Un escándalo de espionaje reaviva heridas coloniales, agrava tensiones
geopolíticas, congela la cooperación bilateral y pone en evidencia la represión
del régimen argelino.
Contenido
El
29 de abril de 2024, Amir Boukhors, exmilitar y feroz opositor al régimen
argelino conocido como Amir DZ, fue secuestrado en las afueras de París.
Veintisiete horas después, aparecía drogado y aturdido en una zona boscosa. Lo
que parecía un caso aislado se ha convertido en una crisis diplomática de gran
calado entre Francia y Argelia, marcada por acusaciones de injerencia,
espionaje y violación del derecho internacional.
Según
la Fiscalía Nacional Antiterrorista (PNAT), detrás del secuestro se encontraba
una célula compuesta por agentes de los servicios de inteligencia argelinos (específicamente
la temida Dirección General de Documentación y Seguridad Externa -DGDSE-) y
personal del consulado argelino en Francia. El plan era trasladar a Boukhors en
un vehículo diplomático hasta Alicante y desde allí a Argel. La operación
fracasó por motivos logísticos y por la inesperada reacción del propio
Boukhors, que logró convencer a sus captores de que era un refugiado político
protegido por Francia.
Las
detenciones de varios implicados, entre ellos un vicecónsul y el ex primer
secretario de la embajada argelina, Salah-eddine S., han provocado una escalada
sin precedentes. Francia expulsó a una docena de funcionarios diplomáticos
argelinos. Argelia respondió con la misma moneda, alegando “detención
ostentosa e injustificada” y acusando a París de "menospreciar
deliberadamente" sus instituciones.
“El
secuestro de un opositor bajo asilo político constituye un acto inaceptable de
extraterritorialidad y una amenaza directa a la soberanía nacional”,
declaró Jean-Noël Barrot, ministro francés de Exteriores. “Responderemos con
firmeza, sin ambigüedades ni complacencias”.
Las
relaciones entre ambos países, marcadas por una historia común dolorosa, han
ido deteriorándose desde el verano de 2023. La decisión de Emmanuel Macron de
alinearse con Marruecos en el contencioso del Sáhara llevó a Argelia a retirar
a su embajador. Las tensiones se agravaron aún más este año cuando ambos países
lanzaron la llamada “Asociación Excepcional Reforzada”, un marco de
colaboración sellado entre el rey Mohammed VI y el presidente Emmanuel Macron,
Desde
entonces, la tensión ha ido en aumento, agravada por la detención en Argel del
escritor franco-argelino Boualem Sansal, condenado por “atentar contra la
integridad territorial del país”.
Para
Francia, el caso Boukhors ha cruzado una línea roja. No solo se trata de una
violación de su soberanía, sino de un desafío abierto a los valores
republicanos que garantizan el derecho de asilo. Para Argelia, en cambio, se
trata de un pulso geopolítico en el que París estaría protegiendo a “delincuentes
disfrazados de activistas”.
El
abogado de Boukhors, Éric Plouvier, asegura que “la operación fue organizada
al más alto nivel del Estado argelino”. Las órdenes de arresto que Francia
emitirá en breve contra altos mandos como el general de división Abdelghani
Rachedi y el coronel Souahi Zerguine se enfrentan a un muro político: Argelia
no reconoce su implicación y no contempla su entrega. “Sería una rendición
humillante”, apuntan fuentes diplomáticas.
La
figura de Amir Boukhors, con más de un millón de seguidores en TikTok y miles
en otras redes, se ha convertido en un símbolo. Desde su refugio en Francia, ha
denunciado sin descanso la corrupción de las élites argelinas y los abusos en
los centros de detención secretos de Ben Aknoun y Blida, comparándolos con las
infames prisiones del régimen sirio.
Francia,
que rechazó su extradición en 2022 por riesgo de tortura, considera que
Boukhors fue víctima de una “operación de Estado” en suelo francés. “No es solo
un crimen, es un asunto de Estado”, sentencia Plouvier.
Mientras
tanto, la cooperación bilateral en materia de seguridad, migración y energía
permanece congelada. Los gestos de acercamiento de los últimos meses han
quedado en nada. Lo que debía ser una primavera diplomática se ha transformado
en un invierno de hielo.
Amir
Boukhors, cuya lucha desafía a dos gobiernos, simboliza ahora el coste personal
de enfrentarse al poder. Y su caso —más que un hecho aislado— evidencia las
fisuras profundas de una relación todavía cautiva de su pasado colonial.
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