El
gobierno argentino debe terminar con el mito de que Argentina fue un refugio de
nazis y no dedicarse a alentarlo.
Durante la reciente visita a
Buenos Aires, el premier israelí, Benjamín Netanyahu, recibió de manos del
gobierno argentino nueva información sobre la presencia y actividades de
criminales nazis en Argentina, en los años posteriores al fin de la Segunda
Guerra Mundial.
El hecho sirvió para reavivar
la leyenda negra que pesa sobre la
Argentina como refugio de jerarcas nazis y sobre las simpatías del presidente
Juan D. Perón hacia el nazismo.
La presencia de los nazis en
Argentina se ha convertido en un tema recurrente en los últimos años de la mano
de historiadores y periodistas poco rigurosos con sus fuentes y muy dados a las
simplificaciones y las teorías conspiratorias al momento de interpretar ciertos
acontecimientos.
Es cierto que al final de la
Segunda Guerra algunos connotados criminales nazis encontraron refugio en
Argentina. La presencia de Adolf Eichmann, Joseph Mengele y Erich Priebke, para
nombrar tan sólo los casos más publicitados, son prueba de ello.
También es cierto que después
de la caída del Tercer Reich, varios países se interesaron por contratar
científicos y militares nazis para aprovechar sus conocimientos y experiencia.
Los Estados Unidos, el “arsenal de las democracias”, no dudó en
reclutar al científico Wernher von Braun, el genio que en Peenemünde construyó
las “vergeltungswaffe 1 y 2” (armas
de venganza). Es decir, las bombas cohetes conocidas como V1 y V2 que durante
la guerra asolaron Londres y otras ciudades europeas.
Von Braun era un nazi
convencido, pero los estadounidenses los sometieron a un curso de “desnazificación”. En 1956, le otorgaron
la ciudadanía americana y hasta denominaron a un importante edificio de la
NASA, con su nombre en reconocimiento por su participación en el diseño y
construcción del cohete Saturno V que finalmente puso a un hombre en la Luna.
Algo similar hicieron los
estadounidenses con el mayor general Reinhard Gehlen, jefe del Departamento de
Fuerzas Extranjeras del Este (Fremde Heere Ost), que dirigía el esfuerzo de
inteligencia nazi contra el Ejército Rojo.
Gehlen se rindió ante las fuerzas
estadounidenses, en mayo de 1945, ofreciendo poner redes de analistas y agentes
a trabajar para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) y en contra de sus
hasta entonces aliados soviéticos.
Washington no dudó. Los
estadounidenses aceptaron la propuesta del general nazi y crearon la llamada “Organización Gehlen”. Para ello
reclutaron a un centenar de oficiales alemanes (gran parte de ellos criminales
de guerra) para operar contra los rusos y los alemanes orientales en tiempos de
la Guerra Fría.
Años más tarde, con la
aprobación de la Agencia Central de Inteligencia, Reinhard Gehlen se convirtió en
primer presidente de la Bundesnachrichtendiesnst (BND), el servicio de
inteligencia exterior de Alemania.
Los soviéticos hicieron otro
tanto. Retuvieron a aproximadamente tres millones de prisioneros de guerra alemanes
para reconstruir la Unión Soviética. Aproximadamente seiscientos mil de ellos
murieron en las duras condiciones del cautiverio ruso. Los últimos prisioneros
alemanes fueron liberados recién en 1956. Numerosos edificios en Moscú
testimonian la laboriosidad de los prisioneros alemanes, entre ellos la sede de
la Embajada Argentina, en la ulitza Bolshaya
Ordinka 72.
Francia
acogió en las filas de la Legión Extranjera a centenares de soldados de las
Waffen SS para combatir en las guerras coloniales de Indochina y Argelia. Otro
tanto hizo España que los reclutó para las filas de su Legión Extranjera en
Marruecos.
Estos
hechos no suelen mencionarse, pero sí se insiste con los nazis que se
refugiaron en Argentina y los científicos, diseñadores aeronáuticos y pilotos
de avión nazis que contrató Perón.
El
gobierno de Juan D. Perón contrató al científico alemán Ronald Richter para
desarrollar la energía nuclear con fines pacíficos en el llamado “Proyecto
Huemul”. Aunque el Proyecto fracasó y el gobierno de la Revolución Libertadora
despidió a Richter, sembró las bases para que Argentina desarrollara su
industria nuclear.
Algo
similar ocurrió con la industria aeronáutica: Perón reclutó al diseñador y
piloto de pruebas Kurt Tank, junto a un conjunto de “ases” aeronáuticos
alemanes entre los que se encontraban: Adolf Galland, Hans Rudel, Otto Behrens
y los hermanos Walter y Reimar Horten.
Los
pilotos alemanes diseñaron y construyeron el Pulqui II, el primer avión caza a
reacción construido por un país del Tercer Mundo y otros varios proyectos.
También
Kurt Tank fue despedido en 1955 e inmediatamente contratado por el gobierno de
la India. Los restantes pilotos nazis fueron rápidamente reclutados por
empresas aeronáuticas estadounidenses.
Perón,
como todos los oficiales de Estado Mayor del Ejército Argentino de su tiempo,
se había formado profesionalmente con traducciones de los reglamentos alemanes.
En esa época, el Ejército Argentino empleaba armamentos y equipos alemanes,
además de la doctrina estratégica y operacional germana.
