El enfrentamiento entre las ramas sunníes y chiíes
dentro del Islam amenaza con sumar nuevos motivos para la expansión de la
violencia entre los musulmanes de todo el mundo.
LAS
DIFERENCIAS RELIGIOSAS
Según las estadísticas en el
mundo viven más de dos millones de cristianos. Los cristianos no conformamos
una sola entidad sino que estamos divididos en múltiples iglesias que rivalizan
y disputan de diversas formas.
Así, hay cristianos católicos
apostólicos (unos 1.250 millones), ortodoxos (unos 320 millones, a su vez
divididos en ortodoxos griegos, rusos, etc.), Coptos de Alejandría,
evangélicos, pentecostales, Adventistas del Séptimo Día, Testigos de Jehová,
amish, bautistas, etc.
Aún en el seno de la Iglesia
Católica Apostólica Romana, que responde a las enseñanzas del Papa, conviven
interpretaciones religiosas –y políticas- tan diversas como el Opus Dei o los
partidarios de la Teología de la Liberación.
Las relaciones entre las
diversas iglesias cristianas no siempre fueron pacíficas. En los siglos XVI y
XVII, Europa se tiño de sangre con las llamadas guerras de religión.
En los tiempos bíblicos eran
legales y frecuentes las lapidaciones como castigo a “delitos” tales como el adulterio. En la Edad Media la Iglesia
Católica perseguía la brujería aplicando las terribles “ordalías”. La había de “agua” y de “fuego”. Consistían, por ejemplo, en hundir al sospechado en agua
para verificar si flotaba (símbolo indudable de brujería) o se ahogaba; en la
de fuego la prueba de brujería se constataba cuando el “culpable” se quemaba al aferrar un hierro calentado al rojo vivo.
Y nada que decir a la aplicación de tormentos como método de interrogatorio por
parte del Tribunal del Santo Oficio. La Inquisición, como popularmente se la
denominaba, persiguió y condenó a peligrosos herejes como Galileo Galilei.
Las mismas diferencias existen
entre los mil ochocientos millones de personas que creen que hay un solo Dios,
Allah y que Mohammed es su profeta.
Al igual que los cristianos,
los musulmanes están divididos en lo que podríamos denominar “iglesias” (después de todo el término
griego ἐκκλησία -transliterado
como ekklēsía- sólo significa
reunión) que presentan diversas interpretaciones y distintos rituales de la verdadera
fe.
Al igual que entre los cristianos, entre los
musulmanes las divisiones no se produjeron pacíficamente sino a través de “fitnas”
o guerras civiles.
LA GENÉSIS
DE LA DIVISIÓN
El 8 de junio de 632, al regreso de una
peregrinación a La Meca falleció Mohammed. Fue sucedido por los primeros
califas: Abu Bakr, Omar y Otman.
En 644, falleció, sin dejar sucesor designado,
Omar, el segundo califa ortodoxo. Pero, antes de morir alcanzó a nombrar a un
consejo de notables, la Shura, formado por seis compañeros del Profeta para
designar a su sucesor.
La Shura nombró a Otmán, un quarayshí emparentado
con Mohammed (era su primo segundo), casado con dos de las hijas del Profeta.
El elegido contaba con todos los avales ante los notables de La Meca. Fue el
primer califa Omeya.
La decisión de la Shura no satisfizo nada a otro
pariente cercano: Alí ibn Abi Talib, segundo converso después de la fiel
Jadiya, portaestandarte en innumerables batallas, primo del Profeta, hijo de
Abu Talib que acogió a Mohammed en su orfandad, criado a su vez en casa de
Mohammed desde los seis años y, además, yerno de Mohammed, pues estaba casado
con Fátima, la primera hija que tuvo el fundador del Islam con su esposa Jadiya.
Todas estas cuestiones familiares, en una estructura de clan como era la árabe,
comportaban una importancia decisiva.
Dicho en otros términos, ambos contendientes
contaban con títulos similares para aspirar al califato y esto, y otras
intrigas tribales y económicas, provocaron el estallido de la fitna.
Después de varias batallas y crueles asesinatos
(entre ellos los de Otmán, Alí y su hijo Hussein, nieto del Profeta), el
Califato quedó en manos de la dinastía omeya, en la persona de Muawiya. La
facción vencedora tomó la denominación de “sunní”, que quiere decir
literalmente “los que siguen la sunna”, o sea, los dichos y hechos atribuidos a
Mohammed por la tradición. En tanto que los partidarios de Alí, son conocidos
como “chiíes”, del árabe “chía” que significa “partido” o “facción”.
EL
CONFLICTO HOY
Actualmente, los chiíes, que representan
aproximadamente el quince por ciento de todos los musulmanes, son mayoritarios
tan sólo en Irán y Bareín, aunque mantienen una fuerte presencia de Irak,
Siria, Líbano y Azerbaiyán.
A más de catorce siglo, el conflicto entre sunníes
y chiíes no se extinguido y alimenta, junto a los intereses geopolíticos, las
guerras en Medio Oriente.
Las diferencias religiosas alimentan en especial,
las rivalidades por la hegemonía regional entre el Irán chií y Arabia Saudí,
sunni y Guardián de los Lugares Santos.
En enero de 2016, tuvo lugar otra contienda de este
ancestral conflicto, cuando el gobierno de Riad ejecutó a 47 chiíes, entre
ellos al clérigo Nimr al Nimr, acusados de diversos crímenes. Las ejecuciones
provocaron incidentes protagonizados por los chiíes en todo el mundo musulmán y
airadas protestas por parte del gobierno iraní.
Este año, Arabia Saudí, después de más de treinta
años, impidió por primera vez la participación de los chiíes en la hajj. La
hajj, es la peregrinación anual a La Meca que constituye uno de los cinco
pilares del Islam y de la cual toman parte un millón y medio de fieles.
El año pasado, durante la hajj se produjo un
trágico accidente, durante el ritual de la “lapidación de Satanás”, que provocó
la muerte de 2.297 peregrinos (entre ellos 446 shiíes). La tragedia sirvió de excusa
a Riad para prohibir la presencia de los chiíes a quien el muftí saudí
descalificó diciendo “no son musulmanes” sino “seguidores de magos”.
En respuesta, el guía supremo iraní, Alí Jamnei,
calificó a la monarquía saudí como una familia “maldita y maléfica”.
Lamentablemente, miles de años no parecen haber
enseñado a los hombres piedad y la tolerancia que predican todas las
religiones. Este diferendo que involucra a líderes espirituales tan
prestigiosos y respetados, suele traducirse en las calles de Irak, Siria,
Pakistán y Afganistán en asesinatos, saqueos y violencia, y sirven de caldo de cultivo para que prosperan las
propuestas más radicales e intolerantes que luego derivan en actos terroristas.
No es el momento oportuno para que los fieles del
Islam agreguen una guerra religiosa a sus muchos males.
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