La
sociedad argentina enfrenta la disyuntiva de corregir radicalmente el rumbo de
su sistema educativo o enfrentar una inevitable decadencia
“Su movilidad
ascendente está facilitada por la
Más amplia escolaridad,
promovida por las élites
desde 1880 para
“argentinizar” a los hijos de los inmigrantes
y asegurar la cohesión
social. Para los mejores, el diploma de
educación superior, el
pasaporte de entrada a las clases medias,
no es un sueño inaccesible.”
Alain Rouquie
El siglo de Perón
EDUCACIÓN Y MOVILIDAD SOCIAL
La
Argentina se forjó sobre la base de ciertos valores compartidos por el grueso
de la población. Algunos de ellos fueron: la aceptación de la inmigración que
llevaron a la Argentina como “crisol de
razas”. Otro era el ser una tierra de gran movilidad social donde el hijo
de un pobre inmigrante llegaba a presidente: Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín,
Carlos Menem y Mauricio Macri son un claro ejemplo de ello.
Aunque
un valor central de los argentinos fue la importancia que siempre otorgaron a
la educación. No debe sorprender entonces que entre los “padres de la Patria”
figure en un lugar destacado un maestro: Domingo F. Sarmiento cuyo objetivo en
la vida fue “educar al soberano”, es decir, al pueblo.
Movilidad
social ascendente y educación se convirtieron, desde los tiempos de la
formación del Estado argentino, en dos caras de una misma moneda. Así, el
humilde inmigrante llegado al Río de la Plata soñaba con ver a su hijo
convertido en “doctor” y en muchos
caos lo lograba.
El
acceso a una educación superior de calidad era garantía de ascenso social. Por
ello lucharon los estudiantes reformistas de Córdoba, en 1918.
Ahora,
el descenso de la calidad educativa pone en tela de juicio las oportunidades de
movilidad social de las nuevas generaciones y el desarrollo y crecimiento
económico futuro del país.
Desde
el restablecimiento de la democracia, en 1983, para establecer un punto de
inicio en este proceso, la calidad educativa en Argentina ha estado
descendiendo año a año.
Hasta
1984, los alumnos que terminaban la escuela primaria debían aprobar un examen
de ingreso al colegio secundario. De igual modo los alumnos que concluían el
secundario debían aprobar un examen para ingresar a la universidad pública. Las
deficiencias de cada nivel quedaban en evidencia cuando un elevado número de
alumnos cada año no aprobaban la evaluación y debían repetir la prueba hasta
lograr superarla.
Lógicamente,
los padres y alumnos reclamaban por el “elevado
nivel de exigencias” de estos exámenes. El tema era muy impopular y el
nuevo gobierno democrático decidió terminar con el “autoritarismo” en las aulas.
Bajo
la consigna de que “con la democracia se
come, se cura, se trabaja y se educa”, suprimió lo exámenes de ingreso y de
paso las calificaciones numéricas, que los abanderados fueran los alumnos con
mejores calificaciones y estableció “cursos
de compensación” para reemplazar los tradicionales exámenes de diciembre y
febrero.
Qué
mejor para curar la fiebre del enfermo que romper el termómetro.
Claro
que en la Universidad Nacional de Buenos Aires hicieron trampa. Suprimieron el
examen de ingreso, pero crearon un Ciclo
Básico Común -CBC- que incrementó la duración de las carreras
universitarias en un año.
LA REFORMA MENEMISTA
El
gobierno menemista agravó el problema cuando en 1993 sancionó la Ley Federal de
Educación, N° 14.195. Las provincias debieron hacerse cargo de la gestión de las
escuelas nacionales. Muchas provincias no contaban con presupuesto, personal
calificado ni experiencia para la tarea, pero igual debieron realizarla.
La
enseñanza se estructuró en base a un ciclo de Educación General Básica de nueve años y un ciclo Polimodal de tres años. Una reforma
similar se había llevado a cabo en España y al cabo de pocos años fue
abandonada ante sus malos resultados.
El
Polimodal terminó siendo un buen negocio para las editoriales españolas que se
instalaron en el país -en muchos casos absorbiendo pequeñas editoriales
nacionales- y comenzaron a vender los libros y cursos de perfeccionamiento
docente que dejaban de emplearse en España.
El
Polimodal al trasladar los dos primeros años del colegio secundario a la órbita
de la enseñanza elemental (el nivel que mayores carencias presentaba) agudizó
el descenso de la calidad educativa. Especialmente, porque algunas materias que
antes dictaban profesores especializados en las mismas pasaron a ser dictadas
por maestras de grado sin mayor capacitación para ello.
