Como
si se tratara de un montaje televisivo, las implicancias colaterales del golpe
de Estado en Zimbabue no dejan de sorprender al mundo.
EL OCASO DE UN TIRANO
En ocasiones,
el vivir demasiado puede tornarse en un contratiempo. Algunas celebridades se
convierten en íconos mundiales porque fallecen en su juventud y en la cúspide
de su éxito y su poder. Tal lo acontecido con personajes tales como Marilyn
Monroe, Freddy Mercuri, Carlos Gardel, Eva Perón o John F. Kennedy en la
política, o el mismo Alejandro Magno en la Antigüedad.
Muchos
menos recordados son aquellos que, después de haber disfrutado de su juventud,
belleza y éxito temprano, deben afrontar el paso del tiempo, de declinación y
el ser opacados por nuevos talentos o jóvenes más exitosos. No es fácil
envejecer, mucho menos hacerlo con grandeza y gracia, menos aún conservar el
aprecio y respeto de quienes nos rodean.
Precisamente,
esto es lo que debe estar pensando el anciano ex dictador de Zimbabue, Robert
Gabriel Mugabe, quien a sus 93 años acaba de perder no sólo el poder sino
también a su joven esposa de 52 años, Grace “Gucci”
Mugabe.
Mugabe
perdió el poder, que detentaba en forma autocrática desde hacía 37 años, por
sus groseros intentos de convertir a su esposa sudafricana en heredera
desplazando a la guardia histórica que lo había acompañado en la creación de su
partido ZANU – PF (Zimbawe African National Union – Patriotic Front) desde los
aciagos tiempos de la lucha contra el colonialismo.
Es que
la ambición y el amor por el lujo y la ostentación de “Amazing Grace” no tenía
límites.
UNA HISTORIA DE AMOR O ALGO PARECIDO
Robert
Mugabe fue a lo largo de su vida un intelectual y pedagogo dedicado a la
política (acumuló siete títulos universitarios). Formado en el marxismo –
leninismo de inspiración maoísta, sin embargo, nunca abandonó totalmente las
enseñanzas religiosas que le impartieron en la infancia los sacerdotes
católicos que lo educaron y alimentaron cuando su padre abandonó a la familia
de seis hijos.
En su
juventud se casó con una joven de Zambia, Sally Hayfron con quien tuvo un hijo,
que falleció de malaria a los seis años, mientras Robert cumplía una condena de
cárcel de diez años, en la entonces Rodhesia blanca del segregacionista Ian
Smith.
Con el
paso de los años la falta de descendencia se convirtió en un problema para
Mugabe. En la cultura shona, grupo étnico al que pertenece el ex dictador, la
procreación es absolutamente prioritaria en toda familia. Hasta el punto de que,
si un hombre no puede embarazar a su esposa, lo harán sus parientes cercanos,
preferiblemente sin que se entere, con el propósito de garantizarle
descendencia. Se considera una tragedia que un varón muera sin tener un hijo.
A los
setenta años, y mientras su esposa afrontaba la última etapa de una enfermedad
terminal, Mugabe encontró una alternativa para solucionar su problema de
descendencia.
La oportunidad
se le presentó en la forma de una agraciada secretaria sudafricana de 31 años
llamada Grace Ntombizodwa Marufu, bien dispuesta a endulzar su vejez.
La
dama en cuestión, por ese entonces, estaba casada con un oficial de la Fuerza
Aérea de Zimbabue. Pero eso no fue ningún obstáculo. Por un tiempo fueron
felices los cuatro, pero un buen día Grace se embarazó y Robert convenció al
poco afligido marido de que se divorciara y prudentemente partiera hacia un
puesto de agregado militar en Beijing.
No
obstante, Robert seguía conservando sus principios de católico que no apoyaba
el divorcio. Además, Sally Hayfron era muy querida por su pueblo que la llamaba
“amai” (madre). Era cuestión de
paciencia, la enfermedad de Sally era irreversible.
Para
cuando Sally finalmente partió, en 1996, la dispar pareja contaba con dos
herederos, Bona de siete años y Robert Jr. Luego del matrimonio nacería un
tercer vástago: Chatunga.
El
dictador Mugabe pagó al padre de la novia la tradicional dote y obligó al
arzobispo Patrick Chakaipa a oficiar la ceremonia religiosa.
Ni
Bob, ni Grace se andaban con chiquitas. El país estaba en crisis, pero la
fastuosa ceremonia congregó a doce mil invitados, con la asistencia especial de
otro luchador contra el colonialismo y el racismo, el sudafricano Nelson
Mandela.
