martes, 12 de septiembre de 2017

LA LEYENDA NEGRA DE LOS NAZIS EN ARGENTINA




El gobierno argentino debe terminar con el mito de que Argentina fue un refugio de nazis y no dedicarse a alentarlo.

Durante la reciente visita a Buenos Aires, el premier israelí, Benjamín Netanyahu, recibió de manos del gobierno argentino nueva información sobre la presencia y actividades de criminales nazis en Argentina, en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial.

El hecho sirvió para reavivar la leyenda negra que pesa sobre la Argentina como refugio de jerarcas nazis y sobre las simpatías del presidente Juan D. Perón hacia el nazismo.

La presencia de los nazis en Argentina se ha convertido en un tema recurrente en los últimos años de la mano de historiadores y periodistas poco rigurosos con sus fuentes y muy dados a las simplificaciones y las teorías conspiratorias al momento de interpretar ciertos acontecimientos.

Es cierto que al final de la Segunda Guerra algunos connotados criminales nazis encontraron refugio en Argentina. La presencia de Adolf Eichmann, Joseph Mengele y Erich Priebke, para nombrar tan sólo los casos más publicitados, son prueba de ello.

También es cierto que después de la caída del Tercer Reich, varios países se interesaron por contratar científicos y militares nazis para aprovechar sus conocimientos y experiencia.

Los Estados Unidos, el “arsenal de las democracias”, no dudó en reclutar al científico Wernher von Braun, el genio que en Peenemünde construyó las “vergeltungswaffe 1 y 2” (armas de venganza). Es decir, las bombas cohetes conocidas como V1 y V2 que durante la guerra asolaron Londres y otras ciudades europeas.

Von Braun era un nazi convencido, pero los estadounidenses los sometieron a un curso de “desnazificación”. En 1956, le otorgaron la ciudadanía americana y hasta denominaron a un importante edificio de la NASA, con su nombre en reconocimiento por su participación en el diseño y construcción del cohete Saturno V que finalmente puso a un hombre en la Luna.

Algo similar hicieron los estadounidenses con el mayor general Reinhard Gehlen, jefe del Departamento de Fuerzas Extranjeras del Este (Fremde Heere Ost), que dirigía el esfuerzo de inteligencia nazi contra el Ejército Rojo.

Gehlen se rindió ante las fuerzas estadounidenses, en mayo de 1945, ofreciendo poner redes de analistas y agentes a trabajar para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) y en contra de sus hasta entonces aliados soviéticos.

Washington no dudó. Los estadounidenses aceptaron la propuesta del general nazi y crearon la llamada “Organización Gehlen”. Para ello reclutaron a un centenar de oficiales alemanes (gran parte de ellos criminales de guerra) para operar contra los rusos y los alemanes orientales en tiempos de la Guerra Fría.

Años más tarde, con la aprobación de la Agencia Central de Inteligencia, Reinhard Gehlen se convirtió en primer presidente de la Bundesnachrichtendiesnst (BND), el servicio de inteligencia exterior de Alemania.

Los soviéticos hicieron otro tanto. Retuvieron a aproximadamente tres millones de prisioneros de guerra alemanes para reconstruir la Unión Soviética. Aproximadamente seiscientos mil de ellos murieron en las duras condiciones del cautiverio ruso. Los últimos prisioneros alemanes fueron liberados recién en 1956. Numerosos edificios en Moscú testimonian la laboriosidad de los prisioneros alemanes, entre ellos la sede de la Embajada Argentina, en la ulitza Bolshaya Ordinka 72.

Francia acogió en las filas de la Legión Extranjera a centenares de soldados de las Waffen SS para combatir en las guerras coloniales de Indochina y Argelia. Otro tanto hizo España que los reclutó para las filas de su Legión Extranjera en Marruecos.

Estos hechos no suelen mencionarse, pero sí se insiste con los nazis que se refugiaron en Argentina y los científicos, diseñadores aeronáuticos y pilotos de avión nazis que contrató Perón.

El gobierno de Juan D. Perón contrató al científico alemán Ronald Richter para desarrollar la energía nuclear con fines pacíficos en el llamado “Proyecto Huemul”. Aunque el Proyecto fracasó y el gobierno de la Revolución Libertadora despidió a Richter, sembró las bases para que Argentina desarrollara su industria nuclear.

Algo similar ocurrió con la industria aeronáutica: Perón reclutó al diseñador y piloto de pruebas Kurt Tank, junto a un conjunto de “ases” aeronáuticos alemanes entre los que se encontraban: Adolf Galland, Hans Rudel, Otto Behrens y los hermanos Walter y Reimar Horten.

Los pilotos alemanes diseñaron y construyeron el Pulqui II, el primer avión caza a reacción construido por un país del Tercer Mundo y otros varios proyectos.

También Kurt Tank fue despedido en 1955 e inmediatamente contratado por el gobierno de la India. Los restantes pilotos nazis fueron rápidamente reclutados por empresas aeronáuticas estadounidenses.

Perón, como todos los oficiales de Estado Mayor del Ejército Argentino de su tiempo, se había formado profesionalmente con traducciones de los reglamentos alemanes. En esa época, el Ejército Argentino empleaba armamentos y equipos alemanes, además de la doctrina estratégica y operacional germana.

