Los
militares de Zimbabue, la ex República de Rhodesia, decidieron poner fin a casi
cuatro décadas de la dictadura de Robert Mugabe, el jefe de Estado más longevo
del mundo con 93 años, y uno de los mandatarios más corruptos.
UN PAÍS EN CRISIS
Tras
meses de puja por la sucesión de Robert Mugabe la situación se resolvió a
través de un golpe de Estado militar.
Zimbabue,
nombre que en dialecto shona significa: “casa de piedra”, fue conocido en un
tiempo como el granero de África del Sur. Hoy pese a sus grandes riquezas
naturales, es uno de los países más pobres del mundo, donde sus dieciséis millones
de habitantes se enfrentan a una tasa de desempleo del 90% y el 21,4% (3,53
millones de personas) deben sobrevivir con menos de dos dólares diarios.
Con
una inflación que según cifras oficiales ronda el 160.000% el papel moneda
virtualmente ha desaparecido. Los billetes se han transformado en “compromisos
de pago” que llevan impresa la fecha en que caduca su valor, unos pocos meses
después de su emisión.
Ante
la ausencia de papel moneda y la incertidumbre en los pagos de los salarios
estatales, tal como suele acontecer en estos casos, opera en base a divisas
(dólares o euros). Incluso el sistema bancario limita las extracciones de
circulante al equivalente a veinte dólares diarios.
En
2010, Zimbabue se situó en el último ligar del Índice de Desarrollo Humano
elaborado por la ONU. En 2016, ha mejorado sustancialmente ubicándose en el
puesto 154 entre 188 naciones.
Conocida
como Rhodesia del Sur y luego como República de Rhodesia -en honor al
colonizador británico Cecil Rhodes-, el 18 de abril de 1984, luego de
independizarse del Reino Unido, tomó su nombre actual de República de Zimbabue
e inmediatamente cayó bajo el control de Robert Mugabe.
ROBERT MUGABE
Robert
Gabriel Mugabe nació en 1924 en una aldea próxima a la misión jesuita de Kutama
al noroeste de la ciudad de Harare. Era el cuarto de seis hermanos de los
cuales llegaron a la edad adulta tan sólo cuatro niños.
Criado
por los jesuitas, mostró desde temprana edad una gran capacidad intelectual. A
los diecisiete años se graduó de “profesor de enseñanza elemental” en la
Escuela Misional Empandeni. Después de trabajar como educador durante unos años,
en 1948 viajó a Sudáfrica para perfeccionar sus estudios. En 1951 obtuvo una
licenciatura en Letras de las prestigiosa Universidad de Fort Hare, la misma
institución donde estudió Nelson Mandela.
Más
tarde cursó estudios de Economía en la Universidad de Londres sin graduarse.
Pero, más tarde, mientras cumplía una sentencia de cárcel de diez años por sus actividades
independentistas, se graduó como abogado a través de un curso de educación a
distancia dictado por la Universidad de Londres.
En
1963, cuando ejercía la Secretaría General del ilegal partido “Unión Nacional
Africana de Zimbabue” (ZANU) fue detenido y condenado a diez años de cárcel.
Al ser
liberado en 1973, se refugió en Mozambique. Recuperó su cargo de Secretario
General y radicalizó sus posiciones pasando a la lucha armada contra el régimen
dictatorial blanco de Ian Smith que aplicaba una estricta política de
apartheid.
Mugabe
creo para ello el “brazo armado” del
ZANU, denominado “Ejército de Liberación
Nacional Africano (ZANLA)” que contó con asistencia militar de la República
Popular China y de Corea del Norte.
Mugabe
pronto fue conocido como un aguerrido líder guerrillero, un ex preso político muy
radicalizado, pero también como un destacado intelectual y un devoto cristiano.
