La
Argentina debe revisar con urgencia su política migratoria que, en gran medida,
aun depende de la filosofía del proyecto de la “Generación de 1837”.
Domingo F. Sarmiento, el único
educador y periodista que llegó a ser presidente de la Argentina, comienza su
libro “Facundo, Civilización y barbarie en las pampas argentinas”, con las
siguientes palabras: “El mal que aqueja a la República Argentina es la
extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las
entrañas: la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo
general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí, inmensidad
por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos,
el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre
celajes y vapores tenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, señalar el
punto en que el mundo acaba y principia el cielo…”
El “Facundo” fue escrito por
Sarmiento, en 1845, como folletín en el diario chileno “El Progreso”, donde el
sanjuanino trabajaba como periodista. Hoy es el libro considerado como la obra
en prosa más importante del siglo XIX y le ganó con justicia el título de “sociólogo
de la Pampa”. Pero, la voz de Sarmiento en favor de la inmigración fue la única
entre los hombres de la “Generación de 1837”.
Juan Bautista Alberdi hizo
célebre la frase “Gobernar es poblar” y el ex canciller Estanislao Ceballos
escribió en su libro “La rejión del trigo” (1883) con igual dramatismo: “! Nos
ahoga el desierto¡ ¡El desierto es la muerte, la barbarie, la soledad cuando
menos¡”
Esta visión de la Argentina se
plasmó en la Constitución Nacional de 1853 y la Ley 817 de “Inmigración y
Colonización” sancionada en 1876 por el presidente Nicolás Avellaneda, quien
había sido ministro de Justicia e Instrucción Pública de su predecesor, Domingo
F. Sarmiento.
El ministro de Guerra de
Avellaneda y su sucesor en la presidencia fue el general Julio A. Roca quién
incorporó efectivamente las tierras de La Pampa y la Patagonia a la explotación
productiva. Luego como presidente firmó el Tratado General de Límites con Chile
consolidando ese dominio territorial y delimitando la más extensa frontera
argentina, extendió el ferrocarril hasta la provincia de Tucumán. Además, creó
las instituciones necesarias para la asimilación de los inmigrantes y sus
hijos. Sancionó la Ley de Registro Civil que aseguraba el matrimonio civil y el
derecho a los inmigrantes no católicos de registrar el nacimiento de sus hijos,
las defunciones y el acceso a los cementerios públicos hasta ese entonces
tareas gestionadas en exclusividad por las iglesias católicas. En su segunda
presidencia completó la obra de asimilación con la creación, en 1902, de la ley
de Servicio Militar Obligatorio donde los hijos de los inmigrantes se forjaban
en el amor y el servicio a su patria.
Cuando se llevaron a cabo esas
reformas y se implementaron esas leyes, el mundo albergaba menos de mil
millones de personas. La Argentina tenía una población de 1.877.490 habitantes
(según el primer censo nacional, realizado en 1869, organizado por iniciativa
del presidente Sarmiento).
El grueso de la inmigración
que llegaba a las costas del Río de la Plata provenía de la Europa
mediterránea, de Rusia y Europa Central, de Medio Oriente y en mucho menor
medida del Norte de África. Para la época, la mayoría de esta población por sus
conocimientos agrícolas o industriales y sus hábitos laborales debían ser
considerados como “mano de obra
calificada”. Especialmente si se la comparaba con la mayoría de los
trabajadores autóctonos.
El viaje en barco de vela
desde el puerto de La Coruña tenía una duración aproximada de 45 días según el
clima y el número de escalas que realizaba la nave. El viaje se incrementaba
aún más si se realizaba desde el puerto de Génova. La navegación, sobre todo en
la tercera categoría que empleaban los inmigrantes pobres era costosa, incómoda
e insegura. El único medio de comunicación de los inmigrantes con sus familias
es su lugar de procedencia era epistolar. El correo demoraba varios meses en
llegar y además tanto el inmigrante como sus familiares era analfabetos y debían
recurrir a amigos, sacerdotes y escribas profesionales para comunicarse.
Con un país vacío, en un mundo
notoriamente menos poblado y sin problemas de cambio climático, era lógico que
el país buscara atraer población. Y lo logró ampliamente. Para el segundo censo,
realizado en 1895, la población había aumentado un 200% y registraba 4.044.911
habitantes. Aunque todavía era un gran país semidesértico desde el punto de
vista demográfico.
