El
populista español Pablo Iglesias recurre a tácticas estalinistas para
asegurarse el control de su partido y eliminar a los dirigentes que se oponen.
Cuando
Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como “Lenin”,
preparaba la toma del poder en Rusia llegó a la conclusión que para llevar a
cabo una Revolución comunista triunfante era necesario contar con un partido
político de características nuevas.
Esto
lo llevó a escribir un célebre opúsculo, titulado “¿Qué hacer?”. En este texto se explicitaban las bases para la
creación de un partido revolucionario. Dicho partido debía contar con una
vanguardia de “revolucionarios
profesionales”, dedicados en cuerpo y alma a la causa del proletariado y al
mismo tiempo sujetos a una férrea disciplina partidaria que unificara esfuerzos
y eliminara cualquier tipo de disidencia interna o línea política opositora a
la conducción del mismo.
Lenin
se cuidó mucho de evidenciar el carácter dictatorial de este tipo de conducción
-que lógicamente sería ejercida por él- disfrazándolo bajo la denominación de “centralismo democrático”.
La
adopción del principio de “centralismo democrático” demandaba que una vez que
la conducción del partido establecía una determinada línea política -en abierta
discusión honesta y democrática, por supuesto- la misma debía ser acatada y
defendidas con convicción por todos los miembros del Partido. En esta forma se
eliminaba toda posibilidad de disidencia interna.
En la
práctica las decisiones solían ser establecidas por la dirección del partido
sin real intervención de las bases del mismo. Pero esto era un aspecto
secundario. Cómo el partido nunca se equivocaba, cualquier disidencia o crítica
de un miembro a la línea del partido constituía un error, era una falla de
conciencia revolucionaria, o lo que era peor, quien la formulaba era en
realidad un “enemigo del pueblo”, un
traidor oculto entre las filas de los proletarios a quien se debía
desenmascarar y castigar para evitar que continuara saboteando a la Revolución.
En
esta forma toda disidencia interna culminaba en la expulsión de todas las voces
críticas. Con el tiempo el principio del centralismo democrático se constituyó
en la piedra basal de todos los partidos comunistas del mundo.
Muerto
Lenin, el liderazgo del PCUS cayó en manos de Iósif Vissariónovich
Dzhugashvili, más
conocido como Iósif Stalin, quien aplicó el centralismo democrático en forma
aún más estricto. Cualquier expresión de disidencia o la menor crítica podía
terminar en un “juicio” público a los
“enemigos del pueblo” y su casi inmediata condena a muerte o a largos períodos
en el infame Gulag, cuando no se saldaba simplemente con un disparo en la nuca.
Hoy el centralismo democrático es aplicado
arbitrariamente como instrumento para consolidarse en el poder por parte del
Secretario General del partido español “Unidos
Podemos”, Pablo Iglesias.
Iglesias, politólogo y catedrático, combina el
populismo de corte latinoamericano -al mejor estilo de Hugo Chávez, Rafael
Correa, Evo Morales o Cristina Kirchner- con lo mejor del marxismo decimonónico.
En su accionar partidario, Pablo Iglesias se
muestra como un aventajado discípulo de Iósif Stalin en el empleo de la “purga
permanente” como instrumento para acumular poder y eliminar a sus rivales
dentro de Podemos.
En febrero de 2017, Iglesias aprovechó su
ventaja en la “Asamblea Ciudadana de
Vistalegre II”, para suprimir a la facción que respondía la número dos del
Partido, Iñigo Errejón, quien perdió la Secretaría Política del Partido y el
cargo de portavoz en el Congreso de Diputados, posición que pasó a ocupar Irene
Montero, una dirigente vinculada sentimentalmente a Iglesias.
Otros partidarios de Errejón resultaron también
“purgados” de sus posiciones de poder
dentro del Partido como ser: José Manuel López, quien perdió su posición de
portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid o Sergio Pascual hasta entonces
Secretario de Organización de Podemos.
Ahora, quien ha resultado purgada por expresar algún
tipo de disidencia, es la dirigente gallega Carolina Bescansa, una de las
fundadoras de Podemos, en 2014, junto a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero.
Bescansa, una experta en derecho constitucional
ocupaba como vocal la representación de Podemos en la Comisión Constitucional
de la Cámara de Diputados. Ahora ese cargo será ocupado por la diputada Irene
Montero.
Hace unas semanas, en una reunión del Grupo
Parlamentario de Unidos Podemos, la diputada expresó su preocupación por que la
estrategia de su partido en Cataluña pudiera restarle apoyos en el resto de
España.
Bescansa cuestionaba que Pablo Iglesias llevaba
a Podemos a secundar la línea “comprensiva”
con el separatismo catalán, lideraba por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
“Declarar
mañana la independencia de Cataluña es ilegitimo y una gran irresponsabilidad,
no justificable ni con la ominosa actitud de Rajoy”, sentenció Bescansa hace unos días, por medio
de las redes sociales.
La réplica de Iglesias no se hizo esperar,
siguiendo las directivas del grupo parlamentario Unidos Podemos-En Comú Podemos.
En Marea, desplazó a la dirigente disidente de su principal posición
parlamentaria.
Bescansa parece haber asimilado el castigo y se
muestra pronta a dar la batalla interna contra la dirección autocrática
ejercida por Iglesias. Replicó declarando: “A
mí me gustaría un Podemos que le hablase más a España y a los españoles y no
sólo a los independentistas”.
Pero no dejó el tema allí, también se lamentó
del hecho que Podemos carezca de “un proyecto
político para España.”
La pregunta del millón es hasta cuándo podrá
Iglesias manejar autocráticamente a Podemos sin que su electorado lo abandone o
los dirigentes purgados organicen un eficaz movimiento interno de resistencia.
Pero, por ahora, parece que el Secretario
General Pablo Iglesias puede seguir aplicando el centralismo democrático y las
prácticas estalinistas sin sufrir mayores consecuencias.
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