El
categórico triunfo del presidente Mauricio Macri en las elecciones de medio
término garantiza la gobernabilidad en Argentina y abre el camino para su
reelección.
El domingo pasado, más de treinta
y tres millones de argentinos concurrieron a las urnas a los efectos de elegir
a 127 diputados y 24 senadores nacionales, además de cientos de legisladores
provinciales y municipales.
La coalición oficialista “Cambiemos”, conformada por los partidos
“Propuesta Republicana” (PRO); Unión Cívica Radical (UCR) y la Coalición Cívica
(CC), además de otras fuerzas políticas menores; se impuso en 13 de los 24
distritos electorales en que está dividido el país.
Esto incluyó el triunfo en los
cinco principales distritos del país: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las
provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, que sumados aglutinan
al 70% del padrón electoral nacional.
Cambiemos también se impuso en
seis de los siete distritos con más de un millón de electores.
Por primera vez desde la
restauración de la democracia, en diciembre de 1983, un partido político
distinto de la UCR o el peronismo se impuso en una elección nacional.
Triunfando, primero en la segunda vuelta de una elección presidencial, en
noviembre de 2015, y ahora ratificando ese triunfo al vencer en una elección de
medio término como ha sido la actual.
En esta forma, Cambiemos
avanzó considerablemente en el proceso de convertirse en un partido con
representación nacional y vocación mayoritaria en Argentina.
No obstante este triunfo, el
gobierno del presidente Macri no tendrá en la mitad restante de su mandato ni
mayoría en la Cámara de Diputados, ni en el Senado de la Nación. Este hecho
obligará al gobierno a negociar y consensuar con la oposición las futuras
medidas que se propone implementar.
Sin embargo, esta victoria
electoral garantiza la gobernabilidad de la administración Macri, continuamente
hostigada por sectores populistas de izquierda.
La izquierda radicalizada y
ciertos sectores del kirchnerismo, como los jóvenes de La Cámpora, apostaron a
generar un “estallido social” que
forzara a Macri a dejar su cargo sin completar el mandato presidencial. Este
sector, en síntesis, aspira a repetir con Macri lo ocurrido en 2001 con el
presidente radical Fernando De la Rúa, en la llamada “teoría del helicóptero”.
El triunfo de Cambiemos,
también termina, al menos por el momento, con las ilusiones de la ex presidente
Cristina Fernández de Kirchner de retornar al poder en 2019.
El partido de la ex
mandataria, Unidad Ciudadana, si bien obtuvo un nada despreciable 37,21% de los
votos en la estratégica provincia de Buenos Aires, no pudo derrotar a Cambiemos
que se impuso con el 41,39% de los sufragios emitidos.
Finalmente, Cristina Kirchner
terminó perdiendo su primera elección a manos de un casi desconocido candidato
de Cambiemos, el ex ministro de Educación, Esteban Bullrich.
En realidad, Bullrich, un
dirigente poco carismático, se impuso gracias al proselitismo desplegado en el
distrito por la gobernadora María Eugenia Vidal y del propio presidente Macri.
Al reconocer su derrota, el ex
presidente anunció que continuaría impulsando al partido Unidad Ciudadana. La
declaración implica que Cristina Kirchner no pretende retornar al seno del
Partido Justicialista que fue la columna vertebral del gobierno de su esposo,
Néstor Kirchner y en sus dos mandatos presidenciales.
Esta derrota electoral y el
definitivo alejamiento de los sectores de izquierda que responden al liderazgo
de Cristina Kirchner ha acelerado la crisis del peronismo.
El peronismo es un partido que
se define como “verticalista”, es
decir, estructurado en base a la existencia de un “conductor” enérgico que sepa disciplinar a “la tropa”. Es decir, de una conducción autocrática, de cierto
culto a la personalidad, para aglutinar en un proyecto común a dirigentes y
militantes que en ocasiones definen posiciones políticas diversas, cuando no
antagónicas.
Hoy, dentro del peronismo
conviven un par de docenas de “caudillos
feudales”, algunos controlan provincias escasamente pobladas y
económicamente estancadas, pero que constituyen valiosas “cajas” para financiar sus aspiraciones políticas. Otros hacen lo
mismo con estratégicos municipios bonaerenses. Hay incluso dirigentes conocidos
y prestigiosos, pero sin base territorial alguna, que aspiran a un liderazgo
nacional.
En esta suerte de “Armada Brancaleone” que es hoy el
peronismo, no faltan importantes dirigentes sindicales que, después de acumular
sustanciosas fortunas personales e incluso crear prósperas empresas
comerciales, aspiran a incrementar su protagonismo en la política nacional. No
son pocos los gremialistas argentinos que sueñan con seguir los pasos del
brasileño Luis Inacio “Lula” da
Silva.
En síntesis, la anarquía
imperante actualmente en el peronismo lleva a su fragmentación y le impide
unificar sus energías en favor de una candidatura presidencial única e
indiscutida.
En este esquema, el triunfo de
Cambiemos y la atomización de la oposición peronista y de izquierda, dejan al
presidente Macri a las puertas de una reelección en 2019.
Con tan sólo dos años por
delante para instalar una candidatura presidencial que constituya una real
alternativa de poder, salvó que se produzca un importante “terremoto político”
que modifique radicalmente la correlación de fuerzas políticas, no existe
ningún dirigente opositor que suponga una seria amenaza a la reelección del
presidente.
En esta forma, Mauricio Macri
dispondría de ocho años para revertir, al menos parcialmente, más de una década
de desaguisados provocados por el populismo salvaje que sufrió la Argentina
entre 2002 y 2015.
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