Hace cuarenta años, la Guyana se convirtió en la sede
de la mayor masacre religiosa de los tiempos modernos: la inmolación de los 913
miembros de la Iglesia del Templo del Pueblo.
El 17 de
noviembre de 1978 tuvo lugar el mayor suicidio colectivo de la historia
contemporánea. En la república sudamericana de Guyana, 913 estadounidenses
–entre ellos 276 niños- miembros de la Iglesia del Templo del Pueblo, se inmolaron
colectivamente.
Jim Jones había
nacido en Crete, Indiana, el 13 de mayo de 1931. Hijo de James y de Lynetta
Thurman Jones. Su padre era un conocido miembro del Ku Flux Klan. Jones se
graduó en la High School
de Richmond, Indiana y desde muy joven evidenció tener preocupaciones
religiosas.
Hacia 1950 creó
una congregación religiosa denominada “Asambleas
Cristianas de Dios”, en Indianápolis, Indiana. Jones comenzó a predicar un
evangelio de igualdad social y racial en su congregación. Afirmaba que su Iglesia
era el último refugio en un mundo hostil que pronto sería destruido. La
doctrina de integración racial y atención de las urgencias sociales atrajeron a
gran cantidad de personas que se incorporaron a la Iglesia. Pronto Jones empezó a
recibir apoyo político por parte de algunas personalidades que simpatizaban con
su ideario de integración racial y ayuda social. Entre otros recibió el apoyo
de Rosalyn Carter, la esposa de Jimmy Carter, presidente de los Estados Unidos
entre 1977 y 1981, y el gobernador de California, Willie Brown.
En 1965, Jones y
sus seguidores se establecieron en el Estado de California, primero en Redwood
Valley y más tarde en la ciudad de San Francisco. La congregación adoptó la
denominación de Iglesia del Templo del Pueblo e inició un proceso de expansión
de sus feligreses.
En 1973, el
reverendo Jones decidió crear su propia utopia: un mundo ideal en la selva de
Guayana. Una colonia agrícola, bautizada sin mucho ingenio “Jonestown”,
destinada a convertirse en un oasis de felicidad multirracial e igualitaria.
Las actividades
de Jones continuaron expandiéndose en forma continua hasta el año 1976. El
reverendo incluso obtuvo un cargo público como director del San Francisco
Housing Authority, la oficina de contralor de viviendas de la ciudad de San
Francisco. Fue precisamente ese momento cuando comenzaron a aparecer los
primeros nubarrones que presagiaban la tragedia.
Las versiones y
denuncias sobre abusos dentro de la
Iglesia del Templo del Pueblo comenzaron a multiplicarse. La
mayoría de las denuncias hacían referencia al carismático Jones como un líder
despótico que ejercía una siniestra dominación sobre sus seguidores,
exigiéndoles la entrega de dinero y bienes a la secta, propiciando la
promiscuidad sexual y forzando la disciplina mediante la aplicación de castigos
corporales.
Era evidente que
Jonestown estaba lejos de ser el paraíso en la tierra. Los fieles del Templo
del Pueblo era sometidos a las técnicas habituales del denominado “lavado de
cerebro”: aislamiento, agotadoras jornadas de trabajo, escaso sueño y
alimentación de bajas calorías combinados con intenso adoctrinamiento por parte
del “dios viviente”.
Mientras el
gobierno federal abría una investigación por evasión fiscal a la Iglesia del Templo del
Pueblo, Jones y un millar de sus fieles se instalaron en forma permanente en
Guayana.
En agosto de
1977, la revista “New West”, de San
Francisco publicó una investigación de Marshall Kilduff y Phil Tracy donde diez
antiguos miembros de la
Iglesia del Templo del Pueblo denunciaban tormentos y abusos.
Los periodistas también afirmaron que el vicegobernador Mervyn Dymally intentó
frenar la investigación, lo cual contribuyó a su derrota electoral en noviembre
de 1978.
Las denuncias
siguieron. El “San Francisco Examiner”
retomó la investigación y reveló que varios centenares de adeptos habían sido
forzados a entregar sus pertenencias a Jones. Una de las feligreses, Deborah
Berkeley, logró escapar de Jonestown y relató a los reporteros del San Francisco
Chronicle las duras condiciones de vida en la comunidad. Además, realizó la
primera referencia concreta a planes para llevar a cabo un suicidio colectivo.
Alertado por las
denuncias, el congresista demócrata por California Leo J. Ryan comenzó a
investigar las actividades del grupo. Pidió al Departamento de Estado detalles
sobre las actividades de la
Iglesia del Templo del Pueblo en Guayana. No obtuvo ninguna
información.
Ryan consiguió
que la Cámara
de Representantes lo nombrara jefe de una “Misión
del gobierno de los Estados Unidos encargada de investigar las alegaciones de
malos tratos inflingidos a ciudadanos norteamericanos en la colonia de
Jonestown, en Guayana”. Misión oficial que obligaba a todos los servicios
gubernamentales a brindarles informaciones y proveerles su seguridad.
El 14 de
noviembre de 1978, el congresista Leo J. Ryan arribó a Georgetown, Capital de
Guayana. El contingente estaba integrado por los asesores del congresista,
varios periodistas y los asesores letrados de la Iglesia del Templo del
Pueblo. El encargado de negocios de la Embajada de los Estados Unidos en Georgetown
acompañó al grupo hasta el lugar de la colonia.
Una vez en
Jonestown, le grupo de Ryan se entrevistó con el reverendo Jim Jones y recogió
diversos testimonios sobre lo que allí sucedía. Las pruebas contra Jones eran
abrumadoras. Una veintena de fieles del Templo del Pueblo solicitaron la
protección del congresista para ser repatriados a los Estados Unidos.
El sábado 18 de
noviembre, la comisión de la
Cámara de Representantes abandonó Jonestown y se dirigió al
Aeropuerto de Port Kaituma, donde un grupo de aviones los aguardaba para
trasladarlos, junto a los disidentes que solicitaron ser evacuados, a
territorio estadounidense.
Cuando el
contingente se disponía a embarcar en las aeronaves, irrumpió en el aeropuerto
un vehículo transportando a un grupo de seguidores de Jones fuertemente
armados. Los recién llegados abrieron fuego en forma indiscriminada matando a
cinco personas e hirieron a otras diez. Entre los muertos se encontraba el
congresista Ryan.
El incidente
disparó la paranoia de Jim Jones y el grupo más radicalizado de sus seguidores
quienes decidieron llevar a la práctica sus planes de suicidio colectivo.
El doctor Schacht, médico de la comuna, repartió entre los
feligreses vasos de plástico conteniendo una mezcla de cianuro, tranquilizantes
y refresco de fresa para permitirles alcanzar “la plena realización espiritual” en el día, que –según Jim Jones-
era la víspera del “fin de esta era”.
Los disidentes y quienes dudaron ante el suicidio ritual fueron ultimados a
balazos. Finalmente Jones y su guardia pretoriana de fanáticos seguidores también
se inmolaron.
Días después arribaron al lugar fuerzas del ejército estadounidense,
allí encontraron los cuerpos de los hombres, mujeres y niños que integraban la
secta además de 870 pasaportes, medio millón de dólares, cantidades de joyas y
de armas, datos sobre depósitos en bancos extranjeros y una cinta de vídeo que
registraba parte de la ceremonia final del grupo.
Se había consumado la mayor masacre religiosa de los
tiempos modernos.
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