Ahora,
Grace era la Primera Dama, salió de las sombras y durante sus primeros años
compensó su matrimonio con un anciano con frecuentes tours de compras en el
extranjero donde arrasaba las tiendas de marca adquiriendo exclusivas prendas
de diseñador. Pronto se ganó el mote de “Grace
Gucci”.
Según
revelaron New Yorker y The Economist, en una ocasión, Grace afirmó que: “como tenía pies muy estrechos, solo podía
calzar Ferragamo.” En otros medios se le atribuye la significativa cita:
“¿Acaso es un delito ir de compras?”
NEGOCIOS PRIVADOS
Pero,
su gran iniciativa no se contentaría con algunas costosas compras. Su
encumbramiento como esposa oficial le abría también la oportunidad para
realizar lucrativos negocios que en un país como Zimbabue siempre podía estar a
la vuelta de la esquina.
Comenzó
comprando terrenos fiscales a siete veces menos que su valor de mercado
invirtió unos seis millones provenientes de los fondos públicos en forma ilegal
en construir una fastuosa mansión. Cuando el malestar popular y las denuncias
por corrupción se tornaron demasiado insistentes, finalmente vendió el inmueble
a Muhammad Gadafi, en veinticinco millones de dólares. Lógicamente, Grace
retuvo para sí el pago recibido de los libios.
Según
cables revelados por WikiLeaks, Grace Mugabe tampoco tuvo ningún reparo en
involucrarse en el infame comercio de los llamados “diamantes de sangre”.
Los
cables dan cuenta de que en una ocasión mantuvo una agría disputa con un
comerciante libanés que le vendió un diamante por un millón trescientos mil
euros. Pronto la Primera Dama consideró excesivo el precio pagado y quiso
forzar al libanés a reembolsar el pago. “Estúpido,
no vas a volver a entrar nunca a este país”, tronó amenazante, por
WhatsApp, contra el comerciante.
Otros
aspectos de su vida personal eran también objeto de críticas. En especial, sus
poco discretos romances con prominentes figuras del país y altos funcionarios
del gobierno de su esposo. Al parecer, el nonagenario Robert toleraba esa
realidad con paciencia. Su esposa era 41 años menor que él y tenía otras
necesidades.
A
Grace se le adjudican al menos dos amantes continuos y, con el más poderosos de
ellos, el magnate televisivo James Makamba, se constataron en un mínimo de
veinte encuentros sexuales, en 2004, al margen de que ambos poseían empresas y
viajaban frecuentemente fuera del país.
Incluso
en sus tours de compras por el mundo Grace encontraba la forma de llamar la
atención. En Hong Kong agredió a un fotógrafo de The Times, Richard Jones, en
Johannesburgo interrumpió violentamente un encuentro sexual de su hijo con una
vistosa modelo, en Kuala Lumpur el blanco de su ira fue un poco diligente
empleado de aeropuerto y en Dubái varios corresponsales internacionales
perdieron sus teléfonos celulares a manos de su custodia. Los aparatos fueron
arrojados en una fuente cercana.
Nada
de esto pareció afectar seriamente la carrera de esta particular Primera Dama
africana.
Los
problemas surgieron cuando “Amazing
Grace” se percató que su vida de lujos y excesos podría terminar cuando su
anciano esposo muriera. En África, las viudas de los ex dictadores nunca suelen
ser tomadas demasiado en cuenta.
LA PUJA POR EL PODER
Grace
Mugaba se propuso cambiar esto y convertirse en heredera y sucesora de su
esposo como presidente cuasi vitalicio de Zimbabue. No se le ocurrió que nacionalidad
sudafricana o la notoria impopularidad que generaba fueran un serio obstáculo
para ello.
La
Primer Dama comenzó a rodearse de un grupo de jóvenes funcionarios, conocidos
como la “Generación 40”, que apoyaban
sus aspiraciones sucesorias.
Para
concretar sus intenciones primero debía apartar de la sucesión a la vieja
guardia histórica de fundadores del ZANU – PF que compartía el poder con Mugabe
desde los tiempos de la independencia.
Su
primera víctima fue Joice Mujuru, vicepresidente y viuda de Solomon Mujuru,
antiguo comandante guerrillero de gran influencia en Zimbabue hasta su muerte
en 2011.
