El
anuncio de Itamaraty de que Brasil retira su candidatura como sede de la 25ª
Conferencia de las Partes Sobre el Cambio Climático 2019 (COP 25) ha causado
hondo impacto en la región.
La
Conferencia de las Partes Sobre el Cambio Climático es un importante evento
internacional que se realiza cada dos años y reúne a líderes de 195 países,
empresas, inversores, ONG y representantes de la sociedad civil. Tiene por
objeto revisar y acelerar el cumplimiento de los objetivos adoptados en el
Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, de 2015, con miras al 2030.
Por lo
tanto, el reciente anuncio de la cancillería brasileña diciendo que: “Teniendo
en cuenta restricciones fiscales y presupuestarias, que muy probablemente deben
continuar en un futuro próximo, y teniendo en vista el proceso de transición a
la administración recién elegida que se inaugurará el 1° de enero de 2019, el
gobierno brasileño está obligado a retirar la oferta de albergar la COP 25”,
tiene diversas lecturas.
En
primer término, podría interpretarse que el presidente electo Jair Bolsonaro,
que fue uno de los mayores críticos del costo financiero que supuestamente tuvo
para Brasil ser el organizador y país sede de la Copa del Mundo de la FIFA 2014
y luego de los Juegos Olímpicos en 2016, ha querido marcar una diferencia con
los presidentes del Partido de los Trabajadores, Luis Inacio “Lula” da Silva y
Dilma Rousseff que asumieron esos compromisos internacionales para el país.
El
“brasileño de a pie” no siempre comprende los beneficios a largo plazo que
arrojan (en “poder blando”, inversiones hoteleras, gastronómicas y de
infraestructuras, etc.) esos eventos internacionales a los países organizadores.
Es por ello por lo que los Estados suelen disputarse enconadamente ese
privilegio.
Cuando
Bolsonaro dice que renuncia a organizar una cumbre internacional, que
supuestamente tendrá un costo financiero de cuatrocientos millones de reales
(algo más de cien millones dólares), está enviando una clara señal a su
electorado de que él pone a Brasil primero. Algo que muchos brasileños con
mayor conocimiento de los asuntos internacionales podrían poner en duda.
Otra
lectura de esta decisión de Bolsonaro sería decir que el presidente electo
sigue los mismos pasos de Donald Trump. Esto implica negar el cambio climático
y retirarse del Acuerdo de París. También significa apostar al aislamiento
internacional, despreciar la diplomacia multilateral, repudiar los tratados de
integración económica como el Mercosur e impulsar la explotación los recursos
naturales sin mayores preocupaciones por las generaciones futuras.
Por
último, también podría considerarse que Bolsonaro intenta cumplir con
compromisos electorales contraídos, en especial con el llamado “Partido del
Buey” (constituido por hacendados latifundistas que explotan la ganadería, el
cultivo de la soja, el maíz y la explotación maderera) siempre ansiosos por
apoderarse de más tierras en la región amazónica.
Bolsonaro
se ha comprometido con ellos a flexibilizar las licencias ambientales, a la
reducción de las áreas protegidas y a terminar con la protección y el
reconocimiento de tierras para los pueblos originarios del Amazonia.
En
sintonía con estos compromisos el presidente electo a designado un ministro de
Relaciones Exteriores conocido por sus posiciones radicales contra el cambio
climático y otras cuestiones polémicas.
Se
trata del embajador Ernesto Araújo, que ha manifestado públicamente sus
posiciones en contra de la “ideología globalista”. El próximo canciller de
Brasil considera que el cambio climático es parte de un complot de “marxistas
culturales”. “Este dogma se ha utilizado para justificar el aumento del poder
regulador de los Estados sobre la economía y el poder de las instituciones
internacionales sobre los Estados nacionales y sus poblaciones”, redactó Araújo
tiempo atrás en su blog. A su vez, asegura, al igual que Trump que así se busca
“reprimir el crecimiento económico de los países capitalistas democráticos y
promover el crecimiento de China.”
Si
Brasil abandona su política de protección medioambiental y de lucha contra el
cambio climático las empresas industriales, mineras y aún agrícolas verán
reducidos sus costos y eliminadas muchas de las restricciones legales que
restringen su actividad.
Esto
podría dar un nuevo impulso a la economía brasileña aunque sus efectos sobre el
medio ambiente global podrían ser devastadores debido a que Brasil es el
séptimo mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, los principales
responsables del calentamiento global, además el Amazonas desempeña un papel
clave en la regulación del clima planetario.
Con
cerca de una quinta parte de todos los recursos de agua dulce superficial de la
Tierra, una extensión de selva cercana a dos tercios del territorio continental
de Estados Unidos, la Amazonia -que ocupa el 60% del territorio de Brasil- es
la mayor reserva de biodiversidad del planeta y es fundamental en la lucha
contra el cambio climático, así como para generar el ciclo de lluvias en
América del Sur.
Recientemente,
el ministerio de Medio Ambiente de Brasil reconoció que la deforestación en la
Amazonia alcanza su nivel más alto en una década. Tan sólo entre agosto de 2017
y julio de 2018, la tala de árboles y la apropiación de tierras fiscales por
los hacendados latifundistas creció un 14%.
Los
números en superficie son aún más alarmantes; en ese periodo de tiempo la
Amazonia perdió un área de 7.900 kilómetros cuadrados, lo que se traduce en
casi 2.000 millones de árboles, según datos suministrados por el Instituto de
Investigaciones Espaciales, a través de imágenes satelitales. Este panorama
podría agravarse seriamente durante el gobierno de Bolsonaro.
Por
último, la decisión de Brasil de renunciar a su candidatura como país sede de
la COP 25 no sólo pierde protagonismo internacional sino que también se lo
resta a la región por que era el turno de Sudamérica para organizar la Cumbre y
ahora será la ciudad alemana de Bonn la sede del encuentro en 2019.
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