El
mismo titular del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la
provincia de Buenos Aires (SUTEBA), el preceptor Roberto Baradel reconoció que
el Polimodal “fue un mal sistema para el
aprendizaje de los chicos, ya que bajo el nivel de exigencia.”
La
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, al rechazar ingresar a la Ley Federal de
Educación, logró escapar a la debacle y su sistema educativo permaneció sin
grandes cambios,
En
agosto de 1995, el gobierno menemista sancionó la Ley Nacional N° 24.512 de
Educación Superior. Para terminar con el desgranamiento -el abandono de los
estudios por parte de los alumnos universitarios después de cursar algunos
años-, la nueva normativa redujo la duración de las carreras universitarias en
uno o dos años.
Para
poner un ejemplo, un licenciado en Ciencia Política egresado de mi alma mater después
de 1995, ostentaría el mismo título y diploma que obtuve en 1978 pero
estudiaría solo cuatro años. Es decir, debería aprobar ocho materias menos para
obtener dicho título.
En
todas las universidades las licenciaturas pasaron a comprender tan solo cuatro
años de estudios y se redujeron la duración de las carreras de abogado,
contadores públicos, médicos, ingenieros, arquitectos, etc.
También
se flexibilizaron los requisitos necesarios para crear nuevas universidades
nacionales y privadas. Inmediatamente proliferaron las universidades
municipales, especialmente en el conurbano bonaerense: Avellaneda, Alte. Brown,
Lanús, Lomas de Zamora, San Martin, Tres de Febrero, etc. Pasaron a contar con
su propia casa de altos estudios.
Cada fuerza
armada y de seguridad transformó sus institutos de formación del personal en
Institutos Universitarios, hasta el propio ministerio de Defensa creó la
Universidad de la Defensa Nacional.
En el
ámbito privado algunos institutos terciarios alcanzaron la jerarquía de
institutos universitarios y hasta de universidades. Pronto las clínicas
médicas, los sindicatos y otras asociaciones sin fines de lucro abrían sus
propias universidades (CEMA, Austral, Universidad Metropolitana para el Estudio
y el Trabajo, Favaloro, Barceló, etc.)
Lamentablemente,
no todas las nuevas casas de altos estudios tenían la suficiente solvencia
académica. Algunas de ellas no lograban convocar docentes idóneos que además
acreditaran suficiente jerarquía científica. Dedicaban escasos (o ningunos)
recursos a la investigación y a la realización de actividades
extracurriculares. Incluso carecían de bibliotecas actualizadas para las
carreras que dictaban.
Por lo
general, las nuevas universidades se concentraron en las denominadas carreras
de “tiza y pizarrón” que no
demandaban ni infraestructuras complejas ni mayores gastos operativos para el
dictado de las clases. Así la matrícula creció considerablemente en carreras
como abogacía, contadores, administración de empresas, psicología y periodismo.
Pronto
la oferta educativa pública y privada pasó a superar a la demanda.
EL POPULISMO LLEGA A LAS AULAS
Para
colmo de males, en 1999, en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Eduardo
Duhalde, quién competía para la presidencia, pretendió incentivar a los estudiantes
de Polimodal mediante el pago de una beca mensual de cien pesos durante diez
meses al año.
El
efecto fue una hecatombe. Las aulas del Polimodal se llenaron de pronto de
alumnos mal preparados y ausentes de toda motivación de estudio a quienes sus
padres inscribían en el colegio para que aportaran el monto de sus becas. Al
aumento de alumnado sin deseos de estudiar contribuyó también que se exigiera
la escolarización de los hijos como requisito para percibir planes sociales.
Aunque
a algunos funcionarios les cueste comprenderlos asistir a la escuela no es lo
mismo que estudiar y la mayor cantidad de días de clase tampoco es garantía de
mejor calidad educativa.
Dentro
de esta irrealidad en que cayó el sistema educativo, en 2006, el gobierno de
Néstor Kirchner sancionó la ley 26.206, que estableció la extensión de la
obligatoriedad escolar en todo el país hasta la finalización del ciclo
secundario. Como si se pudiera obligar por ley a la gente a estudiar. Por
suerte, la normativa no indicaba cual sería la pena por no dar cumplimiento a
la misma.
La
medida fue complementada con planes de estudio abreviados para quienes habían
abandonado el cursado del secundario sin completarlo. Por supuesto, estos
planes consistían en titular a individuos con menores conocimientos que los
adquiridos por quienes cursaban el ciclo tradicional.