Es
posible que Perón, que hablaba alemán, como militar sintiera admiración por el
desempeño militar de la Wehrmarch e incluso que se sintiera a gusto con los
relatos de los veteranos germanos sobre sus campañas.
Esta
podría ser la mejor explicación a las tertulias madrileñas que el ex presidente
exiliado mantenía con el célebre comando alemán Otto Skorzeny. El liberador de
Benito Mussolini incluso habría regalado a Perón la pistola Walther PP que lo
acompañó en la guerra.
También
es cierto que muchos nazis llegaron a Argentina a través de la llamada “ruta de
las ratas” que empleaban criminales de guerra, ex colaboracionistas de los
alemanes y simples refugiados que encontraban peligrosa o difícil su
permanencia en la Europa de posguerra.
La
mayoría de ellos partía de puertos italianos -en especial el de Génova- con
documentación proporcionada por la Cruz Roja y en muchos casos con intervención
del Vaticano.
Argentina,
con su tradicional política de puertas abiertas a la inmigración, no puso
demasiado reparos a los inmigrantes llegados a Buenos Aires desde una Europa
desbastada por la guerra. Poco importaba si los recién llegados eran nazis
fugitivos, croatas perseguidos por los serbios, ucranianos que escapaban del
gulag stalinista o judíos sobrevivientes del horror de los campos de exterminio
nazis.
A
todos, la generosidad de los argentinos les brindó la oportunidad de dejar atrás
sus infortunios y comenzar una nueva vida sin preguntarles quienes eran, que
habían hecho o de dónde venían.
Es
probable que, para los antiguos nazis, que odiaban por igual a los estadounidenses,
los británicos y los soviéticos, los únicos lugares que se ofrecieran como refugio
seguro fueran África y Sudamérica. La mayoría optó por los países de
Sudamérica.
Así,
Klaus Barbie Altman, el carnicero de Lyon se estableció en Bolivia. Joseph
Mengele intentó crear industrias farmacéuticas en Argentina, contrajo
matrimonio en Uruguay y terminó muriendo en un accidente en Brasil. Eduard Roshman
fijo residencia en Paraguay. Mientras que Adolf Eichmann se estableció con su
mujer e hijos en provincia de Buenos Aires donde trabajaba para la Mercedes
Benz, hasta que un comando del Mossad lo secuestró en 1960.
Otros
nazis eligieron Chile y Brasil para instalarse sin despertar tanto alboroto.
Con
respecto a Perón, cabe mencionar que ni existe ningún escrito o discurso de él
en que reivindique de forma alguna o exprese aprobación por el nazismo.
Por
el contrario, Perón tuvo decisiva participación en ruptura de relaciones
primero y luego en la declaración de guerra a las potencias del Eje, y en la
renuncia de presidente de facto general Pedro Pablo Ramírez, después de que
estallara el affaire del cónsul en Barcelona, Osman Alberto Hellmuth, pocos
días antes de la caída de Berlín en manos del Ejército Rojo.
Más
aún las acusaciones de colusión entre Juan D. Perón y los nazis surgieron desde
el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Perón,
como vicepresidente del gobierno de facto, se opuso a la entrega a los Estados
unidos de los capitales y empresas alemanas e italianas confiscadas al declararse
la guerra al Eje.
Durante la campaña presidencial de 1945, el
Departamento de Estado publicó el informe titulado "Consulta entre las repúblicas americanas
sobre la situación argentina",
más conocido como “Libro Azul” cuya introducción
decía: “Miembros del gobierno militar
colaboraron con agentes enemigos en tareas de espionaje, dañando el esfuerzo
bélico de las Naciones Aliadas. Líderes, grupos y organizaciones nazis se
combinaron con grupos argentinos totalitarios para crear un estado nazi-fascista.” En el Libro Azul, Perón es indicado como “líder
principal de esta conspiración”.
La Unión Democrática, la alianza electoral antiperonista,
convocaría durante la campaña a “derrotar
al nazi-fascismo” en Argentina.
De estos sucesos han pasado setenta años. La
presencia de nazis en Argentina se ha convertido tan sólo en un tema de debate
histórico y académico.
Resulta difícil pensar que el gobierno del
ingeniero Mauricio Macri disponga de nueva información sobre los nazis que el
Mossad, que persigue nazis por todo el mundo desde 1945, ignore.
También es difícil que existan nuevos datos sobre
los nazis en Argentina que no se haya publicado anteriormente en libros y
artículos o que incluso no esté en la web.
Al parecer la actividad de los antiguos nazis en
el país nunca fue un objetivo de especial atención para los servicios de
inteligencia argentinos más ocupados en perseguir espías soviéticos y a sus
aliados vernáculos, en medio de la Guerra Fría.
Incluso es probable que antiguos fascistas y
nacionalistas anticomunistas provenientes de los países del Este aprisionados
por el “Telón de Acero” hayan
trabajado como traductores y analistas para los organismos de inteligencia
argentinos, en esos años.
¿Qué registros pueden haber quedado de las
actividades nazis después de tanto tiempo, de tantos gobiernos deseosos de
ocultar sus secretos y de tanta gente dispuesta a borrar sus pecados del pasado?
¿Entonces cabe preguntarnos para qué seguir
hablando de nazis en Argentina? ¿A quién favorece esto? No parece que sea a
Argentina ni a Israel.
Si deseamos buscar una mejor relación con Israel
impulsar proyectos hacia el futuro y no revolviendo en los errores, delitos o
secretos del pasado.
Es hora de terminar con la leyenda negra que los
nazis correteaban libremente por Argentina
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