Suele decirse que las crisis son momentos de
oportunidad. Por ello la sociedad argentina tendrá en 2017 una muy buena
ocasión para ratificar que tipo de país espera crear.
La mayoría de los politólogos
suelen considerar que el momento más complejo en una transición política es
cuando lo antiguo ha dejado de funcionar y no nuevo aún no ha comenzado a
funcionar.
Esto es particularmente cierto
en Argentina. En nuestro país los cambios de gobierno suelen ser percibidos
como momentos fundacionales a partir de los cuales la historia parece estar
iniciando un nuevo ciclo.
Hoy vivimos uno de esos
momentos fundacionales. Hemos dejado atrás, en forma pacífica y democrática, un
largo periodo de doce años y seis meses en que se perdió la república y el país
entró en un régimen populista, autoritario y ferozmente dedicado al culto a la
personalidad.
Posiblemente no haya un
ejemplo más patético del personalismo arbitrario del régimen anterior, que la
figura de una presidente saliente negándose a entregar los atributos del cargo
a su sucesor constitucional por qué este no le garantiza impunidad ante la
justicia.
Los argentino que votaron por
un cambio en el país comprendían que no era posible continuar aislados del
mundo, con una justicia garantista que instaló una puerta giratoria en los
tribunales mientras ignoraba la corrupción generalizada de los elencos
gubernamentales y con una economía viciada por la recesión, la inflación
desbocada, la falta de inversiones en infraestructura y el irresponsable
festival de subsidios.
La gente sabe muy bien esto,
sin embargo, su apoyo al nuevo gobierno es diariamente puesto a prueba por los
aumentos tarifarios, los ajustes impositivos, el desempleo, la inflación y los
crecientes problemas de seguridad.
A ello se suma la aptitud
irresponsable –y hasta criminal- de algunos sectores de la oposición que se
niegan a reconocer que el país está bailando sobre la cubierta del Titanic.
El kircherismo duro, atrincherado
en su control de la calle y de algunos municipios del conurbano, desarrolla una
activa campaña de agitación movilizando a todos sus cuadros militantes,
políticos y del ámbito cultural con el sólo objeto de presionar para detener la
ofensiva judicial contra los principales responsables del saqueo del país:
Cristina Fernández de Kirchner, Julio De Vido, Amado Boudou, Hebe de Bonafini,
Lázaro Báez, Julio López y una larga lista de ex funcionarios corruptos más.
El peronismo, si bien
públicamente parece tomar distancia de los escándalos de corrupción, las
campañas de agitación y los exabruptos antidemocráticos y golpistas del
kirchnerismo tampoco colabora con la gobernabilidad del país. Explota
salvajemente cuanto error o escándalo afecta al gobierno y critica en forma exacerbada
las medidas impopulares que este debe llevar a cabo. Posiblemente, en secreto,
algunos dirigentes peronistas respiren con alivio de no tener que ser ellos
quienes deban aplicar estas impopulares –aunque necesarias- medidas de
sinceramiento de la economía.
Por el momento, todas las
energías del peronismo parecen agotarse tanto en las contiendas internas por el
poder como en impedir que Mauricio Macri pueda aspirar a un segundo mandato
presidencial. Desean que Macri corrija el caos económico e institucional dejado
por Cristina Fernández, que cumpla su mandato presidencial, pero que llegue al
2019 absolutamente desacreditado, impopular y sin posibilidades de reelección.
En esta forma los peronistas
retornarían a La Rosada “cual torna la cigüeña al campanario”, tal como diría
Joan Manuel Serrat.
Macri, por otra parte, parece
haber evaluado que si no solucionan los problemas de la economía, es decir,
termina con la recesión y controla la inflación, su gobierno no tiene futuro.
En consecuencia, su prioridad es la economía y para ello apuesta a atraer
inversiones extranjeras.
La idea puede ser buena pero
de difícil y lenta implementación. Porque el gobierno puede hacer todo bien
para atraer inversiones: dar garantías jurídicas, mejorar el clima de negocios,
invertir en infraestructura, abrir la economía, etc.
Pero esto garantiza que
lleguen capitales extranjeros al país. Es difícil creer que haya inversiones de
calidad –empresas internacionales de primera línea que apuesten a
emprendimientos de largo plazo- dispuestas a invertir en un país donde en
cuatro años puede retornar el populismo más feroz e irresponsable.
Ahora, bien el país necesita
del aporte extranjero, principalmente en forma de inversiones productivas y
aportes de tecnología, gobierne Macri, Masa, Urtubey o cualquier otro.
Para ello la sociedad
argentina deberá dar claras señales de su repudio definitivo al populismo
facilista y el momento indicado para ello serán los comicios de medio término
que tendrán lugar el año próximo.
Si no ratificamos nuestra
voluntad de hacer las cosas bien, es decir, como se hace en los países serios,
estables y en crecimiento; no esperemos que nadie confíe en nosotros y venga a
ayudarnos a superar la crisis.
Si creemos en la necesidad del
cambio debemos ser pacientes y seguir apoyando la transformación del país aun
cuando nos resulte muy costosa. De lo contrario los costos todavía serán mayores
y ni nosotros ni nuestros hijos gozaremos de un futuro promisorio.
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