El éxito de la reciente marcha opositora en Caracas y
el empecinamiento de Nicolás Maduro en no abrir un canal de diálogo con quienes
cuestionan la legitimidad de su gobierno ponen a Venezuela en riesgo de vivir,
como en otras etapas de su convulsionada historia, una seria confrontación.
Desde que Hugo Chávez Frías
(1954 – 2013) obtuvo la presidencia de Venezuela, en forma democrática, en
1999, el chavismo creó en Venezuela un típico régimen latinoamericano. Un
régimen que mezcla el caudillismo, el populismo y el autoritarismo en dosis
diversas.
El comandante Chávez, modificó
la constitución, se aseguró la reelección indefinida en la presidencia,
neutralizó a la oposición, acalló a la prensa independiente y hasta cambió el
nombre histórico del país que pasó a ser una “república bolivariana.”
Con un país con inmensas
reservas petroleras y los precios internacionales del barril de crudo por
encima de los cien dólares, Hugo Chávez contaba con una billetera llena para
comprar lealtades, hacerse de amigos internacionales y hasta difundir su
interpretación caribeña del “socialismo
del siglo XXI”.
Chávez comenzó forjando una
sólida alianza con la Cuba de los hermanos Castro. Los cubanos necesitaban
desesperadamente el petróleo y los dólares venezolanos para reemplazar la
pérdida de la ayuda soviética después de la desaparición del Bloque
Socialista.
A cambio de la generosidad de “El Comandante”, las “misiones” internacionalistas cubanas
cubrieron las urgencias venezolanas en el campo educativo y de la seguridad
pública.
En 2002, la oposición reunió
fuerzas y llevó a cabo un golpe de Estado que desplazó a Chávez del poder
durante 49 horas. Finalmente, los militares repusieron a Chávez en la
presidencia. Al parecer los golpistas opositores no ofrecían a los mandos de
las Fuerzas Armadas suficientes garantías de impunidad.
Al retornar al poder, esta vez
contando con el apoyo de los militares, Hugo Chávez radicalizó su discurso y responsabilizó
a los Estados Unidos por el frustrado golpe de Estado. Los cubanos extendieron
su asistencia y su influencia sobre las Fuerzas Armadas, los servicios de
inteligencia, las agencias de seguridad e incluso la custodia presidencial.
Lanzado decididamente a senda
del populismo antiimperialista, Chávez, siguiendo el ejemplo de su amigo Fidel,
comenzó a castigar los oídos de los venezolanos con extensos y delirantes
monólogos a través de agotadoras cadenas televisivas.
Todo parecía ir de maravillas
y Chávez, podía soñar en convertirse en el Simón Bolívar del siglo XXI. Fue
entonces que el diablo –o quizás Dios- metió la cola. De pronto el precio
internacional del petróleo comenzó a derrumbarse y para colmo de males “El Comandante” contrajo una enfermedad
terminal.
La crisis del chavismo
permitió a los sectores opositores levantar la cabeza e iniciar un paulatino
pero sostenido crecimiento.
Cuando fue evidente que el
ciclo de Hugo Chávez tocaba a su fin los altos mandos militares –y
especialmente sus mentores cubanos. Apostaron a Nicolás Maduro para la
continuidad del régimen.
Pero, el precio del petróleo
continuó bajando, el aislamiento internacional se acentuó y para colmo de
males, el bueno de Nicolás, pese a la ayuda de su pajarito, no lograba imitar
el carisma de Chávez.
De poco sirvieron los aliados
de la Alianza Bolivariana para los
pueblos de nuestra América -ÁLBA- (Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y un
puñado de pequeñas naciones caribeñas) o la imperfecta incorporación al
declinante MERCOSUR de la mano de la Argentina kirchnerista.
Venezuela, que había dejado de
ser un país confiable para las inversiones occidentales, se vio obligada a
buscar apoyos internacionales y socios comerciales entre los rivales y enemigos
de los Estados Unidos. Sus nuevos amigos pasaron a ser el Irán fundamentalista,
la Rusia de Putin y China.
No obstante, los nuevos
aliados poco pudieron hacer para sostener laa situación económica de Venezuela
que, además de las deficiencias de gestión del chavismo, comenzó a debatirse
entre la hiperinflación y el desabastecimiento.
En un juego de suma cero, todo
el apoyo que perdía el chavismo pasaba inmediatamente a reforzar a la
oposición.
Hoy el chavismo se encuentra
agotado y acorralado en sus últimos bastiones. Cada vez más dependiente del
apoyo militar, menos popular, más arbitrario y menos dispuesto a respetar la
voluntad del pueblo venezolano.
Pero, por otra parte,
diecisiete años de chavismo ha penetrado profundamente a la sociedad y al
aparato estatal venezolano. Una generación joven no conoce otra cosa que la
“Revolución Bolivariana”. Mientras que muchos empleados y funcionarios en el
aparato burocrático estatal, en la justicia, en los medios de comunicación y en
los mandos medios de las Fuerzas Armadas, deben sus mal pagados empleos, sus
cargos y en algunos casos los privilegios de que gozan al chavismo.
Esta gente teme que la caída
del régimen los arrastre. Siguen apoyando al chavismo porque no encuentran
alternativa. Aun cuando son consciente que la crisis del régimen es terminal,
siguen apoyándolo porque temen ser víctimas del revanchismo opositor.
Es por eso, que si la
oposición aspira a formar un gobierno realmente democrático no puede esperar,
por parte del chavismo y los militares, una suerte de “rendición
incondicional”.
Si no se construye algún tipo
de entendimiento previo con los sectores más moderados del chavismo, las
Fuerzas Armadas no le retiraran su apoyo al régimen y Maduro resistirá violando
toda norma constitucional aún a costa de verse obligado a apelar a la
violencia.
Venezuela debe encontrar la
forma de pactar la transición gradual a la auténtica democracia.
La Mesa de Unión Democrática debe
transitar la angosta y difícil senda entre el revanchismo y permitir la
impunidad. Debe encontrar la forma de circunscribir la investigación de la
corrupción a los principales responsables del caos actual, sin incurrir en excesos,
iniciar persecuciones indiscriminadas o aplicar condenas generalizadas.
También, posiblemente, sería conveniente abrir un canal de diálogo con el
gobierno cubano que tiene demasiados intereses en juego en Venezuela para
permanecer indiferente.
Es imperioso encontrar esos
ámbitos de diálogo, porque un baño de sangre en Venezuela no le sirve a nadie.
Absolutamente a nadie.
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