italia intentó suicidarse ingiriendo la pastilla de estricnina que siempre
llevaba para evitar ser torturado si era capturado con vida. Pero sobrevivió.
Después de recuperarse comenzó a revelar al juez de instrucción Giovanni
Falcone todo lo mucho que sabía de la mafia.
Había aparecido el primer “pentiti”, el primer arrepentido que
rompía la omerta y hablaba de lo que nunca se debería hablar. Con el tiempo
otros seguirían su ejemplo y unos 500 mafiosos brindarían su testimonio
permitiendo asentar duros golpes al mundo criminal siciliano.
Junto con su estrecho
colaborador Paolo Borsellino, Falcone verificó cuidadosamente sus testimonios y
reunió 8.607 fojas de evidencias que integrarían el alegato fiscal del famoso “macro juicio” celebrado en un palacio
de Justicia especialmente construido en Palermo, una especie de búnker a prueba
de bombas.
El 16 de diciembre de 1987,
después de un proceso de veintidós meses, el juez del macro juicio declaró culpable a 342 mafiosos, a los que condenó a
un total de 2.665 años de cárcel.
En enero de 1992, el Tribunal
de Casación confirmó las sentencias. Riina fue sentenciado a cadena perpetua
por asesinato, pero debido a que seguía con paradero desconocido la condena fue
dictada “in absentia”.
La sentencia rompió el pacto
de impunidad entre los políticos de la Democracia Cristiana y la mafia
siciliana y pronto comenzaron a caer las primeras víctimas. El primer muerto
significativo fue Salvo Lima, asesinado el 12 de marzo de 1992, era el enlace
entre la mafia siciliana y los políticos democristianos y había cometido el
error de prometer que se anularía la sentencia del macro juicio.
El 23 de mayo de 1992, un
joven sicario llamado Giovanni lo
Scannacristiani Brusca -que luego se convertiría en pentiti- detonó una
carga de cuatrocientos kilogramos de explosivos ocultos en una cañería de desagüe
bajo un corto tramo de la autopista situado justo antes del desvío a la pequeña
población de Capaci.
La explosión destruyó al
convoy de tres automóviles que conducía al juez antimafia Giovanni Falcone. La
detonación se llevó la vida del magistrado, de su esposa -también jueza de
instrucción- y de tres miembros de su custodia.
Menos de dos meses después de la muerte de
Falcone, la incredulidad y la indignación recorrieron una vez más toda Italia
cuando el 19 de julio, Paolo Borsellino y cinco miembros de su custodia fueron
asesinados con un coche bomba detonado frente a la casa de su madre. Ambos
ataques fueron ordenados y planificados por Riina.
El capo mafioso siciliano
cometió el mismo error de apreciación que el colombiano Pablo Escobar Gaviria,
pensar que podía intimidar al Estado y sobrevivir sin protección política.
Los asesinatos de los
magistrados antimafia conmocionaron a toda Italia y forzaron a las autoridades
a tomar drásticas medidas. Se movilizaron siete mil soldados a la isla para
relevar a la policía local. Se cambiaron las autoridades judiciales y políticas
locales y Riina perdió la red de protección que lo cubría.
De pronto el hombre invisible
a la ley apareció públicamente. Un pentiti, Balduccio di Maggio, brindó la
información necesaria para la detención de “u
Curtú”. El 15 de enero de 1993, cuatro hombres se abalanzaron tanto sobre
él y su chofer en un semáforo de la “Piazza
Einstein”. Riina que estaba desarmado y portaba documentación falsa, no
ofreció ninguna resistencia, en un principio mostró claros signos de temor, que
sólo se disiparon cuando entendió que era detenido por los Carabinieri,
entonces fingió ser otra persona y aseguró que todo se trataba de un error. Al
día siguiente de su detención, su mentor y padrino, Luciano Leggio, murió de un
infarto en la cárcel. Una era había terminado.
El capo era un fugitivo de la
justicia desde finales de la década de 1960. En aquel tiempo se había casado,
había tomado su luna de miel en Venecia, había tenido hijos que inscribió en la
escuela con su nombre real, había recibido tratamiento médico para la diabetes
y había ejercido un férreo control sobre la vasta organización criminal.
Incluso la lujosa villa con aire acondicionado en la que Riina y su familia
habían pasado los últimos cinco años antes de su detención, estaba nada menos
que en Uditore, la misma mafiosissima
borgata que había sido sede de la cosca de Antonio Giammona allá en la
década de 1870. ¿Cómo era posible que Riina hubiera logrado evitar su captura
durante tanto tiempo?
A pesar de haber sido
condenado ya por dos cadenas perpetuas. Riina fue nuevamente juzgado por más de
cien asesinatos, incluso los ordenados contra Falcone y Borsellino. En 1998,
Riina es sentenciado a una nueva cadena perpetua por el asesinato de Salvo
Lima. En total reunió 26 condenas a cadena perpetua. Se le expropiaron 225
millones de dólares, que seguramente eran tan sólo una pequeña parte del botín
que acumuló en su larga carrera criminal. También expropiaron la lujosa villa
en que vivía donde hoy funciona el Istituto
Professionale di Stato per l´Agricoltura de Corleone.
Tras su detención, el manejo
de los asuntos diarios de la mafia siciliana pasó a manos de su cuñado y
antiguo asociado Leoluca Bagarella y después de la detención de este a Salvatore
El Tractor Provenzano.
Sus dos hijos varones,
Giovanni y Giuseppe, siguieron los pasos de su padre y también terminaron
encarcelados. En noviembre de 2001, con tan sólo 24 años, Giovanni es recluido
de por vida por cuatro asesinatos cometidos en 1995. El 31 de diciembre de
2004, el hijo menor Giuseppe Riina, es también condenado a catorce años por
varios crímenes.
Riina fue internado en un
penal de máxima seguridad en Milán bajo el régimen del artículo 14 bis, el más
duro del régimen penitenciario italiano. No se le permitía leer diarios ni
mirar televisión. Además, sus visitas no podían acercarse a menos de un metro
de distancia, debían verlo a través de un vidrio, no podían tocarlo, abrazarlo
o darle un beso. Todas sus visitas eran videograbadas. A pesar de ello las
autoridades creen que seguía enviando órdenes desde la cárcel y manejando
ciertos asuntos de la mafia.
Después de 24 años en la
cárcel y debido a su avanzada edad su salud fue deteriorándose. A los 87 años
padecía de tumores cancerígenos en ambos riñones, serios problemas cardíacos,
diabetes y mal de Parkinson. Pasó sus últimos días en un sector secreto de la
Clínica Universitaria de Parma. Su celda – habitación estaba prácticamente lindada
y era de 25 metros cuadrados, y cumpliendo con el régimen especial no podía
contener nada, salvo materiales sanitarios. Solo veinte miembros del personal
sanitario y agentes de seguridad tenían acceso al lugar.
Pasó los últimos cinco días en
estado de coma hasta fallecer el jueves 16 de noviembre a los 87 años, una edad
avanzada para un mafioso siciliano que tuvo el privilegio de morir en una cama aun
cuando fuera la de una celda penitenciaria.
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