En
diciembre de 1979, cuando finalmente fue depuesto el régimen blanco de
apartheid y se celebraron elecciones libres el partido de Mugabe, el “Unión
Nacional Africana de Zimbabue – Frente Popular” (ZANU-PF), obtuvo 57 de los 80
escaños del Parlamento y el antiguo maestro se convirtió en Primer Ministro.
Mugabe había llegado al poder en Zimbabue y no se apartaría de él por los
siguientes 37 años.
En un
principio, Mugabe mostró un gran pragmatismo y racionalidad como gobernante. Inicialmente
buscó establecer buenas relaciones con la minoría blanca que conservaba gran
parte del poder real. Un quinto de los escaños del Parlamento, el control del
sistema financiero y bancario, el 40% de las tierras además de los
conocimientos técnicos y profesionales necesarios para garantizar el
funcionamiento del país.
Entre
1981 y 1984, Zimbabue vivió una cruenta guerra civil entre las étnicas shonas y
ndebeles. Mugabe y el ZANU-FP tomaron partido por los shonas. Mientras que el
ex ministro del Interior, Joshua Nkomo y el partido ZAPU por los ndebeles.
El
conflicto étnico, como suele ocurrir en todas las guerras civiles, y
especialmente en África, fue particularmente cruento y pronto derivó en
sangrientas matanzas de “limpieza étnica”.
Mugabe
fue finalmente el más fuerte, y los militares shonas los más crueles. Se Estima
que el conflicto en Zimbabue produjo entre 10.000 y 30.000 víctimas civiles, en
su gran mayoría campesinos ndebeles.
La
guerra finalizó totalmente recién el 22 de diciembre de 1987 con la rendición
de Nkomo y la disolución de ZAPU. El 31 de diciembre de 1987, después de una
reforma constitucional y de pacificar el país, Mugabe acumuló un inmenso poder.
Dejó su cargo de Primer Ministro para transformarse en presidente.
Fueron
tiempos de prosperidad, Zimbabue se transformó en uno de los mayores
productores agrícolas de África, tanto de cereales como de tabaco, del que el
país se convirtió en gran exportador.
Mugabe
combatió decididamente el analfabetismo hasta reducirlos en un diez por ciento
y consiguió un importante crecimiento económico.
En
1990, renunció al modelo marxista de partido único, aunque cambiando el sistema
presidencialista por otro presidencialista que incrementó notablemente sus
facultades como gobernante. Mugabe se convirtió en una celebridad en los foros
internacionales, en especial, en la Unión Africana y el Movimiento de Países No
Alineados.
Pero,
como no hay prosperidad que dure para siempre, a finales de los años noventa,
la economía de Zimbabue comenzó a decaer.
En
1998, una decisión económica desacertada precipitó la tragedia. Una reforma
agraria expropió el 32% de las tierras agrícolas hasta entonces en manos de la
minoría blanca y las puso en manos de productores minifundistas negros.
Los
pequeños campesinos carecían de conocimientos técnicos, capital y manejo de los
circuitos de comercialización internacionales. La producción agrícola se
derrumbó y el país pasó de exportador a vivir en una economía de subsistencia.
Para
colmo de males, tanto los Estados Unidos como la Unión Europea aplicaron
sanciones económicas en represalia por las expropiaciones a sus nacionales y
sus empresas.
Mugabe
siguió ganando elecciones cada vez más fraudulentas mientras el país se
precipitaba al abismo. La esperanza de vida descendió hasta los 36 años, la
mortalidad infantil en los primeros diez años de vida se incrementó a 650
muertos cada mil niños. El analfabetismo comenzó a crecer aceleradamente cuando
el gobierno terminó con la enseñanza gratuita.
Mugabe
apeló a precios máximo y a perseguir a los empresarios para contener a la
inflación, la misma receta que aplicó su amigo Nicolás Maduro, para intentar
contener el desborde hiperinflacionario. El resultado en Zimbabue fue el mismo
que en Venezuela: un total fracaso, provocó emisión monetaria desbordada,
desabastecimiento, mercado negro, fuga de capitales y de mano de obras
calificada.