Hoy la situación demográfica y
las posibilidades tecnológicas son totalmente distintas. Hoy el mundo alberga a
7.500 millones de seres humanos de los cuales 2.000 millones están en continuo
movimiento por el planeta ya sea por turismo, negocios, estudios o la búsqueda
de atención médica de mejor calidad. Los viajes entre continentes se reducen a
pocas horas y las comunicaciones por vos e imagen son instantáneas, directas y
muy económicas.
Los flujos migratorios que en
el siglo XIX iban del mundo industrializado hacia el mundo en subdesarrollo (en
su mayoría colonias europeas) en búsqueda de mejores oportunidades de vida.
En el siglo XXI los flujos
migratorios van del mundo subdesarrollado del sur hacia el mundo desarrollado
del Norte. Con casos particulares, como el del desaparecido Bloque Socialista y
de Rusia hacia la Unión Europea y América del Norte (EE. UU. y Canadá).
Mientras que Rusia intenta contener la inmigración que recibe de sus ex
repúblicas soviéticas: Azerbaiyán, Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán,
Ucrania, Armenia, Moldavia, etc.; en su mayoría formada por rusos étnicos
nacidos y radicados durante décadas en esas nuevas repúblicas.
Las mayores barreras
antiinmigración establecidas en los países industrializados han generado una fuerte
corrientes migratoria Sur – Sur en África y América Latina, donde la población
de los países más inestables o en crisis económica se trasladan a países
vecinos con menos resistencia a la inmigración, aprovechando facilidades
idiomáticas y mejores servicios educativos y sanitarios y otras ventajas.
Las migraciones forzadas, que
tradicionalmente eran provocadas por guerras, inestabilidad y persecuciones,
ahora se ven incrementadas por los denominados “refugiados ambientales” que dejan sus hogares escapando a catástrofes
naturales tales como sismos, maremotos, terremotos, o los efectos de
calentamiento global que provocan desertificación, inundaciones, aumento de
nivel de los mares y otros daños ecológicos y, frecuentemente, grandes
hambrunas y pandemias.
La pregunta es hasta cuando la
Argentina puede continuar con una política de puertas abiertas con respecto a
la inmigración y sin adoptar una legislación especial con respecto a los
extranjeros que delinquen.
Tampoco tiene ningún sentido
tratar de aplicar una política de “inmigración
cero” que no aplica ningún país del mundo o políticas fuertemente
restrictivas como las que pretenden implementar sin éxito tanto los Estados
Unidos, Canadá o la Unión Europea.
La Argentina posee una
superficie de 2.780.400 km², que sitúa como el octavo país más extenso del
planeta. Además, el 90% de ese territorio es apto para la instalación humana y
el desarrollo de actividades económicas y además dispone con el 1,1% del agua
potable del mundo. A diferencia de países muy extensos como Libia, con 1.759.
450 km², se sitúa en el puesto 17 en extensión, pero donde sólo el 8% del
territorio es apto para la vida humana permanente y dispone del 0% del agua
potable del mundo.
El territorio argentino es
habitado, según el censo realizado en 2010, por 44.044.811 personas. La
densidad poblacional es de tan sólo 13 habitantes por kilómetro cuadrado. Aunque
la distribución poblacional esta muy distorsionada, podemos considerar que el
país continúa estando muy poco poblado.
Esta situación convierte a la
Argentina en un potencial receptor de inmigración. Lo que obliga a rediseño de
los criterios con que se aceptan a los inmigrantes y el conjunto de derechos y
obligaciones que tendrán cuando se conviertan en residentes o ciudadanos naturalizados.
Es curioso que la mayoría de
los partidos políticos (la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista y
todos los partidos de izquierda) que son los más críticos de la “Generación del
Ochenta” y del modelo de desarrollo librecambista aplicado de 1880 a 1916 (y
aunque los radicales lo nieguen enérgicamente siguió en vigencia en sus
gobiernos de 1916 a 1930) que convirtió a la Argentina en uno de los países de
mayor crecimiento del planeta en ese período. Se aferran insistentemente a los
criterios demográficos de ese modelo.
Esos criterios eran acertados
en la segunda mitad del siglo XIX, por las condiciones que imperaban en
Argentina y en el mundo en ese momento, pero hoy son obsoletas y deben ser
urgentemente modificadas.
No se puede aceptar a todos
los inmigrantes sin distinguir en cuanto a sus antecedentes penales, su capacitación
o las condiciones para desarrollar actividades laborales en el país.
No podemos
seguir aceptando, trabajadores sin capacitación ni especialización, en muchos
casos analfabetos, en otros analfabetos tecnológicos, que escasamente hablan
español. Tampoco a ancianos sin recursos que terminan siendo una carga para sus
familias y para el Estado porque requieren asistencia médica e inmediatamente
reclaman pensiones a la vejez sin haber vivido o trabajado en Argentina.
