En medio de una
crisis sin precedentes y casi al borde la guerra civil, el régimen chavista de
Nicolás Maduro aprovecha los foros internacionales para distraer a la opinión
pública mundial con declaraciones sin sentido.
Venezuela
alberga una de las dictaduras populistas más escandalosa del planeta. Ningún
gobierno populista ha fracasado en una forma tan desastrosa como el chavismo bolivariano.
En el
gobierno desde el 2 de febrero de 1999, el chavismo prometió realizar el “socialismo del siglo XXI” y lo único
que concretó es un país con la mayor inflación del mundo, con desabastecimiento
de alimentos y medicamentos esenciales, con una creciente criminalidad que
convirtió a la ciudad de Caracas en la más violenta del mundo.
Jaqueado
por protestas masivas de los sectores opositores que, después que el gobierno
de Nicolás Maduro intentara suprimir la Asamblea Nacional, de mayoría opositora,
y suspendiera sin fecha las elecciones regionales; han ganado las calles
demandando la realización elecciones presidenciales; el régimen chavista apela
a cualquier foro internacional para ganar protagonismo y desviar la atención de
lo que sucede fronteras adentro de Venezuela.
Aislado
de la mayoría de los países latinoamericanos, censurado por la Organización de
Estados Americanos y marginado por todos los gobiernos occidentales, el régimen
chavista solo cuenta con la activa solidaridad de Cuba, Irán, Argelia,
Nicaragua y un puñado más de pequeñas naciones.
Es por
ello que, para reforzar los vínculos con sus escasos aliados externos, emplea
cualquier foro internacional para hacerse notar y lanzar todo tipo de
declaraciones falsas, altisonantes e insidiosas.
Esto
fue lo que ocurrió el pasado martes 18 de abril, cuando el embajador de
Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas, Rafael Ramírez, aprovecho
una reunión destinada al financiamiento de los Objetivos de Desarrollo
Sostenible para atacar duramente a Marruecos denominando a las provincias del
sur, en el Sáhara marroquí, de “territorios
ocupados”.
La
declaración del representante venezolano constituía sin lugar a dudas una
provocación, que el embajador marroquí, Omar Hilale no dejó pasar. El diplomático
marroquí replicó en duros términos señalando a su par venezolano que no debía
dar lecciones a Marruecos sobre el Sáhara cuando su propio gobierno no puede
garantizar alimentos para su pueblo y ataca diariamente a los manifestantes
pacíficos que aspiran únicamente, a la dignidad y contar con la comida
suficiente para sobrevivir.
También
le señaló al impertinente diplomático venezolano, que Marruecos había invertido
más de siete mil millones de dólares en el desarrollo sostenible del Sáhara,
mientras que el chavismo, que dispone de un país que literalmente nada en
petróleo, obliga a los niños venezolanos a revolver en la basura para obtener
algo de comida con que paliar su hambre.
Pero,
más allá de las declaraciones y las réplicas diplomáticas, lo que ocurre es que
Venezuela atraviesa por una crisis terminal. El régimen de Maduro ha
militarizado a sus partidarios civiles y con el apoyo del ejército se dispone a
abandonar toda simulación de democracia y caer lisa y llanamente en una
dictadura totalitaria.
Cuando
Maduro asuma oficialmente la dictadura y aplaste y encarcele a los opositores
enfrentará la hostilidad y aislamiento de la mayoría de los países del mundo.
Maduro pasará a ser un paria internacional, debilitado se convertirá en aún más
dependiente de sus eventuales aliados.
Es por
ello, que la diplomacia venezolana asume un perfil cada vez más antisistema en
el escenario internacional asumiendo la defensa de las más insólitas causas e
involucrándose en conflictos que le son totalmente ajenos.
Desde
hace algunos años, Venezuela ha asumido el rol de protector de los separatistas
del Frente Polisario en los foros internacionales a pedido de sus aliados
cubanos y argelinos.
En
realidad, Venezuela no tiene ningún interés nacional involucrado en la cuestión
del Sáhara y su gobierno solo actúa como una suerte de “mercenario diplomático” al servicio de los argelinos.
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