Es posible que Perón, que hablaba alemán, como militar sintiera admiración por el desempeño militar de la Wehrmarch e incluso que se sintiera a gusto con los relatos de los veteranos germanos sobre sus campañas.

Esta podría ser la mejor explicación a las tertulias madrileñas que el ex presidente exiliado mantenía con el célebre comando alemán Otto Skorzeny. El liberador de Benito Mussolini incluso habría regalado a Perón la pistola Walther PP que lo acompañó en la guerra.

También es cierto que muchos nazis llegaron a Argentina a través de la llamada “ruta de las ratas” que empleaban criminales de guerra, ex colaboracionistas de los alemanes y simples refugiados que encontraban peligrosa o difícil su permanencia en la Europa de posguerra.

La mayoría de ellos partía de puertos italianos -en especial el de Génova- con documentación proporcionada por la Cruz Roja y en muchos casos con intervención del Vaticano.

Argentina, con su tradicional política de puertas abiertas a la inmigración, no puso demasiado reparos a los inmigrantes llegados a Buenos Aires desde una Europa desbastada por la guerra. Poco importaba si los recién llegados eran nazis fugitivos, croatas perseguidos por los serbios, ucranianos que escapaban del gulag stalinista o judíos sobrevivientes del horror de los campos de exterminio nazis.

A todos, la generosidad de los argentinos les brindó la oportunidad de dejar atrás sus infortunios y comenzar una nueva vida sin preguntarles quienes eran, que habían hecho o de dónde venían.

Es probable que, para los antiguos nazis, que odiaban por igual a los estadounidenses, los británicos y los soviéticos, los únicos lugares que se ofrecieran como refugio seguro fueran África y Sudamérica. La mayoría optó por los países de Sudamérica.

Así, Klaus Barbie Altman, el carnicero de Lyon se estableció en Bolivia. Joseph Mengele intentó crear industrias farmacéuticas en Argentina, contrajo matrimonio en Uruguay y terminó muriendo en un accidente en Brasil. Eduard Roshman fijo residencia en Paraguay. Mientras que Adolf Eichmann se estableció con su mujer e hijos en provincia de Buenos Aires donde trabajaba para la Mercedes Benz, hasta que un comando del Mossad lo secuestró en 1960.

Otros nazis eligieron Chile y Brasil para instalarse sin despertar tanto alboroto.

Con respecto a Perón, cabe mencionar que ni existe ningún escrito o discurso de él en que reivindique de forma alguna o exprese aprobación por el nazismo.

Por el contrario, Perón tuvo decisiva participación en ruptura de relaciones primero y luego en la declaración de guerra a las potencias del Eje, y en la renuncia de presidente de facto general Pedro Pablo Ramírez, después de que estallara el affaire del cónsul en Barcelona, Osman Alberto Hellmuth, pocos días antes de la caída de Berlín en manos del Ejército Rojo.

Más aún las acusaciones de colusión entre Juan D. Perón y los nazis surgieron desde el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Perón, como vicepresidente del gobierno de facto, se opuso a la entrega a los Estados unidos de los capitales y empresas alemanas e italianas confiscadas al declararse la guerra al Eje.

Durante la campaña presidencial de 1945, el Departamento de Estado publicó el informe titulado "Consulta entre las repúblicas americanas sobre la situación argentina", más conocido como “Libro Azul” cuya introducción decía: “Miembros del gobierno militar colaboraron con agentes enemigos en tareas de espionaje, dañando el esfuerzo bélico de las Naciones Aliadas. Líderes, grupos y organizaciones nazis se combinaron con grupos argentinos totalitarios para crear un estado nazi-fascista.” En el Libro Azul, Perón es indicado como “líder principal de esta conspiración”.

La Unión Democrática, la alianza electoral antiperonista, convocaría durante la campaña a “derrotar al nazi-fascismo” en Argentina.

De estos sucesos han pasado setenta años. La presencia de nazis en Argentina se ha convertido tan sólo en un tema de debate histórico y académico.

Resulta difícil pensar que el gobierno del ingeniero Mauricio Macri disponga de nueva información sobre los nazis que el Mossad, que persigue nazis por todo el mundo desde 1945, ignore.

También es difícil que existan nuevos datos sobre los nazis en Argentina que no se haya publicado anteriormente en libros y artículos o que incluso no esté en la web.

Al parecer la actividad de los antiguos nazis en el país nunca fue un objetivo de especial atención para los servicios de inteligencia argentinos más ocupados en perseguir espías soviéticos y a sus aliados vernáculos, en medio de la Guerra Fría.

Incluso es probable que antiguos fascistas y nacionalistas anticomunistas provenientes de los países del Este aprisionados por el “Telón de Acero” hayan trabajado como traductores y analistas para los organismos de inteligencia argentinos, en esos años.

¿Qué registros pueden haber quedado de las actividades nazis después de tanto tiempo, de tantos gobiernos deseosos de ocultar sus secretos y de tanta gente dispuesta a borrar sus pecados del pasado?

¿Entonces cabe preguntarnos para qué seguir hablando de nazis en Argentina? ¿A quién favorece esto? No parece que sea a Argentina ni a Israel.

Si deseamos buscar una mejor relación con Israel impulsar proyectos hacia el futuro y no revolviendo en los errores, delitos o secretos del pasado.

Es hora de terminar con la leyenda negra que los nazis correteaban libremente por Argentina



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