El subcontinente
indio, una de las regiones más densamente pobladas y sensibles del planeta,
vuelve a estremecerse. Tras el brutal atentado en Pahalgam, Cachemira, que dejó
26 muertos —en su mayoría turistas indios—, las tensiones entre India y
Pakistán han escalado peligrosamente, reavivando un conflicto que durante
décadas ha oscilado entre el enfrentamiento abierto y la tensa calma
militarizada.
El atentado que encendió la mecha
El 22 de abril, hombres armados irrumpieron en la
popular estación montañosa de Pahalgam. Las víctimas, mayoritariamente hindúes,
fueron atacadas en un asalto que evocó los peores años de violencia en
Cachemira durante la década de 1990. La reivindicación del ataque por parte del
Frente de Resistencia (TRF), un grupo insurgente vinculado a Lashkar-e-Taiba,
conocido por su historial de atentados en India, no ha servido para calmar los
ánimos. Nueva Delhi señala directamente a Pakistán, acusándolo de seguir patrocinando
el “terrorismo transfronterizo”. Islamabad lo niega tajantemente.
Las respuestas no tardaron en llegar: India suspendió
unilateralmente el Tratado de Aguas del Indo —un acuerdo vital para la
seguridad hídrica de Pakistán desde 1960—, prohibió el acceso aéreo a
aerolíneas pakistaníes, redujo su representación diplomática y expulsó a 5.000
ciudadanos paquistaníes residentes den Delhi. Pakistán, por su parte, expulsó
diplomáticos indios, cerró su espacio aéreo y advirtió que cualquier
manipulación del caudal del Indo sería considerada “acto de guerra”.
Actores e intereses en juego
India: una potencia emergente bajo presión
El gobierno del primer ministro Narendra Modi, inmerso
en una campaña electoral anticipada, se enfrenta al reto de mantener su
narrativa de fortaleza nacionalista. Desde la revocación en 2019 del estatus de
autonomía especial de Jammu y Cachemira, el Ejecutivo indio ha prometido una “normalización”
de la región. El atentado, sin embargo, pone en cuestión ese relato y exige una
respuesta contundente.
Para Modi, el conflicto también es una cuestión de
prestigio internacional. India, convertida ya en la quinta economía del mundo,
con un crecimiento del productor bruto interno de entre el 7 y 8% anual, aspira
a reformar el multilateralismo global y a obtener un asiento permanente en el
Consejo de Seguridad de la ONU. Ceder ante un atentado sería incompatible con
esa ambición.
India tiene una de las industrias de defensa más
grandes del mundo después de los Estados Unidos, Rusia, China y Alemania. El
país fabrica helicópteros, drones y artillería además de armas ligeras. Al
mismo tiempo, India se ha convertido en uno de los principales compradores de
armas a nivel mundial debido a la creciente amenaza de seguridad y la necesidad
de modernizar su Ejército. La India ha estado invirtiendo en el desarrollo
de una fuerza militar moderna y se ha comprometido a aumentar sus compras de
armamento para fortalecer su seguridad.
Pakistán: atrapado entre la presión interna y el
aislamiento exterior
Pakistán, bajo el liderazgo de Shehbaz Sharif,
atraviesa una profunda crisis económica y de legitimidad política. Aislado de
sus antiguos aliados árabes, que ahora priorizan la modernización económica
sobre el respaldo ideológico, Islamabad ha volcado sus esfuerzos diplomáticos
en China e Irán. Su tradicional estrategia de internacionalizar el conflicto
de Cachemira encuentra ahora poco eco en las cancillerías occidentales y
árabes.
Para Sharif, aceptar las acusaciones de India sería
políticamente suicida en un país donde Cachemira sigue siendo una causa
nacionalista transversal. A su vez, responder de manera desproporcionada podría
desencadenar una guerra abierta que Pakistán, debilitado, difícilmente podría
sostener.
Otros actores: el papel de las grandes potencias
Estados Unidos, en plena redefinición de su política
exterior tras el desgaste en Ucrania y Oriente Medio, mantiene una postura
ambigua, llamando a la “moderación” pero sin ofrecer una mediación activa. Irán
y Egipto han ofrecido sus buenos oficios para una posible negociación, aunque
con escasas perspectivas de éxito real.
China, aliada estratégica de Pakistán pero también
rival de India en los Himalayas, observa los acontecimientos con interés pero
evita por ahora un involucramiento directo que pueda afectar sus propios planes
de expansión económica en Asia meridional.