También
se crearon facilidades para que los alumnos que reprobaban sus materias durante
el año lectivo pudieran rendir el examen complementario con otros docentes e
incluso en otros establecimientos. No es necesario decir que en dichos
establecimientos las exigencias académicas eran mínimas.
Paralelamente
como los gobiernos (tanto el nacional como los provinciales) pretendían exhibir
grandes cifras de alumnos que completaban los estudios secundarios ante los
organismos internacionales, las autoridades educativas comenzaron a presionar a
los docentes para que disminuyeran las exigencias y apelaran a cualquier
recurso para hacer que los alumnos aprobaran las materias.
El
objetivo era que un mayor número de alumnos completaran sus estudios aun cuando
no alcanzaran el nivel de conocimientos mínimo.
Después
de todo, si se distorsionaban las cifras de la inflación del Indec por que no
podía hacerse lo mismo con las cifras educativas.
Pronto
el país entero cayó de lleno en la mentira educativa. Cada vez más gente
estudiaba y obtenía títulos. Pero, cada vez que se evaluaban los conocimientos
con pruebas internacionales los resultados eran peores.
LOS RESULTADOS
Así se
llegó a 2016, cuando la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) excluyó a la Argentina del Programa Internacional de
Evaluación de Estudiantes (PISA, como se lo conoce por sus siglas en inglés)
que integraba desde 1999. La decisión fue adoptada por serios cuestionamientos
técnicos sobre la metodología de medición empleada.
Al
parecer, las pruebas PISA no eran como el Indec.
En
2012, último año en que participó, la Argentina terminó en el puesto 59° entre
65 naciones que se sometieron a la prueba. Los alumnos argentinos mostraron
grandes deficiencias para realizar operaciones matemáticas básicas y en la
comprensión de textos.
El
gobierno de Mauricio Macri, interesado en conocer el real estado el real estado
de la educación implementó, en 2016, las “Pruebas
Aprender”. La evaluación fue cuestionada por los sindicatos docentes y los
centros de estudiantes que intentaron impedir su realización.
Las Pruebas Aprender se llevaron a cabo en
31 establecimientos educativos de todo el país y fueron evaluados 963.700 alumnos,
de 6° grado de primaria y 5° y 6° año de secundaria. También respondieron
preguntas, estudiantes de 3° curso de primaria y 2° ó 3° de secundario.
Los
resultaron mostraron que los alumnos de la escuela secundaria tenían un
desempeño por debajo del nivel básico en lengua (23%), matemáticas (40%),
ciencias naturales (16,9%) y ciencias sociales (18,8%).
El
70,2% de los alumnos de 5° y 6° año de secundaria no pudieron resolver
problemas matemáticos sencillos y el 46,4% no comprendieron temas básicos.
Tengamos
en consideración que los alumnos que, en 1984, ingresaron a la escuela
secundaria o a la universidad y enfrentaron todos estos cambios que
deterioraron el sistema educativo hoy son profesionales universitarios,
docentes y hasta directivos de los establecimientos educativos. En
consecuencia, su menor nivel de preparación ha impactado en la forma en que
desarrollan sus actividades profesionales.
Un
deterioro de décadas no se soluciona en pocos años cambiando de plan educativo.
Debe necesariamente contemplar aspectos sociales.
Es
necesario comenzar por restaurar la movilidad social, terminar con la pobreza
estructural donde no penetra la educación, y reconstruir la percepción que la
sociedad tiene de la educación.
Si la
gente no considera que una mejor educación abre las puertas a un más próspero
futuro no encontrará los incentivos suficientes para enfrentar las exigencias
del sistema educativo.
También
deben revisarse las condiciones en que los docentes desarrollan sus tareas.
Terminar con el gran número de docentes sin título habilitante. Recomponer y
jerarquizar los salarios y jubilaciones terminando con los “incentivos” y “cifras fijas
remunerativas” que constituyen pagos en negro. El Estado no puede ni debe
ser fuente de trabajo informal.
Incluso debe premiarse económicamente la mayor capacitación de algunos docentes. Hoy
cobran el mismo salario básico un docente que carece título, que un profesor
titulado y otro con títulos de posgrado (especializaciones, maestrías y
doctorados) o que realizan actividades como investigadores categorizados.
Sólo
así se reclutarán los mejores talentos para la función docente.
Como
puede apreciarse hay mucho por corregir, la tarea no es sencilla y las
resistencias serán muchas (por parte de los sindicatos, los docentes y los
alumnos) sin mencionar el aprovechamiento que algunos políticos querrán hacer
del problema.
Pero,
la sociedad argentina deberá enfrentar el desafío educativo y superarlo si
quiere tener un futuro.
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