Mientras
la economía se deterioraba a pasos acelerados, Mugabe se hacía cada vez más
anciano e impopular. Se casó con su secretaria, una ex taquígrafa sudafricana
41 años menor que él, amante de los lujos y los viajes de placer por Asia.
El
pueblo no tardó el bautizarla “Gucci
Grace”. La primera dama comenzó a acumular lujosas mansiones, autos de alta
gama y joyas mientras el país se debatía en la pobreza y el hambre.
La
pareja presidencial no se privó de organizar fastuosas celebraciones. En 2015,
por ejemplo, cuando Mugabe celebró sus 91 años, realizó un gran festín para
22.000 invitados que demandó sacrificar, entre otros animales, a dos elefantes
y dos búfalos para alimentar a los comensales.
LOS SOCIOS INTERNACIONALES
Como
era de esperarse el descrédito de Robert Mugabe en el ámbito internacional era
total. Sólo China, Corea del Norte, Venezuela y el Movimiento de Países No
alineados lo apoyaban.
Mugabe
siempre gozó de excelentes relaciones con Beijín que desde el año 2000 ha
invertido en al menos 120 proyectos en Zimbabue. Este país y Tanzania son los
principales compradores de armamento chino y receptores de entrenamiento militar.
Las
compañías chinas también están comprometidas activamente en inversiones en las
áreas de telecomunicaciones, educación, construcción, irrigación y
electricidad.
Beijín
también financió y construyó, con un costo de cien millones de dólares, la
primera academia militar del país denominada Colegio de Defensa Nacional de
Zimbabue y el centro comercial Longcheng Plaza, en Harare, con una inversión de
doscientos millones de dólares.
En
2015, la empresa estatal Corporación de Construcción de Energía de China, firmó
un acuerdo por 1.200 millones de dólares para expandir la Central
Termoeléctrica de Hwange, la mayor planta generadora de electricidad de
Zimbabue. Empresas chinas también suscribieron tres contratos para desarrollar
energía solar.
Beijín
también acordó invertir otros 46 millones de dólares en un nuevo edificio para
el Parlamento en Harare, otros cinco millones en un centro de computación para
la Universidad de Zimbabue.
Los
chinos también acordaron enviar su personal sanitario para atender las
necesidades del país y recibir estudiantes de medicina zimbabuenses.
En
2016, el presidente Xi Jinping anunció que su país incrementaría las donaciones
de fondos de inversión directa en Zimbabue a cuatro mil millones de dólares en
los siguientes tres años.
Por
otra parte, un hecho insólito ilustra del aislamiento internacional que sufre
el régimen de Mugabe. Hace unos meses, el nuevo director de la Organización
Mundial de la Salud -OMS-, el etíope Tedros Adhnom Ghebreyesus, primer africano
en dirigir esta entidad decidió designar a Mugabe como “embajador de buena voluntad” de esta organización internacional.
La
noticia desató inmediatamente un clamor de rechazo de una designación que
parecía una burla dado el historial de violaciones a los derechos humanos de
Mugabe y la situación sanitaria imperante en Zimbabue. Tedros debió anular la
designación.
EL GOLPE DE ESTADO
El
evidente deterioro en la salud de Robert Mugabe dada su avanzada edad -por ejemplo,
su costumbre de quedarse dormido durante el desarrollo de las ceremonias
oficiales y reuniones de gabinete desataron una sórdida lucha por su sucesión.
No obstante, el nonagenario presidente anunció que se presentaría para su
octava reelección en 2018.
Por un
lado, se situó la primera dama Grace Mugabe rodeada de un núcleo de jóvenes
dirigentes, de entre 40 y 50 años, conocida como “Generación 40”, que pretende el relevo de los dirigentes
históricos de la Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Patriótico que
condujeron los años de lucha por la independencia.
El líder
de los dirigentes históricos es el vicepresidente Emmerson Mnangagwa, de 75 años,
quien cuenta con el respaldo del Ejército.
