Los mapuches, un pueblo originario de Chile que invadió
territorio argentino en el siglo XVIII, ahora pretenden crear un Estado étnico
en la Patagonia argentino chilena con límites entre los océanos Pacífico y
Atlántico llevando a cabo una guerra de liberación.
Desde principios de este año,
debido especialmente a artículos publicados por el semanario Perfila y otros
medios periodísticos, ha tomado estado público la existencia de un accionar
insurgente, en la Patagonia, llevado a cabo por personas que se reivindican
como pertenecientes a la etnia aborigen chilena conocida como “mapuche”.
Dicho accionar comprende más
de 75 hechos de violencia que comprenden la
y comisión de diversos delitos: robo y destrucción de propiedad privada,
ocupación de tierras e instalaciones, incendios premeditados, lesiones e
intimidación a pobladores, incitación a la violencia, quema de iglesias,
sedición, etc.
En todos los casos, los hechos
han sido protagonizados por personas que se identifican como mapuches y
miembros de una organización terrorista separatista denominada Resistencia
Ancestral Mapuche –RAM-.
Los mapuches o araucanos son
una etnia chilena que ingresó a territorio argentino, en las últimas décadas
del siglo XVIII, escapando de la persecución que los españoles de la Capitanía
General de Chile efectuaban contra ellos en el territorio transandino de la
Araucanía.
Por casi un siglo, los
mapuches depredaron el sur del territorio argentino. Primero atacaron y
exterminaron a los pueblos originarios de la Patagonia y la Pampa argentina:
los tehuelches, pampas y ranqueles. Más tarde, dedicaron a atacar y saquear las
estancias argentinas hasta la línea del río Salado, es decir, distantes a unos
doscientos kilómetros de la Plaza de Mayo.
Su destreza en el empleo del
caballo y la lanza les permitieron convertir las razzias sobre las poblaciones cristianas en un modo de vida. Sus
incursiones, denominadas “malones”,
tenían por objeto saquear las estancias y pueblos argentinos robando
especialmente ganado vacuno y ovino, enseres y secuestrando mujeres y niños que
reducían a la condición de “cautivos”,
es decir, concubinas y esclavos.
Los cautivos eran retenidos en
sus precarios campamentos, conocidos como “tolderías”,
mientras que el ganado robado era conducido hasta Chile donde lo traficaban por
armas, alcohol y otros elementos (azúcar, yerba mate, textiles, etc.).
El último gran cacique mapuche
fue un aborigen chileno llamado Calfucurá, quien en 1871, durante la presidencia
de Domingo F. Sarmiento organizó el último “malón
grande” que asoló la pampa argentina hasta proximidades de la ciudad de
Luján a poco más sesenta kilómetros de la capital porteña.
En 1879, la Campaña al
Desierto, llevada a cabo por el ministro de Guerra, general Julio A. Roca
terminó con la constante amenaza de los ataques indígenas chilenos sobre las
estancias y poblaciones argentinas y garantizó la soberanía nacional sobre las
tierras de la Patagonia. Tanto Calfucurá como sus principales “capitanejos”
–lugartenientes- terminaron sus días en reservaciones.
Dos años más tarde, en 1881,
el Tratado General de Límites entre las Repúblicas
de Argentina y Chile, estableció la división jurisdicciones en la Patagonia
y estableció los derechos argentinos sobre sus territorios en el Sur.
Los mapuches, conocidos en la
zona como “chilotes”, se fueron
asimilando gradualmente a las poblaciones cristianas como trabajadores rurales.
A partir de 1997, más de un
siglo después de estos acontecimientos, los supuestos descendientes de estos
pueblos invasores, usurpadores y depredadores del territorio argentino demandan
crear un Estado étnico en la Patagonia, tanto chilena como argentina, con
costas sobre el océano Pacífico y Atlántico, alegando que estos territorios
constituyen sus “tierras ancestrales” por lo tanto son sagradas.
Más allá de lo disparatado de
estas demandas es que, tanto la llamada “Coordinadora
de Comunidades en Conflicto Arauco Malleco y Weichan Auka Mapu”, en Chile,
como la “Resistencia Ancestral Mapuche”,
en Argentina, conforman lo que denominan como un “movimiento mapuche anticapitalista”.
Este movimiento mapuche está
librando lo que denomina una “guerra de
liberación”, tanto contra el “Estado
burgués” como contra las empresas forestales y de transporte, las iglesias
y la población cristiana.
“Las
acciones contra el enemigo –dice uno de sus documentos- deben dejar
consecuencias graves en su economía, irreparables y cada vez en mayor escala.”
En esta campaña son apoyados
financiera y políticamente por ONG europeas, grupos anarquistas argentinos,
chilenos y extranjeros e, especialmente por antiguos terroristas del MIR, Mapu
Lautaro, Frente Patriótico Manuel Rodríguez y Montoneros.