Aunque India y Pakistán son los protagonistas de esta
historia, China también posee una pieza estratégica del rompecabezas. En la
parte noreste de la región, Shaksgam y Aksai Chin son administradas por el
gigante asiático, pero reclamadas por India. Si bien el valle de Shaksgam
apenas está habitado debido a su difícil geografía, Aksai Chin es crucial para
la conectividad terrestre entre Tíbet y la región occidental de Xinjiang.
China estableció su control sobre Aksai Chin en la
década de 1950 por medio de la construcción de una carretera que unía Xinjiang
con Tíbet, atravesando un territorio reclamado por India. Este país se opuso a
la presencia china en la zona, y las tensiones se intensificaron hasta la breve
pero intensa guerra chino-india de 1962. Después de ese conflicto, China retuvo
el control de Aksai Chin y lo ha administrado desde entonces. En los últimos
años, Pekín ha ampliado su presencia militar a lo largo de la disputada Línea
de Control Real, destinada a demarcar la frontera entre China e India, lo que
ha llevado a frecuentes enfrentamientos entre tropas de ambos bandos.
¿Un nuevo conflicto armado?
La dinámica de escalada recuerda peligrosamente a la
crisis de Pulwama de 2019, cuando India lanzó ataques aéreos en territorio
paquistaní tras otro atentado en Cachemira. Esta vez, sin embargo, el
escenario es aún más inestable: se han destruido los pocos puentes de diálogo
que quedaban, incluidos los acuerdos bilaterales de Simla (1972) y el marco de
cooperación sobre el agua.
Los analistas temen que un pequeño error de cálculo
pueda desembocar en un conflicto mayor entre dos potencias nucleares. La
militarización extrema de Cachemira —con más de 750.000 soldados indios
desplegados— y la presencia de grupos insurgentes bien armados elevan el riesgo
de incidentes imprevisibles.
Además, el retiro de moderadores regionales —como
Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos, centrados en su transformación
interna— deja a India y Pakistán sin canales de mediación efectivos.
Escenarios posibles
1. Escenario más favorable: Contención diplomática y
desescalada progresiva
En el mejor de los casos, la presión internacional
—particularmente de China, Estados Unidos y la Unión Europea— lograría imponer
una lógica de contención. Bajo este escenario, ambas partes aceptarían
establecer canales de comunicación de emergencia, quizás a través de Egipto o
Irán como mediadores discretos.
India reduciría sus operaciones militares a medidas
antiterroristas internas en Cachemira, evitando ataques a gran escala contra
Pakistán. Islamabad, a su vez, actuaría para limitar las actividades de grupos
insurgentes en su territorio, incluso si es solo de forma simbólica.
Aunque la tensión seguiría latente, se restaurarían
parcialmente los acuerdos de cooperación sobre el agua y se reabrirían canales
diplomáticos básicos. La violencia disminuiría a niveles
"controlados" y ambos países podrían centrarse en sus desafíos
económicos internos.
2. Escenario más probable: Conflicto de baja
intensidad prolongado
El escenario más probable apunta a una prolongación de
la crisis bajo la forma de un conflicto de baja intensidad. En este contexto,
se producirían enfrentamientos regulares en la Línea de Control, atentados
esporádicos en Cachemira y campañas diplomáticas hostiles en foros
internacionales.
Nueva Delhi incrementaría su presencia militar y
adoptaría medidas más duras en Cachemira, mientras Islamabad reforzaría su
retórica de apoyo a los derechos de los cachemires. La ruptura del Tratado del
Indo añadiría nuevas tensiones medioambientales y humanitarias.
Este escenario mantendría a ambos países atrapados en
una espiral de desconfianza, sin un conflicto abierto pero con un riesgo
constante de escalada accidental.
3. Escenario menos probable: Escalada militar y guerra
limitada
En el peor de los casos, un nuevo atentado o un
incidente fronterizo grave podría desencadenar ataques militares directos.
India podría optar por ataques "quirúrgicos" sobre campamentos de
insurgentes en territorio pakistaní, como ya hizo en 2016 y 2019.
Pakistán respondería militarmente para evitar aparecer
débil, lo que iniciaría una guerra limitada a Cachemira, con combates
terrestres y ataques aéreos. A pesar de la posesión de armas nucleares por
ambas partes, los analistas creen que existe un umbral "convencional"
antes de cualquier consideración nuclear. Sin embargo, el riesgo de error de
cálculo sería extremadamente alto, con consecuencias desastrosas para toda la
región.
En este escenario, además del colapso económico y
humanitario en ambas naciones, el conflicto podría internacionalizarse si China
o Estados Unidos se ven obligados a intervenir de algún modo
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