En
2014, en un agitado Congreso del ZANU-PF, Mujuru perdió su cargo de
vicepresidente y Grace ingresó al Politburó del Partido como Secretaria de
Asuntos de la Mujer. En tanto, Emmerson “Cocodrilo”
Mnangagwa, quien había dirigido el ministerio de Defensa por diez años, se
convirtió en Vicepresidente.
Para
cimentar su perfil de líder político, Grace Mugabe hizo que la Universidad de
Zimbabue le otorgara un “Doctorado en
Sociología”, tan sólo dos meses después de haberse matriculado como alumna.
La
influencia de “Amazing Grace” comenzó a evidenciarse en múltiples y
significativos aspectos. El primer signo fue una modernización en el “estilo”
presidencial. Mugabe archivó sus tradicionales trajes oscuros -los favoritos de
los dictadores africanos de los sesenta- para lucir coloridas vestimentas -apelando
especialmente a los colores del ZANU – PF- con motivos étnicos propios de la
estética del África Subsahariana. Las gafas de sol de diseñador completaron el
nuevo atuendo.
El
siguiente rival que Grace Mugabe se propuso batir fue al vicepresidente
Mnangagwa. Pero, “El Cocodrilo”
demostraría ser un bocado demasiado indigesto para las aspiraciones de la
ambiciosa Primera Dama.
Su
primer error lo cometió, a comienzos de 2017, durante un mitin en Buhera,
delante de miles de personas. En un exceso de soberbia, cometió un “sincericidio”, dijo lo que realmente
pensaba de su pueblo. Llamó a los ciudadanos de Zimbabue “estúpidos”, afirmando
que votarían lo que se le dijera que votasen. “Si el presidente Robert Mugabe
se muere y les dicen que voten por su cadáver, lo harán felices”, dijo.
Pero,
dentro del ZANU – PF había tomando nota de sus opiniones y pretensiones.
Como
Mugabe tenía 93 años no era cuestión de perder tiempo. A comienzos de
noviembre, Grace convenció a su esposo de que se desprendiera del peligroso
Emmerson Mnangagwa. El vicepresidente fue abruptamente destituido y se vio
obligado a buscar refugio en la vecina Sudáfrica.
Pero
no todo estaba dicho. La pareja presidencial había dado un paso en falso.
Mnangagwa controlaba totalmente a las Fuerzas Armadas y, además, la
impopularidad de la Primera Dama había acumulado demasiados enemigos.
El
Ejército salió a las calles, forzó la renuncia del “Camarada Bob” y colocó en
la presidencia a Emmerson “Cocodrilo” Mnangagwa, un veterano de la lucha por la
independencia que, a sus 75 años, registra un largo y oscuro historial de
violaciones a los derechos humanos.
No
obstante, Robert Mugabe tuvo la habilidad y entereza suficiente para negociar
con los militares golpistas una serie de jugosas prebendas a cambio de su
renuncia. Comenzando por una indemnización de diez millones de dólares, una
pensión vitalicia de cien mil dólares para él y de setenta y cinco mil para
Grace. El empobrecido Estado de Zimbabue además deberá hacerse cargo de los
gastos médicos, de seguridad y viajes de la ex pareja presidencial. Mugabe
continuará viviendo en su lujosa residencia de Blue Roof, en Harare, valuada en
más de siete millones de dólares.
Incluso
los 21 de febrero, día del nacimiento de Mugabe, será feriado nacional bajo la
denominación de “Día de la Juventud
Robert Mugabe”. Además, logró protección para sus empresas y aún las
inversiones de hijos están garantizadas.
UN DIVORCIO ANUNCIADO
Pero,
nada de esto parece ser suficiente para la insaciable “Amazing Grace”. No ha
transcurrido ni un mes del desplazamiento de Mugabe del poder que detentó
omnipotente por casi cuatro décadas que ya Grace Ntombizodwa Marufu ha
solicitado el divorcio de su decrépito consorte.
La ex
Primera Dama aspira a quedarse con la mayor parte de los mil millones de
dólares que, según estimaciones de fuentes occidentales, el ex dictador ha
ocultado en paraísos fiscales por todo el mundo previniendo eventualidades como
las que hoy vive.
Seguramente,
nos falta mucho por conocer de los entretelones de este curioso reality
político conyugal.
Por el
momento al menos, Grace Mugabe no se siente muy a gusto de permanecer en
Zimbabue y seguramente buscará un clima más amigables y mejores tiendas donde
realizar sus compras, quizá su destino final sea Hong Kong o Singapur, nunca se
sabe…
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