Los terroristas mapuches
operan indistintamente en territorio chileno o argentino. No reconocen la
soberanía, ni la legalidad de ninguno de los dos Estados. Tan sólo aprovechan
en su beneficio la separación de jurisdicciones para dificultar el accionar de las
agencias de aplicación de la ley a uno y otro lado de la cordillera de los
Andes.
Recientemente, Carabineros de
Chile interceptó chats entre dirigentes mapuches detenido por actividades
terroristas. En los mismos se hacía referencia a un embarque de armas
proveniente de Argentina que los insurgentes esperaban recibir para emplearlas
en sus ataques en la zona de la Araucanía.
El embarque comprendía 6
escopetas, 10 revólveres, 12 pistolas, 2 fusiles, 250 cartuchos de escopeta,
550 proyectiles calibre 38 y 84 proyectiles calibre 9 mm.
Por otra parte, he tenido
acceso a un manual publicado por la Coordinadora Arauco Malleco titulado “Kutralwe. Herramientas para la lucha.
Informativo para la Defensa, Resistencia y Rekuperación.”
El texto, de 278 páginas,
profusamente ilustrado, está redactado en un lenguaje muy elaborado, por
momentos casi académico. La portada incluye –sin citarlo- un conocido párrafo
del libro “El Arte de la Guerra”, del
estratega chino Sun Tzu, escrito en el siglo VI antes de Cristo.
El Kutealwe constituye un
manual para llevar a cabo la resistencia civil y la lucha armada de los
mapuches. Aunque la CAM y la RAM niegan toda vinculación con las ideologías
marxista y anarquista, la terminología empleada por los redactores del manual
muestra la influencia del marxismo y la sociología francesa, en especial de
autores como Michael Foucault y Pierre Bordieu.
La influencia del marxismo
también se aprecia en el análisis de las condiciones de “la lucha” que llevan adelante los mapuches donde admite que está
inspirada en “Entender y analizar los
procesos de liberación que han desarrollado otros pueblos” (pág. 34) y que
pretende culminar en “un levantamiento
mapuche generalizado” (pág. 35).
Más adelante, el texto
reconoce que los mapuches pretenden apoderarse “de las facultades que entrega
la legalidad y la ilegalidad a la vez, para que un buen ataque contenga una
buena defensa en caso de necesitarlo, todo apuntando hacia el mismo enemigo que
es el capitalismo devastador de la tierra…” (pág. 34).
También es importante destacar
el rol que la insurgencia mapuche asigna a las protestas callejeras en las
ciudades. Así leemos en la página 35: “No
cabe duda que las manifestaciones en las ciudades ayudan a visibilizar el tema
de la represión y las problemáticas que se viven en las comunidades, sirven
para respaldar simbólica y políticamente los procesos que se viven en los
territorios de convertir un conflicto local en un problema país, ayudan a
romper el cerco mediático, a canalizar redes de apoyo, a articular solidaridad
y difusión del conflicto. Pero hay que aumentar los niveles de organización
para la lucha y con ello los niveles de impacto. Se ha demostrado en varias
ocasiones que las movilizaciones cívicas no sirven para reconquistar derechos
territoriales obtenidos en el pasado (tratados históricos) ni tampoco para
expulsar a los empresarios y sus inversiones definitivamente de los territorios
en conflicto. Hay que luchar desde las trincheras, lugares y formas que nos
corresponda luchar, pero entendiendo que hay acciones simples que no tienen
repercusión en las políticas del Estado ni en el territorio mismo, donde se
barajan los resultados, donde se viven las consecuencias. Las marchas, los
actos cívicos o hechos aislados son un acompañamiento al movimiento mapuche en
general y que puede servir para circunstancias, para una defensa jurídica o la
instalación de una demanda, pero no son determinantes en el proceso territorial
mismo.”
El Kutralwe es un curioso documento que contiene temas ideológicos,
planes estratégicos sobre la guerra de liberación mapuche y también tácticas e
instrucciones para llevar a cabo el accionar terrorista sin ser detectado por
las autoridades. Estas comprenden incluso consejos para evitar las
intervenciones –o “pinchaduras”- en
teléfonos celulares, manejo de redes sociales, etc.
Por lo que puede apreciarse,
existen elementos y pruebas suficientes que tanto por su accionar como por los
propósitos sediciosos que exponen en sus comunidades, documentos internos y
declaraciones públicas para que el movimiento mapuche en su conjunto: Coordinadora Arauco Malleco y Resistencia Ancestral Mapuche, sea
considerado un grupo terrorista, se lo declare ilegal y se abran las acciones
legales contra sus miembros.
La insurgencia mapuche debe
ser combatida por medio de la ley evitando los crímenes y errores de la lucha
antiterrorista, en el siglo pasado, tanto en Argentina como en Chile. Solo en
esta forma se evitaran nuevas tragedias humanas como la que envuelve al caso de
Santiago Maldonado.
Al mismo tiempo, combatir a un
grupo terrorista que opera simultáneamente en dos países requiere de una íntima
coordinación de las políticas y procedimientos de seguridad entre ambos
Estados, porque el problema del separatismo mapuche es más grave de lo que las
autoridades se atreven a reconocer.
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