Tras los recientes intentos de
atentados terroristas en Buenos Aires, un sector de la prensa se ha empeñado en
denominar a sus autores como “jóvenes anarquistas” para protegerlos con una
aureola de romanticismo idealista y encubrir el carácter criminal y
potencialmente asesino de su accionar.
En una ocasión el general Juan
D. Perón amonestó a los ocho diputados que pertenecían a la llamada Tendencia
Revolucionaria del peronismo, es decir, al grupo terrorista Montoneros, y por
tanto, se negaban a apoyar una reforma legislativa que endurecía las penas por
este delito, después del cruento ataque a la Guarnición Militar de Azul, el 19
de enero de 1974.
En esa ocasión el entonces
presidente de la Nación dijo claramente: “El crimen es crimen cualquiera sea el
móvil que lo provoca.”
De igual forma, colocar
artefactos explosivos para asesinar, destruir o intimidar a la población es un
acto de terrorismo. Sea llevado a cabo por un “coche-bomba” armado por los narcotraficantes del Cartel de Cali,
un artefacto detonado en un cuartel de la Guardia Civil Española por los
separatistas vascos de la ETA, o un chaleco explosivo hecho estallar por un “lobo
solitario” del Dáesh en un restaurante parisino o una bomba artesanal detonada
por la estupidez de una pareja de anarquistas mientras se sacaban una selfi en
un cementerio porteño.
Por lo tanto, Anahí Esperanza
Salcedo, su pareja Hugo Alberto Rodríguez y Marco Viola son terroristas. No
importan cual es la ideología que le sirve de escusa para llevar a cabo sus
crímenes, eso es tan sólo un hecho secundario y carente de importancia.
El hecho realmente relevante
es que los tres son “terroristas”,
potencialmente asesinos y no “jóvenes
idealistas” que rechazan al sistema capitalista.
Por qué Anahí Esperanza Salcedo
se proponía destruir al Estado argentino comenzando por la tumba de un policía
muerto hace 109 años. Lo curioso es que ese mismo Estado alimenta a sus hijas
de ocho y diez años, pagándole la Asignación Universal por Hijo, las educa en
escuelas públicas gratuitas y le brinda sin cargo atención médica en un
hospital público donde sus médicos se esfuerzan por salvar su vida, la misma ella
puso en peligro con sus conductas criminales.
Anahí Salcedo tiene 32 años
nunca trabajó, siempre vivió en la marginalidad, no por necesidad sino por
propia decisión y como producto de un entorno familiar disfuncional.
Sus padres se divorciaron cuando
era una niña y de debió ser criada por sus abuelos. Su padre era adicto a las
drogas y falleció por complicaciones vinculadas al HIV/SIDA hace varios años.
Un hermanastro, hijo de su padre con otra mujer, fue también adicto a las
drogas. A los 18 años fue preso por robo. Cumplió una condena de seis años de
cárcel y poco tiempo después de ser liberado murió asesinado.
Su tía paterna, Carmen Salcedo
fue candidata a intendente por el Frente para la Victoria y hoy es “asesora” de
la Secretaría de Derechos Humanos del Partido de Tigre. Pero hay mucho más que
decir de esa señora.
Carmen Liz Salcedo, o “La Negra” como era su “nombre de guerra” como militante de la
rama sindical de la Columna Norte de la organización Montoneros. Luego fue
Diputada Constituyente durante la reforma de la Constitución en 1995.
El tío de Carmen y tío abuelo
de Anahí Esperanza, Edgardo de Jesús Salcedo era un experimentado terrorista
que participó en septiembre de 1966 del llamado “Operativo Cóndor”, el desvió a
las Islas Malvinas de un avión de Aerolíneas Argentina para hacer flamear una
bandera argentina en las islas.
Edgardo de Jesús y su esposa
Esperanza María Cacabelos, ambos militantes de Montoneros murieron en un
tiroteo con la policía, en julio de 1976, en un edificio situado en las calles
Oro y Santa Fe. En esa oportunidad resultaron gravemente heridos dos oficiales
uno del Ejército y otro de la Policía Federal Argentina.
Es decir, que para Anahí
Esperanza Salcedo, el terrorismo es algo así como una tradición familiar.
Tanto como hacer de la
militancia política y el depender económicamente del Estado, intrusando
viviendas y en la marginalidad, una forma de vida.
Eso no es idealismo ni
política, es una peligrosa anomia social que no sólo la ha dañado a ella sino
también a sus pequeñas hijas.
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