A
un año de la firma del Acuerdo de Paz entre el presidente Juan Manuel Santos y
la cúpula de la organización narcoterrorista FARC el balance es cuanto menos
confuso.
Es
difícil saber si en acuerdo ese acuerdo ha significado un avance hacia la
definitiva pacificación de Colombia.
En el
Foro sobre La Reincorporación y Reconciliación, Dimensiones de la Construcción
de la Paz, organizado por el diario “El Espectador”, el Representante Especial
del Secretario General y jefe de la Misión de Verificación de las Naciones
Unidas en Colombia, Jean Arnault brindó las siguientes cifras indicativas.
Según
Arnault: 12.262 miembros de las FARC han sido certificados como desmovilizados
-entre ellos 2.590 miembros que fueron excarcelados por las autoridades
colombianas-; 10.445 están bancarizados para recibir subsidios por los
siguientes 24 meses y 10.218 están afiliados a los sistemas de salud y de
pensión.
El
problema es que el 55% de estos miembros desmovilizados de las FARC abandonaron
los 26 Espacios territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCRs) y no se
sabe como han encausado su vida actual.
Al
mismo tiempo se observa un incremento en la actividad de bandas criminales en
las mismas áreas territoriales donde anteriormente operaban las FARC. Las
autoridades policiales piensan que una buena parte de esos ex guerrilleros se
han unido a las “disidencias de las FARC” que rechazan el proceso de paz, se
han incorporado al ELN o alguna de las bandas criminales herederas de las
desmovilizadas organizaciones paramilitares como las Autodefensas Unidas de
Colombia, incluso podrían haberse incorporado a las filas del Cartel del Golfo.
A
estas alturas, para algunos observadores en Colombia, parece evidente que el
Acuerdo de Paz fue tan sólo un inmenso acuerdo de impunidad que beneficio a la
cúpula histórica del grupo terrorista y permitió al presidente Santos obtener el
premio Nobel a la Paz.
Recordemos
que, al momento de la firma del Acuerdo de Paz, el Secretariado de las FARC acumulaba
56 sentencias en las cuales los jueces colombianos los condenaban a 1.629 años
de cárcel, es decir, a más de dieciséis siglos tras las rejas.
Esas
sentencias, al menos las de público conocimiento, incluyen 184 asesinatos, 129
cargos por lesiones graves, 198 secuestros, más de 827.000 millones de pesos
colombianos en multas para resarcir a las víctimas y cubrir los incontables
daños producidos en la infraestructura pública y en los inmuebles particulares
ocasionados por los insurgentes en ataques a poblaciones, detonación de coches
bomba, etc.
Según la
Policía Nacional de Colombia, las FARC son responsables por la muerte de al
menos dos mil personas y la desaparición forzada de otras cinco mil personas.
Pero muy probablemente el número de víctimas provocado durante décadas por el
accionar de esta letal organización narcoterrorista sea muy superior.
Los
criminales hoy certificados ni siquiera han hecho un reconocimiento público de
sus crímenes y mucho menos han expresados su arrepentimiento a los deudos de
sus víctimas. Una parte de ellos han aprovechado el acuerdo para lanzarse
alegremente a conformar un partido político y a pasar a narcotraficantes a
dirigentes políticos.
Ni
siquiera han resignado el empleo de su sigla, FRAC, que es un recordatorio
permanente para el pueblo colombiano de más de cuatro décadas de sangrienta
guerra civil. Así mutaron de ser una organización guerrillera las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia a ser un partido político denominado Fuerza
Alternativa Revolucionaria del Común. Una auténtica burla.
Han
entregado una parte sustancial de sus arsenales formado por: 8.994 armas de fuego,
1.765.826 municiones, 32.255 kilogramos de explosivos de diverso tipo, 11.015
granadas de mano, 3.528 minas antipersonales, 46.288 detonadores eléctricos,
4.370 proyectiles de mortero y 51.911 metros de cordón detonante.
El
problema consiste en que nadie sabe cual era dimensión real del arsenal en
manos de las FARC. Además, mucho del material entregado estaba muy deteriorado
e incluso era inestable para su traslado por lo que hubo que detonarlo en el
lugar. Los expertos piensan que los terroristas reservaron para cualquier uso
eventual lo mejor y más moderno de su arsenal limitándose a entregar los
excedentes deteriorados y poco confiables.
Tampoco
se sabe si las FARC han dejado de brindar entrenamiento militar y apoyo político
y logístico a otros grupos insurgentes de América Latina. Entre los que se
encuentran los separatistas mapuches de la Resistencia Ancestral Mapuche o RAM.
Habrá que estar muy atentos a la presencia de ex combatientes de las FARC en
otros países latinoamericanos donde existan grupos insurgentes.
Por
último, algo similar ocurre con los cuantiosos fondos recaudados en robos,
secuestros extorsivos, cobros de “impuestos
revolucionarios” y fundamentalmente a través del narcotráfico.
El Secretariado
General de las FARC solo ha reconocido poseer una mínima fracción del sustancioso
botín acumulado durante décadas. La mayoría de estos fondos se encuentran a
buen recaudo en remotos paraísos fiscales y especialmente invertidos en Cuba y
Venezuela.
Esos
fondos están destinados a garantizar una vejez dorada y sin sobresaltos
económicos al envejecido Secretariado General y los recursos necesarios para
llevar a cabo su futura actividad política legal.
Por lo
pronto, los terroristas de las FARC han presentado sus futuras candidaturas
empleando sus “nombres de guerra”
empleados en los años en que vivieron en la clandestinidad. Así, su líder
Rodrigo Londoño Echeverri, aspira a convertirse en el “Presidente Timochenko”, en las elecciones de 2018.
De ser
así, Colombia estrenará un presidente buscado por terrorista y narcotraficante
por los Estados Unidos -quienes ofrecen una recompensa de cinco millones
dólares por datos que permitan su captura en cualquier país del mundo- y con
causas abiertas en la Corte Penal Internacional.
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