jueves, 1 de septiembre de 2016

VENEZUELA NECESITA UNA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA


 


El éxito de la reciente marcha opositora en Caracas y el empecinamiento de Nicolás Maduro en no abrir un canal de diálogo con quienes cuestionan la legitimidad de su gobierno ponen a Venezuela en riesgo de vivir, como en otras etapas de su convulsionada historia, una seria confrontación.



Desde que Hugo Chávez Frías (1954 – 2013) obtuvo la presidencia de Venezuela, en forma democrática, en 1999, el chavismo creó en Venezuela un típico régimen latinoamericano. Un régimen que mezcla el caudillismo, el populismo y el autoritarismo en dosis diversas.

El comandante Chávez, modificó la constitución, se aseguró la reelección indefinida en la presidencia, neutralizó a la oposición, acalló a la prensa independiente y hasta cambió el nombre histórico del país que pasó a ser una “república bolivariana.”

Con un país con inmensas reservas petroleras y los precios internacionales del barril de crudo por encima de los cien dólares, Hugo Chávez contaba con una billetera llena para comprar lealtades, hacerse de amigos internacionales y hasta difundir su interpretación caribeña del “socialismo del siglo XXI”.

Chávez comenzó forjando una sólida alianza con la Cuba de los hermanos Castro. Los cubanos necesitaban desesperadamente el petróleo y los dólares venezolanos para reemplazar la pérdida de la ayuda soviética después de la desaparición del Bloque Socialista. 

A cambio de la generosidad de “El Comandante”, las “misiones” internacionalistas cubanas cubrieron las urgencias venezolanas en el campo educativo y de la seguridad pública.

En 2002, la oposición reunió fuerzas y llevó a cabo un golpe de Estado que desplazó a Chávez del poder durante 49 horas. Finalmente, los militares repusieron a Chávez en la presidencia. Al parecer los golpistas opositores no ofrecían a los mandos de las Fuerzas Armadas suficientes garantías de impunidad.

Al retornar al poder, esta vez contando con el apoyo de los militares, Hugo Chávez radicalizó su discurso y responsabilizó a los Estados Unidos por el frustrado golpe de Estado. Los cubanos extendieron su asistencia y su influencia sobre las Fuerzas Armadas, los servicios de inteligencia, las agencias de seguridad e incluso la custodia presidencial.

Lanzado decididamente a senda del populismo antiimperialista, Chávez, siguiendo el ejemplo de su amigo Fidel, comenzó a castigar los oídos de los venezolanos con extensos y delirantes monólogos a través de agotadoras cadenas televisivas.

Todo parecía ir de maravillas y Chávez, podía soñar en convertirse en el Simón Bolívar del siglo XXI. Fue entonces que el diablo –o quizás Dios- metió la cola. De pronto el precio internacional del petróleo comenzó a derrumbarse y para colmo de males “El Comandante” contrajo una enfermedad terminal.

La crisis del chavismo permitió a los sectores opositores levantar la cabeza e iniciar un paulatino pero sostenido crecimiento.

Cuando fue evidente que el ciclo de Hugo Chávez tocaba a su fin los altos mandos militares –y especialmente sus mentores cubanos. Apostaron a Nicolás Maduro para la continuidad del régimen.

Pero, el precio del petróleo continuó bajando, el aislamiento internacional se acentuó y para colmo de males, el bueno de Nicolás, pese a la ayuda de su pajarito, no lograba imitar el carisma de Chávez.

De poco sirvieron los aliados de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América -ÁLBA- (Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y un puñado de pequeñas naciones caribeñas) o la imperfecta incorporación al declinante MERCOSUR de la mano de la Argentina kirchnerista.

Venezuela, que había dejado de ser un país confiable para las inversiones occidentales, se vio obligada a buscar apoyos internacionales y socios comerciales entre los rivales y enemigos de los Estados Unidos. Sus nuevos amigos pasaron a ser el Irán fundamentalista, la Rusia de Putin y China.

No obstante, los nuevos aliados poco pudieron hacer para sostener laa situación económica de Venezuela que, además de las deficiencias de gestión del chavismo, comenzó a debatirse entre la hiperinflación y el desabastecimiento.

En un juego de suma cero, todo el apoyo que perdía el chavismo pasaba inmediatamente a reforzar a la oposición.

Hoy el chavismo se encuentra agotado y acorralado en sus últimos bastiones. Cada vez más dependiente del apoyo militar, menos popular, más arbitrario y menos dispuesto a respetar la voluntad del pueblo venezolano.

Pero, por otra parte, diecisiete años de chavismo ha penetrado profundamente a la sociedad y al aparato estatal venezolano. Una generación joven no conoce otra cosa que la “Revolución Bolivariana”. Mientras que muchos empleados y funcionarios en el aparato burocrático estatal, en la justicia, en los medios de comunicación y en los mandos medios de las Fuerzas Armadas, deben sus mal pagados empleos, sus cargos y en algunos casos los privilegios de que gozan al chavismo.

Esta gente teme que la caída del régimen los arrastre. Siguen apoyando al chavismo porque no encuentran alternativa. Aun cuando son consciente que la crisis del régimen es terminal, siguen apoyándolo porque temen ser víctimas del revanchismo opositor.

Es por eso, que si la oposición aspira a formar un gobierno realmente democrático no puede esperar, por parte del chavismo y los militares, una suerte de “rendición incondicional”.

Si no se construye algún tipo de entendimiento previo con los sectores más moderados del chavismo, las Fuerzas Armadas no le retiraran su apoyo al régimen y Maduro resistirá violando toda norma constitucional aún a costa de verse obligado a apelar a la violencia.

Venezuela debe encontrar la forma de pactar la transición gradual a la auténtica democracia.

La Mesa de Unión Democrática debe transitar la angosta y difícil senda entre el revanchismo y permitir la impunidad. Debe encontrar la forma de circunscribir la investigación de la corrupción a los principales responsables del caos actual, sin incurrir en excesos, iniciar persecuciones indiscriminadas o aplicar condenas generalizadas. También, posiblemente, sería conveniente abrir un canal de diálogo con el gobierno cubano que tiene demasiados intereses en juego en Venezuela para permanecer indiferente.

Es imperioso encontrar esos ámbitos de diálogo, porque un baño de sangre en Venezuela no le sirve a nadie. Absolutamente a nadie.   

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