Debemos dar prioridad al
ingreso de inmigrantes que sean útiles para el desarrollo del país y no meros
demandantes de asistencia social, alimentos y vivienda, así como demandantes de
servicios educativos y sanitarios gratuitos. Argentina necesita trabajadores y
no solicitantes de planes sociales y subsidios.
Tampoco en justo mantener a los
potenciales trabajadores en la ilegalidad. Hoy los inmigrantes ilegales
provenientes de países latinoamericanos ingresan al país sin visa, en condición
de turistas por 90 días y no pueden trabajar.
No obstante, comienzan inmediatamente
a trabajar en forma clandestina y por supuesto permanecen en el país más allá
de los tres meses permitidos.
Los más afortunados, con mayor
capacitación o con conocimientos de algún oficio, consiguen un trabajo como
operadores de computadoras, diseñadores gráficos, como trabajadores en la
construcción, las mujeres con buena presencia como vendedoras en comercios
legales o empleadas en el servicio doméstico.
Pero, en todos los casos los
inmigrantes ilegales terminan alimentado la economía informal. En muchos casos
se convierten en víctimas de las mafias como trabajadores en talleres
clandestinos que alimentan con sus productos tanto a las “saladas y saladitas”
como a los locales de los más lujosos centros comerciales.
Otros, los menos capacitados,
terminan trabajando al servicio de las mafias que controlan la venta informal e
ilegal en las calles y en temporada de veraneo en las playas y centros
turísticos.
Hay también inmigrantes que
son víctimas del “trabajo esclavo” en instalaciones agropecuarias y en las
llamados “supermercados y autoservicios de comida rápida” gerenciados por
miembros de la comunidad china.
Por último, están los que
ingresan directamente en el ámbito de delito. Las mujeres en las redes de
prostitución, los jóvenes en el traslado (como mulas y camellos) drogas o en el
comercio al menudeo en los barrios. Los más propensos a la violencia se
transforman en ladrones, motochorros o incluso sicarios.
Pero, en todos los casos, los recién
llegados, aún con residencia ilegal, deben vivir en la marginalidad en contacto
con el delito. Sin embargo, se convierten inmediatamente en demandantes de
ayuda social, piden alimentos, subsidios, utilizan los hospitales y escuelas,
para ellos o para sus hijos. Es decir, todo aquello de lo que no disponen en
sus países de origen.
Si tienen hijos menores pueden,
aún sin residencia legal, tramitar su Asignación Universal por Hijo. Si
ingresaron al país con sus padres o abuelos, o los trajeron al poco tiempo,
comienzan a gestionar para ellos una pensión a la vejez, aunque nunca hayan
residido o trabajado en Argentina.
Curiosamente, aquellos
políticos y dirigentes sociales que defienden con todas sus fuerzas las
políticas de puertas abiertas a la inmigración proveniente de los países
vecinos, no se preocupan en absoluto por la explotación laboral y humana que
sufren los recién llegados.
Ningún gobierno nacional puede
terminar con un 33% de población en la pobreza si continuamente ingresa
población en situación de pobreza extrema y con residencia ilegal proveniente
de los países limítrofes que se asienta en villas y asentamientos poblacionales
ilegales, sobrecarga los servicios públicos de educación, sanidad, seguridad,
etc.
Hasta cuando seguiremos
subsidiando indirectamente a los países vecinos recibiendo a sus pobres y
desocupados sin exigir pagos compensatorios. O, al menos demandando una
reciprocidad de trato cuando un argentino gestiona un permiso de residencia o
laboral en Bolivia, Ecuador, Perú, Paraguay o Uruguay. Los profesionales (médicos,
abogados, docentes y periodistas) y futbolistas que han pretendido trabajar en
esos países saben bien de lo que se habla.
También se deben crear mecanismos
confiables para garantizar la expulsión de los residentes ilegales,
especialmente para aquellos que han cometido delitos, han sido condenados y han
cumplido su condena. Hoy estos extranjeros ilegales luego de cumplir la condena
no son expulsados, sino que continúan ilegalmente en el país. En muchos casos
reincidiendo en sus actividades criminales.
Es perentorio formar una
comisión interministerial e interdisciplinaria para estudiar el tema migratorio
en todos sus complejos aspectos. Realizar audiencias públicas para que se
expresen todos los sectores involucrados en la cuestión. Sin discriminaciones o
planteos utópicos.
A los efectos de llevar a cabo
una profunda y realista reforma de la política migratoria argentina.
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