El
pasado 6 de noviembre, Mugabe pateó el tablero al destituir a Mnangagwa -quien
recientemente había sobrevivido a un intento de envenenamiento, acusándolo de “deslealtad y escasa honradez en la
ejecución de deberes”. Mnangagwa se refugió en la vecina Sudáfrica.
El
miércoles 15, en horas de la madrugada llegó la réplica de los militares.
Las
calles de Harare, la capital de Zimbabue, amanecieron en medio de un gran
despliegue de vehículos blindados. Los militares, liderados por el jefe de las
Fuerzas Armadas, general Constantine Chiwenga, tomaron el control del país.
Después
de tomar el control de la emisora estatal, el mayor general Sibusiso Moyo
anunció que no se trataba de un golpe de Estado, sino que las Fuerzas Armadas “Sólo estamos buscando a los criminales que
están alrededor (del presidente) que están cometiendo delitos que están causando
un sufrimiento social y económico al país para llevarlos ante la justicia” […]
“Tan pronto como cumplamos nuestra misión,
esperamos que la situación vuelva a la normalidad.”
Los militares
recluyeron al presidente Robert Mugabe en el complejo “Casa Azul de Harare”
bajo arresto domiciliario. Algunos de sus funcionarios más cercanos fueron
detenidos, entre ellos el ministro de Finanzas, Ignatius Chombo, el titular de
Educación Superior, Jonathan Moyo y el de Gobierno Local, Obras Públicas, Vivienda
y Comercia, Saviour Kasukuwere.
Luego
del golpe la actividad en las calles de la capital mantiene cierta normalidad
en medio de mar de especulaciones sobre la suerte del presidente, su esposa y
las principales figuras del régimen.
Distintas
personalidades intentan mediar entre el presidente y los militares. Mientras
tanto Robert Mugabe insiste en negarse a renunciar y completar su mandato al
menos hasta 2018.
El
presidente sudafricano, Jacob Zuma, en su calidad de presidente de la Comunidad
para el Desarrollo de África Meridional (SADAC, según sus siglas en inglés) ha
convocado a una reunión urgente de la organización regional en Botsuana para
analizar la crisis.
Otra
versión habla de formación de un gobierno de coalición provisorio, encabezado
por el ex vicepresidente Emmerson Mnangagwa y en alianza con otros partidos
políticos zimbabuenses como el Movimiento por el Cambio Democrático, liderado
por Morgan Tsvangirai. El líder opositor que derrotó a Mugabe en la primera ronda
electoral de 2008. Tsvangirai regresó a Zimbabue tras dos meses de tratamiento
oncológico en Sudáfrica. Su Secretario General, Douglas Mwonzora, ya ha
demostrado su disposición a entrar en un gobierno de transición.
Por la
escasa popularidad de Mugabe y la prudente actitud de los militares anunciando
su intención de normalizar a la brevedad la institucionalidad, ni los partidos
políticos ni representantes de la sociedad civil han condenado el golpe de
Estado.
REACCIONES INTERNACIONALES
Tampoco
ha habido reacciones adversas desde el extranjero. China, que como hemos visto
tiene grandes intereses económicos y políticos en el país, parece haber estado al
tanto de los acontecimientos. El general Chiwenga estuvo manteniendo reuniones
de alto nivel con funcionarios del ministerio de Defensa chino la semana pasada
y posiblemente haya anticipado sus planes a los anfitriones.
El
periódico oficial del Partido Comunista de China, “Global Times”, afirmó en editorial el jueves que “el incidente del miércoles (en Zimbabue) no
afectará los lazos bilaterales”.
Sólo
la Unión Africana, presidida en la actualidad por el mandatario guineano Alpha
Conde, ha afirmado que “nunca aceptará el golpe de Estado militar” y ha
demandado el retorno al orden constitucional.
Tanto
los Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de los países africanos han
preferido “desensillar hasta que acabe” y se decante la situación en Harare.
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